La mujer del abrigo azul


La mujer se mostraba inquieta, no dejaba de pasearse frente a la puerta del hotel. El recepcionista hizo una seña al botones de turno, para que saliera a ver que podía hacer por ella. Conversó un par de palabras y entró con el rostro un tanto desfigurado ¿Qué sucede? -preguntó el recepcionista. No me lo va a creer, jefe… ¡cuenta ya pues hombre!- reclamó en forma airada. El botones con voz entrecortada - repuso- dijo que venía a evitar un homicidio dentro del hotel ¿Pero de quién? Volvió a preguntar…Hay que llamar a la policía…No, no jefe, exclamó el botones asustado. Me dejó en claro que si lo hacía, me mataría. Pero hombre con mayor razón, voy a llamar. ¡Jefe por favor no lo haga! puede que sólo sea una mujer algo demente…dejemos que pase el tiempo, quizás se vaya. Al recepcionista y botones se le unieron un par de camareras y se corrió la voz, que la mujer del abrigo azul, venía a matar a alguien del hotel. El pánico se sentía en el aire. Las horas pasaban y la mujer no parecía mostrar interés en irse del lugar. Pasadas las 20:00 horas, desapareció de la entrada del hotel, sin que nadie se percatara del instante justo. Quince minutos más tarde, se le veía entrar con un hombre joven tomada del brazo, sonriendo acaloradamente. Vestía muy distinto, era imposible que se hubiese cambiado de ropa en tan poco tiempo. Todo el mundo la observaba nervioso, pero no se daba por aludida, ni siquiera se mostró inquieta con el botones que hacía tan sólo un momento conversara.
Solicitó expresamente la habitación 513, la última de la planta (daba la sensación que conocía muy bien donde estaba ubicada, a pesar de no haber venido nunca antes) Esto inquietó aún más al personal, dado que ni siquiera aceptó otras habitaciones desocupadas y la planta del quinto piso se hallaba totalmente vacía. Se mostró indiferente a las sugerencias de Alberto y exigió la habitación. El frío otoñal se sentía en las escaleras y pasillos del viejo edificio, por lo que tan pronto entraron en el cuarto, pidió al botones conectara la calefacción, al tiempo que dejaba sus guantes en una mesita dispuesta en el hall. Mientras Tomás encendió el calentador, la observaba con atención desmesurada, no le parecía una mujer que pudiera cometer un crimen ¿Sería acaso el joven que la acompañaba el asesino?, o quizás ¿ambos estarían planeando el asesinato de alguien más? Pensó en el resto de los huéspedes que se encontraban alojados, nadie de importancia. De seguro, fue una broma de la mujer. Bajo las escaleras más relajado, pensando que le había tomado el pelo. Conversó su parecer con el resto del personal, y todos terminaron riendo por la humorada. Salvo doña Martina, la cocinera, mujer de años - esas que parecen mosquitas muertas, son las peores- exclamó para sus adentros, antes de volver a la cocina. Alcanzó a abrir la puerta, cuando lanzó un grito de horror. Todos corrieron a socorrerla. ¡Miren, miren! gritaba la mujer señalando la pared. Quedaron horrorizados con el espectáculo. Una de las camareras de la impresión dejó caer la bandeja con loza. Alberto de inmediato tomó posesión de la escena, Juan saca eso -exclamó imperativo- señalando el ratón muerto que se encontraba atravesado con un cuchillo en la pared, y tú Tomás ayuda a limpiar la sangre. Lleven a la señora Martina al despacho del jefe, y tráiganle un té para calmarla.
Debido a la agitación imperante, el doctor Méndez, que se encontraba en los comedores, se ofreció para ayudar y auxiliar a doña Martina. Todos corrían de un lado para otro, y ese ajetreo lo sentían los comensales que cenaban. Nerviosos rumoreaban motivados por los gritos escuchados, a pesar que no lograban entender nada. A los pocos minutos se presentó don Gabriel, administrador del hotel, para calmar los ánimos y ver que todos los huéspedes fuesen atendidos con la mayor premura. Tuvieron que hacer llamar a Jesús, el chef que estaba en su día de descanso, para que viniera a auxiliar con la cena. Tomás el más miedoso de todos, con el nerviosismo se había manchado con la sangre del ratón el puño de su camisa, y en todo momento trataba de estirar la manga de su chaqueta para taparla. El administrador, lo mandó a cambiarse, antes de que se diera cuenta algún pasajero. Los mozos se mostraban inquietos y su servicio era muy deficiente, se topaban o se molestaban entre ellos mientras atendían las mesas, servían el vino por la izquierda, o se quedaban en blanco mientras ofrecían el menú. Hubo uno, que incluso les trajo la cuenta a una pareja de ancianos que recién habían tomado asiento en una de las mesas.
Don Gabriel, que no entendía lo que estaba pasando, fue quien divisó a la mujer de abrigo azul, cuando abordó el ascensor. ¡Señora! ¡Señora! le llamó a viva voz, y retó al personal, porque la mujer se les había colado ¿Dónde está Tomás y Alberto? ¡Qué no están pendiente de la puerta de acceso! gritaba encolerizado. Tomás venía de cambiarse la camisa y Alberto, del baño, había ido a mojarse la cara, para sacar el miedo de su expresión. Tomás ve donde se metió la mujer que acaba de entrar, una que vestía un abrigo azul ¿Abrigo azul? –preguntó Tomás sorprendido. Si hombre una mujer de abrigo azul ¿Qué tiene de extraño? inquirió don Gabriel molesto. Tomás se miró con Alberto y este último le hizo un gesto para que fuera en su busca. Tomó el ascensor, asustado por encontrarse a solas con ella nuevamente ¿Y si está armada, buscando a su víctima? y ¿por ser testigo me dispara a mí también? – pensaba a medida que iba en ascenso al último piso. Justo ahora que me voy a casar, miraba la foto que tenía con su novia en el celular, y el pánico aumentaba. Revisó todos los pisos y de la mujer ni rastro. Estaba por llegar a la oficina de don Gabriel, cuando Jesús entró corriendo antes que él ¡Don Gabriel, don Gabriel! gritaba agitando los brazos ¡ha desaparecido uno de mis cuchillos! Alzó la vista, con cara de disgusto (como diciéndose y por un cuchillo tanto escándalo)… antes de que dijera algo, Jesús comenzó a lanzar palabras sueltas ¡la mujer, el cuchillo, el ratón acribillado en la pared!… ¡Haber hombre cálmate! -exclamó ¿qué es todo este escándalo? En ese momento, entraba Tomás que había escuchado los gritos de Jesús, y con el rostro demacrado dijo – no logré encontrar a la mujer… ¡lo ve don Gabriel, todo calza!…exclamaba Jesús fuera de control. Tomás procedió a contar el suceso con la mujer en la calle, y luego de su ingreso a la habitación 513. Los ojos del administrador se habían inyectado de sangre, aparentemente había sufrido un pequeño derrame, causado por su alza de presión, buscaba con desesperación el frasco de pastillas en el cajón de su escritorio. Señores se dan cuenta en la situación en que nos encontramos, después de estar meses en cuarentena, no podemos arriesgarnos a que nos cierren nuevamente por un asesinato en nuestras instalaciones. ¡Tengo empeñada, hasta la casa de mis padres! por lograr volver a abrir, tenemos deudas millonarias acumuladas, me muero en éste mismo momento, no puede ser tanta mala suerte ¡virgen santísima! exclamaba angustiado mirando al cielo de rodillas. Tomás y Jesús le observaban con asombro, a sus setenta y cinco años, verlo tan desesperado resultaba patético. Pídanle al doctor Méndez, que venga, es un hombre sensato que me dirá que hacer.
