Circunstancias

 

Mientras manejaba no dejaba de pensar en su descontrol cada vez más reiterativo, las cosas con Michelle se estaban complicando por su culpa y aunque pedía perdón, volvía a cometerlos. Se le vino a la mente, las advertencias de sus amigos sobre su relación “no lo vas a soportar, es demasiado bonita y tú eres muy inseguro” – le comentaron en más de una oportunidad, incluso Antonia su ex, se lo advirtió y cómo siempre no quiso escuchar. Ese cálido mediodía de domingo estaba ideal para haber almorzado en un fino restaurante, pero una vez más, sus estúpidas escenas celópatas terminaban por arruinarlo. Circulaba por las calles ofuscado sin dirección, esperando se pasara la rabia acumulada, la desazón de ser el responsable de su malograda relación lo atormentaba, más, cuando todo terminaba en llantos. Eso lo desencajaba por completo, sentía que todo su ser se desintegraba en mil pedazos y quedaba todo resquebrajado. En más de una ocasión su hermano mayor, le instó a ver un psicólogo para tratar sus inseguridades y ataques de violencia, no seas exagerado, no es para tanto - respondía de tanto en tanto y daba por terminada la conversación, ante la frustración de sus familiares y amigos.

A varias cuadras de ahí, un padre sentado en una mesa ubicada en las afueras de un local de comida rápida prestaba la atención a su celular, mientras su hijo de tan sólo ocho años disfrutaba comiendo papas fritas junto al resto de la chatarra. En esos momentos un hombre indigente de unos sesenta y cinco años, andrajoso y desdeñado se acercó al padre, y tan pronto le dirigió unas palabras, éste sin mirarle extendió su brazo y agitó su mano haciendo un gesto de rechazo para que se retirara. El anciano quiso explicarle que no venía a pedirle nada, sólo deseaba hablarle; eso le provocó aún más molestia y con tono desagradable alzando la voz solicitó a unos de los camareros lo sacara de ahí. El muchacho alto, luego de escuchar las quejas del cliente, inclinó su cabeza y tomando suavemente del brazo al anciano a quien conocía de tiempo, le invitó a retirarse. El hombre no opuso resistencia alguna, se acercó a su oído y musitó - sólo quería darle un consejo. Joaquín, palmoteó su espalda de modo cariñoso y ante de despedirse lo abrazó y le besó la nuca, pasando su mano por su cabellera canosa, ante la atenta mirada del cliente. Extrañado por la benevolencia del joven, le hizo un gesto para que le explicara lo sucedido, excusándose le indicó que don Mateo, como era conocido en el barrio, era un hombre en situación de calle, muy noble y educado que no se había acercado a pedirle nada, sólo había querido darle un consejo, en ese momento exclamó exaltado ¿Un consejo a mí? ¿Quién se ha imaginado ese hombrecillo? Está claro que no tiene idea de quien soy yo, y al parecer usted tampoco jovencito, levantó aún más la voz y pidió hablar con el dueño. Su reacción altanera, y la prepotencia de su trato, llamó la atención del resto de los comensales del local (que no debían ser más de ocho, por el horario) como de los aledaños. Incluso el conductor de un auto que circulaba por esa calle, en ese momento, bajó la velocidad, curioso por la inusual situación. Dos ancianos que habían salido de paseo se sentaron en una banca cercana, a tomar palco para observar el desenlace, una joven en tenida deportiva que paseaba a su mascota cruzó una mirada de repudio contra él, mientras se soltaba los audífonos para escuchar mejor sus alegatos; hasta un ciclista frenó en seco, dispuesto a tomar acción. En eso, un hombre gordo en jeans y camisa, con una sonrisa apretada en su rostro, salió del local directo a la mesa del suceso, extendió su mano presentándose, y con un palmoteo en el hombro le hacia una seña al muchacho que (con el rostro rojizo de vergüenza) se retiraba ante la mirada de sus compañeros, colegas y curiosos por doquier. El gerente prestó suma atención al cliente indispuesto, quién sintiéndose el centro de atención, exageraba con ademanes lo sucedido, mientras el gordo escuchaba silente. En un momento, cómo buscando una salida, hizo llamar a Joaquín, para que contara que quería don Mateo (el gerente lo conocía de años, y sabía que no podía ser nada grave) algo confuso y aún descompuesto – señaló- sólo quería aconsejar al señor que prestara más atención a su hijo que a su celular, que era domingo, un día especial para pasar en familia, y que él lo había observado y ni siquiera le había preguntado si estaba rico lo que comía o estaba contento… no alcanzó a terminar la frase, cuando el hombre se paró de su asiento esta vez más disgustado, al tiempo que lanzaba carcajadas, llevándose una mano al pecho, pregonando todo tipo de insultos contra aquel indigente (don Mateo) y el joven camarero.

En ese instante, Roberto tomó el celular para llamar a Michelle. El tono de llamada sonaba en su cerebro con más intensidad y al no recibir respuesta, fue encendiendo de nuevo su ánimo. Las ideas obsesivas empezaron a dominar su mente enfermiza ¿Por qué no me contesta? ¿Dónde estará? ¡Contéstame mierda! Gritaba, fuera de sí, al tiempo que seguía marcando, cada vez, más descontrolado.

