Mientras manejaba no dejaba de pensar en su
descontrol cada vez más reiterativo, las cosas con Michelle se estaban
complicando por su culpa y aunque pedía perdón, volvía a cometerlos. Se le vino
a la mente, las advertencias de sus amigos sobre su relación “no lo vas a
soportar, es demasiado bonita y tú eres muy inseguro” – le comentaron en
más de una oportunidad, incluso Antonia su ex, se lo advirtió y cómo siempre no
quiso escuchar. Ese cálido mediodía de domingo estaba ideal para haber almorzado
en un fino restaurante, pero una vez más, sus estúpidas escenas celópatas terminaban
por arruinarlo. Circulaba por las calles ofuscado sin dirección, esperando se
pasara la rabia acumulada, la desazón de ser el responsable de su malograda
relación lo atormentaba, más, cuando todo terminaba en llantos. Eso lo desencajaba
por completo, sentía que todo su ser se desintegraba en mil pedazos y quedaba
todo resquebrajado. En más de una ocasión su hermano mayor, le instó a ver un
psicólogo para tratar sus inseguridades y ataques de violencia, no seas
exagerado, no es para tanto - respondía de tanto en tanto y daba por
terminada la conversación, ante la frustración de sus familiares y amigos.
A varias cuadras de ahí, un padre sentado en
una mesa ubicada en las afueras de un local de comida rápida prestaba la
atención a su celular, mientras su hijo de tan sólo ocho años disfrutaba
comiendo papas fritas junto al resto de la chatarra. En esos momentos un hombre
indigente de unos sesenta y cinco años, andrajoso y desdeñado se acercó al
padre, y tan pronto le dirigió unas palabras, éste sin mirarle extendió su
brazo y agitó su mano haciendo un gesto de rechazo para que se retirara. El
anciano quiso explicarle que no venía a pedirle nada, sólo deseaba hablarle;
eso le provocó aún más molestia y con tono desagradable alzando la voz solicitó
a unos de los camareros lo sacara de ahí. El muchacho alto, luego de escuchar
las quejas del cliente, inclinó su cabeza y tomando suavemente del brazo al
anciano a quien conocía de tiempo, le invitó a retirarse. El hombre no opuso
resistencia alguna, se acercó a su oído y musitó - sólo quería darle un
consejo. Joaquín, palmoteó su espalda de modo cariñoso y ante de despedirse lo
abrazó y le besó la nuca, pasando su mano por su cabellera canosa, ante la
atenta mirada del cliente. Extrañado por la benevolencia del joven, le hizo un
gesto para que le explicara lo sucedido, excusándose le indicó que don Mateo, como
era conocido en el barrio, era un hombre en situación de calle, muy noble y
educado que no se había acercado a pedirle nada, sólo había querido darle un
consejo, en ese momento exclamó exaltado ¿Un consejo a mí? ¿Quién se ha
imaginado ese hombrecillo? Está claro que no tiene idea de quien soy yo, y al
parecer usted tampoco jovencito, levantó aún más la voz y pidió hablar con el
dueño. Su reacción altanera, y la prepotencia de su trato, llamó la atención
del resto de los comensales del local (que no debían ser más de ocho, por el
horario) como de los aledaños. Incluso el conductor de un auto que circulaba
por esa calle, en ese momento, bajó la velocidad, curioso por la inusual
situación. Dos ancianos que habían salido de paseo se sentaron en una banca
cercana, a tomar palco para observar el desenlace, una joven en tenida
deportiva que paseaba a su mascota cruzó una mirada de repudio contra él,
mientras se soltaba los audífonos para escuchar mejor sus alegatos; hasta un
ciclista frenó en seco, dispuesto a tomar acción. En eso, un hombre gordo en
jeans y camisa, con una sonrisa apretada en su rostro, salió del local directo
a la mesa del suceso, extendió su mano presentándose, y con un palmoteo en el
hombro le hacia una seña al muchacho que (con el rostro rojizo de vergüenza) se
retiraba ante la mirada de sus compañeros, colegas y curiosos por doquier. El
gerente prestó suma atención al cliente indispuesto, quién sintiéndose el
centro de atención, exageraba con ademanes lo sucedido, mientras el gordo
escuchaba silente. En un momento, cómo buscando una salida, hizo llamar a Joaquín,
para que contara que quería don Mateo (el gerente lo conocía de años, y sabía
que no podía ser nada grave) algo confuso y aún descompuesto – señaló- sólo
quería aconsejar al señor que prestara más atención a su hijo que a su celular,
que era domingo, un día especial para pasar en familia, y que él lo había
observado y ni siquiera le había preguntado si estaba rico lo que comía o
estaba contento… no alcanzó a terminar la frase, cuando el hombre se paró
de su asiento esta vez más disgustado, al tiempo que lanzaba carcajadas, llevándose
una mano al pecho, pregonando todo tipo de insultos contra aquel indigente (don
Mateo) y el joven camarero.
