Samuel


Salí como todas las mañanas a mi trabajo y en el momento que enfrenté el semáforo, no sólo quise detener mi coche, quise detener mi vida por un instante, quería sumergirme en la nada, desaparecer, perderme, desintegrarme, dejar de existir, ser espíritu, pero la bocina del impaciente que venía detrás  me trajo de nuevo al mundanal ruido. Un par de cuadras más allá, detuve el auto, sintonicé la radio, apagué el celular y decidí morir momentáneamente. A medida que pasaban los minutos, comencé a  intranquilizarme, aún tenía tiempo para llegar sin atraso a la fábrica, podía volver a la rutina sin más. El saxo de Kenny G, me invitaba a cerrar los ojos y dejarme llevar. Si tan sólo pudiera desdoblarme por un instante, para que uno de mis yo, encendiera el motor y tomase el rumbo al trabajo, a la rutina diaria, a cumplir con mi obligación de padre de familia, de trabajador, de ciudadano ejemplar, y mi otro yo, se quedase parado en la calle, teniendo la libertad de hacer lo que quisiera. Entonces, bajé del auto, lo  cerré con el celular dentro y me encaminé a vivir un día para mi. Caminé sintiendo el frío de la mañana y entonces el deseo de una taza de café me embargó. Llevaba un par de cuadras andando sin destino, cuando un anciano que barría la solera me saludó con una sonrisa natural. Buen día señor, que más quisiera yo poder caminar con la soltura que usted lo esta haciendo, e hizo un gesto para mostrarme el bastón apoyado en la reja de la casa. No recuerdo bien, cómo fue, pero de pronto me encontré compartiendo en el patio de su casa una deliciosa taza de café. Samuel se llamaba el anciano, me conversó de toda su vida, como si me conociera de años, abrió su corazón con una confianza increíble, de alguna forma sabía (que a pesar de lo complicado que están estos tiempos) podía confiar en mi. Su jardín era muy acogedor, herencia de su mujer que había partido sólo meses atrás. Le encantaban sus plantas, yo me siento cansado para cuidarlas me platicaba, mientras con una regadera rociaba las hojas de unas hortensias, rosas rojas, amarillas y blancas estaban por doquier, y una jaula con loros en un rincón adornaban ese rincón especial de la casa. El sol, apenas se colaba entre dos enormes edificios, fue cuando me contó la presión que tuvo de parte de las inmobiliarias para que vendiéramos la casa - me decía- Sara se mantuvo siempre firme y no aceptó, inclusive llegaron a ofrecernos el triple del valor, pero siempre dio la misma respuesta "la casa no está en venta". Le pregunté si no tuvieron hijos y me contestó que por alguna razón no llegaron, pese a desearlos con ahínco. Un perro lanudo se acercó a la mesa, haciéndose presente. Este viejo compañero es nuestro único heredero- dijo sonriendo. Me preguntó si fumaba, al tiempo que sacaba su pipa, es mi único vicio, bueno y de vez en cuando me gusta tomarme una copa de vodka, pero nada más. A mis ochenta y nueve años, algún vicio debo tener ¿o no? exclamó sonriendo con esos dientes manchados por el tabaco y la barba risuta que también mostraba huellas del tabaco quemado. Me ofreció un vaso de vodka, el que acepté, y me agradó sentir el ardor del alcohol en la garganta. Samuel estaba contento, disfrutaba cada minuto. Usted es un buen acompañante me dijo- apuntándome con la pipa, debería venir más seguido. No quise contestar nada. Lo invito a almorzar- dijo de pronto y antes de que pudiera excusarme estaba sacando una fuente del refrigerador. La cocina estaba al lado del patio interior. La fuente contenía una lasaña que tenía muy buen aspecto, en ese momento me volvió la intranquilidad, seguramente ya debieron llamarme varias veces al celular, quizás hasta hubieran preguntado a Adriana, la pobre se va a preocupar, sabe que no acostumbro a ausentarme del trabajo a menos que esté enfermo. Será mejor que me vaya - pensé. Apenas, entré en la cocina para excusarme con don Samuel, éste levantaba una botella de vino, al tiempo que exclamaba- ¡un Merlot, es el mejor acompañante para una deliciosa Lasaña! ¿sería tan amable de destaparla? quise decir que no, pero se la recibí junto con el sacacorchos. Me dije apenas termine de almorzar con éste anciano, me iré. Llamaré a Adriana, la calmaré, diré en el trabajo que fui victima de un intento de robo o algo parecido y todo volverá a la normalidad. Disfruté la comida, el vino, de alguna extraña manera me sentía en casa, Samuel, me envolvía con sus historias, su vida era fascinante, la mayor parte de su vida la dedicó a la venta, vendió autos, maquinarias, tractores, insumos médicos, o de oficina, así fue cómo conoció a su mujer. Sara era modelo de un artista, la primera vez que la vio estaba desnuda posando para él, se sintió tan incomodo que se le cayeron las materiales que cargaba. Ella lejos de sonrojarse se cubrió la boca para que su carcajada no fuera tan estrepitosa. Dos meses más tarde, la abordó a la salida del estudio, estaba nervioso, tiritaba como un adolescente, tenía las mejillas encendidas cuando le habló. Sara le reconoció de inmediato y se mostró amable, eso ayudó para que aceptara un café, fue el inicio de su romance. Una semana más tarde, sus cuerpos se reconocían en la pequeña habitación que ella arrendaba, fue un momento inolvidable decía Samuel, mientras alzaba la copa de vino y su mirada se perdía en el cielo de la habitación rememorando tan dulce momento. Un mes después encontraron un departamento en el centro de la cuidad. Sara trabajó como secretaria en una consulta médica de uno de  sus clientes. Se pusieron como meta ahorrar para la casa. Se privaron de muchas cosas, hasta que un día, llegó fascinada con la noticia. El padre de uno de los médicos de la consulta había fallecido y la casa estaba en venta. Teníamos más de la tres cuartas partes del costo del inmueble, y le darían facilidades para completar el resto. Cuando nos mudamos - prosiguió, apenas lo hicimos con el colchón donde pasamos la noche. Cada pieza fue pintada y arreglada por nosotros, compramos los muebles con la ilusión de una gran familia, pero los niños no llegaron, nos acostumbramos a estar sólo los dos. La casa se llevó nuestros mejores años, cuando la terminamos de pagar y tenerla lista, estábamos demasiado viejos para hacer algo más en la vida. Ella se desvivía en el jardín con sus plantas, yo andaba buscando que reparar. Una tarde encontramos a éste peludo, era un cachorro flaco y sucio cuando lo hallamos. El pasó a ser parte de la familia. No me quejo, fuimos inmensamente felices con mi mujer, pero ya no tengo motivos para continuar. La casa se me hace enorme y en todos los rincones me encuentro con el pasado de Sara. Por eso, le pido a Dios que me lleve con ella ¿Y la casa? -pregunté. Pues la casa te la voy a regalar a ti, para que la sigas cuidando. Pero ¿cómo me la va a regalar a mi, sino me conoce? soy un absoluto desconocido. Te equivocas, de hecho te estaba esperando. ¿Qué dice? ¿Cómo que me estaba esperando? Que yo haya venido caminando es mera coincidencia, yo acostumbro a estar en el trabajo. No es así, estimado amigo, de hecho con Sara te elegimos hace ya varios días¿Cómo que me eligieron? ¿No me dijo que había fallecido? Si, claro. Pero me dijo que vendrías hoy. ¿Acaso no amaneciste con la idea de desdoblarte? Pues, eso sucedió, te has desdoblado -exclamó abriendo sus delgados brazos ¿Cómo que me he desdoblado? Mire señor, mi auto se encuentra a sólo un par de cuadras de acá, y hoy no me he presentado en el trabajo. Es más, me va a disculpar, usted ha sido muy amable, pero me voy a retirar, fue un agrado conocerle, pero debo volver a mi vida y eso incluye mi trabajo. Se despidió estrechando la mano de don Samuel, quien le observaba con la misma sonrisa que le recibió. 