La situación en el local se había salido totalmente de control, la paz del domingo aquel se había perdido abruptamente, y por más esfuerzo que el gerente hacía por pedirle se calmara, éste no ayudaba en nada. Una pareja de jóvenes que estaba en otra mesa quiso intervenir, tratando que los ánimos se apaciguaran, el descontrol del padre iba in crescendo, uno de los camareros tomó el celular, para grabar la situación. Justo en ese momento, a Roberto se le resbalaba el celular de sus manos y al tratar de asirlo, perdió el control de su auto, embistiendo contra los presentes. Cuando quiso reaccionar, fue demasiado tarde. Los gritos de consternación aumentaron al ver las pequeñas zapatillas del niño bajo las ruedas del vehículo, ¡Lo mató, lo mató! ¡Gritaban todos! la desesperación fue total, algunos comenzaron a golpear los vidrios de su puerta tratándolo de asesino, el padre conmocionó y lanzó un llanto desgarrador ¡¡¡¡NOOOOOO!!!!, ¡Mi hijo, desgraciado, lo mataste! Roberto, no entendía lo que sucedía, trataba de balbucear disculpas, pero las palabras no le salían, ¿Qué había hecho? ¿A quién había matado? Comenzó a sudar, la desesperación de la gente golpeando los vidrios furiosos, le provocaban tal pánico que no se atrevía a salir del auto, mientras al otro lado de la línea Michelle – que había contestado la décima llamada- preguntaba asustada ¿Qué está pasando amor? ¿Qué hiciste? ¡¡¡Lo maté, lo maté!!! decía en estado de shock ¿A quién mataste? preguntaba alterada, sin lograr entender…En eso el joven que grabó todo con el celular, empezó a gritar ¡Levanten el auto, levanten el auto! Nadie entendía nada ¿Qué dices? - preguntó uno de ellos ¡Háganlo de una vez, háganme caso! - gritaba desesperado. Todos intentaron moverlo, Roberto entró en pánico, estaba asustadísimo, Michelle lloraba desconsolada en el teléfono. Hacían sus máximos esfuerzos por levantar el pesado vehículo, hasta el par de ancianos se habían unido al grupo, conmocionados por el accidente. La pareja de jóvenes daba las indicaciones a viva voz ¡A la una, a las dos a las tres, Ahora! ¡empujen! Roberto en el interior del coche, sólo pensaba en arrancar, pero, con el cinturón enganchado no podía ¡me van a linchar, me van a linchar! Se decía aterrado, mientras hacía todo tipo de movimientos con tal de zafarse de tan macabra situación. Finalmente, el auto fue volcado. Quedaron pasmados por lo que vieron, el padre los separó, lanzándose desesperado a tomar a su hijo en brazos, mientras no podía contener más el lamento, varios lo abrazaron y lloraban con él. Fue Joaquín, el más joven de los camareros quien se preocupó del cuerpo de don Mateo. Por la ventana de la puerta trasera, Roberto lograba salir y huir del lugar, mientras en el interior de su vehículo, la voz de Michelle se perdía en la bulla de aquella mañana.

El padre no dejaba de sollozar sosteniendo en los brazos a su hijo. El gerente del local y Joaquín abrazaban a aquel anciano (que todas las mañanas pasaba pidiendo un pancito para tomar desayuno) y que yacía inerte.

El sol del mediodía trataba con sus rayos de dar consuelo a los que lloraban a don Mateo, mientras, en la vereda el padre no dejaba de llorar, agradecido del anciano que salvó la vida de su hijo.

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Despertar




Se sentó en la fila del medio del teatro, no quería que supiera que vino a ver su actuación. Se apagaron las luces, se levantó el telón y el primer personaje en aparecer en escena, era precisamente él ¿Qué es esto? – se dijo para sí. Se miraba para tocarse y reconocerse y entonces quien era aquel que estaba en el escenario. Al parecer no era el único quien parecía sorprendido, de hecho, el director de la obra se asomó para sacarlo. Entonces el joven (o sea él) se negó y se apartó para ocupar el centro del escenario, la luz del teatro lo seguía. Nadie entendía nada, pero misteriosamente guardaron silencio. El personaje en comento levantó las manos y se dirigió al público solicitando prestaran atención (parecía tener a todos bajo control) Se presentó con nombre y apellido y se declaró profundamente enamorado de la actriz principal, mientras en el asiento 35 de la sala, el propio afectado se tapaba para no ser reconocido. Después de su declaración, se produjo un silencio abismante y nadie hacía o decía nada. En eso salió la actriz mencionada, profundamente afectada por el bochornoso incidente y se acercó al joven intruso, ante la mirada atenta del público embelesado por lo que iba a suceder. Sin decir agua va, lo abofeteó, dio media vuelta para perderse en el escenario. El público lanzó un suspiro de desencanto y pese a eso, se puso de pie aplaudiendo a rabiar, el joven se retiró cabizbajo, pero todos lo palmoteaban y lo vitoreaban por su intento. La obra tuvo que ser suspendida, porque la actriz no estaba en condiciones -fue lo que expresó el director de la obra. El público lejos de salir molesto sólo comentaba lo sucedido, “te fijaste la media cachetada que le dio”, “pobrecito”, “igual yo lo encuentro súper tierno de su parte, imagínate pararse frente a todos para declarar su amor” “muy lindo” “yo estaría feliz” …eran algunos de los comentarios que escuchaba el propio afectado que estaba hecho un ovillo en su asiento. ¡Qué vergüenza! De seguro me va a odiar ahora, pero cómo explicarle que no era yo. Ni siquiera tengo palabras para explicar lo sucedido.