En ese instante, Roberto tomó el celular para
llamar a Michelle. El tono de llamada sonaba en su cerebro con más intensidad y
al no recibir respuesta, fue encendiendo de nuevo su ánimo. Las ideas obsesivas
empezaron a dominar su mente enfermiza ¿Por qué no me contesta? ¿Dónde estará?
¡Contéstame mierda! Gritaba, fuera de sí, al tiempo que seguía marcando, cada
vez, más descontrolado.
La situación en el local se había salido
totalmente de control, la paz del domingo aquel se había perdido abruptamente,
y por más esfuerzo que el gerente hacía por pedirle se calmara, éste no ayudaba
en nada. Una pareja de jóvenes que estaba en otra mesa quiso intervenir,
tratando que los ánimos se apaciguaran, el descontrol del padre iba in crescendo,
uno de los camareros tomó el celular, para grabar la situación. Justo en ese
momento, a Roberto se le resbalaba el celular de sus manos y al tratar de asirlo,
perdió el control de su auto, embistiendo contra los presentes. Cuando quiso
reaccionar, fue demasiado tarde. Los gritos de consternación aumentaron al ver
las pequeñas zapatillas del niño bajo las ruedas del vehículo, ¡Lo mató, lo
mató! ¡Gritaban todos! la desesperación fue total, algunos comenzaron a golpear
los vidrios de su puerta tratándolo de asesino, el padre conmocionó y lanzó un
llanto desgarrador ¡¡¡¡NOOOOOO!!!!, ¡Mi hijo, desgraciado, lo mataste! Roberto,
no entendía lo que sucedía, trataba de balbucear disculpas, pero las palabras
no le salían, ¿Qué había hecho? ¿A quién había matado? Comenzó a sudar, la
desesperación de la gente golpeando los vidrios furiosos, le provocaban tal
pánico que no se atrevía a salir del auto, mientras al otro lado de la línea
Michelle – que había contestado la décima llamada- preguntaba asustada ¿Qué está
pasando amor? ¿Qué hiciste? ¡¡¡Lo maté, lo maté!!! decía en estado de shock ¿A
quién mataste? preguntaba alterada, sin lograr entender…En eso el joven que
grabó todo con el celular, empezó a gritar ¡Levanten el auto, levanten el auto!
Nadie entendía nada ¿Qué dices? - preguntó uno de ellos ¡Háganlo de una vez,
háganme caso! - gritaba desesperado. Todos intentaron moverlo, Roberto entró en
pánico, estaba asustadísimo, Michelle lloraba desconsolada en el teléfono. Hacían
sus máximos esfuerzos por levantar el pesado vehículo, hasta el par de ancianos
se habían unido al grupo, conmocionados por el accidente. La pareja de jóvenes
daba las indicaciones a viva voz ¡A la una, a las dos a las tres, Ahora! ¡empujen!
Roberto en el interior del coche, sólo pensaba en arrancar, pero, con el
cinturón enganchado no podía ¡me van a linchar, me van a linchar! Se decía
aterrado, mientras hacía todo tipo de movimientos con tal de zafarse de tan
macabra situación. Finalmente, el auto fue volcado. Quedaron pasmados por lo
que vieron, el padre los separó, lanzándose desesperado a tomar a su hijo en
brazos, mientras no podía contener más el lamento, varios lo abrazaron y
lloraban con él. Fue Joaquín, el más joven de los camareros quien se preocupó
del cuerpo de don Mateo. Por la ventana de la puerta trasera, Roberto lograba
salir y huir del lugar, mientras en el interior de su vehículo, la voz de
Michelle se perdía en la bulla de aquella mañana.
El padre no dejaba de sollozar sosteniendo en
los brazos a su hijo. El gerente del local y Joaquín abrazaban a aquel anciano (que
todas las mañanas pasaba pidiendo un pancito para tomar desayuno) y que yacía
inerte.
El sol del mediodía trataba con sus rayos de
dar consuelo a los que lloraban a don Mateo, mientras, en la vereda el padre no
dejaba de llorar, agradecido del anciano que salvó la vida de su hijo.
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