La mujer del abrigo azul


La mujer se mostraba inquieta, no dejaba de pasearse frente a la puerta del hotel. El recepcionista hizo una seña al botones de turno, para que saliera a ver que podía hacer por ella. Conversó un par de palabras y entró con el rostro un tanto desfigurado ¿Qué sucede? -preguntó el recepcionista. No me lo va a creer, jefe… ¡cuenta ya pues hombre!- reclamó en forma airada. El botones con voz entrecortada - repuso- dijo que venía a evitar un homicidio dentro del hotel ¿Pero de quién? Volvió a preguntar…Hay que llamar a la policía…No, no jefe, exclamó el botones asustado. Me dejó en claro que si lo hacía, me mataría. Pero hombre con mayor razón, voy a llamar. ¡Jefe por favor no lo haga! puede que sólo sea una mujer algo demente…dejemos que pase el tiempo, quizás se vaya. Al recepcionista y botones se le unieron un par de camareras y se corrió la voz, que la mujer del abrigo azul, venía a matar a alguien del hotel. El pánico se sentía en el aire. Las horas pasaban y la mujer no parecía mostrar interés en irse del lugar. Pasadas las 20:00 horas, desapareció de la entrada del hotel, sin que nadie se percatara del instante justo. Quince minutos más tarde, se le veía entrar con un hombre joven tomada del brazo, sonriendo acaloradamente. Vestía muy distinto, era imposible que se hubiese cambiado de ropa en tan poco tiempo. Todo el mundo la observaba nervioso, pero no se daba por aludida, ni siquiera se mostró inquieta con el botones que hacía tan sólo un momento conversara.
Solicitó expresamente la habitación 513, la última de la planta (daba la sensación que conocía muy bien donde estaba ubicada, a pesar de no haber venido nunca antes) Esto inquietó aún más al personal, dado que ni siquiera aceptó otras habitaciones desocupadas y la planta del quinto piso se hallaba totalmente vacía. Se mostró indiferente a las sugerencias de Alberto y exigió la habitación. El frío otoñal se sentía en las escaleras y pasillos del viejo edificio, por lo que tan pronto entraron en el cuarto, pidió al botones conectara la calefacción, al tiempo que dejaba sus guantes en una mesita dispuesta en el hall. Mientras Tomás encendió el calentador, la observaba con atención desmesurada, no le parecía una mujer que pudiera cometer un crimen ¿Sería acaso el joven que la acompañaba el asesino?, o quizás ¿ambos estarían planeando el asesinato de alguien más? Pensó en el resto de los huéspedes que se encontraban alojados, nadie de importancia. De seguro, fue una broma de la mujer. Bajo las escaleras más relajado, pensando que le había tomado el pelo. Conversó su parecer con el resto del personal, y todos terminaron riendo por la humorada. Salvo doña Martina, la cocinera, mujer de años - esas que parecen mosquitas muertas, son las peores- exclamó para sus adentros, antes de volver a la cocina. Alcanzó a abrir la puerta, cuando lanzó un grito de horror. Todos corrieron a socorrerla. ¡Miren, miren! gritaba la mujer señalando la pared. Quedaron horrorizados con el espectáculo. Una de las camareras de la impresión dejó caer la bandeja con loza. Alberto de inmediato tomó posesión de la escena, Juan saca eso -exclamó imperativo- señalando el ratón muerto que se encontraba atravesado con un cuchillo en la pared, y tú Tomás ayuda a limpiar la sangre. Lleven a la señora Martina al despacho del jefe, y tráiganle un té para calmarla.
Debido a la agitación imperante, el doctor Méndez, que se encontraba en los comedores, se ofreció para ayudar y auxiliar a doña Martina. Todos corrían de un lado para otro, y ese ajetreo lo sentían los comensales que cenaban. Nerviosos rumoreaban motivados por los gritos escuchados, a pesar que no lograban entender nada. A los pocos minutos se presentó don Gabriel, administrador del hotel, para calmar los ánimos y ver que todos los huéspedes fuesen atendidos con la mayor premura. Tuvieron que hacer llamar a Jesús, el chef que estaba en su día de descanso, para que viniera a auxiliar con la cena. Tomás el más miedoso de todos, con el nerviosismo se había manchado con la sangre del ratón el puño de su camisa, y en todo momento trataba de estirar la manga de su chaqueta para taparla. El administrador, lo mandó a cambiarse, antes de que se diera cuenta algún pasajero. Los mozos se mostraban inquietos y su servicio era muy deficiente, se topaban o se molestaban entre ellos mientras atendían las mesas, servían el vino por la izquierda, o se quedaban en blanco mientras ofrecían el menú. Hubo uno, que incluso les trajo la cuenta a una pareja de ancianos que recién habían tomado asiento en una de las mesas.
