El Pozo




El vapor de mi taza de té me hace divagar, como cuando era niño y necesitaba un momento de evasión, entonces en el patio de la casa de la abuela subía al damasco a contemplar el vuelo de las aves, para imaginarme ser una de ellas y planear por los cielos sin límites. Quería de algún modo entender este momento. Su interpelación, me estallaba en la cabeza. Quién iba a pensar que a mi edad iba a estar pasando por estas circunstancias. Una buena mujer me recriminaba ofendida el hecho de que no la mirase como tal. No me salieron las palabras, me sentí acosado como un adolescente, incapaz de poder explicarle que la quería sobre todas las cosas, y que ese mismo sentimiento me impedía pensar en tocarla. Una taza de té sin azúcar, fue lo que pedí me trajeran, necesité un tobogán de minutos para volver a mi infancia y sentir ese amargo sabor en mi boca, cuando mi madre no tenía dinero y nos decía “tecito sin azúcar no más” con un tono, que no admitía el reproche de sus cinco hijos. Siendo el hermano mayor y único hombre, me tocó apoyarla y cuidar de mis hermanas menores, mientras fueron niñas. Puedo evocar las tardes de invierno acompañándola a dejar la ropa que lavaba los fines de semanas. Mis hermanas se repartían las labores de doblado y planchado. Eloisa la menor, ajena a nuestra realidad, solo jugaba con sus muñecas (como si supiera lo que le deparaba el destino) A los quince quedó embarazada, y mi madre se la entregó a aquel hombre veinte años mayor. Aquel día llovía, como si el cielo entero fuese cómplice de la pena de mi madre. Esa noche después de cenar, con la vista pegada en el plato como si estuviera orando exclamó – “una boca menos” dijo con su voz pastosa, y nadie dijo nada.
Ninguna de mis hermanas tuvo una buena vida, maridos bebedores y golpeadores, las persiguieron como una maldición, la misma que siguió a mi madre por años y que tuvo que soportar por nosotros. Hasta el día que cumplí quince, ya con la fuerza suficiente para sostener el hacha me enfrenté a mi padre en el comedor. Vio mis ojos tan llenos de odio y decisión, que no tuvo más opción que marcharse. Lo hizo esa misma tarde, y mi madre nunca más lloró.
Tal como se lo prometí, la acompañé hasta el final de sus días, mientras en el curso de los años contemplaba a la distancia, los tristes destinos de mis hermanas. La mayor murió de cáncer a los 45 años, fue la última vez que nos vimos. Me dio lástima, verlas tan apagadas, tristes y envejecidas, sentí compasión. La misma que me llevó a recibir a Teresa, un día de verano cuando llegó con su pequeña en brazo, casi desfalleciente. Llevaba casi veinte horas huyendo a campo abierto de su marido. Me pidió refugio. La casa de los abuelos por parte de mi madre (que me fue heredada) era amplia. Le dije que podía ocupar una de las piezas que antaño ocuparon mis hermanas.
Desde el primer momento vi en Teresa el reflejo de ellas y la cuidé y protegí, como me hubiesen gustado que alguien lo hubiera hecho con las mías. Un día su marido, logró dar con su paradero, entonces lo enfrenté, con la misma hacha que sostuve de muchacho contra mi padre. No fue necesario llegar a más, la maldijo de mil formas, pero se alejó. Desde ese día, se desvivía por atenciones para mí (a pesar de que yo insistía que no era necesario) Me obligaba a cambiarme de ropa y se preocupaba de lavármela, cocinaba y mantenía la casa limpia. Por las tardes, me gustaba fumar tabaco contemplando el crepúsculo y me quedaba hasta tarde junto a mi perra. Una de esas veces me preguntó porque nunca me había casado. Le conté parte de mi historia y que la vida me había encargado el cuidado de mi madre y de mis hermanas cuando joven, por lo que no tuve tiempo para pensar en una mujer (Las necesidades de hombre, las descargaba en los burdeles del pueblo, claro que eso no hubo necesidad que se lo contara, lo dio por sentado) Después ya me sentía demasiado viejo para esas cosas. Cualquier mujer estaría feliz de ser su esposa me respondió antes de irse a acostar (Debo ser sincero, que no le tomé mayor asunto al comentario en su momento) Con el pasar del tiempo, me fui acostumbrando a su compañía y a su hija. Sin proponérmelo, comenzamos a parecer una familia. Sobre todo, cuando la niña tuvo que ir a la escuela. Al principio su madre iba a dejarla y buscarla, luego decidí acompañarlas y todo el mundo comenzó a hablar de nosotros. Teresa se tomaba del brazo, y la niña se aferraba a mi mano. Los vecinos me saludaban contento de que hubiese encontrado una mujer al fin. Yo dejaba que la gente pensara así, me hacía sentir bien. Era una buena mujer, pero yo la quería como una hermana. Pero el diablo metió su cola, e hizo enfermara de gravedad. La fiebre la consumió por tres días seguidos, fue entonces que me di cuenta que su presencia me importaba más de lo que pensaba. El médico me recomendó extremo cuidado y reposo. Me tocó atenderla (con la misma dedicación que lo hiciera con mi madre) y disfruté hacerlo.
Casi sin pensarlo, mis labores se fueron resumiendo sólo a su cuidado. Patrón, vaya a atender el campo- me decía Gertrudis (mujer que me ayudaba con las cosas de la casa) Con el paso de los días, me fui acostumbrando a contemplar los atardeceres en compañía de Teresa, mientras Matilda se quedaba dormida en mis brazos. Me decía que, si Matilda llegara a necesitar de un padre el día de mañana, no podía haber uno mejor que yo. Me parecía un halago, yo solo sabía de la crianza de animales, muchas vacas y yeguas habían parido con mi ayuda. Hasta la negra, esa perra que llegó flaca y desnutrida, tuvo cachorros. La mayoría de ellos aún me acompañan. He sido hombre de campo, medio bruto, medio ignorante, pero que sabe bien de llevar un campo. En eso, no me la ganaba nadie. Mi madre siempre me lo recalcaba, no hay nadie que sepa trabajar mejor la tierra que tú Moisés (me puso así, por el profeta, era muy apegada a la religión)