El doctor Méndez un hombre delgado, ochentero bien conservado, cliente habitual del hotel, y amigo de la familia de don Gabriel desde años, entró al despacho con la estampa de un mago, se sentó y escuchó a los presentes. Tras un breve instante, luego de darse por enterado de la situación encendió uno de sus puros habaneros que tanto le gustaban y se dirigió al ventanal. Lo cierto es que el tema es delicado señores –exclamó- con su tono doctoral que tanto lo caracterizaba y lamentablemente la hora no nos acompaña – dijo- esto mientras veía su reloj. Gabriel, amigo mío, creo que lo único que podemos hacer, es tener que molestar a los pasajeros y efectuar un control preventivo de temperatura a cada uno argumentando el famoso covid-19, para así poder entrar en las habitaciones ocupadas y descartar la presencia de la mujer en cuestión. Pero eso demoraría una eternidad si lo hiciera yo solo, se requiere que al menos dos personas lo vayan haciendo en conjunto, para así atacar dos pisos a la vez. ¿Dices que la capacidad del hotel son 24 habitaciones y que hay 16 ocupadas?- preguntó dirigiéndose a don Gabriel. Nos tomaría una hora si empezáramos de inmediato. Luego de descartar que los huéspedes se encuentren a salvo, tomaríamos una media hora más para revisar el resto de las habitaciones, y así no tendrías que llamar a la policía. Ahora, si prefieres hacerlo mañana, en un horario más prudente, te arriesgas a que el hecho se consuma hoy en la noche… ¡No, no, no! llamaré a mi mujer para que me consiga el personal adecuado y lo haga llegar. Debemos actuar lo antes posible, por favor, avisen a los comensales y a todo al que encuentren por los pasillos. Yo me encargaré de comunicar al resto. Muchas gracias doctor, no sé qué haría sin su ayuda. 
En los instantes que don Gabriel, se disponía a informar a los huéspedes, se produjo un corte de luz. Rápidamente actuaron los elementos de emergencia, pero al volver la electricidad, don Gabriel había desaparecido. Despertó amordazado en una habitación del sótano, que se disponía para la gente de servicio, en casos de emergencia. Trató de incorporarse, le dolía la cabeza, estaba amarrado de manos y pies. Una mujer bien vestida junto a un hombre joven le observaba desde un rincón de la habitación. Trató de hablar con ellos, pero la mordaza se lo impedía. Ella se acercó, y le enseñó una fotografía ¿La conoces verdad? –pregunto con cierta ironía. Asintió con su cabeza, asustado por su única hija. Resulta que ella es mi hermana, pero no te preocupes, afortunadamente no eres mi padre. Exclamó a viva voz, mientras le daba la espalda y dejaba caer con rabia la fotografía. Don Gabriel, no entendía lo que le acaba de confesar. Nuestra madre tuvo trillizas - continuó- pero tu esposa quería sólo una, así que no dudo en separarnos. Debo decir que la suma que pagó fue considerable, por lo que mamá pudo quedarse con nosotras. Nos criamos en los barrios bajos, pasando penurias muchas veces. Pero gracias al esfuerzo de nuestra madre salimos adelante. Todo hubiera quedado así de no ser porque tu hija enfermó y nuevamente tu mujer acudió con mi madre, para pedirle que una de nosotras le donara un riñón a Cristina, tu regalona, los ojos de papá. Ella se opuso a fuera una de sus hijas, sin embargo, como buena madre se ofreció como donante. Esta vez, no aceptó el dinero. Desgraciadamente murió en el pabellón de cirugía. Supongo que eso lo sabías. Un mes después de velarla, nuestra tía Dolores nos confesó la historia, y nos enteramos de toda la verdad. De la existencia de Cristina, y de la verdadera causa por la que murió mi madre. Hace seis meses, escúchame bien desgraciado, seis meses que vengo planeando como vengarme de ustedes, y es por eso que hoy he venido a matarte. Don Gabriel, sufría un alza de presión y se ahogaba, por lo que trataba de zafarse de la mordaza, emitiendo todo tipo de sonidos guturales ¿Está asustado el gran señor? Comentó, mientras iba deslizando el cuchillo cocinero por el pecho y la barriga. No te preocupes, va a ser una muerte lenta, te infringiré un corte a nivel abdominal, para que te vayas desangrando poco a poco, lo tengo todo bien estudiado. Desesperado trataba de moverse y suplicar su perdón…No me interesa en lo más mínimo tu dinero, por si estás tratando de ofrecérmelo, yo amaba a mi madre, y me la quitaron, es algo que nunca podré perdonarles. Agradezco no haber corrido la suerte de Cristina, sin duda ella recibió lo mejor, pero te imaginas la impresión de saber que su padre fue muerto en una de las habitaciones del hotel, como una simple rata.
Se hallaba presta a ejecutar la incisión del cuchillo a la altura del vientre, cuando entró a la habitación la mujer del abrigo azul. ¡No lo hagas Gabriela, detente! ¿Qué estás haciendo acá? ¿Te dije que no te metieras? Es mi decisión, no intervengas. Gabriela, fue nuestra madre la que murió por Cristina, ella lo hizo por salvar a nuestra hermana, no sacas nada con matarlo a él… ¡No lo entiendes, ellos siempre se salen con la suya! compran esto o aquello, nos utilizan a su antojo, no les bastó con quitarnos nuestra hermana, también quisieron la vida de nuestra madre ¡la vengaré, la vengaré! alzó la mano con furia y la enterró en el vientre con tanta fuerza que el cuchillo quedó incrustado en la piel hasta el puño. Los ojos del hombre se desfiguraron y un sonido desgarrador le brotó de las entrañas, supo que era su fin. Su cuerpo sufría espasmos incontrolables, le brotaba espuma de la boca, la situación se había salido de control. Gabriela en shock, fue sacada de la habitación por su pareja. La mujer del abrigo azul, miró al hombre moribundo con desconsuelo, no había logrado impedir su fatal destino. Se colocó los guantes y limpió la escena del crimen. Apagó la luz, y se dirigió por las escaleras hacia la salida. De pronto, se topó de frente con Tomás, quien quedó paralizado. Le acercó su mano a sus labios temblorosos y repuso - nunca me vistes, está claro- exclamó con voz pastosa, mirándolo fijamente a los ojos. El botones asintió aterrado. Ella desapareció del lugar como una sombra.
Al día siguiente, descubrieron el cadáver. Todo el personal concordó en que la asesina había sido la mujer del abrigo azul, y la policía lo caratuló así.
Un año más tarde, Tomás celebraba su casamiento en la misma iglesia donde se casaron sus padres, los invitados lanzaban arroz a los recién casados. Antes de subir al coche que los esperaba Tomás levantó la vista entre los presente y pudo apreciar la silueta de la mujer del abrigo azul, que le observaba desde la vereda del frente.
                                                        
