Vuelo 739

 



Samuel, no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo, herido y seminconsciente después de estrellarse el avión en que viajaba, era transportado en una especie de camilla fabricada con palos, ramas y cueros, que maniobraban dos hombres semidesnudos claramente de una tribu indígena ¿Dónde lo llevaban? ¿Qué querían de él? Los aborígenes se movían como gacelas por la selva, sus pasos, saltos y andar eran gráciles, daba la sensación de que caminaban sobre algodones. Por momento el paso de los hombres hacía que las ramas o hojas de plantas enormes le golpearan. Estaba muy asustado. Cruzaron un riachuelo y se internaron lentamente en un sector más inhóspito. Su andar cambio de ritmo, como si de pronto su cuerpo les pesara toneladas. El calor era asfixiante. Mosquitos por todos lados, inundaban el ambiente. Un pequeño leopardo salió a su encuentro y se acercó a olerlo, le pasó su lengua áspera sobre la sangre de su brazo. Esto le asustó aún más, estaba aterrado. No entendía nada. Hace un par de horas [no tenía claridad del tiempo transcurrido realmente] probablemente eran más que un par de horas, quizás un día o tal vez dos, en su cabeza aún daban vueltas los minutos antes del accidente, la gente gritaba tanto aterrada con el hecho inminente que el avión capotara, que no podía asegurar si perdió el conocimiento por la angustia de la muerte o fue producto del impacto. Las trágicas imágenes rebotaban en su mente como las bolas de un Flipper antiguo, ese que solía jugar con sus amigos cuando se fugaba del colegio. Que tiempos aquellos, las cosas eran tan simple -divagó. Se escondían en el gimnasio, esperaban la campana, luego que los alumnos se ordenaban para entrar a clases y él junto a Max y Andrew, se escapaban por la tapia del patio trasero. Tras esto corrían antes de ser sorprendidos por el inspector. Dos cuadras al sur se metían en el subterráneo de una galería, y pasaban horas jugando Flipper. Esas máquinas eran fantásticas, el sonido de sus timbres, sus figuras, sus luces que tenían un efecto hipnotizante, las horas parecían volar.

Mientras los aborígenes, continuaban su marcha nuevamente a paso raudo, cerraba los ojos en un acto de temor que le apretaba el pecho hasta asfixiarlos. Decidió huir a sus recuerdos.

 Fue, en una de las máquinas del fondo que una muchacha parecía lograr un récord, nos acercamos a ver, estaba a unos cuantos puntos de lograr dar vuelta el marcador. Se formó un ambiente de camarería y todos comenzamos a alentarla.  Varias gotas mojaban su frente, soplaba a cada rato su chasquilla, como si fuera un tic nervioso. Su mirada, era punzante, como una fiera que acechaba su presa, entonces, la máquina se encendió completa y los timbres sonaban como un gran carnaval. ¡Lo había logrado! y en un acto que aún no entiendo, la abracé. Cuando nos separamos me di cuenta de sus enormes ojos, esos que me dejaron prendado de su rostro para siempre. Fiorella, acudía todos los viernes a ese antro de perdición de jóvenes adolescentes. Con el tiempo nos hicimos amigos y luego empezamos a salir. Ocho años más tarde, dábamos el sí, en la iglesia de nuestra ciudad. Anoche o quizás antenoche ya no estoy claro, hablamos de este viaje. Al principio, estaba molesta. ¿No puede ir otro compañero de trabajo? - exclamó con tono molesto, mientras alzaba los brazos acalorada ¡Justo ahora que saldremos de vacaciones! Entiende amor- fue el presidente de la compañía quien me llamó para pedirme que cerrara ese negocio con los gringos, es un tremendo contrato, que estábamos peleando hace años con la competencia. Imagínate el socio principal, está dispuesto a recibirme el sábado. Cierro el trato y el domingo viajo para reunirnos con los niños en San Andrés, es simple, sólo serán un par de horas, prácticamente. Además, me darán una semana extra para que disfrutemos en un resort de Acapulco. ¡Es la oportunidad de nuestras vidas! entiéndelo, amor. No puedo decir que no. La abracé, pero no me correspondió, estaba molesta. Ella y los niños se hicieron los dormidos cuando vino la Van a buscarme para llevarme al aeropuerto. El vuelo 739 de Airlines estaba con retraso. Aproveché de tomar un café y mandar un saludo a Fiorella y los niños, sólo me pusieron una carita y una manito. Después me lo van a agradecer, pensé. Repasé en el laptop los últimos detalles del viaje y las posibles estrategias que tendría que ocupar. El socio que me recibía era colombiano, tenía fama de ser un hombre de pocas palabras cuando se trataba de negocios, pero luego, le gustaba mucho beber ron y bailar, a esto último apostaba Samuel ya que era su fuerte el baile.

