La mentira de Ramiro


Amigo lector ¿Crees que exista la buena o la mala suerte? Al respecto tengo mi propia teoría, pero no viene al caso hablar de ello ahora, te pasaré a contar lo que le ocurrió a Ramiro, sin antes decirte que ocurrieron una suerte de eventos que desencadenaron en lo que finalmente te contaré. Por ahora te diré que Ramiro es un indigente. Vivió en situación de calle a partir de los doce años, tras fallecer sus padres en un incendio. Su modesta casa de material ligero fue arrasada junta a muchas otras, en una de las tantas tomas del puerto de Valparaíso. Desde entonces la calle fue su refugio, a pesar de todos los peligros que trae el vivir en situación de calle, afortunadamente nunca cayó en la droga o en el alcohol. Sin duda, por ello se ganó el cariño y respeto de los porteños. El barrio Uruguay era su prácticamente toda su vida, temprano en la mañana se le veía deambular buscando algo que pudiera vender en los contenedores de basura, luego se iba a la feria donde siempre le salía un pololito. No había rincón del corazón porteño que no conociera a Ramiro, Ramirito por esos años, luego Ramiro y ahora a sus cerca de setenta años, el viejo Ramiro, siempre con el cariño y respeto de la gente. Nunca se casó, decía que las mujeres eran una perdición, aunque se le conocía más de un amorío (con mujeres de la vida nocturna) Solía dormir en los jardines de la avenida Brasil, las veces que no se quedaba en algún burdel del barrio con una de sus compañeras nocturnas. A veces cuando el frío porteño, le invitaban a pasar la noche a fin de capear el frío, que te vas a ir a tu carpa viejo, ya no estás para esos trotes, ven la cama es ancha, claro que sólo a dormir, le decían y soltaban unas risotadas. Todo aquel que lo conocía, iba a dejarle alimento, ropa y otros enseres, en la carpa desteñida que lo protegía. Se dice que, en más de una oportunidad, lo trataron de sacar de ese mundo, no faltó quien lo hospedó por unos días, se preocupara de que anduviera limpio y aseado, pero al cabo de unos días, volvía a su carpa, por sus cosas “me las pueden robar” -decía, aunque las pertenencias de Ramiro nadie las tocaba. Sus compañeros de calle, se las cuidaban cuando no estaba. Es que no había mejor chato que Ramiro, siempre sonriente, dispuesto a ayudar a cualquiera que lo necesitara. Los caseros del Almendral, siempre le buscaban para que les ayudara con los bolsos, porque sabían que no tenía la costumbre de quedarse con lo ajeno. Los feriantes le convidaban desayunos o almuerzos, once o cenas, el tema que a Ramiro nunca le faltaba.

Ahora que ya saben un poco de Ramiro, les contaré lo que sucedió o estaba por suceder que afectaría su vida de la noche a la mañana.

Esa noche de septiembre, la doctora Cancino, no quería irse a casa, a pesar de que su turno había terminado un par de horas antes, el llanto del alma, le apretaba el pecho hasta casi asfixiarla. En sus manos temblorosas sostenía el diagnóstico terminal de su padre, el documento bastante ajeado a esas alturas, luego de tantas veces haberlo mostrado a sus colegas y especialistas, con la esperanza de que alguien le dijera algo distinto, pero no fue así. A su padre le quedaban sólo un par de meses más. No lograba encontrar consuelo, su viejo, hombre de esfuerzo que lo había dado todo para que ella pudiera recibirse de medicina, ahora se debatía entre la vida y la muerte y el no poder hacer nada le martirizaba de sobremanera. No era justa la vida, cuando pensaba que había llegado el momento de devolver la mano a sus padres, el destino le arrebataba a su querido viejo, aquel que siempre se postergó por ella y sus tres hermanos. Sacó una copia del diagnostico y el papel arrugado lo tiró al papelero. Apagó el computador y aún con los ojos llorosos decidió irse a casa, donde vivían sus padres.

