Samuel, no podía dar crédito a lo
que estaba sucediendo, herido y seminconsciente después de estrellarse el avión
en que viajaba, era transportado en una especie de camilla fabricada con palos,
ramas y cueros, que maniobraban dos hombres semidesnudos claramente de una
tribu indígena ¿Dónde lo llevaban? ¿Qué querían de él? Los aborígenes se movían
como gacelas por la selva, sus pasos, saltos y andar eran gráciles, daba la
sensación de que caminaban sobre algodones. Por momento el paso de los hombres
hacía que las ramas o hojas de plantas enormes le golpearan. Estaba muy
asustado. Cruzaron un riachuelo y se internaron lentamente en un sector más
inhóspito. Su andar cambio de ritmo, como si de pronto su cuerpo les pesara
toneladas. El calor era asfixiante. Mosquitos por todos lados, inundaban el
ambiente. Un pequeño leopardo salió a su encuentro y se acercó a olerlo, le
pasó su lengua áspera sobre la sangre de su brazo. Esto le asustó aún más,
estaba aterrado. No entendía nada. Hace un par de horas [no tenía claridad del
tiempo transcurrido realmente] probablemente eran más que un par de horas,
quizás un día o tal vez dos, en su cabeza aún daban vueltas los minutos antes
del accidente, la gente gritaba tanto aterrada con el hecho inminente que el
avión capotara, que no podía asegurar si perdió el conocimiento por la angustia
de la muerte o fue producto del impacto. Las trágicas imágenes rebotaban en su
mente como las bolas de un Flipper antiguo, ese que solía jugar con sus amigos
cuando se fugaba del colegio. Que tiempos aquellos, las cosas eran tan simple
-divagó. Se escondían en el gimnasio, esperaban la campana, luego que los
alumnos se ordenaban para entrar a clases y él junto a Max y Andrew, se
escapaban por la tapia del patio trasero. Tras esto corrían antes de ser
sorprendidos por el inspector. Dos cuadras al sur se metían en el subterráneo
de una galería, y pasaban horas jugando Flipper. Esas máquinas eran
fantásticas, el sonido de sus timbres, sus figuras, sus luces que tenían un
efecto hipnotizante, las horas parecían volar.
Mientras los aborígenes, continuaban
su marcha nuevamente a paso raudo, cerraba los ojos en un acto de temor que le
apretaba el pecho hasta asfixiarlos. Decidió huir a sus recuerdos.
Fue, en una de las máquinas del fondo que una
muchacha parecía lograr un récord, nos acercamos a ver, estaba a unos cuantos
puntos de lograr dar vuelta el marcador. Se formó un ambiente de camarería y
todos comenzamos a alentarla. Varias
gotas mojaban su frente, soplaba a cada rato su chasquilla, como si fuera un
tic nervioso. Su mirada, era punzante, como una fiera que acechaba su presa,
entonces, la máquina se encendió completa y los timbres sonaban como un gran
carnaval. ¡Lo había logrado! y en un acto que aún no entiendo, la abracé. Cuando
nos separamos me di cuenta de sus enormes ojos, esos que me dejaron prendado de
su rostro para siempre. Fiorella, acudía todos los viernes a ese antro de
perdición de jóvenes adolescentes. Con el tiempo nos hicimos amigos y luego
empezamos a salir. Ocho años más tarde, dábamos el sí, en la iglesia de nuestra
ciudad. Anoche o quizás antenoche ya no estoy claro, hablamos de este viaje. Al
principio, estaba molesta. ¿No puede ir otro compañero de trabajo? - exclamó
con tono molesto, mientras alzaba los brazos acalorada ¡Justo ahora que
saldremos de vacaciones! Entiende amor- fue el presidente de la compañía quien
me llamó para pedirme que cerrara ese negocio con los gringos, es un tremendo
contrato, que estábamos peleando hace años con la competencia. Imagínate el
socio principal, está dispuesto a recibirme el sábado. Cierro el trato y el
domingo viajo para reunirnos con los niños en San Andrés, es simple, sólo serán
un par de horas, prácticamente. Además, me darán una semana extra para que
disfrutemos en un resort de Acapulco. ¡Es la oportunidad de nuestras vidas!
entiéndelo, amor. No puedo decir que no. La abracé, pero no me correspondió,
estaba molesta. Ella y los niños se hicieron los dormidos cuando vino la Van a
buscarme para llevarme al aeropuerto. El vuelo 739 de Airlines estaba con
retraso. Aproveché de tomar un café y mandar un saludo a Fiorella y los niños,
sólo me pusieron una carita y una manito. Después me lo van a agradecer, pensé.
