Balada de pena peruana


Aquella tarde de diciembre, el sol enardecido abrazaba con tanto ahínco la plaza de Iquique, como queriendo desarmar las tropas encabezadas por el coronel Roberto Silva Renard. El viento del mar se retiraba ahogado por las calles aledañas; mientras la gente atolondrada por el aire raído permanecía en sus casas, esperando el fatal desenlace. Cuando Rosangela se asomó a la ventana, no podía dar crédito a lo que verían sus cándidos ojos; las tropas nacionales rodeaban la plaza Manuel Montt con toda su artillería, cientos de soldados en posición con su fusil prestos a disparar -contra los miles de hombres, mujeres y niños que se hallaban al interior de la escuela Santa María- esperando la orden del coronel que erguido sobre su cabalgadura blanca se mantenía incólume ante el desasosiego que emanaba de los desamparados. El corazón de la joven, se desgarró por la angustia de ver la suerte de su amado en el filo de ese sable que se blandía en el aire, en manos de un hombre que no distinguía la diferencia entre un perro y un niño. Los ojos negros del coronel, eran incapaz de ver -que los que protestaban eran obreros, mujeres y niños por cuyas venas corría sangre chilena, como la de él -. No, la venda que cubría sus ojos compuesta de odio, fue mayor y no dudó en dejar caer minutos más tarde su brazo, dando origen a la peor matanza que haya conocido nuestra historia.

Protegiendo a su madre enferma, el joven Artemio, mantenía en la mirada perdida la dulce sonrisa de Rosangela Sandoval Cárdenas, aquella peruana que conoció cuando apenas llegaba a la ciudad de Iquique junto con cientos de obreros provenientes de las salitreras de Pozo Al Monte, con el sueño de la rebelión, con los bototos gastados, su ropa roída, su piel escamosa, el pelo apelmazado. Entre la muchedumbre que los recibió, el rostro de Rosangela lo cautivó de inmediato. Así, mientras se celebraban las reuniones con los mediadores, el joven Artemio salió en busca de aquella joven, encontrándola a una cuadra de su refugio atendiendo el almacén de su padre. Los cigarrillos, bolsas de té, azúcar o harina, fueron motivos para acercarse a ella. Sólo la noche anterior a la tragedia, los jóvenes lograron verse a escondidas, camuflados entre los miles de obreros que albergaban en la vieja escuela. Rosangela y Artemio, entendieron que aquel amor tendría mal destino; por la tarde habían caminado por la orilla de la playa, y sus cuerpos ardientes se buscaron tras el fulgor de la puesta de sol. Ella le pidió se escaparan, que abandonara su lucha, que viajaran hacia Tacna, allí tenía familiares que los ayudarían, no estaba dispuesta a perderlo ahora que había llegado a su vida. El joven Artemio, sintió que la vida le era demasiado injusta, pero no podía dejar la lucha que inició su padre don Clotario Jiménez junto a su madre y su hermanito, debía continuar por la dignidad de tantos obreros. En esta lucha su padre había perdido la vida; la aridez del desierto fue mayor que sus fuerzas como para el pequeño Nicanor. Los enterró a ambos en la pampa, y juró por ellos llegar hasta las últimas consecuencias. La promesa, lo alejaba ahora de los brazos de su amada; quien se entregó en cuerpo y alma, sobre los tablones de una sala a oscuras. Rosangela llegaba virgen al encuentro con su amado, su cuerpo inmaculado se lleno de caricias y besos, Artemio la amó sabiéndolo, y bajo el pesado aliento de la muerte que contemplaba aquellos jóvenes amantes retobarse en la penumbra, le juró ante dios, su amor eterno que selló con un beso interminable.

El brazo del coronel bajó y las ráfagas de las ametralladoras acaban con los primeros mártires -la madre de Artemio yacía en los brazos del joven- en un arrebato de hidalguía se alzó en medio de la matanza con su madre en brazos y gritó ¡VIVA CHILE MIERDA!, mientras su cuerpo sucumbía acribillado por las balas traidoras.

Al anochecer, las lágrimas de la joven peruana, bañaban el rostro ensangrentado de Artemio, que dejaba escapar una leve sonrisa - pensaba en su amada, cuando sus ojos se cerraron para siempre.

Circunstancias

  Mientras manejaba no dejaba de pensar en su descontrol cada vez más reiterativo, las cosas con Michelle se estaban complicando por su culp...