Esperó un largo rato, para abandonar el teatro. Cuando pensaba que ya la tormenta había terminado, fue reconocido por un grupo que estaba en las afueras. ¡Miren ahí está! lo señaló uno del grupo y varios encendieron sus celulares para grabarlo o sacarle fotografías, inclusive una de las muchachas se lanzó a sus brazos y lo besó ardientemente, mientras todo el mundo grababa el hecho. Apenas logró despegarse de la lapa, salió corriendo calle abajo ¿Qué estaba sucediendo? Se piñizcaba la piel, tratando de convencerse que aquello no fuera un mal sueño, pero al parecer estaba sucediendo. Le empezaron a llegar mensajes de sus amigos, algunos tratándolo de un gran idiota y otros de ídolo. Lo que menos quería era exponer sus sentimientos, se sentía ridículo, ¿Qué iba a hacer ahora? Miraba hacia todas partes, asustado todo le parecía fuera de control. Su corazón saltaba dentro de su pecho, las pulsaciones en el cuello le quitaban el aire. Divisó un bar cerca, apresuradamente entró. Pidió una cerveza y se dirigió al baño. Cerró la puerta, aterrado, se mojó la cara una y otra vez, como deseando despertar de esa horrible pesadilla. En eso, en el espejo apareció el rostro del joven del teatro (es decir de él mismo) me siguen ¿verdad? ¿Y qué tal te pareció mi declaración? Exclamó su reflejo en el espejo con una sonrisa de satisfecho y con los brazos abiertos como esperando una felicitación al respecto ¿Quién rayos eres? preguntó Bastián aún más asustado, apoyándose en la pared del baño. Digamos que soy una representación de tu subconsciente ¿Qué? Sí eso mismo, soy lo que tú no te atreves ser. Estás tan perdidamente enamorado, que ya no tienes vida, pasas todo el día pensando en ella, quieres hablarle de tus sentimientos desde que la conociste, sufres cómo un niño, no podía soportarlo más, tenía que hacer algo ¿Tenías? Claro, soy yo quien te ha visto sufrir todo este tiempo, soy yo quien te ayuda con los poemas que le escribes, soy yo quien no puede dormir con tus anhelos, tus lamentos, tus ruegos por tan sólo una mirada, un beso. Te imaginas ¿si ella te aceptara? ¡Te mueres!, te derrites. Llevas dos días sin comer, y fuiste el primero en comprar la entrada para el estreno hace dos semanas, además de haber visitado más de diez veces el teatro para elegir la ubicación perfecta para que no te viera. Eres patético ¡mírate bien al espejo! tiemblas como un miserable ratón a punto de ser atrapado por un gato. ¿Qué pretendías? Tienes 32 años Bastián, he soportado tu inmadurez todo este tiempo, cuando tenías trece años fue la vecina, estuviste más de dos años enamorado de ella sin decirle siquiera hola, luego en la Universidad fue la profesora de matemáticas, que además estaba casada, en fin, la lista es interminable. Lo hice por ti Bastián, si te odia o te acepta, vas a tener que resolverlo tú solo. Lo que es yo me largo ¿Cómo que te largas? Eso que escuchaste, me largo. Pero ¿cómo voy a vivir sin ti? ¿Se supone que todos tenemos un subconsciente? Pues bien, de ahora en adelante, sólo te queda ser consciente. Ya no podrás dudar más, no voy a estar ahí para escucharte, para decirte lo que es bueno o malo, lo correcto o incorrecto, deberás tomar tus propias decisiones -exclamó- y su imagen se difumó del espejo. Bastián algo aturdido aún, salió del baño, y antes de que ocupara el asiento de la barra, el barman que secaba un vaso le preguntó- ese de la tele ¿eres tú verdad? Era la noticia del momento. Los demás comensales se le quedaron mirando. Hubo algunos que hasta le pidieron una selfi. No fue capaz de decir nada, estaba absorto, obnubilado totalmente. De pronto su vida, se le estaba escapando de las manos. Hace unos momentos era un total desconocido. En su trabajo, apenas conocían su nombre. En su familia era simplemente Bastián, cómo si eso de algún modo encerrara en una palabra su vida. El barman luego de la foto, le dijo que la cerveza corría por cuenta de la casa. Se miraba una y otra vez en el espejo, cómo pretendiendo que otra vez apareciera su subconsciente. De pronto, sonó su celular, lo miró con desdén y al ver que era ella quien llamaba, se le apretó el estómago. Aló dijo con voz temblorosa ¿Bastián? Preguntó ella. Sí, soy yo. Perdona no quise darte esa cachetada, es que me sentí pérdida, confundida, era el estreno de la obra, estaba nerviosa, de verdad no quise hacerlo. Está bien ya pasó – contestó - ¿Podemos hablar? Estamos hablando - dijo. Me refiero en persona. No sé, no creo que sea buena idea, después de lo que hice hoy. Precisamente por lo que hiciste hoy, es que quiero que hablemos. Te pido disculpas, me dejé llevar -repuso. Fue hermoso, nunca nadie había hecho algo tan especial por mí. Podemos juntarnos en la puerta del teatro, vivo cerca de ahí ¿te parece? Claro, colgó. Cuando salió a la calle, vio por última vez a su subconsciente que lo alentaba, mientras su figura se perdía en el gentío nocturno. Bastián, miró en la dirección contraria y vio su rostro en la mampara del local, por primera vez podía verse, se contempló un instante como reconociéndose, cómo aceptándose y luego se encaminó al encuentro, esta vez siendo consciente de sus actos.

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Catherine

 


La mañana habría comenzado como siempre, de no ser porque sonó el timbre de su casa a las 08:10 Pero ¿quién puede ser? -pensó entre extrañada y enfadada a la vez, justo cuando estaba más atrasada que de costumbre. Al abrir la sorprendió un joven negro de unos treinta y cinco años que le sonrío y exclamó - ¡sorpresa! No te preocupes Catherine, ni hoy ni mañana tendrás que ir a trabajar, ya te justifiqué en el hospital. ¿Pero cómo sabe mi nombre?  ¿quién es usted? ¿Quién le dio permiso, para presentarse en mi casa y además sin mi consentimiento, excusarme en mi trabajo? El hombre entró en la casa y repuso – antes de contestar sus preguntas, necesito que vea algo, acompáñeme, con pasos decididos y cómo habituado a su hogar le invitó al baño. Cuando ella se asomó a la puerta, sólo pudo llevarse las manos a la cara horrorizada por lo que estaba viendo, sin poder gritar, sus manos en su rostro, su boca abierta, sus ojos desorbitados, no hacían más que mirar alternadamente al hombre y la tina de baño en un acto involuntario por el estupor de la escena. El cuerpo de una mujer sin vida flotaba en el agua, por petición del hombre se acercó a reconocer el cuerpo de la víctima y al verla, perdió el conocimiento. Cuando despertó, estaba tendida sobre su cama y el hombre seguía ahí, parado a los pies de su lecho ¿Está mejor? -preguntó con tono cordial. Ella no respondió. Lo que vio aún no sucede-dijo parsimoniosamente- de hecho, debería ocurrir en 48 horas más, las mismas que pasaré con usted. Soy Vittorio, su ángel de la guardia. ¿Ángel de la guardia? Exclamó extrañada, no se supone que… debiera ser blanco y tener alas – interrumpió él, pues como ve no es así. Además, usted me eligió. Cada ser antes de nacer, debe elegir a sus padres y a su ángel guardián. Así funcionan las cosas allá arriba. No soy capaz de entender nada -repuso- llevándose las manos a la frente, le dolía la cabeza. La mujer sin vida en la tina era supuestamente ella ¿Entonces en 48 horas moriré ahogada? Y ¿Para qué se supone que has venido? Todo ser espiritual, llega a esta vida a cumplir un propósito y tú no tienes ninguno hasta hoy. Los maestros celestiales, me han enviado para darte una segunda oportunidad. Tienes 48 horas para encontrar un propósito en tu vida, de lo contrario te ahogaras pasado mañana. Estas primeras 24 horas, tomaré posesión de tu cuerpo y ocuparás mi lugar. Nadie más que yo podrá verte. Necesito que veas tu vida desde otra perspectiva. Dime ¿hace cuanto que no visitas a tu madre? Para ser honesta desde hace tres años, para el fallecimiento de mi padre (él me adoraba) en cambio mi madre nunca me aceptó. Para ella sólo existía Matías mi hermano mayor. Yo nací como pretexto para que mi padre se quedara a su lado y al no conseguirlo, me convertí en un estorbo. Lejos de lograr un acercamiento, me convertí en su peor enemiga, papá volcó el amor que le quedaba en mí, convirtiéndome en su niña mimada. ¿No crees entonces, que es tiempo de que tú y tu madre tengan un acercamiento? Preguntó el ángel. Ella miró hacia la pared, no quiso contestar. Cerró los ojos y cayó en un profundo sueño. Se veía pequeña, corriendo por un prado interminable, su padre gritaba con los brazos abiertos, que la atraparía. Jugaban a la orilla de un lago, el sol dejaba sentir su aliento en ausencia del viento. En eso tropezó y antes de caer de bruces, los brazos de su padre la alzaron por los aires y luego la colmó de besos. Recordaba con nitidez ese momento, sin embargo, esta vez, su atención se volcó justo al momento de que su padre la izara por los aires, no recordaba haber visto a su madre y al tío Joseph juntos ¿Por qué el sueño le traía esa imagen? Se puso a recordar las veces que vio de nuevo a su madre y a su tío juntos ¡Claro! Esa debió ser la razón de que mi padre se hiciera alcohólico. Pese a no estar enamorado de mi madre, su orgullo de macho herido debe haber sido más fuerte al enterarse del engaño de su mujer con su hermano mayor. Al despertar se vio sentada a los pies de la cama, mientras seguía durmiendo. Fue entonces cuando se percató que estaba en el cuerpo del ángel.