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La Viuda


La noticia de que Annabell había fallecido, la recibí en el aeropuerto. Acaba de desembarcar del viaje a Buenos Aires. A pesar de que lo esperaba, debo confesarles que la noticia caló muy hondo, de algún modo sentía que la vida le estaba en deuda, no lograba entender porque nunca el destino pudo sonreírle como se merecía. De hecho, sin ir más lejos, era la única mujer que conocí que era llamada viuda sin haberse casado. Es una herencia de mamá me comentó una vez, en su pequeño apartamento en el centro de Paris, su refugio, como lo llamaba. Su madre quedó viuda muy joven, cuando Annabell apenas tenía cuatro años. Para entonces vivían en Southampton. Su padre corredor de Seguros, en un viaje de negocios a North Houtghton, se quedó dormido y desbarrancó su auto, perdiendo la vida. Cómo buen previsor, había contratado una póliza de seguros, que les permitió, continuar con sus vidas. Se lamentaba que su madre fuera una mujer muy poco instruida, que no supo administrar bien el dinero, y que tras la muerte de su padre, comenzara a comer y beber en exceso. Tuvieron que internarla varias veces antes de que se suicidara sólo cinco años más tarde. Su abuela por parte de su padre, se encargó de ella por obligación, nunca la quiso. Solía llamarla la hija de la viuda, nunca por su nombre. A los quince años, se fugó con un infante de marina inglés y se fueron a vivir a Bristol. Duraron sólo un par de meses, se embarcó y nunca más supo de él. Por ser menor de edad, habían fingido estar casados para arrendar la pequeña suite. La dueña de la casona, al no volver su novio, pensó que había enviudado. Por tal motivo, recibió mucha ayuda por su condición, así que decidió asumirla por mucho tiempo, incluso cuando estaba en la Universidad, creyó que le serviría para evitar a los muchachos. Lo cierto que decir que era viuda siendo tan joven, le significó un sello especial entre sus compañeras y los hombres enloquecían por conquistarla. Sabía que todos los que me buscaban era sólo para contarles a sus amigos que habían tenido sexo con la viuda, me comentó en una ocasión. Se concentró en los estudios, y fue la mejor de su clase. Pese a todo, el sino de la viudez, nunca la abandonó, a ratos quería llorar y decirle a todos que era una gran mentira, pero su fama se había extendido más de lo que ella imaginó. Quizás por eso, me permitió entrar en su mundo. Fue en Barcelona, había una convención de cirujanos, y ambos llegamos como traductores. En el break, me acerqué a conversar. Las palabras fluían como una melodía ya aprendida. Quedamos más tarde en una copa en un Bar que yo solía acudir cada vez que visitaba la ciudad. Cuando la fui a dejar a eso de las cinco de la mañana, no tenía ganas de dormir, y hubiera continuado de no ser porque mi vuelo salía en un par de horas. Desde ese día, así serían las cosas con Annabell.
Dos meses más tarde nos encontramos en Brasil. Quedamos en el bar de su hotel, pues precisamente Sao Paolo, no nos parecía interesante. Siempre pensé que estaba soltera y la traté como tal. Eso fue lo que le fascinó de mí, me comentaría tiempo después. La enfermedad de mi padre, me obligó a tomar un largo receso en el trabajo, el viejo necesitaba de alguien que lo cuidara después de la partida de mamá. No era suficiente la enfermera, así que me dediqué a él, lo que le quedaba de vida. De tiempo en tiempo, seguíamos comunicados con Annabell. Una tarde de primavera en que conversaba con un amigo en común, se refirió de ella como la viuda y mi mundo se desmoronó. No quise preguntar detalles, sólo me alejé (errores de la vida, que después te pasan la cuenta). Fue en Varsovia, cuando nos volvíamos a encontrar. Su estampa británica, sobresalía entre las polacas. Nos miramos, sonreímos e hicimos un brindis a la distancia. No me atrevía a acercarme, ahora que conocía su secreto (al menos eso era lo que yo suponía) Y por eso no me hablaste todo éste tiempo, me reclamó en la pieza del hotel, mientras se vestía. No puedo creerlo, ustedes los hombres a veces son peores que nosotras, de verdad no lo puedo creer. Pero ¿que tenía de malo ser viuda? – repuso, al tiempo que se abotonaba la blusa…no sé…traté de contestar, me sentí ridículo. 
Bueno querido, la viuda se va, tengo que regresar a Londres dijo con una sonrisa en el rostro (no recuerdo otro momento en que la viera sonreír de esa manera) Al poco tiempo, me enteré por Serge, que tenía una relación estable con un diplomático Polaco quien había conocido justamente en esa ocasión. Pensé que al fin la vida, le estaba dando un poco de alegría. Cuando nos volvimos a ver en Bruselas, me confesó que su amante polaco la golpeaba, y que la tenía amenazada de muerte si pretendía dejarlo. Se refugió en el trabajo tanto como pudo, asistía a todas las convenciones y eventos posibles, a pesar que en todos lados era vigilada por agentes polacos. Finalmente el maldito amante, encontró con quien sustituirla y la abandonó después de eternos tres años. Para entonces Serge nuestro noble amigo gay (con quien para entonces compartía su apartamento) buscaba como juntarnos, decía que éramos dos almas solitarias que merecíamos estar juntos. Annabell, no era la misma, el polaco había dejado marcas en su vida, y no me refiero a las físicas, aun cuando existían, de hecho en una oportunidad la lanzó escaleras abajo en su mansión y se fracturó la cadera. Aquí tengo el tornillo me decía mostrándome la cicatriz en la cadera. La forma de entregarse también cambió, ya no reaccionaba a las caricias de mis manos como las primeras citas. Decidí dejarla, no me sentía ni me hacía feliz. El trabajo siempre ha sido nuestro aliado, para las almas solitarias. En estos últimos veinte años, no pude mantener una relación estable, en parte por mi trabajo como por un deseo oculto, que no logré entender hasta encontrarme nuevamente con Annabell, a solicitud de Serge. Está muy enferma, sería bueno que vinieras a verla. Cancelé un evento y volé a Paris. En el camino, la voz de Serge, me dio a entender que la cosa era más grave de lo que imaginaba. Cuando entre a su habitación, la encontré demacrada, su pelo antes voluminoso, caía sobre sus hombros sin gracia, y los huesos de las clavículas asomaban cual percha de colgar en el escote de su camisón blanco. Las ojeras y los labios secos, le daban un aspecto tenebroso. Serge nos trajo un té, y nos dejó a solas. Me dio la sensación que anhelaba ese instante con ansias, para su desahogo. Habló de su niñez, de lo que la marcó el apodo de viuda, del rencor contra sus padres, el primero por morir y dejarla sola con la estúpida de su madre, y la segunda por haberla obligado a cargar con sus malas decisiones. La temprana viudez de su madre, le llevó a negarse la oportunidad de ser esposa y luego madre, huyó de todo compromiso, por eso le gustaba lo que teníamos, era una relación ideal, sin ataduras, sin obligaciones, pero cuando la abandoné sintió que verdaderamente había enviudado. Su relación con el polaco, le provocó adicción por los somníferos, era la única forma que encontraba para dormir, luego necesito de fármacos más fuertes. Por eso, el cáncer encontró un nido fácil donde encubarse, debido a sus bajas defensas, que avanzó como un reptil a su antojo. No quisiera culparte de nada –repuso en su lecho- sólo contigo logré ser yo. La noche parisina, asomó por la ventana, y el cansancio de la velada, la obligó a dormir. Me quedé dos días a su cuidado, la mayor parte del día me acostaba a su lado y le contaba de algunos viajes, o recordábamos los nuestros. A ratos me parecía verle sonreír, pero no estaba seguro sino era más bien, una mueca de dolor. De la agencia, insistían en que volviera al trabajo, era urgente que viajara a Buenos Aires. Cuando me despedí, de algún modo presentí que sería la última vez, quise soltar el llanto, pero me contuve. Antes de que la dejara me tomó la mano y me pidió le hiciera una promesa… si claro, lo que tú quieras- contesté - prométeme que siempre seré tu viuda preferida. Lo prometo Annabell –respondí - y logre ver en sus ojos una brizna de luz, antes de que los cerrara.

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Otra mirada al COVID-19



La mayoría de las personas se anda lamentando por la situación del país, de la pandemia, de la famosa “normalidad” o la “inseguridad” y se me viene a la memoria la visión de un hámster encerrado en su jaula, a quien sacaron su rueda donde solía caminar o correr (sin avanzar) y que sólo anhela la vuelvan a colocar para subirse en ella, en vez de pensar en la libertad de escapar de la jaula. El ser humano ha estado tan dormido, tan atrofiado como ser, aplastado por las grandes familias que dominan el mundo, que casi ha perdido la capacidad de pensar, de volver a plantearse cosas profundas, como ser ¿A que vinimos? ¿De donde vinimos? ¿A dónde vamos? ¿Por qué estamos vivos?, en fin. Esas preguntas hoy, más bien parecen sacadas del guion de una trama de teatro del absurdo. Estamos tan empobrecidos espiritualmente que sólo anhelamos volver a ser los esclavos laborales, volver a endeudarnos, volver a trabajar bajo un horario con exigencias lapidarias de jefes, que nos estrujan hasta más no dar, porque ellos así cumplen con metas y objetivos de otros. Como si el único objetivo porque nacimos fuera comprar y acumular esto y aquello. Así, se burlan de cada uno de nosotros, mostrándonos la fantasía del poder económico, aunque mientras más tienes, más pobre espiritualmente te conviertes. Pero ellos tienen el poder de manejarnos, de hacernos creer que ese es el camino, y lo peor es el costo que piden para ello, que estemos dispuestos a sacrificar lo más preciado que tenemos, y que es la dignidad, la grandeza espiritual (que no se compra ni se vende) eso fue lo que nos dio sentido y fue la llave para nacer. , somos dignos de la felicidad, de mantenernos con esa integridad y entereza que nos llevó a ser capaces de alcanzar el éxito entre más de 250 millones de rivales (promedio de espermatozoides en una eyaculación), pero hemos perdido la brújula, por andar corriendo tras la zanahoria. No es de mi interés, analizar de donde salió el COVID-19, si es real o no, si fue fabricado en laboratorios o no, sólo me detengo a ver su efecto.
Ha sido una tremenda oportunidad para replantearnos, donde estamos parados, ver como los medioambientalistas tenían razón cuando decían que estábamos matando el planeta, como hemos destruido el hábitat de tantas especies, como hemos perdido la capacidad de comunicarnos más que con caritas y abreviaturas. Por eso, los invito a que le den otra mirada a éste maravilloso colapso mundial, miren la naturaleza, hagan una mirada interior, y cuestiónense en que clase de persona son realmente. Desde que tengo uso de razón, me planteaba ¿qué pasaría si el día que vivía fuera el último? y no con un afán masoquista o depresivo, todo lo contrario, mi mirada era en el sentido ¿Qué fue lo que le entregué al mundo, que dejé para la posteridad, valió la pena que yo hubiera vivido, a quien ayudé, a quien enseñé, de quien aprendí, a quien amé, quienes me amaron? y puedo decirles que mi único propósito de la vida, es disfrutarla y ser feliz, porque la felicidad no es un instante, es una forma de vida. Por eso, deja de lamentarte, y aprovecha esta oportunidad, para que te detengas a pensar, para que vuelvas a sentir, a disfrutar de las cosas simples, a mirar al otro, a valorar la fidelidad de tu mascota, y que el verdadero sentido de la vida, es que vinimos a ser felices. Un abrazo lleno de energía positiva, y ¡¡¡ya córtala de lamentarte!!!  


