Joaquin y la vieja maldita


 Joaquín no dejaba de lamentarse, una y otra vez, aunque sus amigos trataran de cambiar el tema, volvía con la cantaleta, cómo si la vida se tratase solamente de lo que a él le ocurría. Es que ustedes no entienden, a mi me ha costado mucho llegar hasta acá -seguía diciendo - a todos nos ha costado Joaquín – le contestó uno de ellos- no creas que eres el único, no es que yo… y volvía de nuevo a victimizarse ante el hastío de sus compañeros de universidad. Una mujer mayor que estaba en el mismo carro del tren subterráneo, se les acercó y con tono delicado le dijo- perdón hijo que me meta en su conversación, sólo quisiera decirte algo, escucha a tus compañeros y sobre todo, créeme, tú nos sufrido nada, no tienes idea de lo que es realmente el sufrimiento -replicó con un acento severo- y lo digo por experiencia. Marcia, la mayor de ellos, sintió una sensación de gratitud de parte de la mujer, por fin, alguien sensato, le decía las cosas a Joaquín por su nombre. Sin embargo, lejos de tomar el consejo, se enfureció y empezó a vociferarle insultos, quien hizo el ademán de no escucharle. En un arrebato de irá, se levantó de su asiento y le tomó del brazo, oiga señora, a usted le hablo, no se haga la sorda – exclamaba airado. En ese preciso momento, las luces del tren subterráneo se apagaron y todo el túnel quedó completamente a oscuras.

 

En un abrir y cerrar de ojos, apareció en un vagón de ferrocarril lleno de personas mayores, entonces la mujer a quien estaba increpando hacía unos momentos, comenzó a vociferar ¡él es un judío! ¡es un judío! señalándole. Rápidamente, aparecieron soldados alemanes entre los presentes. ¡Papeles! – le exigió - uno de ellos. Se llevó las manos a sus ropas y en ese momento, se dio cuenta que tenía otra vestimenta. Un abrigo sucio y gastado, una camisa y un pantalón negro que se le caía, eran su atuendo, se trajinó los bolsillos y no traía documento alguno. Con ojos aterrados, miró a la que lo había denunciado, quien, sólo dibujó una expresión de satisfacción cuando los soldados se lo llevaban. Lo apartaron a otro vagón donde había cientos de jóvenes como él ¿Dónde estamos? - preguntó a uno de ellos, quien no contestó verbalmente, más con un leve movimiento de cabeza le comunicó que no sabía. Afuera el paisaje montañoso, y la nieve denotaba que era pleno invierno. Sus pilchas apenas le servían para capear el frío. La noche no demoró en caer, las piernas le empezaron a flaquear, lo hacinados que iban en el vagón, no le permitía ni siquiera agacharse. Con el aliento de su boca, trataba de darse calor en sus manos, que por aquellos instantes comenzaban a amoratarse por el frío reinante. A medianoche, el tren pareció bajar su velocidad y el vaivén se hizo más parsimonioso, junto con el crujir de los vagones de madera. Sus conocimientos de historia, rápidamente le dieron a entender que por alguna extraña razón que no lograba descifrar, sufría una especie de regresión al periodo de la segunda guerra mundial. No puedo estar soñando, son, o mejor dicho eran cerca de las 8 de la mañana y se dirigía en el tren subterráneo a la universidad. Tampoco se había drogado, por lo tanto, tampoco podía ser una alucinación. Ya sé, la vieja maldita, era un bruja y me tiene hipnotizado -pensó- .En todo caso, debo reconocer que es buena, todo esto me parece tan real, siento el frío, el cansancio, la angustia y el miedo que pudieron haber sufrido los jóvenes judíos, cuando eran llevados a campos de concentración. En un extremo del vagón, uno de ellos comenzó a implorar que no daba más, que desfallecía, que necesitaba ayuda, un par de soldados se acercaron a verlo, luego de exigirle que debía aguantar y ante la poca resistencia del muchacho, decidieron lanzarlo del tren, cuando este estaba en movimiento. El grito desgarrador del muchacho, al saber que moriría repercutió a todos, quienes presas del terror, tiritaban más de miedo que por el frío existente. Joaquín, podía ver los ojos de muchachos aún menores que él, cuyas pupilas dilatadas estallaban de pánico. No podía estar ajeno a ese pavor a la muerte a tan temprana edad, el aire asfixiante empapado de angustia fue contagiándolo paulatinamente, a ratos cerraba los ojos, y rogaba que eso terminara, su corazón latía acelerado, pensó en sus compañeros de universidad ¿estarán viviendo lo mismo que yo? se decía- o sólo yo estoy sumergido en esta pesadilla. Todo es causa de esa vieja maldita, la muy intrusa se metió en nuestra conversación, debe ser la que me tiene inmerso en esta especie de alucinación. Ya señora, si quería hacerme sufrir, lo logró, le pido perdón de rodillas si quiere, pero devuélvame a mi realidad, no quiero seguir pasando por esto – se decía para sí. Un muchacho gordo se desmayaba y su enorme contextura se apoyaba en su espalda. Le pegó un codazo, luego otro, al darse vuelta para enfrentarlo, observó con espanto que era su hermano menor, que había crecido varios años. ¡No puede ser! ¡Matías, Matías, aguanta, no debes darte por vencido! Trataba de sujetarle, pero era en vano, cómo has crecido hermanito, nunca pensé que te ibas a convertir en tamaña mole, casi diría que deberías ser un luchador de zumo, quiso bromear, pero Matías estaba desfalleciente ¿Qué está pasando ahí? Preguntó uno de los soldados a la distancia ¿Hay otro marica, que debamos lanzar del tren? -exclamó lanzando una risotada que contagió solo a sus camaradas. No pasa nada, todo está bien –contestó Joaquín, quien hacia esfuerzos sobrehumanos por sostener a su hermano. Matías, pon de tu parte, no voy a poder soportarte mucho rato más, entonces otro joven más alto que Joaquín, tomó un brazo de Matías y lo pasó por detrás de su cuello, aliviándole la carga. Gracias, dijo con absoluta sinceridad. No me des las gracias, si lo tiran del tren no ganamos nada, en cambio si muere en el campo, podremos quedarnos con los zapatos y su abrigo, el mío está demasiado malogrado. No supo que decir, se dio cuenta que no bromeaba.