Los hombres le dejaron caer al suelo, haciéndole volver abruptamente a la realidad. Uno de ellos se adentró en una especie de ruca, de donde luego salió una mujer su rostro quemado por el fuerte sol del lugar. Se acercó, habló en el idioma indígena y los hombres le trajeron un maletín. Mientras me limpiaba las heridas, me enteré de que llevaba ocho años en esa tribu, y hasta hoy, yo era el único blanco que había logrado ver. No podía entender que yo fuera el único sobreviviente del avión que cayera hace dos días en la selva, de hecho, de los seis aviones que habían capotado en la zona, nunca hubo sobreviviente alguno. Yo tampoco podía dar crédito a lo que ella me decía ¿Por qué yo iba a ser el único sobreviviente? Por más que se esforzaba, no podía recordar nada del accidente, es como si alguien me hubiese borrado de la memoria el suceso. Será que mi inconsciente lo hizo a modo de protección, quizás luego podré saberlo, no era lo más importante.

Me contó que junto a su esposo apenas se recibieron de médicos, decidieron visitar estos pueblos aborígenes, sin embargo, apenas unos meses de instalados una serpiente picó a su marido y perdió la vida. El jefe tribal la llevó al principio como rehén. Fueron sus conocimientos de medicina la que desde entonces la mantenían con vida. Un año después fue desposada por el jefe de la tribu, y pasó a formar parte de sus concubinas. La verdad es que el hecho de haber sido desplazada por mujeres más jóvenes era algo que agradecía, pues el jefe tribal, era un hombre de mal aliento y olores fuertes, que no soportaba, por suerte quedó embarazada luego de una niña. Su hija, anhelaba escapar de ahí. No quería ser tomada como concubina del gran jefe.

Tuve que pasar varios días acostado, lleno de vendas y hojas de plantas en una de las chozas. Fue ahí donde conocí un día a Luciana, la hija de Miriam (doctora). El corazón se me heló al verla, era ver a Fiorella cuando nos casamos. No podía calcular cuantos días habían pasado desde que me habían rescatado los indígenas. El avión estrellado debía haber captado la atención mundial. me llamaba la atención de no sentir aviones que nos buscaran. No existía medio de comunicación alguno. La mayoría de los celulares que los indígenas traían tenían sus baterías descargadas. Entremedio de una revista, venía el pasaje de una mujer, salía la fecha, pero ahora no sabía que día, ni de que mes estaba. A los aborígenes eso no les importaba. Luego que mis heridas sanaron, convencí a Luciana que fuéramos al avión, tenía la esperanza que la radio del Boeing funcionara o algún otro medio de comunicación. Habló con un par de jóvenes indígenas y cuando todos dormían siesta, decidimos escabullirnos en busca de los restos del avión. Los jóvenes no eran tan expertos para moverse en la selva, y el viaje me pareció una eternidad. Sentí que las lesiones se habían agravado con el esfuerzo. Cuando llegamos al lugar, me di cuenta de que el equipo de comunicación del avión aún funcionaba. Traté de comunicarme, varias veces, pero la radio solo chicharreaba, la desesperación y la angustia, me llevaron a golpear el micrófono en el tablero (creo que terminé de estropearla). Con Luciana seguimos viniendo día tras día, nos poníamos a revisar los cientos de maletas y bolsos que encontramos, no por nada, íbamos más de 200 personas en el vuelo. Fue entonces cuando Luciana, encontró una batería de celular en una mochila. Afortunadamente estaba el equipo también. Hicimos la prueba y encendió. Nos abrazamos de felicidad, de la misma manera que lo hiciera la primera vez con Fiorella. Como Luciana no estaba familiarizada con estos equipos, fui yo quien hizo el intento de comunicarse con alguien. Lo único que se me ocurrió fue comunicarme con la línea área. Después de varios intentos fallidos, me contestó una mujer – la transmisión no se escuchaba del todo bien, a ratos entrecortados, pero logré decir mi nombre y dar noticias de lo sucedido. Perdón don Samuel, ese vuelo que usted menciona, no existe, en realidad me figura como un vuelo que se sacó del itinerario, luego de que sufriera un accidente hace dos años. Señorita, soy el único sobreviviente de ese vuelo, traté de explicarle, sin que la emoción me embargara, pero eso no ocurrió hace dos años, ocurrió hace unos días, no podía precisar el tiempo transcurrido, le pregunté la fecha y era de dos días antes de mi partida, no podía ser. Yo me encontraba ahí, en el lugar del accidente y claramente había pasado más de una semana. Señor le repito, hoy es 22 de enero del año 2023 -me contestó la mujer, algo ya a disgusto, por la conversación que mantenía conmigo. Usted no aparece como pasajero para ningún vuelo en el asiento 28D – me contestó cada vez más fuera de sí. Señorita – lamentablemente no puedo mandarle una foto o video para decirle que yo acabo de viajar con ustedes, hace unos días y que el avión se estrelló en la selva. Nos atrapó una tormenta eléctrica en pleno trayecto, y al parecer un rayo tocó la estructura del avión y el capitán y su copiloto perdieron el control, ¿Me escuchó?, señor entiéndame usted también a mí, que le puedo decir si el vuelo que usted habla no existe, usted figura como cliente de la aerolínea, pero la última vez que voló con nosotros, fue hace dos años. Samuel, miraba atónito a Luciana, quien lograba escuchar la comunicación. Ella trató de intervenir, pero cuando la mujer le pidió sus datos, se dio cuenta que era inútil, literalmente no existía, es decir, ambos de algún modo no existían para la aerolínea. Se cortó la comunicación.

