La pregunta que se le hace comúnmente a cada niño, es ¿Qué quieres ser cuando grande?...dándole la mayor de las opciones, y no poniendo resistencia a lo que el niño diga, por ejemplo, astronauta, cantante, chófer de micro o camión, jugador de fútbol, salvavidas, nochero, vendedor, bailarina, etc.
Lamentablemente, estas cosas parecieran quedar en el olvido, cuando está a punto de salir del colegio y entonces la pregunta cambia a ¿Que piensas estudiar? deseando que la respuesta sea abogado,médico, ingeniero, enfermera, etc. y que pasa cuando ellos contestan "no voy a estudiar" "seguiré mi sueño de niño" u otro que nació en mi adolescencia.
Horror, espanto, que tiene en la cabeza, debe entrar en razón, ¿Cómo no va a estudiar? ¿Cómo se va a dedicar a eso o aquello? ¿Con qué va a vivir? Hay que hacerlo entender, debe "sacar un cartón" y después si quiere, se dedica a lo que quiera, pero, primero, debe tener algo para ganarse la vida.
¿Cuántos niños o jóvenes, logran realmente hacer lo que ellos quieren? me pregunto, mientras voy caminando por la vida y sólo veo caras de hombres y mujeres amargados, agobiados por seguir el sistema, cargando sobre sus hombros sus niños internos que nunca cumplieron sus sueños.
Por eso, me pregunto y les pregunto ¿Y los sueños cuando? ¿Cuándo se supone que debemos perseguir nuestros sueños? ¿Tenemos fecha límite? ¿Por qué debemos guardarlos con el peligro de que se mueran sin siquiera ver la luz? ¿Y tú? ¿Eres de los que sueña con ser feliz o estás haciendo aquello que realmente te gusta?
Es tiempo de contemplación, desde la meseta de mis años observo la llanura de mi pasado y el pasto es verde, frondoso. Entonces abro las alas de mi espíritu y planeo de vez en cuando, y me elevo a cada instante buscando la plenitud de mi vida.
Feliz Año Nuevo
Esta fue la frase que este 01 de Enero de 2016, ya sea justo a las 00:00 o pasadita la medianoche se repitió en todo el planeta, y nos abrazamos y nos deseamos los mejores deseos los unos a los otros. "Que se cumplan todos tus deseos" es otra de las frases de la ocasión, y entonces me salta la pregunta ¿Por qué lo hacemos? es simplemente un nuevo día, porque la calidad de ser el primer día del año, tiene la connotación de la felicidad. Cómo si esto fuera todo, buenos deseos y listo misión cumplida para la felicidad.
Si uno viniera de otro planeta y nos viera celebrar el fin de año y comienzo del año nuevo diría que encontramos el camino a la felicidad, que somos una civilización avanzada,etc, etc. Pero que pasa si nuestros visitantes, llegaran en Marzo, mes de apremio económico, de vuelta a la rutina, etc, etc., que pasa con nosotros, con nuestra alegría, con nuestros buenos deseos, con el concepto "FELIZ", donde quedó. Nos olvidamos de que esa era el único sentido, al comienzo de cada año, y nos conformamos de continuar siendo unos seres sin sentido, hasta que llega el milagroso comienzo del próximo año, y entonces ese sí, ese será distinto y nuevamente nos abrazaremos y nos desearemos un Feliz Año Nuevo.
Si uno viniera de otro planeta y nos viera celebrar el fin de año y comienzo del año nuevo diría que encontramos el camino a la felicidad, que somos una civilización avanzada,etc, etc. Pero que pasa si nuestros visitantes, llegaran en Marzo, mes de apremio económico, de vuelta a la rutina, etc, etc., que pasa con nosotros, con nuestra alegría, con nuestros buenos deseos, con el concepto "FELIZ", donde quedó. Nos olvidamos de que esa era el único sentido, al comienzo de cada año, y nos conformamos de continuar siendo unos seres sin sentido, hasta que llega el milagroso comienzo del próximo año, y entonces ese sí, ese será distinto y nuevamente nos abrazaremos y nos desearemos un Feliz Año Nuevo.
Juan y Juana
Juan llega tarde a casa. Juana recostada ve la televisión
mientras contesta un whatsapp. La besa, se desploma a su lado y toma el
control. Busca el partido del domingo en que su equipo ganó. Entremedio
preguntas y monosílabos de respuesta. Juan mira en su Ipad los correos. Juana
ríe pendiente de lo que le escriben… ¿te tinca hagamos algo el viernes? - pregunta. Él frunce el ceño, masculla,
garabatea en voz alta por las noticias. Molesto se desviste para dormir. Ella
sigue whashapeando. La televisión continúa encendida y ambas almas asfixiadas,
esperan superar otro día más.
Es viernes en el puerto (Valparaíso)
Es viernes en el puerto, la subida Ecuador comienza a colmarse de bullicio. Los pub´s abren sus puertas, la música estridente salta a la calle bañada de luces, buscando magnetizar a los cientos de jóvenes que pululan por el sector.
*****
Desde la esquina, lo observo todo como es mi costumbre. Los colectivos pasan raudos a mi lado, la noche está prendida. Del bar que está frente a mi, sacan al primer borrachito de la jornada, por escandaloso. Una pareja se besa apasionadamente, sin importarles mi presencia, así como el resto de los transeúntes. El curadito sigue alegando. Se acercan unos carabineros y conversan con él; recién comienza la noche, tienen paciencia. Las tribus urbanas inician sus desfiles, teñidos de colores, vestimentas estrafalarias y negras, cadenas, tatuajes en brazos, piernas; las rarezas humanas visten el paisaje nocturno.
La noche termina, asoma el crepúsculo. Los colectivos han disminuido sus locas carreras. Un par de travestis abrazados lloran sus miserias. Más allá carabineros detiene una pelea entre punk's y góticos. Los perros ladran al curadito, que se viene hacia mi y me abraza. Me considera su amigo y me relata en breve su vida, no digo nada. Sujetándose de mi, grita su rabia a todo el mundo que pasa por nuestro lado.
Un auto descontrolado se nos viene encima, nos gritan, el curadito se hace a un lado, mientras yo soy embestido.
