Libertad




Antes de bajarme del bus, sentí que alguien me vigilaba a la distancia. No quise volverme para no despertar sospecha. Me acerqué a una tienda para otear a través de la vitrina y descubrí para mi sorpresa que era una hermosa mujer, de esas que siempre sueñas encontrarte cuando aún eres joven, no ahora a mis tardíos años. Se detuvo, me observó y entonces se acercó a mi lado. Necesito hablar contigo ¿Podemos compartir un café? -dijo sin rodeo alguno. Nos sentamos frente a frente y pude contemplar su hermosura, su pelo trigueño, sus ojos pardos, su piel lechosa, y sus sensuales labios carnosos. Estoy cansada que los hombres me miren como lo estás haciendo ahora - exclamó - en tono de reproche, aunque más parecía que lo dijera para sí. Perdón tienes razón - contesté avergonzado - es que tu belleza hechiza. Maldita belleza, estoy harta de ella; por eso te he seguido, me pareces el hombre indicado – arguyó- mientras buscaba algo en su bolso. ¿Indicado? pregunté asombrado. Si, tal como escuchas, eres a mi juicio el indicado para que hagas por mi aquello que tanto he venido planeando, pero que hasta ahora no me he atrevido llevar a cabo. A éste lugar viene gente solitaria, como tú, como yo, que huyen de algo o alguien, o quizás de todo, de la vida, del ajetreo de la ciudad, en busca de un poco de paz, para intentar leer esa novela que dejaste a un lado hace meses, o quizás para pasear con tu perro fiel en ésta época, para encontrarte contigo mismo, como sea, yo deseo lo mismo, soy una mujer joven que ha vivido demasiado rápido la vida y aunque no lo creas, los años me pesan. Que queda para para mí - agregué sonriente. De eso se trata, a ti ya nadie te pedirá nada, ya lo distes todo, aún sin darte cuenta, quizás dejaste que te exprimieran hasta los pulmones. Yo no quiero eso, tengo todo lo que he deseado, pero me siento vacía, a mis treinta y cinco años, me siento acabada y necesito encontrarme antes de que sea demasiado tarde. Pero ¿cómo puedes hablar así? Eres una mujer hermosa, puedes tener lo que quieras - agregué sin pensar demasiado en mis palabras (de alguna manera, estaba contestando lo que cualquier imbécil, diría ante una mujer bella y que precisamente no quería escuchar) ¡Para, para! me reclamó  -no quiero obtener las cosas sólo por ser bella, necesito que alguien me vea por lo que pienso, siento, sueño, por eso estoy aquí.

Cuando tomé este bus, estaba totalmente decidida, lo vengo planeando hace meses, en esas eternas noches en que mis amantes dormían, y créeme que fueron muchas. He conseguido absolutamente todo por mi belleza, sin siquiera esforzarme, desde pequeña antes que lograra desear algo, ya me lo estaban prometiendo o regalando, me acostumbré tanto que así fuera que mis caprichos cada día eran más antojadizos hasta que llegó un momento en que logré tomar conciencia que ya nada me satisfacía. Hace años que debí tomar esta decisión, pero terminaba postergándola para el año entrante, y el que viene, y hubiera seguido así de no ser por lo que le sucedió a Margaret, mi mejor amiga, que casi perdió la vida al volcar en su Mercedes convertible que su padre le regalara un mes antes para su cumpleaños. El mejor vaticinio es quedar tetrapléjica, te imaginas, solo tiene veintinueve años. A su edad, yo esquiaba en los Alpes suizos y me creía dueña del mundo. Sonríe, me decía mi madre desde pequeña, a los hombres les gustan las mujeres sonrientes, ella debió saberlo, se casó cuatro veces después de mi padre. Fue quien me enseñó cómo manejar a los hombres, sobre todo a los millonarios, son los más fáciles, son tan estúpidos, tan superficiales, inseguros, débiles, por eso necesitan el poder que les da el dinero. En la cama, son simples y siempre predecibles, hasta pareciera que los tarados aprendieron las artes amatorias del mismo manual en sus elíticos colegios ingleses.