Mientras caminaba a mi automóvil, pensaba en lo curioso y extraño que había sido este encuentro con el anciano, con eso del desdoblamiento igual me dejó inquieto. ¡No puede ser! ¡me robaron el auto! por estar hablando con el anciano aquel. Por suerte tengo dinero tomaré un taxi y me iré al trabajo, ahora si tendrá sentido mi ausencia, con el robo de mi automóvil. Miraba en ambas direcciones cuando veo una mujer haciéndome señas que corría hacía mi, me quedé desorientado, detrás venían dos hombres más, todos agitados y haciéndome señas. Al llegar a mi lado, la mujer me abrazó como  atrapándome, al fin lo alcanzo don Samuel, usted un día de estos me va a matar del susto ¿Samuel? Yo no me llamo Samuel señora, tenga la amabilidad de soltarme. En eso, llamó por ayuda de los hombres, gritando ¡se me va a escapar! no entendía nada, los hombres se me abalanzaron y me tomaron llevándome a la fuerza. Trataba de pedirles que me soltaran, pero no tenía fuerzas, en la ventana de un auto estacionado pude ver entonces como llevaban a don Samuel de vuelta a su casa.

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Despertar

  Algo pasó esta mañana diferente a mis otros rutinarios días. Desde el derrame cerebral que me dejó tetrapléjico llevo meses contemplando...