Repasé en el laptop los últimos detalles del viaje y las posibles estrategias que
tendría que ocupar. El socio que me recibía era colombiano, tenía fama de ser
un hombre de pocas palabras cuando se trataba de negocios, pero luego, le
gustaba mucho beber ron y bailar, a esto último apostaba Samuel ya que era su
fuerte el baile.
Los hombres le dejaron caer al
suelo, haciéndole volver abruptamente a la realidad. Uno de ellos se adentró en
una especie de ruca, de donde luego salió una mujer su rostro quemado por el
fuerte sol del lugar. Se acercó, habló en el idioma indígena y los hombres le
trajeron un maletín. Mientras me limpiaba las heridas, me enteré de que llevaba
ocho años en esa tribu, y hasta hoy, yo era el único blanco que había logrado
ver. No podía entender que yo fuera el único sobreviviente del avión que cayera
hace dos días en la selva, de hecho, de los seis aviones que habían capotado en
la zona, nunca hubo sobreviviente alguno. Yo tampoco podía dar crédito a lo que
ella me decía ¿Por qué yo iba a ser el único sobreviviente? Por más que se
esforzaba, no podía recordar nada del accidente, es como si alguien me hubiese
borrado de la memoria el suceso. Será que mi inconsciente lo hizo a modo de
protección, quizás luego podré saberlo, no era lo más importante.
Me contó que junto a su esposo
apenas se recibieron de médicos, decidieron visitar estos pueblos aborígenes,
sin embargo, apenas unos meses de instalados una serpiente picó a su marido y
perdió la vida. El jefe tribal la llevó al principio como rehén. Fueron sus
conocimientos de medicina la que desde entonces la mantenían con vida. Un año
después fue desposada por el jefe de la tribu, y pasó a formar parte de sus
concubinas. La verdad es que el hecho de haber sido desplazada por mujeres más
jóvenes era algo que agradecía, pues el jefe tribal, era un hombre de mal
aliento y olores fuertes, que no soportaba, por suerte quedó embarazada luego
de una niña. Su hija, anhelaba escapar de ahí. No quería ser tomada como
concubina del gran jefe.
Tuve que pasar varios días
acostado, lleno de vendas y hojas de plantas en una de las chozas. Fue ahí
donde conocí un día a Luciana, la hija de Miriam (doctora). El corazón se me
heló al verla, era ver a Fiorella cuando nos casamos. No podía calcular cuantos
días habían pasado desde que me habían rescatado los indígenas. El avión estrellado
debía haber captado la atención mundial. me llamaba la atención de no sentir
aviones que nos buscaran. No existía medio de comunicación alguno. La mayoría
de los celulares que los indígenas traían tenían sus baterías descargadas.
Entremedio de una revista, venía el pasaje de una mujer, salía la fecha, pero ahora
no sabía que día, ni de que mes estaba. A los aborígenes eso no les importaba.
Luego que mis heridas sanaron, convencí a Luciana que fuéramos al avión, tenía
la esperanza que la radio del Boeing funcionara o algún otro medio de
comunicación. Habló con un par de jóvenes indígenas y cuando todos dormían
siesta, decidimos escabullirnos en busca de los restos del avión. Los jóvenes
no eran tan expertos para moverse en la selva, y el viaje me pareció una
eternidad. Sentí que las lesiones se habían agravado con el esfuerzo. Cuando
llegamos al lugar, me di cuenta de que el equipo de comunicación del avión aún
funcionaba. Traté de comunicarme, varias veces, pero la radio solo
chicharreaba, la desesperación y la angustia, me llevaron a golpear el
micrófono en el tablero (creo que terminé de estropearla). Con Luciana seguimos
viniendo día tras día, nos poníamos a revisar los cientos de maletas y bolsos
que encontramos, no por nada, íbamos más de 200 personas en el vuelo. Fue
entonces cuando Luciana, encontró una batería de celular en una mochila.
Afortunadamente estaba el equipo también. Hicimos la prueba y encendió. Nos abrazamos
de felicidad, de la misma manera que lo hiciera la primera vez con Fiorella.