Comentario de jóvenes, minutos más tarde "cacha como quedó el poste"
*****
Meticulosa a morir
Revisó cada
detalle, su peinado, su vestido, el maquillaje, todo debía ser perfecto. Los
preparativos para recibirlos estaban coordinados, las sillas dispuestas
correctamente, a un rincón las cosas que se servirían. No consentiría ningún
tipo de crítica. Repasó los últimos detalles. Se asomó a la ventana y comprobó
que los primeros autos estaban estacionándose. La noche era agradable, entre las nubes se apreciaba
la luna sonriente, el patio se encontraba iluminado, entonces se recostó
satisfecha. Poco a poco fueron llegando. El comentario general entre los
asistentes fue lo bonita y elegante que lucía aún en el féretro.
¿Y si te vieses obligada?
- ¿Y si te vieses obligada? Fue la pregunta de su hija, que
le miraba desde los pies de su cama (donde llevaba recostada tres días a raíz
del desmayo que sufriera en su trabajo) No lo sé, no es algo que siquiera haya
pensado, contestó la madre, incómoda con la pregunta. Pero sólo es un supuesto,
tú que siempre das cátedra de moral, crees que en una situación aún mantendrías
esa postura incólume. Tu ejemplo es extremo, hija. Estamos viviendo tiempos
difíciles, pero de ahí a que debamos pasar por eso, me parece por decirlo de
algún modo poco probable. ¿Poco probable? ¡Claro me olvidaba que estaba
conversando con la Jefa de la Unidad de proyectos de la universidad!… ¿Podrías
por un momento dejar tu postura de docente acostumbrada? y escucharme sólo como
mi mamá. ¡¿Tanto te cuesta?! ¡Claro que no hija! Pero no es fácil ponerse a
pensar en una situación tan extrema cómo la que tú señalas, menos tratándose de
ti, la que está en riesgo. Mamá estoy en riesgo todos los días, tengo
diecinueve años, que crees, que mis compañeros no me hacen propuestas
deshonestas, o mis profesores… ¿en qué mundo vives?… ¡en el mismo que tú! bien
sabes que he estado sola todo este tiempo precisamente por eso, por no
exponerte a una situación así. ¡Ah resulta que ahora tengo la culpa yo! –
contestó airada la hija, al tiempo que se incorporaba extendiendo los brazos al
cielo, como si quisiera asirse de algo en las alturas. No me malinterpretes
Lorena, pero desde que quedé embarazada me he tenido que preocupar de ti, no te
lo estoy sacando en cara, pero todos estos años, tuve que luchar por las dos, ¡no
te imaginas las veces que sentía terror porque algo te fuera a pasar! entiende
que eres lo único que tengo, sólo tú representas mi familia. Mis padres me
dieron la espalda cuando me embaracé, Miguel nunca me apoyo en nada. Cómo ves,
he vivido por ti y para ti, y no me arrepiento de ello, pero de ahí a ponerme a
pensar que mi hija deba ser objeto sexual para salvar mi vida, no es algo que
desee siquiera poner en la balanza de probabilidades. ¡Ya mamá, no te pongas
así! sólo lo decía, en el supuesto que te quedaras sin trabajo y no pudieses
costear el tratamiento de tu terapia en ésta clínica que es, y tú lo sabes
bien, carísima. Si pero nada lo justifica… ¡ya! no quiero seguir hablando del
tema. Mejor es que tomes tus cosas y te vayas a la universidad, ya has perdido
mucho tiempo, estaré bien, sólo fue una recaída, saldré adelante como siempre.
Madre e hija se besaron en las mejillas y se juraron amor
eterno. Con la mochila a la espalda la hija abandonó la habitación.
Era pasado el mediodía, el sol apenas entibiaba y el día
entraba en esas horas en que los minutos latigudos se dejan caer con desgano, y
el tiempo comenzaba a bostezar en el letargo de las horas.
La sola idea planteada por su hija, la descomponía de
sobremanera y no lograba explicárselo. Era su niña, su sol, la razón principal
de su existencia ¿Cómo podía siquiera imaginarlo? Se había privado de tener
pareja estable por ella, nunca por lo mismo llevó hombre alguno a su departamento;
no confiaba en nadie, escuchaba tantas cosas en la facultad, tales como que algunos
hombres se terminaban enamorando de las hijas de sus parejas, por lo que
siempre estuvo a la defensiva, más aún cuando veía crecer a su pequeña, que a
todas luces se convertía en una mujercita. Incluso después de muchos malos
ratos con su hija había accedido a la idea de que iniciara su vida sexual, con el
joven que llevaba saliendo por más de
seis meses (Tenía que acompañarla al ginecólogo una vez que saliera de aquí –se
dijo) Aquello era algo que la venía atormentando hace ya un tiempo, a pesar de haber
tratado el tema con Clarisa su sicóloga y amiga “para estas cosas no existe una receta…es cómo querer estar preparado
para la muerte” le decía, finalmente es “algo que logras superar cuando lo vives” con ese tono grave y
maternal que tenía.
La conoció en el parque de la universidad al año de dar a luz
a Lorena, una tarde que la desazón provocó que soltara el llanto contenido.
Ambas estaban en quinto año de sus respectivas carreras. Clarisa se acercó y
sin decir nada, la abrazó para contenerla. Desde ese día, fueron inseparables, tanto
que llegaron incluso a vivir juntas un tiempo. Los lazos entre ambas eran tan
fuertes, que dieron celos a la pareja de Clarisa, quien la obligó a dejar el
departamento que compartían (a causa de sus celos enfermizos) al enterarse que
en más de una oportunidad dormían juntas. Se querían como hermanas, por lo que no
se guardaban nada, y a veces su intimidad era extrema, como la vez que se
bañaron juntas las tres. Ambas se desvivían por darle lo mejor a Lorena, que se
dejaba querer por su madre biológica y la otra postiza. Se intercambiaban ropa,
se hacían préstamos de dinero y siempre se estaban ayudando. Clarisa, marcaba
el orden, la cordura, Marcia, la impulsividad y la alegría a veces infantil. Sin
duda, la presencia de su amiga, siempre fue más que una amistad, era su
consejera, su analista, su pequeña madre a veces, dado por ese carácter más
racional, que la hacía suponer mayor a pesar que ambas gozaban de sus hermosos
veintitrés años.