El Pozo




El vapor de mi taza de té me hace divagar, como cuando era niño y necesitaba un momento de evasión, entonces en el patio de la casa de la abuela subía al damasco a contemplar el vuelo de las aves, para imaginarme ser una de ellas y planear por los cielos sin límites. Quería de algún modo entender este momento. Su interpelación, me estallaba en la cabeza. Quién iba a pensar que a mi edad iba a estar pasando por estas circunstancias. Una buena mujer me recriminaba ofendida el hecho de que no la mirase como tal. No me salieron las palabras, me sentí acosado como un adolescente, incapaz de poder explicarle que la quería sobre todas las cosas, y que ese mismo sentimiento me impedía pensar en tocarla. Una taza de té sin azúcar, fue lo que pedí me trajeran, necesité un tobogán de minutos para volver a mi infancia y sentir ese amargo sabor en mi boca, cuando mi madre no tenía dinero y nos decía “tecito sin azúcar no más” con un tono, que no admitía el reproche de sus cinco hijos. Siendo el hermano mayor y único hombre, me tocó apoyarla y cuidar de mis hermanas menores, mientras fueron niñas. Puedo evocar las tardes de invierno acompañándola a dejar la ropa que lavaba los fines de semanas. Mis hermanas se repartían las labores de doblado y planchado. Eloisa la menor, ajena a nuestra realidad, solo jugaba con sus muñecas (como si supiera lo que le deparaba el destino) A los quince quedó embarazada, y mi madre se la entregó a aquel hombre veinte años mayor. Aquel día llovía, como si el cielo entero fuese cómplice de la pena de mi madre. Esa noche después de cenar, con la vista pegada en el plato como si estuviera orando exclamó – “una boca menos” dijo con su voz pastosa, y nadie dijo nada.
Ninguna de mis hermanas tuvo una buena vida, maridos bebedores y golpeadores, las persiguieron como una maldición, la misma que siguió a mi madre por años y que tuvo que soportar por nosotros. Hasta el día que cumplí quince, ya con la fuerza suficiente para sostener el hacha me enfrenté a mi padre en el comedor. Vio mis ojos tan llenos de odio y decisión, que no tuvo más opción que marcharse. Lo hizo esa misma tarde, y mi madre nunca más lloró.
Tal como se lo prometí, la acompañé hasta el final de sus días, mientras en el curso de los años contemplaba a la distancia, los tristes destinos de mis hermanas. La mayor murió de cáncer a los 45 años, fue la última vez que nos vimos. Me dio lástima, verlas tan apagadas, tristes y envejecidas, sentí compasión. La misma que me llevó a recibir a Teresa, un día de verano cuando llegó con su pequeña en brazo, casi desfalleciente. Llevaba casi veinte horas huyendo a campo abierto de su marido. Me pidió refugio. La casa de los abuelos por parte de mi madre (que me fue heredada) era amplia. Le dije que podía ocupar una de las piezas que antaño ocuparon mis hermanas.
Desde el primer momento vi en Teresa el reflejo de ellas y la cuidé y protegí, como me hubiesen gustado que alguien lo hubiera hecho con las mías. Un día su marido, logró dar con su paradero, entonces lo enfrenté, con la misma hacha que sostuve de muchacho contra mi padre. No fue necesario llegar a más, la maldijo de mil formas, pero se alejó. Desde ese día, se desvivía por atenciones para mí (a pesar de que yo insistía que no era necesario) Me obligaba a cambiarme de ropa y se preocupaba de lavármela, cocinaba y mantenía la casa limpia. Por las tardes, me gustaba fumar tabaco contemplando el crepúsculo y me quedaba hasta tarde junto a mi perra. Una de esas veces me preguntó porque nunca me había casado. Le conté parte de mi historia y que la vida me había encargado el cuidado de mi madre y de mis hermanas cuando joven, por lo que no tuve tiempo para pensar en una mujer (Las necesidades de hombre, las descargaba en los burdeles del pueblo, claro que eso no hubo necesidad que se lo contara, lo dio por sentado) Después ya me sentía demasiado viejo para esas cosas. Cualquier mujer estaría feliz de ser su esposa me respondió antes de irse a acostar (Debo ser sincero, que no le tomé mayor asunto al comentario en su momento) Con el pasar del tiempo, me fui acostumbrando a su compañía y a su hija. Sin proponérmelo, comenzamos a parecer una familia. Sobre todo, cuando la niña tuvo que ir a la escuela. Al principio su madre iba a dejarla y buscarla, luego decidí acompañarlas y todo el mundo comenzó a hablar de nosotros. Teresa se tomaba del brazo, y la niña se aferraba a mi mano. Los vecinos me saludaban contento de que hubiese encontrado una mujer al fin. Yo dejaba que la gente pensara así, me hacía sentir bien. Era una buena mujer, pero yo la quería como una hermana. Pero el diablo metió su cola, e hizo enfermara de gravedad. La fiebre la consumió por tres días seguidos, fue entonces que me di cuenta que su presencia me importaba más de lo que pensaba. El médico me recomendó extremo cuidado y reposo. Me tocó atenderla (con la misma dedicación que lo hiciera con mi madre) y disfruté hacerlo.
Casi sin pensarlo, mis labores se fueron resumiendo sólo a su cuidado. Patrón, vaya a atender el campo- me decía Gertrudis (mujer que me ayudaba con las cosas de la casa) Con el paso de los días, me fui acostumbrando a contemplar los atardeceres en compañía de Teresa, mientras Matilda se quedaba dormida en mis brazos. Me decía que, si Matilda llegara a necesitar de un padre el día de mañana, no podía haber uno mejor que yo. Me parecía un halago, yo solo sabía de la crianza de animales, muchas vacas y yeguas habían parido con mi ayuda. Hasta la negra, esa perra que llegó flaca y desnutrida, tuvo cachorros. La mayoría de ellos aún me acompañan. He sido hombre de campo, medio bruto, medio ignorante, pero que sabe bien de llevar un campo. En eso, no me la ganaba nadie. Mi madre siempre me lo recalcaba, no hay nadie que sepa trabajar mejor la tierra que tú Moisés (me puso así, por el profeta, era muy apegada a la religión)
Un día Matilda, llegó del colegio sombría. Yo no sabía mucho de cosas letradas, pero en cosas mundanas era hábil y astuto como un zorro viejo, de inmediato me di cuenta que algo pasaba. La encaré en su habitación a solas. A la mañana siguiente, la llevé al colegio, y el hachazo que quedó marcado en medio del escritorio de su profesor de matemáticas, fue el mensaje para cualquiera que quisiera ponerle un dedo. No contaba, eso sí, que Teresa me estuviera esperando, para reprenderme. No puedes andar arreglando las cosas con el hacha Moisés, debes aprender a comunicarte de otra forma. Me lo dijo con tanta dulzura,  asentí como un niño , y la guardé en el establo (y nunca más volví a ocuparla, salvo para cortar madera)
Los días transcurrían simples, me leía novelas que me hacía comprar cada fin de semana en el pueblo, me sentía un hombre distinto al lado de Teresa. Sin embargo, pese a todos mis cuidados y a los remedios caseros de doña Gertrudis y otras doñas, Teresa no se recuperaba. Una tarde, me pidió que hiciera una gran fogata en el patio. Reímos, bebimos como nunca, hasta a Matilda le dio por bailar. Antes de la medianoche, la acompañé a su dormitorio, se mostraba cansada. Sin mediar ningún preámbulo, me preguntó si en todos estos años, no hubo ni siquiera un día, en que yo la hubiese mirado como mujer. A mi negativa, prosiguió – ¿me encuentras muy fea, o soy poco atractiva? yo he tratado de arreglarme para ti…lo sé la interrumpí y te lo agradezco, pero es que con el tiempo no estoy seguro muy bien de lo que siento por ti, no sabría distinguir si es amor, cariño o costumbre, pero sé que es muy especial lo que me provocas. Y entonces ¿por qué nunca me has buscado como mujer? – preguntó molesta. Porque te respeto tanto que no podría tocarte…repuse. Ah claro, pero para revolcarte con las cochinas del pueblo sí que puedes ¿qué tienen ella que no tenga yo? dime Moisés – replico mucho más enrabiada. La diferencia Teresa es que tú para mi eres una mujer especial, digna de mi amor, de mi admiración, de mi respeto y por eso no debo tocarte…Esa noche la vi desilusionada, por más que quise explicarle mi posición, se sintió despreciada. Los siguientes días, casi no me hablaba. Gertrudis pasaba el mayor tiempo con ella, y también me miraba con reproche. Hasta Matilda, me manifestó su desprecio. Comencé a volver a mis tareas del campo, para ocuparme y que mi cabeza no me aturdiera. Entonces, fue cuando mandó a llamarme.
Quisiera pedirte perdón Moisés, me dejé llevar por las pasiones como una tonta mujer y no entendí tu forma de amar tan pura. Lamento que no me quede más tiempo, para agradecértelo…No tienes que agradecerme nada Teresa – interrumpí…Sí, Moisés he sido la mujer más feliz del mundo todos estos años a tu lado, pero anoche supe que ya no me queda mucho tiempo…no digas nada – repuso- antes de que yo pudiera decir algo, necesito pedirte un último favor – en su tono había cierto dejo de nostalgia, que me hizo un nudo en la garganta. Quiero que construyas un pozo frente a la casa … ¿un pozo? pregunté y ¿para qué quieres que haga un pozo? y más encima frente a la casa… Será mi forma de agradecerte todo lo que has hecho por mí, y por Matilda…no alcanzó a decir más y se quedó dormida en mis brazos.
Tres días más tarde, le pedí a la negra (mí perra) que me indicara donde hacer el pozo. Como si me entendiera cavó enfrente de la casa, justo donde Teresa había dicho. Tomé la pala y comencé a cavar, diez días me tomó terminarlo. Matilda y Gertrudis realizaron los detalles finales, lo pintaron de blanco y colocaron unos maceteros con lindas plantas y flores. Pasaban los meses, y el pozo seguía ahí, sin actividad alguna, y en el fondo apenas un incipiente caudal de agua. No podía entender porque Teresa había pedido su construcción.
Cierto día, llegó un perro famélico, casi moribundo. Matilda, se encariñó de inmediato con él, por lo que acepté se lo dejara. Desde el primer día el perro hacía todo tipo de intentos para beber del pozo. Matilda sacó agua en un balde y le dio de beber. A poco andar, el perro se recuperó casi milagrosamente. Matilda no dejaba de hablar del pozo milagroso, cómo lo bautizó. La noticia corrió pronto por el pueblo. Cierta mañana, una familia llegó con una abuela en estado vegetal, pidieron agua del pozo para la anciana. Llenaron una botella y se fueron. Dos semanas más tardes, la fama del pozo de los milagros trascendía cerros y montañas.
Desde entonces, no falta el día, que llegan pidiendo beber o poder llevar agua a algún enfermo, y aunque no existe una napa natural que lo alimente, el pozo nunca se vacía.
Una tarde Matilda, me preguntó - ¿mi mamita está haciendo milagros verdad Moisés? (sabía que se refería al pozo), la quedé mirando y abrazándola le dije- ¡claro mi pequeña! (hacía tiempo que el mensaje de Teresa me había sido descifrado).
Miré el horizonte, y el atardecer me pareció más bello que nunca en compañía de Matilda, el pozo de Teresa, la negra y los perros que jugueteaban y ladraban a la distancia.