Más tarde vio como Vittorio representándola fue con su madre, conversaron de mujer a mujer, se pidieron perdón, lloraron y quedaron en paz. Al despedirse, el consuelo principal era haber sido capaz de perdonar y ser perdonada. Entendió que su existencia aún sin haber tenido la intención fue el refugio de su padre y el abandono para su madre como mujer, por eso la atención que le brindó Joseph, despertó a la mujer marchita. Recién ahora podía entenderlo. Luego fueron con Vittorio a una posada camino a casa. Mientras disfrutaba de un café, ella le comentaba de su niñez, un cuervo se posó en la ventana y se le quedó mirando. Los ojos penetrantes del ave le incomodaron. Al preguntarle a Vittorio por la presencia del cuervo, éste le respondió que representaba su maldad ¿Maldad? Yo nunca le he hecho mal a nadie ¿segura? Preguntó Vittorio, justo en el momento que le mostraba la llegada de su hermano Matías. Te dejaré a solas con él, tienen mucho de que hablar. Matías se sentó algo desconcertado, por la supuesta invitación de Catherine a conversar.

A eso de las 2:30 de la madrugada, luego de haber saneado las heridas causadas a su hermano, prendió la luz de su habitación para acostarse, pues estaba rendida, encontró a Vittorio ocupando su cama, durmiendo. Se acercó a su lado y le preguntó ¿No se supone que los ángeles no duermen? ¿De que otro modo, serían guardianes? Ha sido un día intenso, al ocupar tu cuerpo, las emociones humanas son muy desgastantes, ustedes acumulan mucha carga negativa. Es verdad, contestó Catherine. Vittorio ¿Qué se supone que pasará hoy? No quisiera morir mañana. Eso dependerá de ti Catherine, ven recuéstate ahora, debes descansar. La alarma sonó como siempre a eso de las 7:00, esta vez no saltó de la cama como de costumbre. Se acercó a la ventana y miró al cielo, encontró que el día era maravilloso, se dio una ducha corta y se puso ropa ligera. Caminó por las calles en compañía de Vittorio, miraba a la gente con gran extrañeza, pensaba si alguien más estaba viviendo lo que ella. Pidió helados de sabores que nunca había comido, conversó con una indigente a quien regaló prácticamente todo el efectivo que portaba. Se sentía feliz, no quería que el día se acabara. Pasó por delante de un elegante restaurante y sin titubear entró, pidió y se deleitó con platos exquisitos (por primera vez no estaba preocupada de la cuenta), gozó cada plato, coqueteó con el mozo, se dejó llevar por lo que sentía, estaba dichosa. Miraba a cada rato a Vittorio que a veces se encontraba a su lado, en otras parecía distraído mirando por la ventana la gente pasar. Las horas parecían a ratos pasar vertiginosas cómo los rápidos de un río. Quería detener el tiempo. Al salir del restaurante, vio un perro callejero que buscaba alimento en unos tarros de basura. Sin pensarlo, lo tomó en brazos, lo llevó a casa, lo bañó con una dulzura desconocida en ella, ante la mirada fija de su ángel guardián que parecía decirle ¿Qué vas a hacer ahora con ese perro? Luego del baño del animal, se dio cuenta que no tenía alimento para mascotas, decidió prepararle algo. Le ofreció de comer a Vittorio quien para su sorpresa aceptó. Unos tallarines a la italiana fueron el menú perfecto para ambos, verlos comer la maravilló. Nunca imaginé que un ángel, quisiera comer, te veías tan hambriento como mi nuevo amigo, señalando al perro que dormía satisfecho en el piso de la cocina. La verdad, es que cuando estamos en estas misiones, de pronto podemos elegir volver a ser un poco humanos y los tallarines son un recuerdo de mi infancia, no por nada me llamo Vittorio, rieron a carcajadas. Catherine se sentía plena. Me puedes hacer un último deseo ¿puedes dejarme ser tú de nuevo? Bueno, quizás cuando vayamos a dormir, pero mañana debes volver a ser Catherine. Bebieron vino, conversaron de la vida y del más allá. Se acostaron abrazados e intercambiaron roles.

La alarma sonó impajaritablemente como de costumbre, lo que despertó a Vittorio aún en el cuerpo de Catherine. Sintió correr el agua de la ducha y pensó que estaría dándose un baño. Tras un largo rato, impaciente entró al baño y al notar que la ducha estaba vacía, se topo con una nota pegada en el espejo que decía “Lo siento Vittorio, pero no quiero morir” firmaba Catherine.