Fue un domingo de otoño, en que Clarisa abandonó el departamento,
siendo tan doloroso cómo una ruptura matrimonial, se sentía tan protegida con
ella, que no pudo contener el llanto cuando ambas se abrazaron en el umbral de
la puerta en son de despedida. Tras ese episodio se siguieron viendo, pero no
fue lo mismo. Se sentían incomodas ante la posibilidad que la pareja de Clarisa
las sorprendiera, por lo que evitaban juntarse en demasía en el campus. Sus
carreras terminaron por separarlas un largo periodo, hasta un par de años
atrás, en que se reencontraron en el metro. Clarisa había terminado su relación
con el célopata, y no tenía hijos. Era una destacada profesional, que había
sacado un magister y doctorado en España y Francia respectivamente. Gozaba de
muy buena situación, y llevaba dos meses de estar saliendo con un médico. Desde
entonces se visitaban los jueves, cuando acudía al departamento de Marcia y se quedaban
conversando cómo en los tiempos de jóvenes estudiantes.
La enfermera regordeta de labios sensuales, y ojos
redondeados que siempre lucían perfectamente delineados le avisó que tenía
visita. Era Clarisa.
Apareció con un arreglo floral, de vivos colores. Te traje
estas flores para animarte amiga, y se abalanzó dándole un abrazo fraternal. La
conversación fluyó entre ambas con pasos ligeros. Fueron interrumpidos por la
auxiliar que traía la cena.
Estoy angustiada amiga, Lorena me ha planteado un supuesto
que por una extraña razón me ha tenido en ascuas toda la tarde. Tal vez tú
puedas encontrarle sentido.
- Cuéntame – dijo Clarisa, mientras se acomodaba en el sillón
de compañía, frunciendo el ceño, cosa que acostumbraba hacer cuando prestaba
atención.
A medida que le iba relatando los hechos, la sangre se le iba
helando, las imágenes se iban apoderando de ella, no podía entender por qué
extraña razón la idea no la abandonó durante toda la tarde, y a cada momento se
le aparecía como una especie de maleficio. Los hechos manifestados por su hija,
iban tomando vida pausadamente, se sintió en trance mientras los narraba. De
pronto, la imagen de una habitación en penumbras se apoderó de su mente, en
ella un hombre mayor cuyo rostro no podía distinguir sujetaba entre sus manos
un maletín abierto con grandes fajos de billetes y se lo mostraba a su hija,
que sentada en el borde de la cama miraba en un sentido distinto (parecía buscar
su mirada) Aún cuando ella no podía verse en la escena, se sentía presente. El
horror de lo que representaba, hizo que se incorporara de un salto en la cama,
volteando la bandeja de comida. Rápidamente llegó la auxiliar a limpiar el desastre, mientras
Clarisa intentaba contenerla… ¡Ya amiga, ya pasó!...
No pudieron conversar mayormente, la hora de visita había
terminado. Clarisa, aconsejó a la enfermera de turno, le dieran algún sedante
para hacerla dormir, ya que su amiga, estaba algo alterada. Se despidió
prometiendo visita. Marcia, se recostó y pidió que no le apagaran la luz.
Recordó que Lorena de pequeña, tampoco le gustaba dormir con la luz apagada. Es
sólo un supuesto, se repetía, cómo intentando dejar de pensar en ello y restarle
importancia.
La noche asomada a la ventana le guiñó un ojo deseándole buen
dormir, y las luces de la ciudad se fueron diluyendo ante sus ojos quedando
atrapada en un profundo sueño. Nuevamente se transportó a la misma habitación
de la tarde, pero esta vez, se veía amarrada a una silla, y amordazada. Buscaba
algún objeto que le hiciera entender que hacía en esa habitación. Una cama, un
velador, un retrato que no alcanzaba a distinguir, una lámpara pequeña cubierta
de una pantalla oscura, dejaba escapar un pequeño haz de luz, dándole a la
habitación un aspecto tétrico. Estaba asustada, cuando vio a su hija entrar
seguida del hombre mayor que se quedó parado a un costado de la puerta. Venía
con los libros de la universidad y la mochila, que tiró sobre la cama. Se
dirigió presurosa hacia ella y tomando su rostro con ambas manos, le pedía que
estuviera tranquila, que todo saldría bien, era la única salida que tenían
–repetía- con los ojos llenos de súplica, mientras ella luchaba por soltarse y
gritarle que no era así, tenía ahorros, un trabajo… Lorena le hacía un gesto de
negación con la cabeza, ¡mamá lo perdiste todo! el cáncer se llevó tus ahorros
y tu trabajo, no tenemos nada…nada mamá, repetía esto como una sentencia y si
no te operas, morirás mamá, y tú eres lo único que tengo. Déjame hacer esto por
ti, él ha prometido tratarme bien, y si soy buena chica, nos dará el doble de
la suma. Entonces dirigiéndose al hombre, le pidió abriera el maletín. Ves
mamá, con eso podrás operarte y tendremos para vivir, mientras te recuperas. La
besó en la frente y se dirigió hacia la cama, haciéndole un gesto al hombre
para indicarle que estaba lista. Éste, de contextura gruesa, cerró la puerta,
dejó caer el maletín sobre la silla, y se quitó prontamente la chaqueta, al
tiempo que soltaba su corbata. Sacó una botellita de licor del bolsillo de su
vestón ofreciéndole a la joven, la que no aceptó. La bebió completa de un gran sorbo,
y se acercó con otra obligándola a beber, diciéndole que eso la relajaría. Accedió,
haciendo un gesto de asco al sentir el licor en su garganta. Se la fue dando de
pequeños sorbos, con toda paciencia, como un cazador que acecha a
su presa. Por alguna razón, Marcia no podía gritar y las fuerzas se le iban sin
poder controlarlas.