Como Luciana no estaba familiarizada con estos equipos, fui yo quien hizo el
intento de comunicarse con alguien. Lo único que se me ocurrió fue comunicarme
con la línea área. Después de varios intentos fallidos, me contestó una mujer –
la transmisión no se escuchaba del todo bien, a ratos entrecortados, pero logré
decir mi nombre y dar noticias de lo sucedido. Perdón don Samuel, ese vuelo que
usted menciona, no existe, en realidad me figura como un vuelo que se sacó del
itinerario, luego de que sufriera un accidente hace dos años. Señorita, soy el
único sobreviviente de ese vuelo, traté de explicarle, sin que la emoción me
embargara, pero eso no ocurrió hace dos años, ocurrió hace unos días, no podía
precisar el tiempo transcurrido, le pregunté la fecha y era de dos días antes
de mi partida, no podía ser. Yo me encontraba ahí, en el lugar del accidente y
claramente había pasado más de una semana. Señor le repito, hoy es 22 de enero
del año 2023 -me contestó la mujer, algo ya a disgusto, por la conversación que
mantenía conmigo. Usted no aparece como pasajero para ningún vuelo en el
asiento 28D – me contestó cada vez más fuera de sí. Señorita – lamentablemente
no puedo mandarle una foto o video para decirle que yo acabo de viajar con
ustedes, hace unos días y que el avión se estrelló en la selva. Nos atrapó una
tormenta eléctrica en pleno trayecto, y al parecer un rayo tocó la estructura
del avión y el capitán y su copiloto perdieron el control, ¿Me escuchó?, señor
entiéndame usted también a mí, que le puedo decir si el vuelo que usted habla
no existe, usted figura como cliente de la aerolínea, pero la última vez que
voló con nosotros, fue hace dos años. Samuel, miraba atónito a Luciana, quien
lograba escuchar la comunicación. Ella trató de intervenir, pero cuando la
mujer le pidió sus datos, se dio cuenta que era inútil, literalmente no
existía, es decir, ambos de algún modo no existían para la aerolínea. Se cortó
la comunicación.
Le contaron la experiencia a
Myriam con lujo de detalles, luego de escucharlos, se limitó a decir- parece
que estamos en un mundo paralelo -dibujando una sonrisa socarrona en su rostro-
y se retiró a sus paseos acompañada del joven leopardo.
Con el pasar de los días,
intentaron recorrer la zona, pero cada vez, eran menos los indígenas que
querían acompañarlos. Samuel y Luciana no querían darse por vencidos.
Decidieron ir solos. Uno de aquellos días, se internaron en la selva, y dieron
con una aeronave de Avianca. Estaban a pasos de la cabina, cuando el rugir de
una leona a su espalda hizo que quedaran sin aliento. Samuel, tomó a Luciana y
la puso tras su espalda. El felino tenía espuma en su hocico, su aspecto
huesudo, daba la impresión de que hace días no comía, le costaba mantenerse en pie,
tambaleaba y se movía lento. Más que atacarlos, daba la sensación de que caería
desfalleciente ante ellos. En eso, en un saltó que pareció como de vida o
muerte el felino, les atacó, Samuel sintió sobre sus hombros las pesadas patas
del animal y cayó de espalda. Sentía que lo remecía, pero al parecer, el pobre
animal, ya no tenía ni siquiera fuerza para sacar sus garras, entonces abrió
los ojos para mirarle y fue cuando se encontró con su mujer. ¡Fiorella, eres
tú!, claro que soy yo, a quien más esperabas, pero ¿qué haces acá? – pregunté
aún atolondrado. Te vine a despertar tontito, te quedaste dormido en el sillón
del living, después que te levantaste de madrugada. Perdiste el avión, me
acaban de llamar de tu trabajo. ¿Perdí el avión? Preguntó Samuel y recién tomó
conciencia de que estaba en su casa. Si amor, perdiste el avión, no sé que vas
a hacer ahora ¿Qué, que voy a hacer ahora? Si claro, acuérdate lo importante
era que viajaras hoy sábado…ya sé lo que voy a hacer- exclamé extasiado. ¿Qué
harás amor? Pues diles a los niños que
saldaremos a celebrar. Pero Samuel ¿qué es lo que tenemos que celebrar? – me
preguntó desorientada, con ambas manos abiertas. ¡Que perdí el vuelo! ¡perdí el
vuelo! Repetía, mientras se levantaba dichoso. Su cuerpo sudaba en demasía, así
que dijo que tomaría un baño, mientras Fiorella le miraba – desconcertada - sin
entender nada.
********