El infame estaba pensando sacar provecho de su hermano, y pensar que apenas un segundo atrás creyó que su gesto era solidario. Matías, reacciona por favor ¿cómo pudo crecer tanto de un momento a otro? por favor diosito, ya no más, sácame de esta pesadilla, no lo soporto. Entonces, sintió a su espalda, la voz de la mujer, que le susurraba al oído - ¡ahh conque ahora, dices no soportarlo! y sin embargo hace un momento decías ser tan desgraciado con la vida que te había tocado. Sólo por haber nacido pobre, creías que habías visto todo. Te das cuenta de que solo eres un niño malcriado, esto es sólo el comienzo y volvió a desaparecer. ¿Cómo sabía ella, lo que estaba pensando? esa vieja maldita si es una bruja, bueno entiendo que tiene razón, pero aún así sigue siendo una maldita ¿Quién le da el derecho, de hacerme pasar por esto? y más encima involucrar a mi hermanito, no tiene derecho, por mucha razón que tenga, sigo pensando que es una vieja maldita.

Joaquín, no quiero que me lancen del vagón, no doy más, salta conmigo por favor hermanito, al menos quisiera que estuvieras a mi lado al momento de mi muerte. Calla Matías, no vamos a morir ni tú ni yo, es sólo un mal sueño, no pasa nada. Entiende, desfallezco no doy más, no puedo conseguir sostenerme, se me acalambraron las piernas, estoy orinado y estoy a punto de que se me suelten los esfínteres. Por dignidad hermanito, lánzate conmigo, anda dobla las piernas así me lanzarán contigo. Hazlo por mí, le suplicó y apoyó su cabeza en su pecho. Lo abrazó conteniendo su pesada figura y se rindió. Las piernas flaquearon y la gruesa figura de su hermano le cayó encima. No quería soltarlo. Los soldados le aplicaron un par de puntapiés para que zafara de su hermano, a quien lanzaron primero e inmediatamente fue el turno de él. Rodó por la nieve. Cómo pudo se paró y fue en busca de Matías. Gritaba en la oscuridad, desesperado, aterrado por no lograr llegar al lado de su hermanito antes de que falleciera. Cada vez los gritos eran más desgarradores, sentía en el pecho tanto dolor, tanta angustia, por no cumplir el último deseo de Matías, lo trataba de ver, suplicando por su presencia, mientras agonizaba, que no tomaba conciencia que era él quien estaba desfalleciendo. Se desplomó sin fuerzas en la nieve, y con la boca abierta sangrando por el golpe al caer, balbuceaba una y otra vez el nombre de Matías y le pedía perdón. Sus ojos se cerraron y pensó que la muerte lo hacia presa. Entonces tras un instante vio un camino y una luz al final. Se paró creyendo haber muerto y se encaminó en su dirección. A medida que avanzaba se iba haciendo cada vez más intensa. Estaba en paz, miró a su lado y entonces vio a su hermano sonreírle, creyó en ese instante que ambos estaban muertos y sólo atinó a hacerle un ademán como pidiendo perdón, y continuaron  hacia la luz. Hacia el final del camino, no podía soportar la potencia del destello, y se llevó la mano tapando sus ojos mientras seguía. Entonces sintió nuevamente la voz de la mujer, que esta vez le pedía- joven -puede soltar mi brazo. Volvió al tren subterráneo, la pesadilla había terminado. Asombrado, la vio bajarse en la siguiente estación. Sus amigos, le dieron golpes en su espalda y le decían, te pasaste Joaquín, como se te ocurrió tratar así a la pobre mujer, sin contestar nada se bajó como ajeno a todo, a pesar de las bromas de sus compañeros, que se burlaban, repitiéndole “te dejó mal lo que te dijo la vieja”.

Pasaron varias semanas desde ese episodio. Joaquín, no volvió a ser el mismo. Ya no se quejaba, pero su silencio incomodaba a sus compañeros, que no sabían cómo tratarle. La extraña experiencia, se repetía a diario en su memoria, y paulatinamente la figura de la maldita mujer cómo le llamara inicialmente, se fue transformando a una grandiosa mujer.

Una mañana, en los jardines del patio universitario, se le apareció. Joaquín, la quedó mirando a la distancia y se encaminó a su encuentro. Caminaba como un niño avergonzado con pasos titubeantes y se detuvo a un metro de distancia. Entonces ella, con una voz serena le preguntó – ¿aún me llamarás maldita mujer? Y dibujo una leve sonrisa. Entonces él sin decir palabras, la abrazó, perdón, perdón, perdón, perdón -exclamó- y soltó un llanto, que brotó de lo más profundo de su alma. Con un solo perdón es más que suficiente, le contestó y le beso la frente como una madre.

 

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