De pronto, cómo si se tratara de una imagen proyectada, la
escena comenzaba a alejarse, junto con ella. El hombre se sentó junto a su hija
y le soltó el cabello jugando con él entre sus dedos, luego comenzó a besar su
rostro, beso sus ojos, su nariz, su barbilla, sus pómulos pequeños y se detuvo
en su boca, mordiendo primero suavemente el labio inferior, para luego atrapar
su boca entera, con movimientos lentos y ejerciendo una leve presión. Su gruesa
mano se posó como una garra en su cuello haciéndola presa, para luego deslizarla
con suavidad hasta sus frescos pechos, los que atrapó sobre la polera que los
cubría. A Marcia, le revolvía la impotencia, necesitaba impedir a como diera
lugar que los hechos se consumaran, se dejó caer de la silla, y empezó a
arrastrarse, maldecía con todas sus fuerzas al hombre que tocaba a su hija,
estaba dispuesta a matarle, luchaba por zafarse de la silla, bregaba con ahínco,
jadeaba, la presión le ahogaba, se sintió desmayar. El asco se hizo mayor,
cuando el hombre comenzó a retirar la polera dejándola a torso desnudo. Cuando su
boca se posó en el pequeño pezón rosado, la joven emitió un quejido de placer,
entonces ambas mujeres se contemplaron. Pudo ver la mueca de goce en los labios
de su hija, cerró los ojos para no seguir viendo, mientras el llanto afloraba
desgarradoramente de su pecho, sentía los bramidos del hombre excitado que
provocaron que vomitara asqueada. Atormentada y atrapada en ésta pesadilla, golpeaba
su cabeza contra el piso de la habitación, buscando aturdirse. Fue entonces, que
sus ojos se detuvieron en los zapatos del hombre. El brillo excesivo y la
hebilla plateada, despertaron aquellos recuerdos amargos de su infancia que
creía enterrados, una sensación desagradable le recorrió, desesperada, la
imagen del hombre tocando a su hija, le trajo las escenas de los abusos cuando
pequeña, buscó su rostro, y entonces le vio, el horror se apoderó de su ser, le
quemaban los ojos, ¡no podía ser! ¡no esta vez! no con su hija, ahí estaba el
desgraciado, ahora aprovechándose de su nena. En ese momento entendió que le
mataría, era la única forma de terminar con aquel espantoso recuerdo. Su pecho
se incendió de odio, los ojos llameaban ira, y una espuma pestilente brotó de
su garganta. Un grito desgarrador que inundó la pieza brotó de su boca
iracunda, al tiempo que toda ella luchaba por zafarse. Era tal el odio, la
rabia contenida, por el despertar de los horrores de su niñez que la invadió
una fuerza sobrenatural que terminó por aflojar las amarras, y una de las
patas, cedió. Presa del odio, logró primero liberarse de las piernas, y comenzó
a patearle para que la soltara. El hombre lejos de demostrar dolor, reía al
verla, entonces se le abalanzó buscando su boca, ¿estás celosa mi pequeña ?– le
preguntó en forma burlesca- despidiendo el mismo mal aliento que le atormentó
durante su niñez (cuando le dejaban a su cuidado) ¿me echabas de menos? – Decía-
con esa risa socarrona, y esos ojos vidriosos que la traumaron por años,
mientras intentaba desabrocharle la blusa en busca de sus senos, para besarlos
con su espeso bigote. Sí, el recuerdo de su abuelo volvió del pasado como un
horrendo fantasma, “esto es para que la
mamá tenga platita” – solía decirle- cuando le llevaba a su cuarto a la
hora de la siesta, mientras la abuela lavaba los platos. Le obligaba a bajarse
sus calzones y dejar que le tocara allí, mientras él jugaba con su miembro
entremedio de sus pantalones. En la tarde, cuando su madre llegaba a buscarla,
abría su billetera y sacaba unos billetes diciéndole que era para que le
comprara cosas a su pequeña nieta, que se portaba muy bien.
Ahora entendía por qué lo planteado por su hija en la mañana
le produjo tanto escozor, los recuerdos habían sido desenterrados, despertando
en ella ese tormento desgarrador, que la marcó por años.
En un movimiento desesperado, logró empujarle con una de sus
piernas, parándose atléticamente, pasó ambas manos entre sus piernas, para
quedar con las mismas delante, entonces tomó con sus manos aún amarradas la
pata rota de la silla, y con todo el odio contenido, se dejó caer enterrándola en el estómago a su agresor, quien vomitó
sangre por la boca antes de su último aliento. Acto seguido a causa del
esfuerzo, perdió el conocimiento.
Cuando Lorena, llegó en la mañana, le comunicaron que su
madre había sufrido un episodio durante la noche y que se encontraba con
calmantes, en observación, con instrucción de no recibir visitas. Por la tarde,
se reunió con Clarisa para comunicarle el estado de su madre. Ambas hicieron vigilia
durante los dos días siguientes.
El mismo día que la dieron de alta, recibieron la noticia, de
la extraña muerte que sufrió su abuelo en la habitación de su hogar.
*********
Reencuentro
La
música estridente llegaba desde la parte baja del edificio, tal si fuera una
babosa espesa y maloliente reptando por los muros y ventanas de la vecindad,
dejando tras de sí su pegajosa estela, matizando el paisaje de colores
deprimentes y desgastados, que acentuaban más la pobreza de aquel barrio porteño. Los fines de semanas aquella
cantera, solía repletarse de obreros y mujerzuelas, que deambulaban por las
calles buscando algo de compañía, tal vez tratando de saciar el vacio de sus
almas pérdidas. En un mísero cuarto del quinto piso, una joven sostenía entre
sus brazos a su bebé intentando hacerla dormir. De algún modo era también una
de esas almas errantes, que necesitaba refugio y que en su fragilidad intentaba
huir de ese submundo que la tenía atrapada, desde que su madre le abandonara. A
su padre nunca llegó a conocerle. Pese a mantener cerrada la única ventana que
apenas iluminaba la habitación, el hedor de la cocinería y la música infernal
se colaban como lenguas reptiles por las ranuras del marco de madera,
contaminando con su presencia el espacio que la albergaba. Estaba sola, pero
nada la intimidaba. A pesar de sus escasos diecisiete años, gozaba de una
contextura robusta, que siempre la había obligado a cumplir roles de mujer, quizás
por eso había dado a luz, hacía sólo cinco meses. Por las heridas impregnadas que
llevaba a flor de piel como tatuajes primitivos, no estaba dispuesta a que su
hija tuviera que pasar por lo mismo. No importaba los sacrificios que tuviera
que hacer, lo evitaría a como diera lugar. Las monjas de la Parroquia, cuidaban
de su nena por el día, mientras trabajaba como maestra de cocina, justamente en
la cantera donde nacía el bullicio.