La primera vez que entendí que iba por el camino equivocado, fue con Ester mi nana, una mujer que recogí de la calle cuando era una adolescente. Me esforcé en su educación, pero la muy idiota, sólo quería casarse, hasta que se embarazó. Mi primera reacción fue echarla la maldije por todo lo que había hecho por ella, sentí que todo fue en vano que no valoró nada ya que la muy perra a la primera se encamó con su profesor de matemáticas, otro muerto de hambre. El día que Ester, tuvo a su bebé, me encontraba de viaje en un crucero por Grecia, y al volver, hallé una nota que decía que se iba. Por suerte, tuvo complicaciones que la retuvieron en el hospital. Estaba furiosa, tenía que decirle lo desagradecida que había sido en su cara, de mí no se reía nadie. Pero al llegar frente a ella, me recibieron sus enormes ojos negros y esa sonrisa plena que la distinguía. Apenas me vio extendió sus brazos con su bebé, fue una niñita –dijo dichosa- le puse su nombre, en agradecimiento por todo lo que ha hecho por mí - Se me doblaron los tacos, al tomar a la bebé en mis brazos, la expresión del padre lo decía todo, esa mujer que yo menospreciaba, me demostró que a pesar de su condición humilde, al contrario mío, lo tenía todo, una criatura hermosa recién salida de su vientre, fuerte y llena de energía, y un hombre que la amaba por sobre todas las cosas. Regresamos a casa, hasta que la niña estuvo fuerte y alimentada como debía de ser. Para entonces dejé de llevar hombres y me excusaba para llegar temprano para ayudarle con la bebé, esa criatura se convirtió en todo para mí, hasta que una tarde mientras la sostenía en brazos, lo entendí, estaba tratando de arrebatarla a su madre. Les compré una casa, en las afueras de la ciudad, donde viven felices y de vez en cuando voy a verles. Te preguntarás porque te cuento todo esto,  es porque necesito desaparecer en vida ¿Cómo así? –pregunté- Mira soy una abogada exitosa, y no podría precisar que mi prestigio se deba a mi inteligencia o tal vez a la cantidad de jueces que conocen mis sábanas. Al principio creí que era una forma de acortar camino, pero cada vez que deseaba detenerme, era como sí de algún modo estuviera subiendo mi precio, entonces los hombres más ricos me cortejaban, llegaban como clientes sin importarles mis honorarios, yo era el trofeo, y me rifaban sin darme   cuenta, pensando la muy imbécil que manejaba la situación, cuando en el fondo sólo me convertí en un juguete caro que ellos querían poseer como si fuera otro de sus antojos pueriles. Cenas en París, ópera en Viena, paseos en góndola por Venecia, almuerzos en Mónaco, eran parte de mis agitados días, mientras más gordo el pez, más excéntricos, joyas, yates, viajes, cuentas, en fin, solo tenía que pedir y lo tenía. ¿Qué quieres de mí? dije desorientado, no encontrando aún sentido a esta conversación. Quizás al almuerzo, agregó (dando por sentado que almorzaríamos juntos) Antes de que pagara el café, se estacionaba un automóvil de lujo con chofer, que me llevaría a casa. Pasaré por ti a las 13:30 para que alcances a refrescarte - dijo - antes que el vidrio polarizado escondiera su rostro.

Al abrir la puerta, sentí los ladridos de mi perro, y pensé en la posibilidad que aquella mujer pudiera ser una preciosa bruja, dispuesta a embrujarme con sus hechizos. Que tal patrón, me saludó Marta. Algo agotado por el calor, me daré un baño. Ah, Marta no almorzaré aquí exclamé mientras subía las escaleras. Le preparé el pollo al coñac como a Ud. le gusta -protestaba. Quizás a la cena, sabes que no me lo perdería de ninguna manera. Desde la ventana de mi habitación, pude contemplar un velero que a la distancia, parecía tener problemas con el oleaje. Comenzaba a salir viento. Será mejor que considere llevar un sweater –pensé- mientras buscaba la camisa a rayas que tanto me gustaba. Me contemplé peinando mi escaso pelo, y sentía casi lástima por mí, viéndome arreglarme con esmero sólo para resultar del agrado de aquella extraña, casi me pareció una escena patética, pero lo olvidé al sentir el auto.