Un día Matilda, llegó del colegio sombría. Yo no sabía mucho de cosas letradas, pero en cosas mundanas era hábil y astuto como un zorro viejo, de inmediato me di cuenta que algo pasaba. La encaré en su habitación a solas. A la mañana siguiente, la llevé al colegio, y el hachazo que quedó marcado en medio del escritorio de su profesor de matemáticas, fue el mensaje para cualquiera que quisiera ponerle un dedo. No contaba, eso sí, que Teresa me estuviera esperando, para reprenderme. No puedes andar arreglando las cosas con el hacha Moisés, debes aprender a comunicarte de otra forma. Me lo dijo con tanta dulzura,  asentí como un niño , y la guardé en el establo (y nunca más volví a ocuparla, salvo para cortar madera)
Los días transcurrían simples, me leía novelas que me hacía comprar cada fin de semana en el pueblo, me sentía un hombre distinto al lado de Teresa. Sin embargo, pese a todos mis cuidados y a los remedios caseros de doña Gertrudis y otras doñas, Teresa no se recuperaba. Una tarde, me pidió que hiciera una gran fogata en el patio. Reímos, bebimos como nunca, hasta a Matilda le dio por bailar. Antes de la medianoche, la acompañé a su dormitorio, se mostraba cansada. Sin mediar ningún preámbulo, me preguntó si en todos estos años, no hubo ni siquiera un día, en que yo la hubiese mirado como mujer. A mi negativa, prosiguió – ¿me encuentras muy fea, o soy poco atractiva? yo he tratado de arreglarme para ti…lo sé la interrumpí y te lo agradezco, pero es que con el tiempo no estoy seguro muy bien de lo que siento por ti, no sabría distinguir si es amor, cariño o costumbre, pero sé que es muy especial lo que me provocas. Y entonces ¿por qué nunca me has buscado como mujer? – preguntó molesta. Porque te respeto tanto que no podría tocarte…repuse. Ah claro, pero para revolcarte con las cochinas del pueblo sí que puedes ¿qué tienen ella que no tenga yo? dime Moisés – replico mucho más enrabiada. La diferencia Teresa es que tú para mi eres una mujer especial, digna de mi amor, de mi admiración, de mi respeto y por eso no debo tocarte…Esa noche la vi desilusionada, por más que quise explicarle mi posición, se sintió despreciada. Los siguientes días, casi no me hablaba. Gertrudis pasaba el mayor tiempo con ella, y también me miraba con reproche. Hasta Matilda, me manifestó su desprecio. Comencé a volver a mis tareas del campo, para ocuparme y que mi cabeza no me aturdiera. Entonces, fue cuando mandó a llamarme.
Quisiera pedirte perdón Moisés, me dejé llevar por las pasiones como una tonta mujer y no entendí tu forma de amar tan pura. Lamento que no me quede más tiempo, para agradecértelo…No tienes que agradecerme nada Teresa – interrumpí…Sí, Moisés he sido la mujer más feliz del mundo todos estos años a tu lado, pero anoche supe que ya no me queda mucho tiempo…no digas nada – repuso- antes de que yo pudiera decir algo, necesito pedirte un último favor – en su tono había cierto dejo de nostalgia, que me hizo un nudo en la garganta. Quiero que construyas un pozo frente a la casa … ¿un pozo? pregunté y ¿para qué quieres que haga un pozo? y más encima frente a la casa… Será mi forma de agradecerte todo lo que has hecho por mí, y por Matilda…no alcanzó a decir más y se quedó dormida en mis brazos.
Tres días más tarde, le pedí a la negra (mí perra) que me indicara donde hacer el pozo. Como si me entendiera cavó enfrente de la casa, justo donde Teresa había dicho. Tomé la pala y comencé a cavar, diez días me tomó terminarlo. Matilda y Gertrudis realizaron los detalles finales, lo pintaron de blanco y colocaron unos maceteros con lindas plantas y flores. Pasaban los meses, y el pozo seguía ahí, sin actividad alguna, y en el fondo apenas un incipiente caudal de agua. No podía entender porque Teresa había pedido su construcción.
Cierto día, llegó un perro famélico, casi moribundo. Matilda, se encariñó de inmediato con él, por lo que acepté se lo dejara. Desde el primer día el perro hacía todo tipo de intentos para beber del pozo. Matilda sacó agua en un balde y le dio de beber. A poco andar, el perro se recuperó casi milagrosamente. Matilda no dejaba de hablar del pozo milagroso, cómo lo bautizó. La noticia corrió pronto por el pueblo. Cierta mañana, una familia llegó con una abuela en estado vegetal, pidieron agua del pozo para la anciana. Llenaron una botella y se fueron. Dos semanas más tardes, la fama del pozo de los milagros trascendía cerros y montañas.
Desde entonces, no falta el día, que llegan pidiendo beber o poder llevar agua a algún enfermo, y aunque no existe una napa natural que lo alimente, el pozo nunca se vacía.
Una tarde Matilda, me preguntó - ¿mi mamita está haciendo milagros verdad Moisés? (sabía que se refería al pozo), la quedé mirando y abrazándola le dije- ¡claro mi pequeña! (hacía tiempo que el mensaje de Teresa me había sido descifrado).
Miré el horizonte, y el atardecer me pareció más bello que nunca en compañía de Matilda, el pozo de Teresa, la negra y los perros que jugueteaban y ladraban a la distancia.