Por
aquellos instantes, tenía la respiración agitada, sus voluminosos pechos
pletóricos de leche materna, se erguían tanto como su orgullo y la furia de sus
ojos se fijaba en la pared como dagas penetrantes. Si hubieses ingresado a la
habitación, habrías podido verla de pié, altanera, firme y aguerrida dispuesta
a masacrarte por defender a su hija. La soledad y la miseria que la acompañaban
desde pequeña como una madrastra, se habían transformado de pronto en aves
rapiñas que con sus grotescas garras le causaban tal dolor como si trataran de despedazar su alma, y eso se lo debía a
Natividad su pequeña, por vez primera la vergüenza le golpeaba el rostro
dejando huellas. Empero, la entereza de su ser, y ese orgullo herido que a
gritos desde lo más profundo le pedía la vendetta, era lo que la sostenía en
pié, y aún cuando las lágrimas brotaban incontroladamente y se deslizaban por
sus gruesas mejillas, tenía por fin un sentido para no dejarse humillar más y
luchar, luchar como una fiera, porque de eso sabía, vaya que sabía.
Recostó
a su nena en la cama arropándola con ternura, al tiempo que se secaba las
lágrimas con el dorso de su mano. Se sentó abatida en el borde de la noche, sus
hombros cedían ante la presión de ser madre a tan temprana edad. Entonces la
música estridente abandonó la habitación por la cortina de su evasiva mente,
que le recriminaba como mujer despechada su pasado. Los recuerdos de su niñez
aparecieron tras una danza de imágenes amargas y deslucidas que terminaron por remecerla
aún más, no pudiendo ya contener más el llanto que doblegó su hidalga figura,
terminando su cuerpo desfalleciente y herido refugiándose bajo las ropas, hasta
quedarse finalmente dormida.
Fue
en ese preciso instante, que un destello de luz, se aventuró por la ventana y
se posó en su regazo, iluminando su rostro y cabellera. Con la dulzura de una
mano protectora acarició sus cabellos, le maquilló su semblante de serenidad, y
pintó sus labios carnosos con un tono de paciencia. Luego como si fuera una
infanta la tomó de la mano para llevarla a correr por campos de trigales. Con sus
pies descalzos se internaba suavemente en el follaje y el vestido blanco que la
envolvía se abanicaba parsimoniosamente ante sus zancadas frescas y ligeras, reía
con la simpleza conque ríen los niños, la felicidad le brotaba con un dulce
aroma lozano. A la distancia una mujer bajo la sombra de un árbol le observaba,
como si le estuviera aguardando desde tiempo. Corrió pensando en el soñado reencuentro
con su madre, sus brazos abiertos parecían alas atrofiadas que le impedían
volar por ese inmenso cielo celeste, que asomaba tras los pastizales; más nada
impidió que siguiera sonriendo y gritando el nombre de su madre hasta llegar a
los brazos de la mujer, que la alzó por los cielos, encontrándose con esos
enormes ojos llorosos que la miraban con ternura y orgullo. Para sorpresa suya,
no era su mamá quien la sostenía, sino ella misma, más añosa quizás, la que terminó
por cobijarla en su pecho como añoraba lo hicieran de niña y fue tan inmensa la
plenitud que la embargó, que no necesito palabras para entender, que fuera
estaba el camino, y que más allá del horizonte, justamente en un campo de
trigales, a la sombra del árbol del tiempo, se encontraría para abrazarse
consigo misma, y llorar de felicidad por el reencuentro.
*******
Libertad
Antes de bajarme del bus, sentí que alguien me vigilaba a la
distancia. No quise volverme para no despertar sospecha. Me acerqué a una
tienda para otear a través de la vitrina y descubrí para mi sorpresa que era
una hermosa mujer, de esas que siempre sueñas encontrarte cuando aún eres
joven, no ahora a mis tardíos años. Se detuvo, me observó y entonces se acercó
a mi lado. Necesito hablar contigo ¿Podemos compartir un café? -dijo sin rodeo
alguno. Nos sentamos frente a frente y pude contemplar su hermosura, su pelo
trigueño, sus ojos pardos, su piel lechosa, y sus sensuales labios carnosos.
Estoy cansada que los hombres me miren como lo estás haciendo ahora - exclamó - en
tono de reproche, aunque más parecía que lo dijera para sí. Perdón tienes razón
- contesté avergonzado - es que tu belleza hechiza. Maldita belleza, estoy
harta de ella; por eso te he seguido, me pareces el hombre indicado – arguyó-
mientras buscaba algo en su bolso. ¿Indicado? pregunté asombrado. Si, tal como
escuchas, eres a mi juicio el indicado para que hagas por mi aquello que tanto
he venido planeando, pero que hasta ahora no me he atrevido llevar a cabo. A
éste lugar viene gente solitaria, como tú, como yo, que huyen de algo o
alguien, o quizás de todo, de la vida, del ajetreo de la ciudad, en busca de un
poco de paz, para intentar leer esa novela que dejaste a un lado hace meses, o
quizás para pasear con tu perro fiel en ésta época, para encontrarte contigo
mismo, como sea, yo deseo lo mismo, soy una mujer joven que ha vivido demasiado
rápido la vida y aunque no lo creas, los años me pesan. Que queda para para mí
- agregué sonriente. De eso se trata, a ti ya nadie te pedirá nada, ya lo
distes todo, aún sin darte cuenta, quizás dejaste que te exprimieran hasta los
pulmones. Yo no quiero eso, tengo todo lo que he deseado, pero me siento vacía,
a mis treinta y cinco años, me siento acabada y necesito encontrarme antes de
que sea demasiado tarde. Pero ¿cómo puedes hablar así? Eres una mujer hermosa,
puedes tener lo que quieras - agregué sin pensar demasiado en mis palabras (de
alguna manera, estaba contestando lo que cualquier imbécil, diría ante una
mujer bella y que precisamente no quería escuchar) ¡Para, para! me reclamó -no
quiero obtener las cosas sólo por ser bella, necesito que alguien me vea por lo
que pienso, siento, sueño, por eso estoy aquí.