Puntualmente llegó y nos alejamos por la costa en dirección sudoeste. El sol relucía su mejor sonrisa, y algunas nubes se asomaban en el horizonte, hará frío más tarde - estuvo bien traer el sweater – me dije al tiempo que reparaba en mi estupenda compañera, que acaparó todas las miradas apenas entramos en aquel restaurant, donde nos tenían reservada una mesa, con la mejor vista al mar. ¿Qué se siente? - me preguntó con una sonrisa maliciosa. Empiezo a disfrutarlo, sé que muchos estarán pensando que hace una mujer tan bella en mi compañía, puesto que por dinero no podría ser, al menos, eso lo sabrían los que me conocen, los otros sin duda creerán que soy un millonario, de otro modo, imposible, en fin, que piensen lo que quieran, comienzo a divertirme. Bien, entonces a disfrutarlo, levantó su agraciado brazo, y prontamente se acercó el mozo a tomarnos el pedido. El pescado, y el vino estuvieron espléndidos. Un pelícano se posó justo en la baranda del local, convirtiendo aquel momento en una postal mágica. Quisiera tener treinta años menos para disfrutar mejor este instante. Si los tuvieras, yo no estaría sentada contigo, sonrió coquetamente. Sin duda – exclamé- algo abochornado, recordándome de mi pasado. Es increíble las sorpresas que no da la vida, le dije, mirándola a los ojos, ni en mis mejores tiempos, pensé en compartir la mesa, con una bella mujer (aprecié la mueca de su rostro por mi comentario) y agregué, ya sé que no quieres hablar de ello, pero trata de entenderme soy un hombre que he logrado todo lo que tengo en base al esfuerzo, y pareciera que siempre es el camino más difícil al éxito. Te entiendo, no te preocupes... Vas a decirme ahora ¿De que se trata tu propuesta? Me quedó mirando, exclamó un no, seco y rotundo ¿Cómo? ¿Entonces a que vinimos?... pues a disfrutar de un almuerzo, hace tiempo que la compañía no era tan grata me dijo, y pareció sincera. Quiero ir a caminar ¿Te animas? Pues claro que sí, ni te imaginas lo que éste veterano, aún puede hacer, y procedí a quitarme los zapatos. Las nubes habían viajado rápido y la tarde se vestía de gris, y el viento era intenso.  Me quité el sweater y lo coloqué sobre sus hombros, aceptándolo de buena manera. Caminamos sin mojarnos los pies y supe más de su vida, me habló de su padre, ese hombre que a pesar de haber pasado casi toda su adolescencia ausente, admiraba por sus logros y siempre fue un referente a quien con los años persiguió hasta que se cansó de luchar tras  él, y fue cuando definitivamente lo perdió pese a que aún vive. Mi madre, a pesar de ser una mujer simple, ha estado más presente en mi vida, mientras me conversaba de sus cosas… en ese momento de la conversación observé sus pantorrillas y lo delicado y frágiles que se veían sus pies, tras un momento se lo comenté y me pareció que se sonrojaba. Luego continuamos caminando, pero tras unos minutos decidimos devolvernos a causa del viento, entonces me preguntó - te parecen muy pequeños - quedándose mirando sus pies, sólo delicados contesté perdiendo mi mirada en el horizonte donde los pelícanos planeaban de a tres. Son preciosos les dije - señalándolos. Majestuosos, agregó - de pequeña me causaban miedos- mi madre me asustaba diciéndome que si me portaba mal, vendrían a llevarme en su gran bolsa, rió y su risa contagió la tarde. El sol comenzaba a descender y se atisbaban los tonos rojizos y anaranjados entre las nubes grises. Será una de esas postales de puesta de sol maravillosas, le dije, mientras le tomaba de la mano, para que se encaminara al punto de partida. No tiene sentido -exclamé - ¿Qué es lo que no tiene sentido? Todo, que estemos caminando a pies descalzos por la playa como dos enamorados, siendo dos desconocidos... ¿y que importa? ¿a quien le importa?.... lo realmente importante es que podamos disfrutarlo. Es que me siento ridículo, caminando a tu lado, qué pensará la gente... ¡Al diablo lo que piensa la gente! eres el primer desconocido que ha preferido caminar por la playa, que invitarme a la cama, y no creas que los hombres de tu edad, no me lo hayan propuesto. La miré desorientado, sin saber que decir. Pensé en sus palabras, justo en el momento que me topé con las miradas lascivas de dos veteranos que bebían en la terraza de uno de los restaurantes contiguos a la playa. Me dejé caer en la arena, y exclamé, no me moveré de aquí hasta me digas lo que tienes que decirme o pedirme. Ella se detuvo, déjame disfrutar de este momento, me has hecho olvidarlo por un instante y te lo agradezco, hasta he llegado a cuestionarlo, quizás me he precipitado.  Ven, volvamos al auto, hace frío y te vas a resfriar haciéndote el galán conmigo, rió tomándome con ambas manos de mi antebrazo, ayudándome a parar. Tomamos café en el asiento trasero del auto, y el silencio llegó a sentarse a nuestro lado  abrazándonos de manera cómplice, no sé cuánto tiempo pasó cuando me estaba despidiendo sin saber todavía que era lo que quería pedirme. 