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Lulú




Nadie, absolutamente nadie, y cuando digo nadie, no exagero en lo más mínimo. Hombres, mujeres, jóvenes, niños y adultos mayores (sobretodo un par de ancianos que se encontraban frente a la puerta, y de manera singular el más torpe de los dos, que casi dejo caer su placa al abrir tanto la boca) nadie, como ya les decía, quedó indiferente a su presencia apenas abordó el vagón. No sabría precisarles que llamó su atención, sólo puedo decirles que todo en ella era estrafalario, desde el tinte de su pelo (que resaltaba aún más la palidez de su piel) sin dejar de lado el excesivo maquillaje, o el volumen de sus pechos que parecían desbordarse del escote insinuante, o la insignificante falda de cuero negro que parecía pintada a las curvas de su cuerpo voluminoso. Tampoco, podría descartar las medías de encaje negro que cubrían sus regordetas piernas, o su abrigo de piel de leopardo, en fin, era todo. Pareció disfrutar las miradas lascivas de algunos hombres, a pesar de abrigar en sus ojos cierto dejo de desprecio por el género. Esa actitud, cambió por completo en el instante en que sus ojos se posaron en mí (no estoy presumiendo por ello, sólo quiero ser lo bastante claro con ustedes, para que entiendan como realmente se fueron dando las cosas) Una extraña mueca, se dibujó en sus labios pintados de un púrpura brillante, antes de que se encaminara hacía mi (preciso esto, y no digo en dirección a donde yo me encontraba, pues me hallaba en un sector totalmente aislado del resto) Todo el mundo se mostraba pendiente de cada uno de sus movimientos (caminaba cual modelo sobre la pasarela) las miradas iban y venían, todos expectantes. Pensé en ese momento para mis adentros nunca más vuelvo a ocupar uno de estos asientos solitarios, como si de algún modo todo se hubiese tratado del asiento que ocupé. Las risas y miradas de toda esa gente, me tenían inquieto (soy del tipo de hombre acostumbrado a pasar desapercibido) pero debo confesarles que nada se comparaba con la presencia de esa mujer voluptuosa masticando un chicle de modo obsceno, acercándose cual gatubela (no precisamente la de Batman, hago la aclaración, para evitar, malos entendidos) Me sentía como una pequeña rata atrapada en un rincón sin más suerte que ser cazada. Cuando la mujer estuvo enfrente mío, abrió el abrigo con su mano y la apoyó en su cadera, al tiempo que decía Raquel es mi nombre, de seguro no te suena, porque supongo que nunca te enteraste de como me llamaba. Yo la miraba atento con cara de no entender nada, pero preferí quedarme silente. Tú y tus amigos, siempre se refirieron a mi como “la gorda, la gorda del barrio”. En ese momento, mis mejillas ardían, atemorizado aún más por las miradas de todos, sentí un incrementó en el ardor de mi rostro. Sentía ahogo, las pulsaciones aceleradas, parecía que los cuellos de los pasajeros se estiraban como avestruces y sus rostros con expresiones inquisidoras se me venían encima, como queriendo todos de algún modo interrogarme. Afortunadamente, se produjo una parada del tren subterráneo, eso disipó la atención en algo. Sin mediar, exclamó a viva voz “Sabías que siempre estuve enamorada de ti “– lanzando después una grosera risotada, que se pudo escuchar incluso en otros vagones. Ese era su momento, había logrado ser el centro de atención, hasta vi a más de alguno, sacarse los audífonos para enterarse de la escenita que montaba la mujer. Complacida, y consciente de la situación, comenzó a hablar, dirigiéndose a su público expectante “me creerían que este hombre fue durante toda mi adolescencia el hombre de mi vida” (al referirse a mí, me señaló con su dedo índice, provocando que me sintiera como cuál acusado en el estrado) … pero ¿qué creen ustedes que pasó? – inquirió- con tono dramático. Como toda celebre actriz guardó silencio dirigiendo su mirada a los espectadores, aumentando el suspenso, gozando al ver que como su audiencia se apresuraba a sacar todo tipo de conjeturas. Miradas amenazantes llovían de todos lados, ajusticiándome por lo que supuestamente le hice a la gorda (aún cuando ella no había dicho nada) …Después de ese mutismo mofletudo que me pareció una eternidad, exclamó – ¡me rechazó por ser gorda! – . Todo tipo de comentarios se me vinieron encima, incluso hubo un par de mujeres intentando golpearme, ¡Maldito, maldito! Me gritaban, al tiempo que me lanzaban manotazos. Yo me cubría el rostro con el antebrazo, en tanto, unos adolescentes sacaban su celular para grabar, por otro lado, un hombre miraba como disculpándose por no hacer nada, otros se reían comentando la situación. En esos momentos sólo atiné a pedir permiso para bajarme en la estación siguiente, antes que las cosas empeoraran. Lo que no estaba en mi cálculo es que la gorda me siguiera, y como no lograra darme alcance, hizo que los guardias de seguridad me detuvieran. Luego de acusarme de hacerle tocaciones y frotar mi miembro en su trasero. Fui llevado esposado a