Cuando tomé este bus, estaba totalmente decidida, lo vengo
planeando hace meses, en esas eternas noches en que mis amantes dormían, y
créeme que fueron muchas. He conseguido absolutamente todo por mi belleza, sin siquiera
esforzarme, desde pequeña antes que lograra desear algo, ya me lo estaban
prometiendo o regalando, me acostumbré tanto que así fuera que mis caprichos
cada día eran más antojadizos hasta que llegó un momento en que logré tomar
conciencia que ya nada me satisfacía. Hace años que debí tomar esta decisión,
pero terminaba postergándola para el año entrante, y el que viene, y hubiera
seguido así de no ser por lo que le sucedió a Margaret, mi mejor amiga, que casi
perdió la vida al volcar en su Mercedes convertible que su padre le regalara un
mes antes para su cumpleaños. El mejor vaticinio es quedar tetrapléjica, te
imaginas, solo tiene veintinueve años. A su edad, yo esquiaba en los Alpes
suizos y me creía dueña del mundo. Sonríe, me decía mi madre desde pequeña, a
los hombres les gustan las mujeres sonrientes, ella debió saberlo, se casó
cuatro veces después de mi padre. Fue quien me enseñó cómo manejar a los
hombres, sobre todo a los millonarios, son los más fáciles, son tan estúpidos,
tan superficiales, inseguros, débiles, por eso necesitan el poder que les da el
dinero. En la cama, son simples y siempre predecibles, hasta pareciera que los
tarados aprendieron las artes amatorias del mismo manual en sus elíticos colegios
ingleses.
La primera vez que entendí que iba por el camino equivocado, fue
con Ester mi nana, una mujer que recogí de la calle cuando era una adolescente.
Me esforcé en su educación, pero la muy idiota, sólo quería casarse, hasta que
se embarazó. Mi primera reacción fue echarla la maldije por todo lo que había
hecho por ella, sentí que todo fue en vano que no valoró nada ya que la muy
perra a la primera se encamó con su profesor de matemáticas, otro muerto de
hambre. El día que Ester, tuvo a su bebé, me encontraba de viaje en un crucero
por Grecia, y al volver, hallé una nota que decía que se iba. Por suerte, tuvo
complicaciones que la retuvieron en el hospital. Estaba furiosa, tenía que
decirle lo desagradecida que había sido en su cara, de mí no se
reía nadie. Pero al llegar frente a ella, me recibieron sus enormes ojos negros
y esa sonrisa plena que la distinguía. Apenas me vio extendió sus brazos con su
bebé, fue una niñita –dijo dichosa- le puse su nombre, en agradecimiento por
todo lo que ha hecho por mí - Se me doblaron los tacos, al tomar a la bebé en
mis brazos, la expresión del padre lo decía todo, esa mujer que yo
menospreciaba, me demostró que a pesar de su condición humilde, al contrario
mío, lo tenía todo, una criatura hermosa recién salida de su vientre, fuerte y
llena de energía, y un hombre que la amaba por sobre todas las cosas. Regresamos
a casa, hasta que la niña estuvo fuerte y alimentada como debía de ser. Para
entonces dejé de llevar hombres y me excusaba para llegar temprano para
ayudarle con la bebé, esa criatura se convirtió en todo para mí, hasta que una
tarde mientras la sostenía en brazos, lo entendí, estaba tratando
de arrebatarla a su madre. Les compré una casa, en las afueras de la
ciudad, donde viven felices y de vez en cuando voy a verles. Te preguntarás
porque te cuento todo esto, es porque
necesito desaparecer en vida ¿Cómo así? –pregunté- Mira soy una abogada
exitosa, y no podría precisar que mi prestigio se deba a mi inteligencia o tal
vez a la cantidad de jueces que conocen mis sábanas. Al principio creí que era
una forma de acortar camino, pero cada vez que deseaba detenerme, era como sí
de algún modo estuviera subiendo mi precio, entonces los hombres más ricos me
cortejaban, llegaban como clientes sin importarles mis honorarios, yo era el
trofeo, y me rifaban sin darme cuenta, pensando la muy imbécil que manejaba
la situación, cuando en el fondo sólo me convertí en un juguete caro que ellos querían
poseer como si fuera otro de sus antojos pueriles. Cenas en París, ópera en
Viena, paseos en góndola por Venecia, almuerzos en Mónaco, eran parte de mis
agitados días, mientras más gordo el pez, más excéntricos, joyas, yates,
viajes, cuentas, en fin, solo tenía que pedir y lo tenía. ¿Qué quieres de mí? dije
desorientado, no encontrando aún sentido a esta conversación. Quizás al
almuerzo, agregó (dando por sentado que almorzaríamos juntos) Antes de que
pagara el café, se estacionaba un automóvil de lujo con chofer, que me llevaría
a casa. Pasaré por ti a las 13:30 para que alcances a refrescarte - dijo - antes
que el vidrio polarizado escondiera su rostro.
Al abrir la puerta, sentí los ladridos de mi perro, y pensé en la
posibilidad que aquella mujer pudiera ser una preciosa bruja, dispuesta a
embrujarme con sus hechizos. Que tal patrón, me saludó Marta. Algo agotado por
el calor, me daré un baño. Ah, Marta no almorzaré aquí exclamé mientras subía
las escaleras. Le preparé el pollo al coñac como a Ud. le gusta -protestaba. Quizás
a la cena, sabes que no me lo perdería de ninguna manera. Desde la ventana de
mi habitación, pude contemplar un velero que a la distancia, parecía tener
problemas con el oleaje. Comenzaba a salir viento. Será mejor que considere
llevar un sweater –pensé- mientras buscaba la camisa a rayas que tanto me
gustaba. Me contemplé peinando mi escaso pelo, y sentía casi lástima por
mí, viéndome arreglarme con esmero sólo para resultar del agrado de
aquella extraña, casi me pareció una escena patética, pero lo olvidé al sentir
el auto.