Don Gabriel, que no entendía lo que estaba pasando, fue quien divisó a la mujer de abrigo azul, cuando abordó el ascensor. ¡Señora! ¡Señora! le llamó a viva voz, y retó al personal, porque la mujer se les había colado ¿Dónde está Tomás y Alberto? ¡Qué no están pendiente de la puerta de acceso! gritaba encolerizado. Tomás venía de cambiarse la camisa y Alberto, del baño, había ido a mojarse la cara, para sacar el miedo de su expresión. Tomás ve donde se metió la mujer que acaba de entrar, una que vestía un abrigo azul ¿Abrigo azul? –preguntó Tomás sorprendido. Si hombre una mujer de abrigo azul ¿Qué tiene de extraño? inquirió don Gabriel molesto. Tomás se miró con Alberto y este último le hizo un gesto para que fuera en su busca. Tomó el ascensor, asustado por encontrarse a solas con ella nuevamente ¿Y si está armada, buscando a su víctima? y ¿por ser testigo me dispara a mí también? – pensaba a medida que iba en ascenso al último piso. Justo ahora que me voy a casar, miraba la foto que tenía con su novia en el celular, y el pánico aumentaba. Revisó todos los pisos y de la mujer ni rastro. Estaba por llegar a la oficina de don Gabriel, cuando Jesús entró corriendo antes que él ¡Don Gabriel, don Gabriel! gritaba agitando los brazos ¡ha desaparecido uno de mis cuchillos! Alzó la vista, con cara de disgusto (como diciéndose y por un cuchillo tanto escándalo)… antes de que dijera algo, Jesús comenzó a lanzar palabras sueltas ¡la mujer, el cuchillo, el ratón acribillado en la pared!… ¡Haber hombre cálmate! -exclamó ¿qué es todo este escándalo? En ese momento, entraba Tomás que había escuchado los gritos de Jesús, y con el rostro demacrado dijo – no logré encontrar a la mujer… ¡lo ve don Gabriel, todo calza!…exclamaba Jesús fuera de control. Tomás procedió a contar el suceso con la mujer en la calle, y luego de su ingreso a la habitación 513. Los ojos del administrador se habían inyectado de sangre, aparentemente había sufrido un pequeño derrame, causado por su alza de presión, buscaba con desesperación el frasco de pastillas en el cajón de su escritorio. Señores se dan cuenta en la situación en que nos encontramos, después de estar meses en cuarentena, no podemos arriesgarnos a que nos cierren nuevamente por un asesinato en nuestras instalaciones. ¡Tengo empeñada, hasta la casa de mis padres! por lograr volver a abrir, tenemos deudas millonarias acumuladas, me muero en éste mismo momento, no puede ser tanta mala suerte ¡virgen santísima! exclamaba angustiado mirando al cielo de rodillas. Tomás y Jesús le observaban con asombro, a sus setenta y cinco años, verlo tan desesperado resultaba patético. Pídanle al doctor Méndez, que venga, es un hombre sensato que me dirá que hacer.
El doctor Méndez un hombre delgado, ochentero bien conservado, cliente habitual del hotel, y amigo de la familia de don Gabriel desde años, entró al despacho con la estampa de un mago, se sentó y escuchó a los presentes. Tras un breve instante, luego de darse por enterado de la situación encendió uno de sus puros habaneros que tanto le gustaban y se dirigió al ventanal. Lo cierto es que el tema es delicado señores –exclamó- con su tono doctoral que tanto lo caracterizaba y lamentablemente la hora no nos acompaña – dijo- esto mientras veía su reloj. Gabriel, amigo mío, creo que lo único que podemos hacer, es tener que molestar a los pasajeros y efectuar un control preventivo de temperatura a cada uno argumentando el famoso covid-19, para así poder entrar en las habitaciones ocupadas y descartar la presencia de la mujer en cuestión. Pero eso demoraría una eternidad si lo hiciera yo solo, se requiere que al menos dos personas lo vayan haciendo en conjunto, para así atacar dos pisos a la vez. ¿Dices que la capacidad del hotel son 24 habitaciones y que hay 16 ocupadas?- preguntó dirigiéndose a don Gabriel. Nos tomaría una hora si empezáramos de inmediato. Luego de descartar que los huéspedes se encuentren a salvo, tomaríamos una media hora más para revisar el resto de las habitaciones, y así no tendrías que llamar a la policía. Ahora, si prefieres hacerlo mañana, en un horario más prudente, te arriesgas a que el hecho se consuma hoy en la noche… ¡No, no, no! llamaré a mi mujer para que me consiga el personal adecuado y lo haga llegar. Debemos actuar lo antes posible, por favor, avisen a los comensales y a todo al que encuentren por los pasillos. Yo me encargaré de comunicar al resto. Muchas gracias doctor, no sé qué haría sin su ayuda. 