una sala sin que se me concediera el principio de la duda (a la espera de la llegada de la policía) La mujer, pidió nos dejaran a solas por un instante (ante la mirada desconcertante de los guardias) no se preocupen, con las esposas no podrá hacerme nada, sólo quiero que sepa un par de cosas, antes de que se lo lleven preso. Se sentó frente a mi, en actitud desafiante. No sabes lo que he soñado este momento, maldito, destruiste mi adolescencia…quise interrumpirla, pero no me dejó…no quiero que digas nada -agregó agresiva- yéndoseme encima como una pantera herida, sólo quiero que pagues por lo que me hiciste (hice un gesto con las manos de que me estaba acusando) y eso más la molestó. Acaso no sabes lo que dijiste de mí, la noche del 29 de septiembre del maldito 2001- levantó la voz- haciendo todo tipo de ademanes con sus manos y brazos regordetes (en cualquier momento esta mujer me golpea, pensaba) Yo en cambio lo puedo recordar como si fuera ayer -repuso - al tiempo que su tremenda humanidad se incorporaba en un gesto teatral como si fuera a declamar un verso. Con la mirada pérdida en un punto imaginario y una voz fría – continuó- La casa de la Javi, sábado por la noche, su cumpleaños, la excusa perfecta para verte. Para entonces pensaba, que la Javi era mi mejor amiga (hizo un gesto con sus ojos y boca, como diciéndose estúpida) por ser la única a quien había confesado estar enamorada de ti. Esa noche prometió darme una cita intima contigo. Una lágrima empezó a asomar en sus ojos, bajó la vista, respiró largo y profundo, y cuando quiso continuar, la voz comenzó a sonar quebrajada…Dijo que debía esperar en ropa interior en su dormitorio, ella se encargaría de que tú fueras ahí, y que todo lo que después pasara dependía única y exclusivamente de lo que yo quisiera. Esperé en la habitación nerviosa, dudosa de hacer lo que me pedía, no estaba segura de cómo reaccionarías, pero me alentó diciéndome “es un hombre, y al final a todos los hombres se les para con una mujer desnuda enfrente” … no sentí que fuera el mejor aliciente, pero al menos me reconfortaba la idea que mi primera vez fuera contigo. Recuerdo que incluso saqué un perfume a mi madre, quería impresionarte. Además, llevaba ropa interior de encaje, una que me había comprado meses antes y que no había usado. Todo lo hacía pensando en ti, eras el hombre de mis sueños, te soñaba a menudo. Por eso, había aceptado la propuesta. Nunca supe lo que pasó esa noche en el living de esa casa, por eso te pido si te queda un poco de hombría, me lo digas todo ahora, sin evitar nada, ya no hay nada que me pueda hacer daño. Tragué saliva, le miré a los ojos y me sentí miserable, por primera vez, veía sus enormes ojos pardos y me olvidé de su gordura. No quería contarle lo que realmente pasó, no creía tener la suficiente hombría para seguir. Le pedí un poco más de tiempo, que me hablara más que fue lo que vivió esa noche…Desde el segundo piso, escuchaba las risas de todos, los gritos de los hombres vociferando ¡en pelota, en pelota! pensé que de algún modo se referían a mí, comencé a desvestirme con pudor, nunca lo había hecho antes, pero todo era por ti y para ti. Me quedé en ropa interior y me senté en la cama inquieta, no sabía si tenderme, o esperarte de pie. Apagaba y prendía la luz del velador, nerviosa. La habitación de la Javi, me parecía intimidante. Hubiese preferido que fuera en mi habitación pensaba – pero sabía que tú no me visitarías, aunque te lo rogara. Impaciente miraba hacia la puerta, esperando que tú entraras. Te imaginaba con una rosa en los labios, para mi, diciéndome cosas bellas (no pudo continuar y soltó el llanto) … por favor, continua, supliqué … ¿para que quieres que siga? ¡Acaso no te basta! -reclamó airada. Sabes muy bien el final de la historia ¿para que deseas humillarme más? Te juro que no sé el final, por eso te pido que sigas, debo entender… ¡sabes muy bien lo que hiciste esa noche! -me recriminó, incorporándose sobre la mesa que nos separaba. No es necesario que yo te lo deba decir…pareció gritarme enfurecida. No estoy tan cierto en este momento – respondí, intimidado por su agresividad descontrolada por momentos.
Sentía frío -continuó- no sabía si era porque estaba semidesnuda o por los nervios, caminé hacia la puerta y la abrí. Al no verte comencé a bajar en puntillas las escaleras, supongo ahora que nadie se acordó que yo estaba en casa esa noche, lo digo por la escena que vi, en el living… ¿qué fue lo que viste? -pregunté intrigado. Vi a la Sole, Amanda y Sandra, en ropa interior bailando para ti. No quise seguir mirando, me sentí una tonta, entonces algo pasó y es lo que quiero que me digas ahora, sólo me quedaron esas malditas palabras que pronunciaste, malditas y tormentosas palabras que atravesaron mi corazón como filosas dagas esa noche y todas las siguientes de mis dieciocho años. No imaginas, lo que me destrozaron como niña, no puedo decir mujer porque no lo era. Nunca lo entendí, lo dijiste con tanto desprecio, que