         

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Calor de hogar en un día de invierno

                                                     
                                                                  

 

Este día de inverno, la televisión ha reiterado una y otra vez, la tragedia que han dejado las últimas lluvias, que se desbordó el rio aquel o el canal de allá, de la escasez del agua por posible corte del suministro y no puedo dejar de recordar los inviernos de mi niñez, esos donde las lluvias tenían otro sentido para mí. Puedo verme con la capa con que me mandaban al colegio y las botas de agua (sí, porque antaño a uno lo mandaban igual al colegio los días de lluvia) y el mío quedaba a unas 5 cuadras de mi casa, y me iba y volvía caminando (no existía el furgón escolar) y pese a que a la hora que regresaba estaba oscuro (no tenía miedo de venirme solo ni mis padres la preocupación de que fuera a pasarme algo)

Quizás estás pensando en que estoy hablando de una ciudad especial, nada de eso, era Santiago, y el barrio estación central. Puedo verme chapoteando en la calzada mientras hacía correr barquitos de papel por el torrente de agua, a veces saboreando una galleta que había guardado de las que nos daban en la escuela (esas con letra y número) donde tu profesora jefa, era la misma de matemáticas, castellano, ciencias naturales, religión, etc. Los bancos de madera individuales, las pizarras verdes donde se escribía con tiza, la cotona café, los cuadernos de caligrafía, dibujo, matemáticas, el lápiz con la goma amarrada. La colación con suerte era una fruta, o un pan solo para engañar las tripas. En esos años los niños se resfriaban e iban al colegio con los mocos colgando y nadie se espantaba. Los profesores te tiraban de las patillas cuando te portabas mal, y el bülling no se conocía (cómo ahora), claro, estaba el apodo gordo, flaco, feo y esas cosas, pero nada tan traumático.

Bueno, volvamos a mi chapoteo por la calle, el agua corriendo dónde a veces por obstáculos los barquitos quedaban atrapados y ahí terminaba la carrera o cuando no los alcanzaba y se los tragaba el desagüe. Siempre llevaba reservas, para una nueva carrera. Las calles por lo general a esa hora estaban vacías, la gente se guardaba temprano, y llovía a cantaros, ahí si que llovía por los años setenta, no como ahora que a un aguacero fuerte lo llamamos tormenta. La vida era simple a esa edad, luego de las carreras de los barquitos de papel, llegaba la casa, de esas antiguas que tenían puerta de calle y mampara (la que bastaba empujar para abrirla) Mi casa era de abobe, con dos patios interiores y un jardín al fondo de la casa, ¡podías ver y sentir la lluvia dentro de la casa!, a veces veía a mi abuelita cruzando con su paraguas de la cocina a su pieza. La cocina, ese lugar sagrado donde llegábamos todos a deleitarnos con las cosas que mamá nos preparaba, la puedo ver aún con su delantal, y las mejillas rosadas, friendo sopaipillas, las que iba dejando en una fuente enorme, donde todos nos acercábamos. ¿Se lavó las manos? era lo primero que decía, antes que las fuéramos a tomar algo, luego cada uno cogía su taza y la tetera de dos litros que tenía agua caliente para hacernos un té y nos sentábamos a la mesa a esperar que llegara mi padre. Lo veo llegar cansado, pero siempre alegre de vernos juntos. ¡Esos inviernos en la cocina de Sazié fueron los más hermosos de mi vida! Todos riendo, disfrutando sopaipillas, o donuts, daba lo mismo, lo importante era el momento en familia, mis hermanos (tres mujeres y un varón) juntos a mis viejos, los padres más maravillosos, mientras afuera llovía a cántaros y las goteras cantaban por el resto de la casa en los tarros y ollas que habíamos colocado.

                                 

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La Entrevista


                                                     