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Lulú




Nadie, absolutamente nadie, y cuando digo nadie, no exagero en lo más mínimo. Hombres, mujeres, jóvenes, niños y adultos mayores (sobretodo un par de ancianos que se encontraban frente a la puerta, y de manera singular el más torpe de los dos, que casi dejo caer su placa al abrir tanto la boca) nadie, como ya les decía, quedó indiferente a su presencia apenas abordó el vagón. No sabría precisarles que llamó su atención, sólo puedo decirles que todo en ella era estrafalario, desde el tinte de su pelo (que resaltaba aún más la palidez de su piel) sin dejar de lado el excesivo maquillaje, o el volumen de sus pechos que parecían desbordarse del escote insinuante, o la insignificante falda de cuero negro que parecía pintada a las curvas de su cuerpo voluminoso. Tampoco, podría descartar las medías de encaje negro que cubrían sus regordetas piernas, o su abrigo de piel de leopardo, en fin, era todo. Pareció disfrutar las miradas lascivas de algunos hombres, a pesar de abrigar en sus ojos cierto dejo de desprecio por el género. Esa actitud, cambió por completo en el instante en que sus ojos se posaron en mí (no estoy presumiendo por ello, sólo quiero ser lo bastante claro con ustedes, para que entiendan como realmente se fueron dando las cosas) Una extraña mueca, se dibujó en sus labios pintados de un púrpura brillante, antes de que se encaminara hacía mi (preciso esto, y no digo en dirección a donde yo me encontraba, pues me hallaba en un sector totalmente aislado del resto) Todo el mundo se mostraba pendiente de cada uno de sus movimientos (caminaba cual modelo sobre la pasarela) las miradas iban y venían, todos expectantes. Pensé en ese momento para mis adentros nunca más vuelvo a ocupar uno de estos asientos solitarios, como si de algún modo todo se hubiese tratado del asiento que ocupé. Las risas y miradas de toda esa gente, me tenían inquieto (soy del tipo de hombre acostumbrado a pasar desapercibido) pero debo confesarles que nada se comparaba con la presencia de esa mujer voluptuosa masticando un chicle de modo obsceno, acercándose cual gatubela (no precisamente la de Batman, hago la aclaración, para evitar, malos entendidos) Me sentía como una pequeña rata atrapada en un rincón sin más suerte que ser cazada. Cuando la mujer estuvo enfrente mío, abrió el abrigo con su mano y la apoyó en su cadera, al tiempo que decía Raquel es mi nombre, de seguro no te suena, porque supongo que nunca te enteraste de como me llamaba. Yo la miraba atento con cara de no entender nada, pero preferí quedarme silente. Tú y tus amigos, siempre se refirieron a mi como “la gorda, la gorda del barrio”. En ese momento, mis mejillas ardían, atemorizado aún más por las miradas de todos, sentí un incrementó en el ardor de mi rostro. Sentía ahogo, las pulsaciones aceleradas, parecía que los cuellos de los pasajeros se estiraban como avestruces y sus rostros con expresiones inquisidoras se me venían encima, como queriendo todos de algún modo interrogarme. Afortunadamente, se produjo una parada del tren subterráneo, eso disipó la atención en algo. Sin mediar, exclamó a viva voz “Sabías que siempre estuve enamorada de ti “– lanzando después una grosera risotada, que se pudo escuchar incluso en otros vagones. Ese era su momento, había logrado ser el centro de atención, hasta vi a más de alguno, sacarse los audífonos para enterarse de la escenita que montaba la mujer. Complacida, y consciente de la situación, comenzó a hablar, dirigiéndose a su público expectante “me creerían que este hombre fue durante toda mi adolescencia el hombre de mi vida” (al referirse a mí, me señaló con su dedo índice, provocando que me sintiera como cuál acusado en el estrado) … pero ¿qué creen ustedes que pasó? – inquirió- con tono dramático. Como toda celebre actriz guardó silencio dirigiendo su mirada a los espectadores, aumentando el suspenso, gozando al ver que como su audiencia se apresuraba a sacar todo tipo de conjeturas. Miradas amenazantes llovían de todos lados, ajusticiándome por lo que supuestamente le hice a la gorda (aún cuando ella no había dicho nada) …Después de ese mutismo mofletudo que me pareció una eternidad, exclamó – ¡me rechazó por ser gorda! – . Todo tipo de comentarios se me vinieron encima, incluso hubo un par de mujeres intentando golpearme, ¡Maldito, maldito! Me gritaban, al tiempo que me lanzaban manotazos. Yo me cubría el rostro con el antebrazo, en tanto, unos adolescentes sacaban su celular para grabar, por otro lado, un hombre miraba como disculpándose por no hacer nada, otros se reían comentando la situación. En esos momentos sólo atiné a pedir permiso para bajarme en la estación siguiente, antes que las cosas empeoraran. Lo que no estaba en mi cálculo es que la gorda me siguiera, y como no lograra darme alcance, hizo que los guardias de seguridad me detuvieran. Luego de acusarme de hacerle tocaciones y frotar mi miembro en su trasero. Fui llevado esposado a una sala sin que se me concediera el principio de la duda (a la espera de la llegada de la policía) La mujer, pidió nos dejaran a solas por un instante (ante la mirada desconcertante de los guardias) no se preocupen, con las esposas no podrá hacerme nada, sólo quiero que sepa un par de cosas, antes de que se lo lleven preso. Se sentó frente a mi, en actitud desafiante. No sabes lo que he soñado este momento, maldito, destruiste mi adolescencia…quise interrumpirla, pero no me dejó…no quiero que digas nada -agregó agresiva- yéndoseme encima como una pantera herida, sólo quiero que pagues por lo que me hiciste (hice un gesto con las manos de que me estaba acusando) y eso más la molestó. Acaso no sabes lo que dijiste de mí, la noche del 29 de septiembre del maldito 2001- levantó la voz- haciendo todo tipo de ademanes con sus manos y brazos regordetes (en cualquier momento esta mujer me golpea, pensaba) Yo en cambio lo puedo recordar como si fuera ayer -repuso - al tiempo que su tremenda humanidad se incorporaba en un gesto teatral como si fuera a declamar un verso. Con la mirada pérdida en un punto imaginario y una voz fría – continuó- La casa de la Javi, sábado por la noche, su cumpleaños, la excusa perfecta para verte. Para entonces pensaba, que la Javi era mi mejor amiga (hizo un gesto con sus ojos y boca, como diciéndose estúpida) por ser la única a quien había confesado estar enamorada de ti. Esa noche prometió darme una cita intima contigo. Una lágrima empezó a asomar en sus ojos, bajó la vista, respiró largo y profundo, y cuando quiso continuar, la voz comenzó a sonar quebrajada…Dijo que debía esperar en ropa interior en su dormitorio, ella se encargaría de que tú fueras ahí, y que todo lo que después pasara dependía única y exclusivamente de lo que yo quisiera. Esperé en la habitación nerviosa, dudosa de hacer lo que me pedía, no estaba segura de cómo reaccionarías, pero me alentó diciéndome “es un hombre, y al final a todos los hombres se les para con una mujer desnuda enfrente” … no sentí que fuera el mejor aliciente, pero al menos me reconfortaba la idea que mi primera vez fuera contigo. Recuerdo que incluso saqué un perfume a mi madre, quería impresionarte. Además, llevaba ropa interior de encaje, una que me había comprado meses antes y que no había usado. Todo lo hacía pensando en ti, eras el hombre de mis sueños, te soñaba a menudo. Por eso, había aceptado la propuesta. Nunca supe lo que pasó esa noche en el living de esa casa, por eso te pido