por eso me castré como mujer, nunca más la idea de amar un hombre se anidó en mí, eso no era para una gorda, el amor era sólo para las flacas como la asquerosa Javi y sus amigas. Nunca más me junté con esa maldita perra, ahora entiendo que sólo me utilizó para burlarse y que te eligió a ti, como mi verdugo…Yo no sabía nada de eso -contesté- te juro que recién me entero de lo que pasó…¡Pero sabías que estaba ahí maldita bestia!, sino no hubieras dicho lo que dijiste…si claro, pero también es cierto que estaba borracho, y como un estúpido caí en el juego de la Javi, lo dije realmente sin pensar…(quise pedirle perdón, pero me faltó valor) Sus ojos llorosos y el rimen corrido por las lágrimas, le daban un aspecto lastimoso, que me hacía sentir aún más culpable…casi no podía soportar la presión en mi pecho, trataba de no mirarla, mientras escuchaba sus sollozos. Con una mirada desgarradora, me rogó que le contara el resto. Respiré profundo, como buscando palabras que sonaran lo menos dolorosas posibles, le expliqué que los muchachos y yo estábamos bebidos cuando de pronto la Javi detuvo la música, me tomó de la mano y me dijo que las mujeres me habían elegido como el afortunado de la noche y me sentó en el sillón del living. Entonces les dijo a todos que se ubicaran por los costados, corrió la mesa del centro, colocó una música digna de cabaret, tres de sus amigas comenzaron a bailarme y a sacarse la ropa, mientras yo bebía no se que número de cerveza. Te confieso que, con tanto alcohol en el cuerpo, no estaba reaccionando al show (lo dije sólo por aliviar en algo su pesar) Los muchachos empezaron a avivar las cosas, mientras las chicas iban desvistiéndose…quise detenerme, me acobardaba continuar… sigue- repuso con tono determinante. Su cabeza reposaba sobre sus brazos apostados sobre la mesa, como si estuviera esperando una sentencia terrible. Su figura de mujer resignada, dolida, me obligó a continuar por vergüenza. Bueno – repuse -al tiempo que se me escapaba un resoplido,  la Javi me vendó los ojos y me secreteó algo al oído, y por eso dije lo que tú escuchaste…pero créeme, no tenía idea de lo que me acabas de contar…Eso no tiene importancia ya, contestó aún con la cabeza gacha sobre la mesa,  lo único que vale es que reconoces que lo dijiste, ahora deberás hacerte cargo de lo que me dañaste… levantó su rostro y con una mirada inexpresiva y una voz fantasmal – preguntó - ¿Qué fue lo que te secreteó la Javi?…Apreté los puños, y con voz entrecortada repuse “que una de las presentes se empelotaría para mí, y que debía estar con ella a toda costa”…entiendo, pero ¿tan horrible era para ti, que esa fuera yo? – inquirió…no pude responder nada. Se incorporó como si se hubiese desprendido de una armadura que llevaba encima, resopló una y otra vez, dándome la espalda. Luego me quedó mirando y exclamó con cierto orgullo. ¡Ah! por cierto, ahora soy escort en una boîte del barrio alto, imagínate, los hombres ahora pagan por estar conmigo – una sonrisa socarrona, se dibujó en su rostro pálido.
Se limpió las lágrimas con el dorso de su mano regordeta llena de pulseras de fantasía, y antes de llamar al guardia, se dirigió a mi…no te preocupes retiraré los cargos, ya obtuve más de lo que quería. Se arregló la falda que se había recogido aún más. Sostuvo su mirada un instante como queriendo decirme algo, más guardó silencio y desapareció taciturna tras la puerta. A los pocos, minutos entraron los guardias diciéndome con tono seco y cortante, que podía retirarme. La mujer había retirado los cargos. Me incorporé, más hubiese preferido me llevaran preso, me parecía lo más correcto, después de lo que le había hecho en el pasado.
Salí al pasillo y el bullicio y sentí que el gentío me atropellaba, pisoteando lo que quedaba de mi ser. Decidí darme por enfermo en la empresa. Caminé varias cuadras sin rumbo, recapitulando lo que acababa de vivir. Nunca imaginé ser el responsable de la vida de Raquel.
Las palabras dichas con tanto resentimiento, tanto dolor, le abrieron heridas que dejaron salir la miseria de que estaba recubierto su ser. Al anochecer y llegar al departamento, sintió que su actual pareja le parecía más bien una extraña, alguien con quien estaba por no sentirse solo. No se molestó por saber qué era lo que le pasaba realmente, solo se limitó a conseguirle un médico para que lo viera al día siguiente. Esa noche no pudo conciliar el sueño, volvía a la fiesta de ese sábado una y otra vez, sin poder remediar el momento en que dijo aquellas malditas palabras. Lloró en silencio, sintiéndose cada vez más miserable. Con el paso de los días, la idea de quitarse la vida comenzó a pasearse por su cabeza, “Depresión, por crisis existencial” fue el diagnóstico que figuraba en la licencia que presentó en su trabajo.
Poco más de un mes después, le vieron entrar en una boîte, solicitando los servicios de una tal “Lulú (nombre artístico de Raquel) desde entonces es cliente asiduo del local, y pide sólo los servicios de Lulú.