A esa misma hora, doña Gloria y don Pedro, celebraban el sueño de sus vidas. Después de más de treinta y cinco años de trabajo en la verdulería que tenían, les permitía realizar el viaje anhelado por años. A menos de un mes tomarían el crucero de la “Laguna San Rafael”, algo que habían planeado siendo jóvenes, cuando aún no llegaban los hijos. Lo merecemos mi amor – decía- don Pedro levantando la copa de espumante para la ocasión, mientras abrazaba a su compañera y le besaba en la frente, apegada a su regazo -le respondía- por fin viejo cumpliremos nuestro sueño, después podremos morirnos en paz… Nooo, nos va a quedar aún, las Torres del Paine, ya verás -exclamó- con tono complaciente (aunque en el fondo sabía que no ocurriría) Bailaban abrazados al son de un bolero, la luna porteña, les guiñaba un ojo y les mandaba un beso de luz que se posaba en la ventana del living, al tiempo que su noble pastor alemán, les observaba y movía la cola, alrededor suyo, como intentando bailar con ellos.

Ese mismo día, en horas de la mañana (para que vean como hechos aislados pueden al final del día pueden relacionarse) don Camilo, el estafeta de una compañía naviera, realizaba sus trámites acostumbrados, con el detalle del retiro de un talonario de cheques de la empresa, como muchas otras veces aconteciera. A sus cincuenta y dos años, se sentía contento de mantenerse vigente y más por el aguinaldo de fiestas patrias que le llegaría. Harían el asadito familiar de costumbre, y este año, podrían tirar toda la carne a la parrilla, como se dice. Iba tan contento que no se percató del par de motorista que, de un empujón, le arrebataron la mochila y le botaron en plena calle Esmeralda. Los antisociales se dieron a la fuga rápidamente. La Naviera quedaba a par de calles, por lo que, sin importarle el dolor de su rodilla, casi corriendo llegó a dar cuenta de lo sucedido. De inmediato se avisó al banco, y el talonario quedó bloqueado. En la empresa, le dieron el día libre y lo enviaron a la casa, que se quedara tranquilo, que estas cosas pasan, no era su culpa. Preocupado porque no lo fueran a despedir, se retiró a su domicilio. Se fue todo el camino intranquilo, mirando a todos lados. Lo recibió su mujer, le preparó un caldito reponedor y lo mandó a acostarse. Esa noche le costó conciliar el sueño.

Ustedes me dirán que tienen que ver estos sucesos que les he contado. Paciencia, paciencia. Sigamos.

Por esas casualidades los antisociales (al darse cuenta de que los cheques estaban bloqueados) tiraron el talonario cerca de la carpa de Ramiro, quien la encontró muy temprano a la mañana siguiente. A eso del mediodía, rastrojeando en un contenedor de basura a las afueras del Hospital Fricke, Ramiro halló el diagnóstico del padre de la doctora Cancino. Se quedó algo consternado porque el paciente tenía su misma edad. Una y otra vez miraba el documento, sin darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Fue doña Gloria que se percató de su estado absorto, preocupa se acercó a preguntarle si estaba bien. Ramiro no contestó y le extendió su mano para mostrar el documento, consternada sólo atinó a decir, luego de llevar su mano a la boca, no puede ser, es definitivo, él asintió con la cabeza (simulando ser el afectado) quería jugarle una broma. Las cosas se salieron de control, cuando doña Gloria corrió a la verdulería, al rato apareció junto con don Pedro. Ramiro, quiere decir que ¿te quedan sólo dos meses de vida? él hizo el amago de contestar, pero don Pedro no lo dejó, dinos hombre cual sería tu sueño no cumplido. No lo sé señor…las palabras no le salían (entre la vergüenza y no atreverse a decir la verdad, por la broma jugada) nunca pensó que tomaría esos ribetes. Lo abrazaron con tanto cariño, que no se atrevió a confesar en ese instante. En los próximos días, la noticia corrió como espuma, y todos no hacían más que hablar de la enfermedad terminal de Ramiro.