Cuando entró en la oficina para la entrevista, sintió algo extraño que no supo explicar, más, cuando vio el retrato pegado en la pared. Se dejó llevar y antes de presentarse preguntó- perdón- ¿quién es él? Su interlocutor que tenía extendida su mano en son de saludo se sorprendió y contestó (sin darse vuelta)- mi padre- Es el fundador de este estudio, en el año 1932, murió en un extraño accidente en la montaña. La avioneta que piloteaba capotó y nunca se encontró su cadáver. Después de eso, la entrevista se realizó mucho más distendida, Javier Campodónico el mayor de cinco hermanos también abogado, era quien estaba a cargo ahora del estudio. No ha sido fácil mantener este despacho Germán – agregó – luego de la muerte de mi padre hace ya 35 años, varios de sus clientes nos dieron la espalda. Estuvo cerrado durante cinco años, mi madre nunca quiso arrendarlo. Se mantendrá así, hasta que te hagas cargo, me dijo cuando aún no terminaba mis estudios. Ha sido un gran peso trabajar acá, es cómo tratar de vivir la vida de mi padre, y es algo que ya no quiero hacer. Mi idea es que te hagas cargo y yo irme desligando, quiero poder viajar con mi mujer y mi hijo a alguna isla por un tiempo, necesito empezar a intentar vivir mi propia vida. Créeme, Germán, cada vez que veo entrar por esa puerta algún pariente cercano de las antiguas amistades de mi padre, me dan ganas de cerrarles la puerta en las narices, cómo lo hicieron con mi madre. No disfruto estar resolviendo casos, y a pesar de que cada vez elevo mis honorarios, me siguen llegando más, es algo que no logro entender. Rebeca mi secretaria, es la única en quien confío, su madre trabajó con mi padre y es una mujer fiel y digna de toda mi onfianza. Te puedes apoyar en ella. Perdón don Javier, pero yo sólo hace un año que me recibí, cómo pretende que me haga cargo del estudio, si nunca he llevado un caso. Sé que lo harás bien, una corazonada me lo dice. Es más ya tengo comprados los pasajes a Bali para irme dentro de un mes, tiempo suficiente para ponerte al día con los detalles de las causas pendientes, Rebeca te ayudará. Así que puedes ocupar desde ya este sillón, ayer saqué todas mis cosas personales. Referente a tus ingresos, me ocuparé de que sean los más altos del mercado, necesito que estes tranquilo en ese aspecto. Bien, un placer, bienvenido, el puesto es tuyo. Se levantó tomó su chaqueta, que colocó sobre el hombro y con una sonrisa de satisfacción, gritó mientras levantaba los brazos ¡Bali allá vamos! y salió sin cerrar la puerta. Antes le indicó a Rebeca ayudara a Germán. La mujer de inmediato con una libreta en sus manos entró y luego de presentarse, se ofreció para ayudar en lo que necesitara. Germán aún perplejo, no sabía que decir. La verdad señora Rebeca no tengo la más mínima idea por dónde comenzar. Sí me permite, tengo ordenadas las carpetas en el archivador de su izquierda, le prepararé un café y le ayudaré con los detalles. Muchas gracias, se lo voy a agradecer. En el momento que la puerta se cerró tras él, y mientras no dejaba de mirar la fotografía. escuchó de pronto un comentario a su espalda - Me veo bien ¿verdad?- refiriéndose al retrato. Rápidamente giró, encontrándose con el hombre de la fotografía, dio un salto hacia atrás sin aliento. El hombre sonrió, sacó un cigarrillo lo encendió y lanzó una bocanada de humo- hummm- exclamó el placer del cigarrillo ¿sabes? Ya no lo hacen cómo antes ¿fumas? – repuso- mientras le extendía una vieja cajetilla de Marlboro. Germán, negó con la cabeza. Fui yo quien te eligió desde el momento en que te presentaste, sentí que eras el correcto y le susurré al oído a mi hijo para que te contrata sin más. ¿Por qué? - sino no nos conocemos. Además, se supone que usted está… ¿muerto? - repuso el padre de Javier- bueno, técnicamente sí, a pesar de que nunca encontraron mi cadáver. Digamos que vengo de un mundo paralelo y que preferí quedarme en él. Mi hijo tiene razón, fue injusto dejarle el peso de mi vida, lo abandoné como a todos, mi mujer y mis hijos, me dejé llevar por el amor. Sabes, a los doce días de mi desaparición, vine por la madre de Rebeca, ella y yo nos amábamos a pesar de que nunca le fui infiel a mi mujer. Pero no era feliz, de hecho, mi avioneta no capotó yo mismo quise quitarme la vida, tenía contratado un seguro de vida que les permitiría a mi mujer e hijos continuar con una vida estable al menos. No quise tomar un gran monto, para que no se pusiera en duda mi muerte y el seguro no intentara no pagar mi póliza. Lo curioso, es que, al momento de la colisión, sentí que mi cuerpo se desvanecía en mil partículas, sí lo que escuchas, era sólo un montón de partículas flotando, no tenía cuerpo, ni sangre, ni piel, ni huesos, nada, absolutamente nada. Un viento suave comenzó a arrastrarme como un soplido mágico hasta una gran cueva. Mis partículas doradas iluminaban la caverna, recorrimos un gran tramo hasta llegar a una inmensa poza color esmeralda, caí como un puñado de arena, me sumergí lentamente en las profundidades y las partículas de mi ser se fueron disolviendo. No existía nada de mi cuerpo y sin embargo en esas aguas, me sentía vivo, aún hasta ahora no puedo explicarlo. Siete días después, aparecí en un mundo paralelo, con el mismo cuerpo que ves. Ahí me explicaron que algunos de nosotros, cuando cortamos el ciclo que veníamos a cumplir en la tierra, nos mandan a un mundo paralelo, mientras llegue la ocasión de volver, es decir, volver a nacer. Y ¿Qué papel juego yo en todo esto? -preguntó Germán, justo cuando Rebeca entraba con el café. ¿Siente olor a cigarrillo? –arguyó- arrugando la expresión de su rostro. Odio el tabaco. Usted no fuma ¿Verdad? – No claro que no. Rebeca no había notado la presencia del padre de Javier (quien había apagado el cigarrillo y hacía morisquetas ridiculizando a Rebeca) Pasaron toda la tarde revisando las carpetas, bajo la atenta supervisión de Javier padre. Germán miraba cada una de sus expresiones y hacía los cambios que él le indicaba, ante el asombro de Rebeca. Ella quizás unos seis o siete años mayor que él, tenía una expresión y risa juvenil, por lo que el tiempo pasaba corriendo en su compañía. De pronto, el padre le puso su mano en el pelo, y quedó dormida en el acto. En eso apareció en la sala, la madre de Rebeca. El parecido era impresionante, la mujer se inclinó para acariciar la cabellera de su hija, mi niña, ha crecido, dijo y una lágrima se deslizó por su mejilla. Germán se apartó para dejarles solas. Javier padre se lo agradeció. Se sentó en el sillón dandoles la espalda, cerró por un instante los ojos y al abrirlos, se encontró de vuelta a la hora de almuerzo. El padre de Javier  y la mujer ya no estaban. Rebeca anotaba y separaba las carpetas, cómo si el tiempo no hubiese pasado. Hemos avanzado bastante, me siento algo cansada -repuso- llevándose la mano a la espalda. Si claro, dejémoslo hasta aquí. Pero aún es temprano. Vaya no más Rebeca, yo seguiré un rato más. Miró el retrato de nuevo, mientras las preguntas saltaban en su cabeza como langostas atrapadas.

Cerró el despacho cómo si lo hubiera hecho por años. Al salir a la calle; el padre de Javier y la madre de Rebeca, le esperaban (¿cómo nadie los ve?) se preguntó, al tiempo que le invitaban ir con él. Caminaron hasta un callejón, y luego se dirigieron hasta el muro y lo atravesaron. Permaneció inmóvil, petrificado, sin darse cuenta él también se hallaba dentro de ese mundo paralelo. Fue como viajar en el tiempo.Todo transcurría treinta o cuarenta años atrás, le llevaron a un café. Germán no podía entender lo que estaba viviendo. Apenas dio un sorbo al café, comenzó a sentirse mareado y creyó perder el conocimiento. Despertó en la playa de Jimbarán en Bali (se hallaba en el futuro) a unos pocos metros vio a Javier con su mujer y su pequeño hijo, aunque no los conocía, pudo reconocerlos. Se veían felices. La expresión de Javier transmitía una felicidad que contagiaba. A pasos de ellos, su padre y la madre de Rebeca le observaron un momento y luego tomados de la mano se perdieron en el horizonte. Entendió el porqué de su destino. Quiso levantarse a disfrutar del mar, pero a medida que avanzaba, todo se desvanecía. Volvió de nuevo al callejón.

La noche era sombría por lo que subió la solapa de su chaqueta por el frio reinante, hoy no sólo encontré un trabajo- se dijo para sí- reconfortado, y su silueta se fue perdiendo en la oscuridad.

 

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La camarera y el extraño mensaje


   


        


La cotidianidad de su vida se vio alterada luego de recibir esa llamada. La mujer no quiso identificarse, ni siquiera dar una mínima pista del porqué de su extraño mensaje, se limitó a decir que era solamente vocera de lo que acaba de comunicar y colgó. Intentó llamarla, pero el número desconocido, no figuraba entre sus contactos y no contestó pese a sus innumerables intentos. ¿Quién podría ser? y ¿cuáles podrían ser sus motivos para efectuar el llamado a medianoche? Su voz denotaba angustia, no sabía si era lo correcto, casi parecía obligada. Además ¿de dónde conocería a su padre?