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El túnel



Dicen que cuando uno se topa con alguien y se quedan mirando es porque se conocen de otras vidas. Lo que quisiera contarle, no tiene que ver con eso exactamente, pero algo extraño me sucedió esa mañana al tomar el tren subterráneo como de costumbre. Los humanos somos dados a la rutina, incluso en esos pequeños detalles de tomar siempre el mismo vagón y sentarnos en los mismos asientos. De hecho, yo me ubicaba siempre en el andén a la altura del último carro, y me sentaba al lado de la ventana (me gustaba ver pasar los trenes en sentido contrario).
Ese día se sentó a mi lado un hombre mayor (de esos conversadores) yo hacía como que lo escuchaba, pero seguía pendientes del paso de los trenes (a veces vagabundeaba mentalmente viéndome sacar mi cabeza por la ventanilla y terminar decapitado, me fascinaba esa sensación) en tanto, yo me perdía en mis extrañas cavilaciones, el hombre seguía su monólogo, digo monólogo, pues ya les comenté que no le prestaba atención. Todo hubiera continuado así hasta mi estación, de no ser por la fotografía de su mujer cuando joven (fallecida hacía veinte años según agregó después) Por alguna extraña razón que no logré entender en ese momento, quedé prendado de ella. No podía soltar la fotografía y el hombre insistía en que se la devolviera. La retenía entre mis dedos como una obsesión. De pronto, el tren subterráneo se detuvo en mi estación. Aproveché la distracción de una abuelita a quien cedí mi asiento, y me escurrí entre la muchedumbre con la intención de quedármela. No sé si alcanzó a darse cuenta. Sin pensarlo, corrí a las escaleras en busca de la calle.
Afuera un día otoñal, me saludó con su aliento gélido. Una joven se me quedó mirando con ojos intrigantes. Sentía que todo el mundo me observaba. La culpa la tenía esa fotografía que aún conservaba en mi mano izquierda. Tenía tiempo para llegar al estudio, así que pensé que un café expreso ayudaría. Conocía un local ubicado en un subterráneo (de algún modo quería permanecer escondido) Las luces del lugar eran tan tenues en ese antro, que una vez dentro no sabías si era de día o de noche. Una muchacha de color salió a atenderme con una sonrisa que parecía exagerar aún más el grosor de sus labios carnosos, y sus dientes blancos resaltaban como perlas en la oscuridad. Supongo que debía emanar algo de mí, porque sin mediar palabras, me ofreció un privado de un modo intrigante. Acepté con un ligero asentimiento de cabeza. Me indicó siguiera por el pasillo a la izquierda. A medida que avanzaba, la estrechez de este corredor comenzó a incomodarme, cada vez era peor, hasta el punto que no pude ya girar para devolverme. Ahogado y aterrado me apresuré a empujar la única puerta que existía. Lo que vi en las paredes de ese pequeño cubículo, me helo la sangre. Intenté devolverme, pero, la muchacha de color estaba detrás de mí sosteniendo una pequeña bandeja con el café. Yo quería preguntarle por las fotografías, pero mi boca parecía abrochada. La muchacha dispuso la taza en la mesa y se sentó frente a mí. Entonces, comencé a transpirar helado y a tragar saliva. Señorita yo… Ella sonrió. Tranquilo, no es lo que te imaginas, sé que viniste por ella – contestó - haciendo una mueca a las fotos pegadas en la muralla. Bueno … sólo fui capaz de mostrarle la fotografía que sostenía aún en mi mano. Apenas la vio se incorporó de un sobresalto de su asiento, y exclamó con un tono de preocupación ¿De donde la sacaste? El jefe se va a enojar…no alcanzó a decir más. Su figura se perdió raudamente por el pasillo, salió gritando y repitiendo “el jefe se va a enojar”. Dos enormes hombres de color la interceptaron y luego de escucharla, vinieron por mí con cara de pocos amigos. El miedo se apoderó de mí, pero no tenía como huir. Sólo cerré los ojos y me cubrí con mis brazos en un acto de desesperación, esperando lo peor.
Antes de que los matones me alcanzaran, una mano me asió del brazo. No podía entender lo que pasaba, estaba corriendo en la oscuridad a través de unos túneles. Hacía unos minutos estaba en una pequeña habitación y ahora era arrastrado por alguien que me conducía por unas galerías subterráneas. Al final del corredor se veía una salida, pero se encontraba cerrada por una reja de fierro enmohecido. Al otro lado de la verja, podía contemplar la silueta de un hombre encendiendo un cigarrillo. Iluminado su rostro, quedé pasmado y me frené aterrado; podía verle claramente, sabía quién era, estaba tan claro como saber que yacía muerto desde que yo era un niño… ¡No puede ser él! - fue lo último que alcancé a pensar antes de desvanecerme.
Aparecí en una amplia sala, recostado en una banca dispuesta en el centro. En otra se hallaban sentado el hombre (o mejor dicho mi abuelo) y la mujer de la fotografía. Ambos sonrieron al verme despertar… ¿Dónde estoy? ¿Abuelo, que significa todo esto? – pregunté inquieto y antes de querer incorporarme, su mano me estaba deteniendo. Cálmate hijo, las cosas se han complicado últimamente, por eso te he mandado a llamar ¿A que te refieres con que las cosas se han complicado últimamente abuelo? ¡¡¡Tiempo hijo!!! ¡Se nos acaba el tiempo…! levantó la voz y los brazos como si estuviera molesto con el mundo…En éstos últimos 50 años, el hombre ha destruido la tierra mucho más que en un siglo y medio…Sí eso es sabido abuelo- contesté, pero ¿qué tiene que ver con el tiempo…? ¡El hombre, hijo!, no ha crecido a la misma dinámica que la destrucción de la tierra. Eso, nos llevó a tomar medidas correctivas como tener que dividir el alma del ser humano… ¿Qué? ¿Qué estás diciendo abuelo? ¿Qué estupidez es esa? ¿Cómo es eso de dividir el alma? ¿Sí apenas sabemos que es? ¿Cómo podríamos entonces pensar en intervenirla?...