Una de esas noches, doña Gloria conversando con su marido, le comentó. Sabes amor, no he podido dejar de pensar en Ramiro, nosotros estamos a punto de partir a nuestro crucero y a él, le queda menos de un mes de vida. Se me ocurrió que podría ir con nosotros, pero vieja, tú sabes que apenas nos alcanza para nosotros, no tenemos cómo costear su viaje, sí lo sé, por eso he estado hablando con otros locatarios y están dispuestos a colaborar para que Ramiro pueda viajar también ¿En serio vieja? Si, no te quise decir antes, para no preocuparte, mañana haré la colecta, así podremos darle la sorpresa para que viajemos los tres este fin de semana. ¡Qué buena noticia, viejita! la besó, y se desearon buenas noches.

Al día siguiente, todos en el barrio felicitaban a Ramiro por el viaje, él cada vez más avergonzado (su conciencia le decía que debía aclarar los hechos) pero la emoción del viaje lo incitaba a actuar en contrario. Su niño interior, pletórico le animaba y de algún modo trataba de convencerle que se lo merecía, por todo lo que había sufrido en su infancia. El viernes antes de su partida, sus compañeros de calle le tenían preparada una pequeña despedida. Don Alfredo de la botillería del barrio, les regaló unos pack de cervezas, don Luis dueño de la mejor carnicería del sector, les obsequió unos kilos de carne y así otros locatarios aportaron con el resto. Ahí estaban sus amigos de toda la vida, celebrando el gran viaje de Ramiro. A pesar de sus pasados terribles, los ojos de sus amigos irradiaban una alegría infantil, de esa no contaminada aún por la envidia. Luego de un par de cervezas en el cuerpo, y eufórico, se le ocurrió una idea. Se metió en su carpa, a buscarlo, entre sus pertenencias, sabía que lo tenía guardado, hasta que lo encontró, ahí estaba intacto el talonario de cheques. Mostrándolo y agitándolo en su mano derecha, amigos míos, ahora soy yo quien les hará un regalo, ufano se sentó como pudo sobre una jaba de cerveza. Necesito un lápiz exclamó el grupo. Fue don Luis quien le acercó una lapicera. Uno a uno, fue girando cheques a sus compañeros de calle por cantidades inimaginables, los locatarios presentes, lo vieron como otra de sus bromas, así que le siguieron el juego. Para ti, vieja Luchita, te regalo dos millones y le extendió el cheque, que ella emocionada lo guardó en el sostén como lo hiciera antaño su abuela. La felicidad de esos seres era tan grande que la calle pareció iluminarse. Los dueños de locales se fueron retirando poco a poco, quedando ese racimo de viejos callejeros dispersos en los jardines de la avenida Brasil, acompañados por los infaltables quiltros porteños. Quien hubiese transitado a esa hora de la noche escucharía risas desbordadas y emociones de júbilo de una decena de hombres y mujeres quienes por esos momentos se sentían los reyes del puerto.

Medio centenar de personas fueron a despedir a Ramiro, doña Gloria y don Pedro al bus que los llevaría a Santiago, donde luego tomarían el avión a Puerto Montt.

Don Ramiro se sentía el ser más afortunado de la tierra, ya la vergüenza de su mentira había quedado atrás. A bordo del Skorpio, admiraba como un niño la belleza del paisaje, trataba de grabarse en su pequeños ojos negros todas las imágenes, tal como si estuviera viviendo sus últimos días. En el comedor, doña Gloria y don Pedro, se reían de las noticias. Salía el escándalo que había provocado Ramiro, al girar tanto cheque a sus compañeros de vida. El banco sólo se limitó a decir que ese talonario fue robado por unos antisociales días pasados y que la empresa oportunamente había dado orden de no pago, mientras los indigentes mostraban sus cheques a las cámaras y exigían los millones que su amigo Ramiro les había regalado.

 

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La mentira de Ramiro

Amigo lector ¿Crees que exista la buena o la mala suerte? Al respecto tengo mi propia teoría, pero no viene al caso hablar de ello ahora, te...