Mi viejo - PIERO

Sábado incierto


Escuchas a tu hijo y tu nuera que discuten acaloradamente por ti. Te sientes muy mal, quisieras decirle que paren pero no puedes, no estás en condiciones. Tomas el bastón y el jockey que tienes a la mano y te deslizas por la puerta del corredor, sales a la calle y el sol del mediodía te recibe. Miras en ambas direcciones cualquiera que decidas está bien después de todo no tienes donde ir. Los vecinos te saludan, creen que vas a dar el paseo de los sábados tú sonríes y devuelves el saludo. Al menos está lindo el día para caminar – piensas- mientras tratas de saber donde llevar tus pasos. Las cuadras te parecen más largas, a pesar que tu hijo suele sacarte a pasear en las tardes, cuando aún no refresca. Estamos en verano por suerte -has dicho- al recordar que olvidaste la chaqueta. No sabes que hacer, no tienes donde ir, ni siquiera dinero, todo lo que tenías se lo llevó la enfermedad de tu mujer, aún cuando no lograron salvarla. No importa te dijiste cuando la velaban en la iglesia, hiciste todo lo que podías por ella ya casi un año de ello. La casa donde vivías tuvo que ser desocupada, pues tus hijos decidieron que era mejor que vivieras con ellos, además que no podían pagar el arriendo. No están los tiempos para pagarle un arriendo al viejo, además que habría que buscarle a alguien que lo cuide, así que nos dividiremos la carga –había dicho tu hija mayor a su hermano- sin darse cuenta que escuchabas. Odette siempre fue así de pragmática, ella buscaba las soluciones prácticas, el resto es darle vueltas al molinillo solía decir. Incluso, ella siempre estuvo en desacuerdo en que gastaras tus ahorros en su madre, después de todo va a morir igual solía decirte. Luego, cuando hubo que trasladarla a un hospital público, te culpó por gastarte todos tus ahorros. Tú aún crees que eso fue lo que terminó con sus ganas de vivir, no soportó ese lugar. Ella venía de otra cuna, y tú diste todo para tenerla en la clínica que le gustaba a ella. Por eso estás en la calle, caminando sin un peso, por tu amada esposa. No te arrepientes, si tuvieras que volver a hacerlo lo harías, la amabas demasiado. Un perro te sale al encuentro, arrastra una correa, debe haberse escapado. Te acercas y le coges. Decides que te acompañe. Ya son dos los que se han escapado, sonríes. La gente los observa, hacen una linda pareja. La vida nos trae más de una sorpresa, nunca tuviste un perro, y ahora paseas con uno cuando ambos no pueden cuidarse el uno al otro. Te has acordado de que si continúas por donde vas, llegarás a una iglesia. Te servirá conversar con Dios un instante. Dejas el perro amarrado en la puerta le dices que espere, que ya vuelves. Te persinas y te sientas en una banca al medio. Al fondo de la nave principal, la figura de cristo te observa. Le pides consejo, hablas con él y encuentras alivio. Sales y tu compañero canino, no está. Quizás lo encontró su dueño, de todas formas fue entretenido pasear con él, piensas. Alguien te toma del brazo, es el vecino de tu hijo. Te pide que te tomes de su brazo, te acompañará devuelta a casa, no te atreves a contarle que te has escapado te dejas llevar. Él te conversa de su padre que ya no está, sin querer comienza a confesarte muchas cosas, es un hombre agradable – te dices - mientras escuchas su historia. A lo lejos ves que vienen tu hijo y tu nuera con cara de preocupación, ella se adelanta con rostro culpable y te abraza. Por la presencia del vecino no dicen nada, se saludan como de costumbre con él. Tu hijo te abraza y ocupa el lugar del vecino. No se atreven a llamarte la atención, sus rostros culpables lo dicen todo. Caminan en silencio, las calles te parecen aún más larga de regreso, al parecer te estás poniendo más viejo –sonríes mientras te dejas llevar.

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Circunstancias

  Mientras manejaba no dejaba de pensar en su descontrol cada vez más reiterativo, las cosas con Michelle se estaban complicando por su culp...