Te explicaré hijos, a los Neptunianos hace ya millones de años, se les propuso lo mismo que te estoy comentando, pero ellos se negaron, decían que el alma era única de un ser, y que Dios, no lo permitiría…entonces el caos de Neptuno, terminó con los seres que la habitaban… ¿Dices que en Neptuno hubo vida, seres humanos…? Dije -vida - los Neptunianos se parecían mucho al hombre de hoy, sólo que ellos median tres metros como estatura media…
Me incorporé mirando a la mujer, buscando en ella algo de comprensión, pero no dijo nada ¿Abuelo quién es esta mujer? – pregunté ofuscado. Me quedó mirando, aunque te cueste creerlo esa mujer que señalas - Eres tú - quiero decir la mitad de tu alma… ¿Qué? -exclamé cada vez más desorientado. Lo que oyes, hace 15 años seccioné tu alma, desde entonces, hemos intervenido las almas de más de 1.500 millones de humanos… Abuelo ¿Quieres que crea, lo que me estas diciendo?
Mi abuelo tomó una naranja y me la enseñó ¿Qué es esto? …Una naranja, por supuesto – contesté algo molesto. Entonces la cortó por la mitad, ¿y ahora? – volvió a preguntar mostrándome la fruta partida… ¿acaso no sigue siendo una naranja? – repuso, antes de que yo pudiese decir algo. Lo quedé mirando desorientado y nuevamente me dirigí a la mujer intrigado. Mirándola a los ojos, le pregunté si entendía lo que estaba diciendo mi abuelo. Perfectamente – contestó ella esbozando una sonrisa. De hecho, este cuerpo que ocupo es de una mujer que falleció hace más de 20 años. Tú abuelo lo utilizó para incorporar nuestra alma… ¿Nuestra alma? -exclamé ¿Es de es mi alma, de que estamos hablando? – contesté cada vez más ofuscado. Miré a mi abuelo, y éste dijo - Damián estás respirando ¿no es así? Si, si, asentí como un estúpido…De hecho, estamos respirando los tres en esta habitación -continuó ¿podrías decirme si el aire que estamos respirando es sólo tuyo, o me pertenece sólo a mí, o le pertenece quizás a Iris?
No sabía que contestar, no podía entender nada de lo que estaba escuchando, mi cabeza daba vueltas, sentía que iba a estallar, era demasiada información para procesar.
El tiempo se nos escapa entre nuestras manos -repuso el abuelo- es por ello, que es preciso realizarte una nueva disección de tu alma. Te confieso que, hasta ahora no se ha hecho. Serías el primero, pero esta vez, necesito de tu aprobación – argumentó el abuelo. Y esta vez ¿por qué debes consultarme? si antes, llegaste y lo hiciste. Pues, te seré franco, existe la posibilidad de que tu alma, no lo resista y entonces perderás la vida, y por ende Iris también. Será el fin de tu alma, perecerás y no podrás acceder a la eternidad. ¿Te das cuenta lo que me estás pidiendo, abuelo? Absolutamente Damián, tu generación está perdida, están tan centrados en ustedes mismos, en lograr éxito a cualquier precio, que desperdician la vida que se les ha regalado, luchando por la obtención de cosas materiales. Se están deteriorado a tal punto que la espiritualidad del planeta podría estar en extinción. Mírate, hasta hoy has estado preocupado de escalar posiciones en tu trabajo, cada vez tus metas son mayores, tienes un auto deportivo que ocupas solo los fines de semana, y vives en un lujoso departamento, donde llegas solo a dormir. Sólo enfrentándote a esta realidad, te han vuelto las ganas de estar vivo, de estar consciente de lo que realmente importa, es por eso que, al provocar una nueva división de tu alma, podremos multiplicar tu crecimiento espiritual, recuperaremos el tiempo perdido con humanos del pasado debidamente seleccionados. Los nuevos seres vendrán con energía renovadora, sabrán transmitir a las futuras generaciones el verdadero sentido de la vida. Si esperamos que tú evoluciones como un sólo ser humano, corremos el riesgo, que el fin del mundo se produzca antes de que lo logres. En cambio, al dividir tu alma, así como la de los otros 1.500 millones que te comenté podrán vivir varias vidas a la vez, y por ende la evolución de sus almas, será mayor al momento de morir, y en sus próximas reencarnaciones serán seres mucho más evolucionados. Entiéndelo Damián buscamos salvar la humanidad.
Cerré los ojos, y vi los trenes de mi existencia pasar frente a mí, uno tras otros, entonces de pronto los trenes comenzaron a fraccionarse, podía ver los vagones de mi vida, y al mismo tiempo los vagones de Iris. Le vi crecer, reír, llorar, sufrir humillaciones como mujer y tantas otras cosas más, que nunca imaginé desde mi perspectiva de hombre. Entendí que era Damián e Iris a la vez. Una sensación de plenitud comenzó a embriagarme, fui consciente que mi verdadera alma nunca me perteneció, siempre fui sólo una gota en el mar. Entonces los vagones se difumaron y una gran luz me atrajo, y me interné en ese extenso túnel. Caminaba sereno, a medida que avanzaba fui encontrándome con mis otras vidas, y en cada abrazo con ellos, una parte de mi renacía y moría a la vez. Uno a uno se difuminaron tras mi andar. A la distancia vi a Iris llorar de alegría, el abuelo la abrazaba. A cada paso el túnel se ensanchaba, y la sensación de plenitud crecía paulatinamente, me dejé llevar.
Desperté en la sala común de un hospital. Había ingresado por un desvanecimiento en la vía pública. Cuando salí a la calle, miré al cielo, y el día me pareció más hermoso que nunca, entonces me encaminé entre el tumulto, y a mi paso iba saludando a los transeúntes, con un ¡hola yo!, ¡hola yo!, ¡hola yo! mientras la gente se abría paso mirándome como si estuviese loco.
 