En los instantes que don Gabriel, se disponía a informar a los huéspedes, se produjo un corte de luz. Rápidamente actuaron los elementos de emergencia, pero al volver la electricidad, don Gabriel había desaparecido. Despertó amordazado en una habitación del sótano, que se disponía para la gente de servicio, en casos de emergencia. Trató de incorporarse, le dolía la cabeza, estaba amarrado de manos y pies. Una mujer bien vestida junto a un hombre joven le observaba desde un rincón de la habitación. Trató de hablar con ellos, pero la mordaza se lo impedía. Ella se acercó, y le enseñó una fotografía ¿La conoces verdad? –pregunto con cierta ironía. Asintió con su cabeza, asustado por su única hija. Resulta que ella es mi hermana, pero no te preocupes, afortunadamente no eres mi padre. Exclamó a viva voz, mientras le daba la espalda y dejaba caer con rabia la fotografía. Don Gabriel, no entendía lo que le acaba de confesar. Nuestra madre tuvo trillizas - continuó- pero tu esposa quería sólo una, así que no dudo en separarnos. Debo decir que la suma que pagó fue considerable, por lo que mamá pudo quedarse con nosotras. Nos criamos en los barrios bajos, pasando penurias muchas veces. Pero gracias al esfuerzo de nuestra madre salimos adelante. Todo hubiera quedado así de no ser porque tu hija enfermó y nuevamente tu mujer acudió con mi madre, para pedirle que una de nosotras le donara un riñón a Cristina, tu regalona, los ojos de papá. Ella se opuso a fuera una de sus hijas, sin embargo, como buena madre se ofreció como donante. Esta vez, no aceptó el dinero. Desgraciadamente murió en el pabellón de cirugía. Supongo que eso lo sabías. Un mes después de velarla, nuestra tía Dolores nos confesó la historia, y nos enteramos de toda la verdad. De la existencia de Cristina, y de la verdadera causa por la que murió mi madre. Hace seis meses, escúchame bien desgraciado, seis meses que vengo planeando como vengarme de ustedes, y es por eso que hoy he venido a matarte. Don Gabriel, sufría un alza de presión y se ahogaba, por lo que trataba de zafarse de la mordaza, emitiendo todo tipo de sonidos guturales ¿Está asustado el gran señor? Comentó, mientras iba deslizando el cuchillo cocinero por el pecho y la barriga. No te preocupes, va a ser una muerte lenta, te infringiré un corte a nivel abdominal, para que te vayas desangrando poco a poco, lo tengo todo bien estudiado. Desesperado trataba de moverse y suplicar su perdón…No me interesa en lo más mínimo tu dinero, por si estás tratando de ofrecérmelo, yo amaba a mi madre, y me la quitaron, es algo que nunca podré perdonarles. Agradezco no haber corrido la suerte de Cristina, sin duda ella recibió lo mejor, pero te imaginas la impresión de saber que su padre fue muerto en una de las habitaciones del hotel, como una simple rata.
Se hallaba presta a ejecutar la incisión del cuchillo a la altura del vientre, cuando entró a la habitación la mujer del abrigo azul. ¡No lo hagas Gabriela, detente! ¿Qué estás haciendo acá? ¿Te dije que no te metieras? Es mi decisión, no intervengas. Gabriela, fue nuestra madre la que murió por Cristina, ella lo hizo por salvar a nuestra hermana, no sacas nada con matarlo a él… ¡No lo entiendes, ellos siempre se salen con la suya! compran esto o aquello, nos utilizan a su antojo, no les bastó con quitarnos nuestra hermana, también quisieron la vida de nuestra madre ¡la vengaré, la vengaré! alzó la mano con furia y la enterró en el vientre con tanta fuerza que el cuchillo quedó incrustado en la piel hasta el puño. Los ojos del hombre se desfiguraron y un sonido desgarrador le brotó de las entrañas, supo que era su fin. Su cuerpo sufría espasmos incontrolables, le brotaba espuma de la boca, la situación se había salido de control. Gabriela en shock, fue sacada de la habitación por su pareja. La mujer del abrigo azul, miró al hombre moribundo con desconsuelo, no había logrado impedir su fatal destino. Se colocó los guantes y limpió la escena del crimen. Apagó la luz, y se dirigió por las escaleras hacia la salida. De pronto, se topó de frente con Tomás, quien quedó paralizado. Le acercó su mano a sus labios temblorosos y repuso - nunca me vistes, está claro- exclamó con voz pastosa, mirándolo fijamente a los ojos. El botones asintió aterrado. Ella desapareció del lugar como una sombra.