Marta me recibió con cara de reproche por la hora, y cené con ella en el comedor, algo más por compromiso que disfrutando del plato que ella guisaba con tanto gusto.

Al amanecer, bajé a la playa tratando de encontrarla. Me sentía ridículo, volví a almorzar el resto de pollo que había quedado y me tendí a dormir la siesta. El horizonte me pareció cada vez más triste y la soledad de mi existencia, parecía una mano helada que me acariciaba la espalda. Al anochecer la luna inspiró al poeta que llevaba adentro y me sentí nostálgico... ¿Qué hacía un hombre viejo pensando en una bella mujer joven? Me pregunté una y otra vez, pero no encontré respuesta. Me asomé a la ventana, sentía que el viento traía su risa como pequeñas avecillas. Miré hacia la playa y entonces la divisé. Bajé sin darme cuenta las escalas, y corrí a su encuentro. Estaba corriendo mar adentro desnuda con una botella de cerveza izada en su mano derecha, me devolvía a la casa, en busca de una toalla y me interné en la orilla de la playa instándola a salir. Me hizo caso y la envolví en la toalla, sin apenas mirar su desnudez. Me hablaba cosas incoherentes, la llevé hasta el living, le preparé café y no descansé hasta que se durmió en el sofá.

Marta la encontró en  la mañana, y se asomó a mi habitación, haciéndomelo saber con tono maternal. Tomamos desayuno en la terraza, vestida con una polera y unos pantalones míos que le volaban y que debió amarrarse pues mi cinturón no le quedaba. No quiso que llamáramos para que le trajeran ropa (mientras la suya se secaba) y se comió como una colegiala hambrienta lo que preparó Marta al almuerzo. Se quedó dormida en el sillón. Desde mi posición, no podía dejar de contemplar su belleza, aún sin ni una gota de maquillaje, y toda despeinada, se veía hermosa. En hubiese llegado años atrás, quizás hubiese querido que fuésemos amantes. Que compleja y extraña me suena esta palabra, tanto en su contexto, cómo en mi vida, nunca fui de aquellos hombres que jugara a tener una aventura, no pasaba por mi mente la posibilidad, y es casi estúpido que ahora lo esté pensando, sentado en mi viejo sofá, tan vetusto como yo. La mente a veces nos juega pasadas, pareciera cómo de algún modo, gustara de hacernos sentir gansos y torpes para recordarnos lo frágil que somos. Lo cierto, es que no puedo dejar de contemplarla, más ahora que a mis años, pareciera que la soledad me golpeara, hiriéndome sin sentido, de algún modo me arrepiento no haber tenido una compañera. Hasta creo sentir celos de los hombres que la han tenido, que locura… saldré a caminar con Black, mi perro fiel. No puedo entender porque razón esta mujer, acapara mi atención de una forma casi endemoniada, pareciera que cada vez me hago más dependiente de su presencia; si Caroll mi secretaria me escuchara diría que estoy sufriendo demencia senil; sobretodo porque ella pensaba que era homosexual, puesto que nunca me conoció mujer alguna. Mi idea de perder la libertad me mantuvo alejado de toda relación formal, y las pasajeras me terminaron cansando y deprimiendo hasta mis años actuales. Por eso no puedo entender que ella me trastorne, me saque de mi constante melancolía, la que solía tomarme de la mano en mis caminatas por la playa, o abrazarme por las noches, justo antes de entrar en sueño.