Le contaron la experiencia a Myriam con lujo de detalles, luego de escucharlos, se limitó a decir- parece que estamos en un mundo paralelo -dibujando una sonrisa socarrona en su rostro- y se retiró a sus paseos acompañada del joven leopardo.

Con el pasar de los días, intentaron recorrer la zona, pero cada vez, eran menos los indígenas que querían acompañarlos. Samuel y Luciana no querían darse por vencidos. Decidieron ir solos. Uno de aquellos días, se internaron en la selva, y dieron con una aeronave de Avianca. Estaban a pasos de la cabina, cuando el rugir de una leona a su espalda hizo que quedaran sin aliento. Samuel, tomó a Luciana y la puso tras su espalda. El felino tenía espuma en su hocico, su aspecto huesudo, daba la impresión de que hace días no comía, le costaba mantenerse en pie, tambaleaba y se movía lento. Más que atacarlos, daba la sensación de que caería desfalleciente ante ellos. En eso, en un saltó que pareció como de vida o muerte el felino, les atacó, Samuel sintió sobre sus hombros las pesadas patas del animal y cayó de espalda. Sentía que lo remecía, pero al parecer, el pobre animal, ya no tenía ni siquiera fuerza para sacar sus garras, entonces abrió los ojos para mirarle y fue cuando se encontró con su mujer. ¡Fiorella, eres tú!, claro que soy yo, a quien más esperabas, pero ¿qué haces acá? – pregunté aún atolondrado. Te vine a despertar tontito, te quedaste dormido en el sillón del living, después que te levantaste de madrugada. Perdiste el avión, me acaban de llamar de tu trabajo. ¿Perdí el avión? Preguntó Samuel y recién tomó conciencia de que estaba en su casa. Si amor, perdiste el avión, no sé que vas a hacer ahora ¿Qué, que voy a hacer ahora? Si claro, acuérdate lo importante era que viajaras hoy sábado…ya sé lo que voy a hacer- exclamé extasiado. ¿Qué harás amor?  Pues diles a los niños que saldaremos a celebrar. Pero Samuel ¿qué es lo que tenemos que celebrar? – me preguntó desorientada, con ambas manos abiertas. ¡Que perdí el vuelo! ¡perdí el vuelo! Repetía, mientras se levantaba dichoso. Su cuerpo sudaba en demasía, así que dijo que tomaría un baño, mientras Fiorella le miraba – desconcertada - sin entender nada.

 

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La mentira de Ramiro

Amigo lector ¿Crees que exista la buena o la mala suerte? Al respecto tengo mi propia teoría, pero no viene al caso hablar de ello ahora, te...