Puntualmente llegó y nos alejamos por la costa en dirección
sudoeste. El sol relucía su mejor sonrisa, y algunas nubes se asomaban en el
horizonte, hará frío más tarde - estuvo bien traer el sweater – me dije al
tiempo que reparaba en mi estupenda compañera, que acaparó todas las miradas
apenas entramos en aquel restaurant, donde nos tenían reservada una mesa, con la
mejor vista al mar. ¿Qué se siente? - me preguntó con una sonrisa maliciosa.
Empiezo a disfrutarlo, sé que muchos estarán pensando que hace una mujer tan
bella en mi compañía, puesto que por dinero no podría ser, al menos, eso lo
sabrían los que me conocen, los otros sin duda creerán que soy un millonario,
de otro modo, imposible, en fin, que piensen lo que quieran, comienzo a
divertirme. Bien, entonces a disfrutarlo, levantó su agraciado brazo, y
prontamente se acercó el mozo a tomarnos el pedido. El pescado, y el vino
estuvieron espléndidos. Un pelícano se posó justo en la baranda del local,
convirtiendo aquel momento en una postal mágica. Quisiera tener treinta años
menos para disfrutar mejor este instante. Si los tuvieras, yo no estaría
sentada contigo, sonrió coquetamente. Sin duda – exclamé- algo abochornado,
recordándome de mi pasado. Es increíble las sorpresas que no da la vida, le
dije, mirándola a los ojos, ni en mis mejores tiempos, pensé en compartir la
mesa, con una bella mujer (aprecié la mueca de su rostro por mi comentario) y
agregué, ya sé que no quieres hablar de ello, pero trata de entenderme soy un hombre
que he logrado todo lo que tengo en base al esfuerzo, y pareciera que siempre
es el camino más difícil al éxito. Te entiendo, no te preocupes... Vas a
decirme ahora ¿De que se trata tu propuesta? Me quedó mirando, exclamó un no,
seco y rotundo ¿Cómo? ¿Entonces a que vinimos?... pues a disfrutar de un
almuerzo, hace tiempo que la compañía no era tan grata me dijo, y pareció
sincera. Quiero ir a caminar ¿Te animas? Pues claro que sí, ni te imaginas lo
que éste veterano, aún puede hacer, y procedí a quitarme los zapatos. Las nubes
habían viajado rápido y la tarde se vestía de gris, y el viento era
intenso. Me quité el sweater y lo coloqué sobre sus hombros, aceptándolo
de buena manera. Caminamos sin mojarnos los pies y supe más de su vida, me
habló de su padre, ese hombre que a pesar de haber pasado casi toda su
adolescencia ausente, admiraba por sus logros y siempre fue un referente a
quien con los años persiguió hasta que se cansó de luchar tras él, y fue
cuando definitivamente lo perdió pese a que aún vive. Mi madre, a pesar de ser
una mujer simple, ha estado más presente en mi vida, mientras me conversaba de sus
cosas… en ese momento de la conversación observé sus pantorrillas y lo delicado
y frágiles que se veían sus pies, tras un momento se lo comenté y me pareció
que se sonrojaba. Luego continuamos caminando, pero tras unos minutos decidimos
devolvernos a causa del viento, entonces me preguntó - te parecen muy pequeños
- quedándose mirando sus pies, sólo delicados contesté perdiendo mi mirada en
el horizonte donde los pelícanos planeaban de a tres. Son preciosos les dije
- señalándolos. Majestuosos, agregó - de pequeña me causaban miedos- mi
madre me asustaba diciéndome que si me portaba mal, vendrían a llevarme en su
gran bolsa, rió y su risa contagió la tarde. El sol comenzaba a descender y se
atisbaban los tonos rojizos y anaranjados entre las nubes grises. Será una de
esas postales de puesta de sol maravillosas, le dije, mientras le tomaba de la
mano, para que se encaminara al punto de partida. No tiene sentido -exclamé - ¿Qué
es lo que no tiene sentido? Todo, que estemos caminando a pies descalzos por la
playa como dos enamorados, siendo dos desconocidos... ¿y que importa? ¿a quien
le importa?.... lo realmente importante es que podamos disfrutarlo. Es que me
siento ridículo, caminando a tu lado, qué pensará la gente... ¡Al diablo lo que
piensa la gente! eres el primer desconocido que ha preferido caminar por la
playa, que invitarme a la cama, y no creas que los hombres de tu edad, no me lo
hayan propuesto. La miré desorientado, sin saber que decir. Pensé en sus
palabras, justo en el momento que me topé con las miradas lascivas de dos
veteranos que bebían en la terraza de uno de los restaurantes contiguos a la
playa. Me dejé caer en la arena, y exclamé, no me moveré
de aquí hasta me digas lo que tienes que decirme o pedirme. Ella se
detuvo, déjame disfrutar de este momento, me has hecho olvidarlo por un
instante y te lo agradezco, hasta he llegado a cuestionarlo, quizás me he precipitado.
Ven, volvamos al auto, hace frío y te vas a resfriar haciéndote el
galán conmigo, rió tomándome con ambas manos de mi antebrazo,
ayudándome a parar. Tomamos café en el asiento trasero del auto, y el
silencio llegó a sentarse a nuestro lado
abrazándonos de manera cómplice, no sé cuánto tiempo pasó cuando me
estaba despidiendo sin saber todavía que era lo que quería pedirme.
Marta me recibió con cara de reproche por la hora, y cené con ella
en el comedor, algo más por compromiso que disfrutando del plato que ella
guisaba con tanto gusto.
Al amanecer, bajé a la playa tratando de encontrarla. Me sentía
ridículo, volví a almorzar el resto de pollo que había quedado y me tendí a
dormir la siesta. El horizonte me pareció cada vez más triste y la soledad de
mi existencia, parecía una mano helada que me acariciaba la espalda. Al
anochecer la luna inspiró al poeta que llevaba adentro y me sentí nostálgico...
¿Qué hacía un hombre viejo pensando en una bella mujer joven? Me pregunté una y
otra vez, pero no encontré respuesta. Me asomé a la ventana, sentía que el
viento traía su risa como pequeñas avecillas. Miré hacia la playa y entonces la
divisé. Bajé sin darme cuenta las escalas, y corrí a su encuentro. Estaba
corriendo mar adentro desnuda con una botella de cerveza izada en su mano
derecha, me devolvía a la casa, en busca de una toalla y me interné en la
orilla de la playa instándola a salir. Me hizo caso y la envolví en la toalla,
sin apenas mirar su desnudez. Me hablaba cosas incoherentes, la llevé hasta el
living, le preparé café y no descansé hasta que se durmió en el sofá.