La brisa marina me besa las mejillas como una adolescente traviesa, la neblina se asoma en el horizonte como una intrusa que sabe no es bien recibida; un hombre recoge latas de cervezas (tiradas seguramente por adolescente) últimamente éste lugar está siendo visitado por jóvenes que desean contaminarlo con bebidas alcohólicas y música estridente. El almacén de doña Paula ha estado cerrado estos últimos días, ojalá que no sea porque falleció, la mayoría de los que quedamos superamos los setenta años y se está convirtiendo en el lugar donde vienen a morir los elefantes. Black se ha detenido en el jardín de Florencia, no sé porque ese perro se siente tan atraído por su pasto, pues siempre que salimos levanta su pata para orinar; quizás es para molestar a su gata, esa cosa peluda que anda por nuestros tejados. Mi rodilla izquierda se está quejando, creo que más tarde lloverá. Quisiera a veces convertirme en pájaro para tener esa libertad de volar. Aún las pequeñas y alegres golondrinas que se me cruzan me inspiran esas ganas de sentirme tremendamente libre, cómo siempre soñé. Libertad, libertad, libertad, que hermosa palabra, que sensación más plena, que lejos están aquellos días en que recorría estas mismas calles con mi padre y me aconsejaba “hijo las muchachas ya no son cómo antes, y si no te encuentras una mujer como tu madre, prométeme que no te casarás, no pierdas la libertad, disfruta ser libre, viaja, recorre el mundo y luego cuando tus huesos estén cansados ven a dormir a éste sitio, te parecerá el paraíso”. Me parece que ha pasado una eternidad desde entonces, de algún modo le veo a la distancia con su figura encorvada y su bastón, contemplándome, y satisfecho por haber seguido al pie de la letra sus consejos. Donde se habrá metido ese perro, de seguro está haciendo sus necesidades en algún jardín, tendré problemas con los vecinos. En fin, es hora de volver.    
Marta con un gesto ridículo de su cara, me señala la frazada tirada sobre el sofá. Había partido. Cené a la luz de las velas, me sentía nostálgico y la vejez me dolía cada vez más. En mi habitación, encontré una nota que decía <Gracias, por dejarme ser yo, volveré>.

La noche es el tormento de los viejos, eterna y el desvelo parece deleitarse junto a su cómplice el  silencio, que se adueñan de nuestras vulnerables mentes y nos atrapan con sus garras llevándonos por caminos tortuosos, donde nos abandonan a la deriva, a sabiendas de nuestros miedos. Esta será una de esas noches pienso, al tiempo que apago la lámpara tratando de convencerme en que lograré dormir.

No sé cuántas horas han pasado, creo sentir risas en el piso de abajo, debe ser mi delirio. Aun así, es mejor que baje. Antes de llegar al living, veo que el ventanal se encuentra abierto, la risa proviene de fuera. Me asomo curioso y no hay nadie, la risa se aleja, apenas me llega su sonido, Black ladra inquieto, me acompaña a mi lado. Me dirijo a la playa, está cálida la noche, apenas corre brisa, en la lejanía la luna baña el mar con sus lágrimas de plata, el mar está agitado, sigo el sonido la risa, entonces entre las aguas la encuentro desnuda, sin más, me despojo de mis ropas y me voy tras ella, sonríe al verme y se arroja a mis brazos, nos besamos, caemos, el mar nos envuelve, siento que la amo, que la he amado siempre, sus manos se aferran a mi cuerpo, la dicha me envuelve como las olas del mar que nos arrastran, una gran boca oscura de agua nos traga en la inmensidad de la noche, nuestros cuerpos se separan, y floto en las aguas, sintiéndome libre, libre, libre, como nunca imaginé.


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