si te queda un poco de hombría, me lo digas todo ahora, sin evitar nada, ya no hay nada que me pueda hacer daño. Tragué saliva, le miré a los ojos y me sentí miserable, por primera vez, veía sus enormes ojos pardos y me olvidé de su gordura. No quería contarle lo que realmente pasó, no creía tener la suficiente hombría para seguir. Le pedí un poco más de tiempo, que me hablara más que fue lo que vivió esa noche…Desde el segundo piso, escuchaba las risas de todos, los gritos de los hombres vociferando ¡en pelota, en pelota! pensé que de algún modo se referían a mí, comencé a desvestirme con pudor, nunca lo había hecho antes, pero todo era por ti y para ti. Me quedé en ropa interior y me senté en la cama inquieta, no sabía si tenderme, o esperarte de pie. Apagaba y prendía la luz del velador, nerviosa. La habitación de la Javi, me parecía intimidante. Hubiese preferido que fuera en mi habitación pensaba – pero sabía que tú no me visitarías, aunque te lo rogara. Impaciente miraba hacia la puerta, esperando que tú entraras. Te imaginaba con una rosa en los labios, para mi, diciéndome cosas bellas (no pudo continuar y soltó el llanto) … por favor, continua, supliqué … ¿para que quieres que siga? ¡Acaso no te basta! -reclamó airada. Sabes muy bien el final de la historia ¿para que deseas humillarme más? Te juro que no sé el final, por eso te pido que sigas, debo entender… ¡sabes muy bien lo que hiciste esa noche! -me recriminó, incorporándose sobre la mesa que nos separaba. No es necesario que yo te lo deba decir…pareció gritarme enfurecida. No estoy tan cierto en este momento – respondí, intimidado por su agresividad descontrolada por momentos.
Sentía frío -continuó- no sabía si era porque estaba semidesnuda o por los nervios, caminé hacia la puerta y la abrí. Al no verte comencé a bajar en puntillas las escaleras, supongo ahora que nadie se acordó que yo estaba en casa esa noche, lo digo por la escena que vi, en el living… ¿qué fue lo que viste? -pregunté intrigado. Vi a la Sole, Amanda y Sandra, en ropa interior bailando para ti. No quise seguir mirando, me sentí una tonta, entonces algo pasó y es lo que quiero que me digas ahora, sólo me quedaron esas malditas palabras que pronunciaste, malditas y tormentosas palabras que atravesaron mi corazón como filosas dagas esa noche y todas las siguientes de mis dieciocho años. No imaginas, lo que me destrozaron como niña, no puedo decir mujer porque no lo era. Nunca lo entendí, lo dijiste con tanto desprecio, que por eso me castré como mujer, nunca más la idea de amar un hombre se anidó en mí, eso no era para una gorda, el amor era sólo para las flacas como la asquerosa Javi y sus amigas. Nunca más me junté con esa maldita perra, ahora entiendo que sólo me utilizó para burlarse y que te eligió a ti, como mi verdugo…Yo no sabía nada de eso -contesté- te juro que recién me entero de lo que pasó…¡Pero sabías que estaba ahí maldita bestia!, sino no hubieras dicho lo que dijiste…si claro, pero también es cierto que estaba borracho, y como un estúpido caí en el juego de la Javi, lo dije realmente sin pensar…(quise pedirle perdón, pero me faltó valor) Sus ojos llorosos y el rimen corrido por las lágrimas, le daban un aspecto lastimoso, que me hacía sentir aún más culpable…casi no podía soportar la presión en mi pecho, trataba de no mirarla, mientras escuchaba sus sollozos. Con una mirada desgarradora, me rogó que le contara el resto. Respiré profundo, como buscando palabras que sonaran lo menos dolorosas posibles, le expliqué que los muchachos y yo estábamos bebidos cuando de pronto la Javi detuvo la música, me tomó de la mano y me dijo que las mujeres me habían elegido como el afortunado de la noche y me sentó en el sillón del living. Entonces les dijo a todos que se ubicaran por los costados, corrió la mesa del centro, colocó una música digna de cabaret, tres de sus amigas comenzaron a bailarme y a sacarse la ropa, mientras yo bebía no se que número de cerveza. Te confieso que, con tanto alcohol en el cuerpo, no estaba reaccionando al show (lo dije sólo por aliviar en algo su pesar) Los muchachos empezaron a avivar las cosas, mientras las chicas iban desvistiéndose…quise detenerme, me acobardaba continuar… sigue- repuso con tono determinante. Su cabeza reposaba sobre sus brazos apostados sobre la mesa, como si estuviera esperando una sentencia terrible. Su figura de mujer resignada, dolida, me obligó a continuar por vergüenza. Bueno – repuse -al tiempo que se me escapaba un resoplido,  la Javi me vendó los ojos y me secreteó algo al oído, y por eso dije lo que tú escuchaste…pero créeme, no tenía idea de lo que me acabas de contar…Eso no tiene importancia ya, contestó aún con la cabeza gacha sobre la mesa,  lo único que vale es que reconoces que lo dijiste, ahora deberás hacerte cargo de lo que me dañaste… levantó su rostro y con una mirada inexpresiva y una voz fantasmal – preguntó - ¿Qué fue lo que te secreteó la Javi?…Apreté los puños, y con voz entrecortada repuse “que una de las presentes se empelotaría para mí, y que debía estar con ella a toda costa”…entiendo, pero ¿tan horrible era para ti, que esa fuera yo? – inquirió…no pude responder nada. Se incorporó como si se hubiese desprendido de una armadura que llevaba encima, resopló una y otra vez, dándome la espalda. Luego me quedó mirando y exclamó con cierto orgullo. ¡Ah! por cierto, ahora soy escort en una boîte del barrio alto, imagínate, los hombres ahora pagan por estar conmigo – una sonrisa socarrona, se dibujó en su rostro pálido.
Se limpió las lágrimas con el dorso de su mano regordeta llena de pulseras de fantasía, y antes de llamar al guardia, se dirigió a mi…no te preocupes retiraré los cargos, ya obtuve más de lo que quería. Se arregló la falda que se había recogido aún más. Sostuvo su mirada un instante como queriendo decirme algo, más guardó silencio y desapareció taciturna tras la puerta. A los pocos, minutos entraron los guardias diciéndome con tono seco y cortante, que podía retirarme. La mujer había retirado los cargos. Me incorporé, más hubiese preferido me llevaran preso, me parecía lo más correcto, después de lo que le había hecho en el pasado.
Salí al pasillo y el bullicio y sentí que el gentío me atropellaba, pisoteando lo que quedaba de mi ser. Decidí darme por enfermo en la empresa. Caminé varias cuadras sin rumbo, recapitulando lo que acababa de vivir. Nunca imaginé ser el responsable de la vida de Raquel.
Las palabras dichas con tanto resentimiento, tanto dolor, le abrieron heridas que dejaron salir la miseria de que estaba recubierto su ser. Al anochecer y llegar al departamento, sintió que su actual pareja le parecía más bien una extraña, alguien con quien estaba por no sentirse solo. No se molestó por saber qué era lo que le pasaba realmente, solo se limitó a conseguirle un médico para que lo viera al día siguiente. Esa noche no pudo conciliar el sueño, volvía a la fiesta de ese sábado una y otra vez, sin poder remediar el momento en que dijo aquellas malditas palabras. Lloró en silencio, sintiéndose cada vez más miserable. Con el paso de los días, la idea de quitarse la vida comenzó a pasearse por su cabeza, “Depresión, por crisis existencial” fue el diagnóstico que figuraba en la licencia que presentó en su trabajo.
Poco más de un mes después, le vieron entrar en una boîte, solicitando los servicios de una tal “Lulú (nombre artístico de Raquel) desde entonces es cliente asiduo del local, y pide sólo los servicios de Lulú.