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Perspectiva




Un joven y un anciano descansaban bajo la sombra de un longevo árbol. El viejo adoptaba una posición de relajo y miraba al cielo con los ojos cerrados, en tanto el joven se mostraba inquieto y cambiaba continuamente de posición.

Unas horas más tarde, el sol les daba de lleno, pero el anciano seguía en la misma quietud, en tanto el joven rumiaba al no encontrar sombra y lamentaba su destino. Tengo una vida miserable - míreme acá botado ¡solo como un perro! El viejo, no contestaba. Si al menos tuviera una mujer, que me cuidara y me amara - continuaba lamentándose a viva voz.

Estaba en eso, cuando un camión pasó levantando una polvareda que terminó por cubrir a ambos. El muchacho se incorporó molesto maldiciendo al conductor, pero éste ya iba demasiado lejos. Entonces el viejo, observó que, del camión habían caído unas rosas. Lo invitó a recogerlas. Lo hizo a regañadientes -murmurando- ¿de qué le iban a servir esas rosas si no tenía una mujer a quien regalárselas? El viejo sonriendo, le dijo- al menos ya tienes las rosas, estás mejor que hace un rato – le animó. ¡Míre como estoy! (refiriéndose a la polvareda que levantó el camión) - alegaba mientras intentaba quitarse el polvo de sus ropas.

No pasó mucho rato, cuando el viejo divisó a la distancia una mujer que venía en dirección de ellos. De inmediato, lo instó le obsequiara las flores, pero el joven ni se inmutó. La mujer, al pasar por delante del anciano, le ofreció una hermosa sonrisa, que correspondió con una aún más amplia. Al enfrentar al joven, lo encontró molesto, con unas rosas tiradas a su lado. ¡Que lindas rosas! - exclamó ¿por qué las tienes tiradas…? no alcanzó a terminar la frase, cuando el joven farfulló – para que las quiero, si no tengo mujer ¿Me las regalarías a mí? – preguntó - Lléveselas si quiere… La joven recogió las rosas, las acomodó en un ramo, y exclamó – muchas gracias, mi madre estará feliz y su rostro se iluminó, lo que el muchacho no apreció, pues se encontraba ensimismado en su tristeza.

Antes del anochecer cuando el sol comenzaba a esconderse en el horizonte, el anciano llamó al joven. He escuchado lamentarte todo el día empezó diciendo…más fue interrumpido de inmediato - ¿y qué quiere que haga, acaso tengo algo para estar contento? Muchas cosas - pronunció el anciano. ¡¡Muchas cosas!!! Usted es un viejo loco, que quiere tomarme el pelo – vociferó- ¿Acaso no ve? Pues claro, veo claramente ¿Entonces? ¡No se da cuenta que no tengo nada, nada! decía esto levantando los brazos en son de clemencia.  

El viejo lo contempló con paciencia y dijo…Te quejabas de estar sólo, y no has disfrutado ni un solo instante de las bondades de la soledad, de tener lo más preciado por estos días que es “tiempo sólo para ti”, un placer que muy pocos tienen. No te imaginas la cantidad de personas que envidiarían tu suerte ¡has tenido todo el día para ti! sin importar nada más, sin un jefe que te de órdenes, sin tener la obligación de trabajar como todo el mundo. No te has detenido a escuchar el silencio, otro gran privilegio, no has gozado de la tibieza del sol, la brisa, ni siquiera has contemplado por un minuto éste bello paisaje. Y todo eso, por estar tan pendiente de tu supuesta desgracia, tampoco te detuviste a apreciar la belleza de las rosas, ni fuiste gentil con la joven que te trajo el destino, por estar cegado, te perdiste de apreciar la inocencia de sus ojos o su maravilloso color avellana. No contemplaste su preciosa sonrisa, tampoco fuiste lo suficiente galán, como para regalárselas, tuvo que recogerlas ella misma. Ves ahora muchacho, todo lo que te dio este día.

El joven cabeza gacha no contestó, guardo silencio unos minutos y comenzó a llorar desconsoladamente.
Y ahora ¿por qué lloras? -preguntó el anciano.
¿Acaso no se da cuenta? - decía entre sollozos, lo tuve todo en un día, y en el mismo día ¡¡¡ lo perdí!!!
                                                                      
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¿Milagro?

¡Ahí venían otra vez! ¿Por qué se le aparecían esas figuras? Al principio le pareció una distorsión de su mente, pero el niño, la mujer y el...