Varias cuadras del departamento de Alberto, Susanne la camarera respiraba agitada luego de la experiencia que acababa de vivir. Soltó el llanto, su compañera la abrazaba Tú la vistes ¿verdad? – le preguntaba entre sollozos, no estoy loca. Estaba sentada justo aquí. Si amiga, todos la vimos. No sé que decir… estoy tan choqueada como tú. ¡Ya menos lloriqueo y terminemos de ordenar para cerrar, es tarde y quiero irme a casa! – dijo el dueño del local, quien a pesar de haber presenciado lo sucedido, prefirió hacerse el desentendido. La pareja de Susanne la notó algo distante aquella noche mientras conducía a casa, pero lo atribuyó al cansancio. Él también había tenido un mal día, lo mejor era guardar silencio -pensó. Ya acostada Susanne miraba el techo de la habitación sin lograr entender lo sucedido, en sus largos diez años de camarera, nunca había vivido una situación parecida. Una y otra vez, repetía en su mente las imágenes de aquella fatídica noche. A eso de las once, la mujer entró al local, ahora que lo pensaba, no era normal ver a una mujer de sus años tan tarde, por lo general era clientes jóvenes u hombres adultos que pasaban a matar la noche con alcohol y algo de comer. Pidió una taza de té con tostadas. Llevaba un pañuelo de seda que cubría su cabellera cenicienta, un abrigo antiguo, una cartera pequeña que, hacia juego con su vestimenta y un par de guantes negros, que dejó ordenados sobre la mesa a la espera del té. Comió y bebió con sobriedad y su mirada triste se perdía en el infinito, Fue esa mirada nostálgica, precisamente la que llamó su atención, que le hizo añorar a su madre, que había partido hacía solo un par de años. Se acercó a su mesa y antes de que pudiera preguntarle, la mujer posó su mano sobre la de ella, al tiempo que preguntaba ¿tienes un minuto? La consulta la descolocó, y sin decir palabra se sentó en la silla de enfrente. La mujer de mirada pérdida, esbozó una leve sonrisa. Hija vengo de muy lejos, tan lejos que ni siquiera lo imaginas, sólo para darle un mensaje a mi hijo, pero no puedo hacerlo ¿Por qué? ¿Está enojado con usted? ¿No le habla? No nada de eso, sólo que en ya hace años que no estamos en contacto, es difícil de explicar ¿Tú podrías darle ese mensaje por mí? -dijo- al tiempo que le acercaba una servilleta con un número de celular anotado ¿Quién yo? Pero si ni siquiera le conozco. Eso no importa. Lo importante es lo que tienes que decirle. Miró a su jefe, que le observaba desde la caja con mala cara. Deme unos minutos, aún hay mesas que atender- arguyó- y se paró a atender las mesas de los escasos comensales a esa hora. Su compañera curiosa, se acercó para preguntarle ¿Qué hablabas con la vieja? No le digas vieja, la pobre tiene tanta pena en sus ojos, Bueno, la señora entonces -exclamó su compañera- anda cuenta. Me pidió que llame a su hijo, con quien está incomunicada hace años. Y ¿qué le tienes que decir? No sé, no alcanzó a decirme. Me tuve que parar por la cara de don Alfredo. Anda yo te cubro, la pobre señora seguro se quiere ir a su casa. Es tarde para que ande sola por la calle a estas horas. Ya voy, deja que don Alfredo empiece a hacer la caja y voy. Vamos a empezar a limpiar y ordenar las mesas. La mujer las observaba con resignación, mientras escribía algo en la servilleta. Tras unos minutos, Susanne se acercó. Ya señora ¿qué quiere le diga a su hijo? ¿Me debo presentar? No hija, sólo dile esto y volvió a extenderle la servilleta. ¿Sólo eso? preguntó nerviosa. Sus manos le sudaban, tanto misterio, le puso inquieta. La mujer sacó de la cartera un viejo celular y se lo pasó. Si quiere puedo usar el mío, tengo minutos -exclamó - cada vez más inquieta. No hace falta, ocupa ese no más. Miró a su compañera quien hizo un gesto de aprobación, mientras distraía a su jefe, y marcó el número. Estaba a punto de cortar, cuando la voz de un hombre joven contestó. La voz no le salía, la mirada suplicante de la mujer le impulsó a transmitir el mensaje, justo en el momento en que colgaba, y buscando su complacencia, fue el instante que el miedo se apoderó de ella. ¿Dónde estaba? Miró a todos lados y no estaba por ninguna parte. Sólo el viejo celular en su mano era el único vestigio de lo ocurrido, Buscó a su compañera y le preguntó alterada - ¿Dónde se fue? ¿La viste salir? Tan perpleja como ella, la miraba confundida sin decir palabras, sólo hacia gestos de no entender nada, fue entonces que la desesperación le hiciera soltar el llanto. El recuerdo de lo vivido devolvió el estado de angustia. Se paró al baño para mojarse la cara y cuando se miró al espejó quiso gritar despavorida pero no le salió la voz, detrás de ella, apareció la mujer. Acercó su dedo y lo posó en sus labios, al tiempo que le deba las gracias y la abrazo. Sintió la gratitud de la madre que venía del más allá y le transmitió su gran paz. Al volver a la cama, su pareja le preguntó - ¿estás bien? -parece que hubieras visto un fantasma. Algo así -contestó- y se metió en la cama. Apagó la luz, con la sensación de plenitud.

En otra parte de la ciudad, Alberto se debatía en la incertidumbre tras el mensaje recibido, mientras su padre agonizante en la sala del hospital anhelaba su visita para partir.

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El señor Gutiérrez

 