Marta la encontró en la mañana, y se asomó a mi
habitación, haciéndomelo saber con tono maternal. Tomamos desayuno en
la terraza, vestida con una polera y unos pantalones míos que le volaban y
que debió amarrarse pues mi cinturón no le quedaba. No quiso que llamáramos
para que le trajeran ropa (mientras la suya se secaba) y se comió como una
colegiala hambrienta lo que preparó Marta al almuerzo. Se quedó dormida en el
sillón. Desde mi posición, no podía dejar de contemplar su belleza, aún sin ni
una gota de maquillaje, y toda despeinada, se veía hermosa. En hubiese llegado
años atrás, quizás hubiese querido que fuésemos amantes. Que compleja y extraña
me suena esta palabra, tanto en su contexto, cómo en mi vida, nunca fui de
aquellos hombres que jugara a tener una aventura, no pasaba por mi mente la
posibilidad, y es casi estúpido que ahora lo esté pensando, sentado en mi viejo
sofá, tan vetusto como yo. La mente a veces nos juega pasadas, pareciera cómo
de algún modo, gustara de hacernos sentir gansos y torpes para recordarnos lo
frágil que somos. Lo cierto, es que no puedo dejar de contemplarla, más ahora
que a mis años, pareciera que la soledad me golpeara, hiriéndome sin sentido,
de algún modo me arrepiento no haber tenido una compañera. Hasta creo sentir
celos de los hombres que la han tenido, que locura… saldré a caminar con Black,
mi perro fiel. No puedo entender porque razón esta mujer, acapara mi atención
de una forma casi endemoniada, pareciera que cada vez me hago más dependiente
de su presencia; si Caroll mi secretaria me escuchara diría que estoy sufriendo
demencia senil; sobretodo porque ella pensaba que era homosexual, puesto que
nunca me conoció mujer alguna. Mi idea de perder la libertad me mantuvo alejado
de toda relación formal, y las pasajeras me terminaron cansando y deprimiendo
hasta mis años actuales. Por eso no puedo entender que ella me trastorne, me
saque de mi constante melancolía, la que solía tomarme de la mano en mis
caminatas por la playa, o abrazarme por las noches, justo antes de entrar en
sueño.
La brisa marina me besa las mejillas como una adolescente
traviesa, la neblina se asoma en el horizonte como una intrusa que sabe no es
bien recibida; un hombre recoge latas de cervezas (tiradas seguramente por
adolescente) últimamente éste lugar está siendo visitado por jóvenes que desean
contaminarlo con bebidas alcohólicas y música estridente. El almacén de doña
Paula ha estado cerrado estos últimos días, ojalá que no sea porque falleció,
la mayoría de los que quedamos superamos los setenta años y se está
convirtiendo en el lugar donde vienen a morir los elefantes. Black se ha
detenido en el jardín de Florencia, no sé porque ese perro se siente tan atraído
por su pasto, pues siempre que salimos levanta su pata para orinar; quizás es
para molestar a su gata, esa cosa peluda que anda por nuestros tejados. Mi
rodilla izquierda se está quejando, creo que más tarde lloverá. Quisiera a
veces convertirme en pájaro para tener esa libertad de volar. Aún las pequeñas
y alegres golondrinas que se me cruzan me inspiran esas ganas de sentirme
tremendamente libre, cómo siempre soñé. Libertad, libertad, libertad, que
hermosa palabra, que sensación más plena, que lejos están aquellos días en que
recorría estas mismas calles con mi padre y me aconsejaba “hijo las muchachas
ya no son cómo antes, y si no te encuentras una mujer como tu madre, prométeme
que no te casarás, no pierdas la libertad, disfruta ser libre, viaja, recorre
el mundo y luego cuando tus huesos estén cansados ven a dormir a éste sitio, te
parecerá el paraíso”. Me parece que ha pasado una eternidad desde entonces, de
algún modo le veo a la distancia con su figura encorvada y su bastón,
contemplándome, y satisfecho por haber seguido al pie de la letra sus consejos.
Donde se habrá metido ese perro, de seguro está haciendo sus necesidades en
algún jardín, tendré problemas con los vecinos. En fin, es hora de volver.
Marta con un gesto ridículo de su cara, me señala la frazada tirada
sobre el sofá. Había partido. Cené a la luz de las velas, me sentía nostálgico
y la vejez me dolía cada vez más. En mi habitación, encontré una nota que decía
<Gracias, por dejarme ser yo,
volveré>.
La noche es el tormento de los viejos, eterna y el desvelo parece
deleitarse junto a su cómplice el silencio, que se adueñan de nuestras
vulnerables mentes y nos atrapan con sus garras llevándonos por caminos
tortuosos, donde nos abandonan a la deriva, a sabiendas de nuestros miedos. Esta
será una de esas noches pienso, al tiempo que apago la lámpara tratando de
convencerme en que lograré dormir.
No sé cuántas horas han pasado, creo sentir risas en el piso de
abajo, debe ser mi delirio. Aun así, es mejor que baje. Antes de llegar al
living, veo que el ventanal se encuentra abierto, la risa proviene de fuera. Me
asomo curioso y no hay nadie, la risa se aleja, apenas me llega su sonido,
Black ladra inquieto, me acompaña a mi lado. Me dirijo a la playa, está cálida
la noche, apenas corre brisa, en la lejanía la luna baña el mar con sus
lágrimas de plata, el mar está agitado, sigo el sonido la risa, entonces entre
las aguas la encuentro desnuda, sin más, me despojo de mis ropas y me voy tras
ella, sonríe al verme y se arroja a mis brazos, nos besamos, caemos, el mar nos
envuelve, siento que la amo, que la he amado siempre, sus manos se aferran a mi
cuerpo, la dicha me envuelve como las olas del mar que nos arrastran, una gran
boca oscura de agua nos traga en la inmensidad de la noche, nuestros cuerpos se
separan, y floto en las aguas, sintiéndome libre, libre, libre, como nunca
imaginé.
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