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El túnel



Dicen que cuando uno se topa con alguien y se quedan mirando es porque se conocen de otras vidas. Lo que quisiera contarle, no tiene que ver con eso exactamente, pero algo extraño me sucedió esa mañana al tomar el tren subterráneo como de costumbre. Los humanos somos dados a la rutina, incluso en esos pequeños detalles de tomar siempre el mismo vagón y sentarnos en los mismos asientos. De hecho, yo me ubicaba siempre en el andén a la altura del último carro, y me sentaba al lado de la ventana (me gustaba ver pasar los trenes en sentido contrario).
Ese día se sentó a mi lado un hombre mayor (de esos conversadores) yo hacía como que lo escuchaba, pero seguía pendientes del paso de los trenes (a veces vagabundeaba mentalmente viéndome sacar mi cabeza por la ventanilla y terminar decapitado, me fascinaba esa sensación) en tanto, yo me perdía en mis extrañas cavilaciones, el hombre seguía su monólogo, digo monólogo, pues ya les comenté que no le prestaba atención. Todo hubiera continuado así hasta mi estación, de no ser por la fotografía de su mujer cuando joven (fallecida hacía veinte años según agregó después) Por alguna extraña razón que no logré entender en ese momento, quedé prendado de ella. No podía soltar la fotografía y el hombre insistía en que se la devolviera. La retenía entre mis dedos como una obsesión. De pronto, el tren subterráneo se detuvo en mi estación. Aproveché la distracción de una abuelita a quien cedí mi asiento, y me escurrí entre la muchedumbre con la intención de quedármela. No sé si alcanzó a darse cuenta. Sin pensarlo, corrí a las escaleras en busca de la calle.
Afuera un día otoñal, me saludó con su aliento gélido. Una joven se me quedó mirando con ojos intrigantes. Sentía que todo el mundo me observaba. La culpa la tenía esa fotografía que aún conservaba en mi mano izquierda. Tenía tiempo para llegar al estudio, así que pensé que un café expreso ayudaría. Conocía un local ubicado en un subterráneo (de algún modo quería permanecer escondido) Las luces del lugar eran tan tenues en ese antro, que una vez dentro no sabías si era de día o de noche. Una muchacha de color salió a atenderme con una sonrisa que parecía exagerar aún más el grosor de sus labios carnosos, y sus dientes blancos resaltaban como perlas en la oscuridad. Supongo que debía emanar algo de mí, porque sin mediar palabras, me ofreció un privado de un modo intrigante. Acepté con un ligero asentimiento de cabeza. Me indicó siguiera por el pasillo a la izquierda. A medida que avanzaba, la estrechez de este corredor comenzó a incomodarme, cada vez era peor, hasta el punto que no pude ya girar para devolverme. Ahogado y aterrado me apresuré a empujar la única puerta que existía. Lo que vi en las paredes de ese pequeño cubículo, me helo la sangre. Intenté devolverme, pero, la muchacha de color estaba detrás de mí sosteniendo una pequeña bandeja con el café. Yo quería preguntarle por las fotografías, pero mi boca parecía abrochada. La muchacha dispuso la taza en la mesa y se sentó frente a mí. Entonces, comencé a transpirar helado y a tragar saliva. Señorita yo… Ella sonrió. Tranquilo, no es lo que te imaginas, sé que viniste por ella – contestó - haciendo una mueca a las fotos pegadas en la muralla. Bueno … sólo fui capaz de mostrarle la fotografía que sostenía aún en mi mano. Apenas la vio se incorporó de un sobresalto de su asiento, y exclamó con un tono de preocupación ¿De donde la sacaste? El jefe se va a enojar…no alcanzó a decir más. Su figura se perdió raudamente por el pasillo, salió gritando y repitiendo “el jefe se va a enojar”. Dos enormes hombres de color la interceptaron y luego de escucharla, vinieron por mí con cara de pocos amigos. El miedo se apoderó de mí, pero no tenía como huir. Sólo cerré los ojos y me cubrí con mis brazos en un acto de desesperación, esperando lo peor.
Antes de que los matones me alcanzaran, una mano me asió del brazo. No podía entender lo que pasaba, estaba corriendo en la oscuridad a través de unos túneles. Hacía unos minutos estaba en una pequeña habitación y ahora era arrastrado por alguien que me conducía por unas galerías subterráneas. Al final del corredor se veía una salida, pero se encontraba cerrada por una reja de fierro enmohecido. Al otro lado de la verja, podía contemplar la silueta de un hombre encendiendo un cigarrillo. Iluminado su rostro, quedé pasmado y me frené aterrado; podía verle claramente, sabía quién era, estaba tan claro como saber que yacía muerto desde que yo era un niño… ¡No puede ser él! - fue lo último que alcancé a pensar antes de desvanecerme.
Aparecí en una amplia sala, recostado en una banca dispuesta en el centro. En otra se hallaban sentado el hombre (o mejor dicho mi abuelo) y la mujer de la fotografía. Ambos sonrieron al verme despertar… ¿Dónde estoy? ¿Abuelo, que significa todo esto? – pregunté inquieto y antes de querer incorporarme, su mano me estaba deteniendo. Cálmate hijo, las cosas se han complicado últimamente, por eso te he mandado a llamar ¿A que te refieres con que las cosas se han complicado últimamente abuelo? ¡¡¡Tiempo hijo!!! ¡Se nos acaba el tiempo…! levantó la voz y los brazos como si estuviera molesto con el mundo…En éstos últimos 50 años, el hombre ha destruido la tierra mucho más que en un siglo y medio…Sí eso es sabido abuelo- contesté, pero ¿qué tiene que ver con el tiempo…? ¡El hombre, hijo!, no ha crecido a la misma dinámica que la destrucción de la tierra. Eso, nos llevó a tomar medidas correctivas como tener que dividir el alma del ser humano… ¿Qué? ¿Qué estás diciendo abuelo? ¿Qué estupidez es esa? ¿Cómo es eso de dividir el alma? ¿Sí apenas sabemos que es? ¿Cómo podríamos entonces pensar en intervenirla?...
Te explicaré hijos, a los Neptunianos hace ya millones de años, se les propuso lo mismo que te estoy comentando, pero ellos se negaron, decían que el alma era única de un ser, y que Dios, no lo permitiría…entonces el caos de Neptuno, terminó con los seres que la habitaban… ¿Dices que en Neptuno hubo vida, seres humanos…? Dije -vida - los Neptunianos se parecían mucho al hombre de hoy, sólo que ellos median tres metros como estatura media…
Me incorporé mirando a la mujer, buscando en ella algo de comprensión, pero no dijo nada ¿Abuelo quién es esta mujer? – pregunté ofuscado. Me quedó mirando, aunque te cueste creerlo esa mujer que señalas - Eres tú - quiero decir la mitad de tu alma… ¿Qué? -exclamé cada vez más desorientado. Lo que oyes, hace 15 años seccioné tu alma, desde entonces, hemos intervenido las almas de más de 1.500 millones de humanos… Abuelo ¿Quieres que crea, lo que me estas diciendo?
Mi abuelo tomó una naranja y me la enseñó ¿Qué es esto? …Una naranja, por supuesto – contesté algo molesto. Entonces la cortó por la mitad, ¿y ahora? – volvió a preguntar mostrándome la fruta partida… ¿acaso no sigue siendo una naranja? – repuso, antes de que yo pudiese decir algo. Lo quedé mirando desorientado y nuevamente me dirigí a la mujer intrigado. Mirándola a los ojos, le pregunté si entendía lo que estaba diciendo mi abuelo. Perfectamente – contestó ella esbozando una sonrisa. De hecho, este cuerpo que ocupo es de una mujer que falleció hace más de 20 años. Tú abuelo lo utilizó para incorporar nuestra alma… ¿Nuestra alma? -exclamé ¿Es de es mi alma, de que estamos hablando? – contesté cada vez más ofuscado. Miré a mi abuelo, y éste dijo - Damián estás respirando ¿no es así? Si, si, asentí como un estúpido…De hecho, estamos respirando los tres en esta habitación -continuó ¿podrías decirme si el aire que estamos respirando es sólo tuyo, o me pertenece sólo a mí, o le pertenece quizás a Iris?
No sabía que contestar, no podía entender nada de lo que estaba escuchando, mi cabeza daba vueltas, sentía que iba a estallar, era demasiada información para procesar.
El tiempo se nos escapa entre nuestras manos -repuso el abuelo- es por ello, que es preciso realizarte una nueva disección de tu alma. Te confieso que, hasta ahora no se ha hecho. Serías el primero, pero esta vez, necesito de tu aprobación – argumentó el abuelo. Y esta vez ¿por qué debes consultarme? si antes, llegaste y lo hiciste. Pues, te seré franco, existe la posibilidad de que tu alma, no lo resista y entonces perderás la vida, y por ende Iris también. Será el fin de tu alma, perecerás y no podrás acceder a la eternidad. ¿Te das cuenta lo que me estás pidiendo, abuelo? Absolutamente Damián, tu generación está perdida, están tan centrados en ustedes mismos, en lograr éxito a cualquier precio, que desperdician la vida que se les ha regalado, luchando por la obtención de cosas materiales. Se están deteriorado a tal punto que la espiritualidad del planeta podría estar en extinción. Mírate, hasta hoy has estado preocupado de escalar posiciones en tu trabajo, cada vez tus metas son mayores, tienes un auto deportivo que ocupas solo los fines de semana, y vives en un lujoso departamento, donde llegas solo a dormir. Sólo enfrentándote a esta realidad, te han vuelto las ganas de estar vivo, de estar consciente de lo que realmente importa, es por eso que, al provocar una nueva división de tu alma, podremos multiplicar tu crecimiento espiritual, recuperaremos el tiempo perdido con humanos del pasado debidamente seleccionados. Los nuevos seres vendrán con energía renovadora, sabrán transmitir a las futuras generaciones el verdadero sentido de la vida. Si esperamos que tú evoluciones como un sólo ser humano, corremos el riesgo, que el fin del mundo se produzca antes de que lo logres. En cambio, al dividir tu alma, así como la de los otros 1.500 millones que te comenté podrán vivir varias vidas a la vez, y por ende la evolución de sus almas, será mayor al momento de morir, y en sus próximas reencarnaciones serán seres mucho más evolucionados. Entiéndelo Damián buscamos salvar la humanidad.
Cerré los ojos, y vi los trenes de mi existencia pasar frente a mí, uno tras otros, entonces de pronto los trenes comenzaron a fraccionarse, podía ver los vagones de mi vida, y al mismo tiempo los vagones de Iris. Le vi crecer, reír, llorar, sufrir humillaciones como mujer y tantas otras cosas más, que nunca imaginé desde mi perspectiva de hombre. Entendí que era Damián e Iris a la vez. Una sensación de plenitud comenzó a embriagarme, fui consciente que mi verdadera alma nunca me perteneció, siempre fui sólo una gota en el mar. Entonces los vagones se difumaron y una gran luz me atrajo, y me interné en ese extenso túnel. Caminaba sereno, a medida que avanzaba fui encontrándome con mis otras vidas, y en cada abrazo con ellos, una parte de mi renacía y moría a la vez. Uno a uno se difuminaron tras mi andar. A la distancia vi a Iris llorar de alegría, el abuelo la abrazaba. A cada paso el túnel se ensanchaba, y la sensación de plenitud crecía paulatinamente, me dejé llevar.
Desperté en la sala común de un hospital. Había ingresado por un desvanecimiento en la vía pública. Cuando salí a la calle, miré al cielo, y el día me pareció más hermoso que nunca, entonces me encaminé entre el tumulto, y a mi paso iba saludando a los transeúntes, con un ¡hola yo!, ¡hola yo!, ¡hola yo! mientras la gente se abría paso mirándome como si estuviese loco.
 