¿Cómo sería abrir la ventana del avión y salir disparado? ese tipo de ideas nacían en la mente del señor Gutiérrez como destellos fulminantes, otras mientras su hija manejaba se le ocurría pensar en que chocaran a la máxima velocidad contra un muro, un cerro, o un camión que lo hiciera en sentido contrario ¿Por qué se le venían esos pensamientos de la nada? ¿acaso estaba mentalmente enfermo? ¿Debía tratarse? se preguntaba, mientras esperaba le atendieran. Lo cierto era que no importaba donde o lo que estuviera haciendo, siempre de la nada aparecían esas locuras. Podía estar en la fila del banco, y de pronto sentir ganas de sacar un arma e intentar asaltar el banco, sin motivo alguno, sólo por sentir la sensación, en otras, prefería ser acribillado por el revolver del guardia que le disparaba por la espalda. Hasta se imaginaba recibiendo los disparos y como la sangre saltaba de sus ropas. Estaba en ese trance cuando la secretaria pronunció su nombre. La quedó mirando con la apatía que se mira un mueble o una planta insulsa, El doctor le espera alcanzó a entenderle de esos labios de plástico que la mujer apenas movía, para no perder ni un gramo del tosco maquillaje. Antes de entrar miró el reloj mural, observando que eran las 3:05. Se sentó frente al idiota de blanco que con esa pasividad y voz monótona le preguntaba sin mirarle ¿Cómo hemos andado esta semana señor Gutiérrez? La pregunta monótona rebotó en su cabeza, como una pelota saltarina en una habitación vacía. Más pendiente de mirar por el gran ventanal, el señor Gutiérrez se sentó en la silla dispuesta para los pacientes y sin desviar su mirada, le contestó una estupidez (su costumbre cuando las cosas no le gustaban) deseaba jugar un poco. Detuvo su mirada en el abrecartas dispuesto sobre el escritorio y pensó en tomarlo y amenazarlo ¿gritaría? ¿se asustaría? ¿alertaría a su secretaria? Mientras las preguntas en su cabeza bailaban alegres como adolescentes, el profesional hacia un comentario plano y anotaba con rigurosidad en el historial de su paciente. Se abalanzó de un salto al ventanal como un niño hiperquinético, pese a sus sesenta y nueve años (le quedaban días para cumplir los setenta) No era de aquellos que se aumentara la edad antes de cumplir años, más bien le gustaba aparentar que era más joven (aunque su próstata y sus rodillas evidenciaran todo lo contrario) Desabróchese la camisa, y siéntese en la camilla exclamó como autómata el doctor, quien no se inmutaba en lo más mínimo con las extrañas reacciones del paciente. Lo atendía hace cinco años a petición de su única hija, que estaba obsesionada con tener un riguroso control de la salud de su padre, tras la repentina muerte de su madre, cuando regaba sus plantas en la terraza del departamento dónde vivían por más de cuarenta y cinco años. Esa tarde sintió un dolor en el pecho, y cayó de rodillas, llamó con un grito infrahumano a su marido antes de desplomarse en las baldosas, ya sin vida. Desde entonces, Daniela, exigía a don Antonio acudir una vez al mes a controlarse con el cardiólogo más connotado de la ciudad, no escatimaba en gastos para con él. De algún modo, sentíase culpable de la muerte de su madre, ya que cuatro días antes, en el almuerzo del domingo, doña Viviana, le había pedido regase las plantas, puesto que ella últimamente se cansaba demasiado. Le contestó que lo haría después de terminar de fumar el cigarrillo recién prendido y lo olvidó. Aquella tarde de domingo estaba acariciada por los brazos remolones del sol que invitaban más al sosiego, por esa razón no se movió del lugar donde estaba, sin saber que ese instante cambiaría para siempre su destino. Solterona (pero no fanática como ella siempre se describía) llevaba una vida sin sobresaltos frente a sus padres, a pesar de que, sin duda, se avergonzarían si conocieran su verdadera personalidad. Estando en el colegio, y dispuesta a vivir la vida a concho, había experimentado experiencias con dos alumnas de cursos y el profesor de química a quien casi termina matando en el acto mismo. De algún modo con el pasar de los años se había vuelto adicta al sexo (su siquiatra lo relacionaba con la falta de cariño que arrastraba de sus padres) Doña Viviana, una mujer en extremo apegada a la religión y a las costumbres machistas inculcadas por sus padres, había cumplido fielmente su papel de mujer abnegada a su marido, lo que, de algún modo, provocó el rechazo de su hija desde muy pequeña. Eso había influido para la vida rebelde que llevaba Daniela. Le gustaba jugar con los hombres, someterlos, humillarlos, como venganza de la suerte de su madre y eso atraía a los hombres, dispuestos cada vez a complacer sus caprichos de niña díscola.

Don Antonio abrió la ventana de la consulta del doctor para mirar el gentío dieciocho pisos más abajo. Bonita vista doctor -exclamó – casi como hablando solo. ¿Cómo sería saltar desde aquí y estrellarse en el pavimento? Inquirió para sí, sin darse cuenta de que esta vez lo verbalizaba. Cierre la ventana hombre – exclamó el doctor, algo molesto. Pero don Antonio, no hacía caso, sentíase absorto con la idea de lanzarse al vacío. Sin pensarlo, se encaramó en el borde de la ventana. Se preguntaba si alguien lo estaba viendo. De seguro del edificio de enfrente, más de alguien. El doctor lo animaba a bajarse, pero era incapaz de moverse de su asiento, por temor a asustarle, le suplicaba se bajará con voz temerosa, don Antonio no escuchaba. Abrió los brazos, cerró los ojos y elevó su rostro al cielo. El sol fijaba fuerte, al punto que sus párpados se iluminaron y pasaron de un rojo furioso a un amarillo intenso, (era la luz del túnel hacia el más allá -se dijo) Sonrió y pensó en su mujer, al final del túnel la veía llamándole. Estaba hermosa, cómo cuando se la presentaron en la facultad de derecho. Es la nueva secretaria del Decano, le dijo Marta su compañera de estudios. Sus miradas se entrecruzaron y quedó prendado de sus bellos ojos pardos. La invitó a salir más de una veintena de veces, antes de que aceptara, luego no se separaron más. Voy por ti, vieja. Se dejó caer. Mantenía los ojos cerrados, mientras el aire de esa tarde de verano se colaba por sus ropas. Se veía caminando por este túnel con pasos alegres, mientras al final le esperaba su mujer con los brazos abiertos.

De pronto todo se oscureció, seguramente he muerto pensó. Estaba extrañado de no sentir dolor. Su cara sentía el frio del piso, y un dolor intenso de cabeza le atrapaba ¿Acaso podré estar muerto sin dolor? ¿No es posible? He caído desde dieciocho pisos de altura. ¡Papá! ¡Papá! Le parecía escuchar la voz de su hija. ¿Cómo se enteró? ¿Cómo llegó tan rápido? Se preguntaba medio atontado. Abrió los ojos y la vio. El rostro de Daniela se iluminó, detrás de ella, la vieja secretaria del doctor respiraba con alivio, al tiempo que decía, menos mal que reaccionó, no alcancé a evitar que se cayera antes que se desmayara.

¿Qué pasó? – preguntó extrañado. Te desmayaste papá antes de entrar a la consulta, ya está todo bien, a lo que te repongas nos vamos a casa.

En el auto de su hija, mientras iban de vuelta, apoyó su rostro en el vidrio y pensó ¿Cómo sería abrir la puerta y lanzarme justo en la curva?

 

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Circunstancias

  Mientras manejaba no dejaba de pensar en su descontrol cada vez más reiterativo, las cosas con Michelle se estaban complicando por su culp...