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Perspectiva




Un joven y un anciano descansaban bajo la sombra de un longevo árbol. El viejo adoptaba una posición de relajo y miraba al cielo con los ojos cerrados, en tanto el joven se mostraba inquieto y cambiaba continuamente de posición.

Unas horas más tarde, el sol les daba de lleno, pero el anciano seguía en la misma quietud, en tanto el joven rumiaba al no encontrar sombra y lamentaba su destino. Tengo una vida miserable - míreme acá botado ¡solo como un perro! El viejo, no contestaba. Si al menos tuviera una mujer, que me cuidara y me amara - continuaba lamentándose a viva voz.

Estaba en eso, cuando un camión pasó levantando una polvareda que terminó por cubrir a ambos. El muchacho se incorporó molesto maldiciendo al conductor, pero éste ya iba demasiado lejos. Entonces el viejo, observó que, del camión habían caído unas rosas. Lo invitó a recogerlas. Lo hizo a regañadientes -murmurando- ¿de qué le iban a servir esas rosas si no tenía una mujer a quien regalárselas? El viejo sonriendo, le dijo- al menos ya tienes las rosas, estás mejor que hace un rato – le animó. ¡Míre como estoy! (refiriéndose a la polvareda que levantó el camión) - alegaba mientras intentaba quitarse el polvo de sus ropas.

No pasó mucho rato, cuando el viejo divisó a la distancia una mujer que venía en dirección de ellos. De inmediato, lo instó le obsequiara las flores, pero el joven ni se inmutó. La mujer, al pasar por delante del anciano, le ofreció una hermosa sonrisa, que correspondió con una aún más amplia. Al enfrentar al joven, lo encontró molesto, con unas rosas tiradas a su lado. ¡Que lindas rosas! - exclamó ¿por qué las tienes tiradas…? no alcanzó a terminar la frase, cuando el joven farfulló – para que las quiero, si no tengo mujer ¿Me las regalarías a mí? – preguntó - Lléveselas si quiere… La joven recogió las rosas, las acomodó en un ramo, y exclamó – muchas gracias, mi madre estará feliz y su rostro se iluminó, lo que el muchacho no apreció, pues se encontraba ensimismado en su tristeza.

Antes del anochecer cuando el sol comenzaba a esconderse en el horizonte, el anciano llamó al joven. He escuchado lamentarte todo el día empezó diciendo…más fue interrumpido de inmediato - ¿y qué quiere que haga, acaso tengo algo para estar contento? Muchas cosas - pronunció el anciano. ¡¡Muchas cosas!!! Usted es un viejo loco, que quiere tomarme el pelo – vociferó- ¿Acaso no ve? Pues claro, veo claramente ¿Entonces? ¡No se da cuenta que no tengo nada, nada! decía esto levantando los brazos en son de clemencia.  

El viejo lo contempló con paciencia y dijo…Te quejabas de estar sólo, y no has disfrutado ni un solo instante de las bondades de la soledad, de tener lo más preciado por estos días que es “tiempo sólo para ti”, un placer que muy pocos tienen. No te imaginas la cantidad de personas que envidiarían tu suerte ¡has tenido todo el día para ti! sin importar nada más, sin un jefe que te de órdenes, sin tener la obligación de trabajar como todo el mundo. No te has detenido a escuchar el silencio, otro gran privilegio, no has gozado de la tibieza del sol, la brisa, ni siquiera has contemplado por un minuto éste bello paisaje. Y todo eso, por estar tan pendiente de tu supuesta desgracia, tampoco te detuviste a apreciar la belleza de las rosas, ni fuiste gentil con la joven que te trajo el destino, por estar cegado, te perdiste de apreciar la inocencia de sus ojos o su maravilloso color avellana. No contemplaste su preciosa sonrisa, tampoco fuiste lo suficiente galán, como para regalárselas, tuvo que recogerlas ella misma. Ves ahora muchacho, todo lo que te dio este día.

El joven cabeza gacha no contestó, guardo silencio unos minutos y comenzó a llorar desconsoladamente.
Y ahora ¿por qué lloras? -preguntó el anciano.
¿Acaso no se da cuenta? - decía entre sollozos, lo tuve todo en un día, y en el mismo día ¡¡¡ lo perdí!!!
                                                                      
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¿Victimarios o Víctimas?

Hacía una semana que la noticia ocupaba las portadas de los principales matutinos de la ciudad. “Horrenda masacre causada por dos inmigrantes haitianos” “No tuvieron piedad con la mujer embarazada ni los adultos mayores que ocupaban los primeros asientos del bus”. Los matinales y los programas faranduleros se deleitaban mostrando las imágenes de los cuerpos ensangrentados de quienes viajaban en el bus aquella fatídica mañana. El hecho aconteció a eso del mediodía. La gente en la calle al consultárseles opinaba que debían matarlos como una forma de escarmiento y ejemplo para el resto de los inmigrantes. Se generalizó la opinión de catalogarlos de delincuentes, todos debían ser exiliados de vuelta a su país de origen.

Aquella mañana, la dueña de la pensión, había amenazado a Leroi con echarlo a la calle por el no pago de la habitación que compartía con su primo Renaud. Este último pasaba la mayor parte del día drogado y no tenía trabajo. Se mantenían con los dulces que vendía Leroi en el transporte público. Esa mañana Renaud desesperado por consumir y falto de dinero fue en busca de su primo. Primero empezó a rogarle que sería sólo un préstamo. Leroi sabiendo que no trabajaba, se negó. Había comenzado bien el día, ya tenía casi un tercio del dinero que necesitaba para pagar el cuarto. Trato de explicárselo, pero no entendía de razones. Renaud en un acto desesperado sacó el arma que acostumbraba portar y le amenazó. 

Leroi salió corriendo entre el gentío y se subió a un bus pensando que lo había perdido. Mientras ofertaba su mercadería miraba de soslayo hacía la puerta trasera esperando que asomara Renaud. Nadie le prestaba atención, estaban inmersos en sus mundos virtuales atrapados por sus celulares o la música que escuchaban con audífonos. Exactamente una cuadra después por la puerta delantera del bus asomó la figura de Renaud. Leroi seguía ofreciendo su mercadería. La angustia y la desesperación ante la indiferencia de los pasajeros llevó en un acto delirante a Renaud a sacar el arma, y descargó la primera carga a esas cabezas gachas e indiferentes a la presencia de Leroi que rogaba compraran sus dulces para poder pagar la habitación… ¡Malditos insensibles! gritó lleno de furia y la primera que levantó la cabeza fue la mujer embarazada quien vio volar los sesos de los ancianos que la antecedían. Los ojos desorbitados y llenos de odios del hombre que disparaba, se toparon con los suyos y fue lo último que vio antes de caer muerta. Renaud no se detuvo ante el pavor y las súplicas del resto de los pasajeros. Recargó su arma, había logrado la atención de aquellos seres plásticos, pero ahora era demasiado tarde.  
   

La Tigresa y el hombre

  Se internó en la caverna del cerro buscando refugio, sin sospechar lo que le traería el destino. Llevaba dos días sin comer, el agua de la...