Al día siguiente, descubrieron el cadáver. Todo el personal concordó en que la asesina había sido la mujer del abrigo azul, y la policía lo caratuló así.
Un año más tarde, Tomás celebraba su casamiento en la misma iglesia donde se casaron sus padres, los invitados lanzaban arroz a los recién casados. Antes de subir al coche que los esperaba Tomás levantó la vista entre los presente y pudo apreciar la silueta de la mujer del abrigo azul, que le observaba desde la vereda del frente.
                                                        
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La Viuda


La noticia de que Annabell había fallecido, la recibí en el aeropuerto. Acaba de desembarcar del viaje a Buenos Aires. A pesar de que lo esperaba, debo confesarles que la noticia caló muy hondo, de algún modo sentía que la vida le estaba en deuda, no lograba entender porque nunca el destino pudo sonreírle como se merecía. De hecho, sin ir más lejos, era la única mujer que conocí que era llamada viuda sin haberse casado. Es una herencia de mamá me comentó una vez, en su pequeño apartamento en el centro de Paris, su refugio, como lo llamaba. Su madre quedó viuda muy joven, cuando Annabell apenas tenía cuatro años. Para entonces vivían en Southampton. Su padre corredor de Seguros, en un viaje de negocios a North Houtghton, se quedó dormido y desbarrancó su auto, perdiendo la vida. Cómo buen previsor, había contratado una póliza de seguros, que les permitió, continuar con sus vidas. Se lamentaba que su madre fuera una mujer muy poco instruida, que no supo administrar bien el dinero, y que tras la muerte de su padre, comenzara a comer y beber en exceso. Tuvieron que internarla varias veces antes de que se suicidara sólo cinco años más tarde. Su abuela por parte de su padre, se encargó de ella por obligación, nunca la quiso. Solía llamarla la hija de la viuda, nunca por su nombre. A los quince años, se fugó con un infante de marina inglés y se fueron a vivir a Bristol. Duraron sólo un par de meses, se embarcó y nunca más supo de él. Por ser menor de edad, habían fingido estar casados para arrendar la pequeña suite. La dueña de la casona, al no volver su novio, pensó que había enviudado. Por tal motivo, recibió mucha ayuda por su condición, así que decidió asumirla por mucho tiempo, incluso cuando estaba en la Universidad, creyó que le serviría para evitar a los muchachos. Lo cierto que decir que era viuda siendo tan joven, le significó un sello especial entre sus compañeras y los hombres enloquecían por conquistarla. Sabía que todos los que me buscaban era sólo para contarles a sus amigos que habían tenido sexo con la viuda, me comentó en una ocasión. Se concentró en los estudios, y fue la mejor de su clase. Pese a todo, el sino de la viudez, nunca la abandonó, a ratos quería llorar y decirle a todos que era una gran mentira, pero su fama se había extendido más de lo que ella imaginó. Quizás por eso, me permitió entrar en su mundo. Fue en Barcelona, había una convención de cirujanos, y ambos llegamos como traductores. En el break, me acerqué a conversar. Las palabras fluían como una melodía ya aprendida. Quedamos más tarde en una copa en un Bar que yo solía acudir cada vez que visitaba la ciudad. Cuando la fui a dejar a eso de las cinco de la mañana, no tenía ganas de dormir, y hubiera continuado de no ser porque mi vuelo salía en un par de horas. Desde ese día, así serían las cosas con Annabell.
Dos meses más tarde nos encontramos en Brasil. Quedamos en el bar de su hotel, pues precisamente Sao Paolo, no nos parecía interesante. Siempre pensé que estaba soltera y la traté como tal. Eso fue lo que le fascinó de mí, me comentaría tiempo después. La enfermedad de mi padre, me obligó a tomar un largo receso en el trabajo, el viejo necesitaba de alguien que lo cuidara después de la partida de mamá. No era suficiente la enfermera, así que me dediqué a él, lo que le quedaba de vida. De tiempo en tiempo, seguíamos comunicados con Annabell. Una tarde de primavera en que conversaba con un amigo en común, se refirió de ella como la viuda y mi mundo se desmoronó. No quise preguntar detalles, sólo me alejé (errores de la vida, que después te pasan la cuenta). Fue en Varsovia, cuando nos volvíamos a encontrar. Su estampa británica, sobresalía entre las polacas. Nos miramos, sonreímos e hicimos un brindis a la distancia. No me atrevía a acercarme, ahora que conocía su secreto (al menos eso era lo que yo suponía) Y por eso no me hablaste todo éste tiempo, me reclamó en la pieza del hotel, mientras se vestía. No puedo creerlo, ustedes los hombres a veces son peores que nosotras, de verdad no lo puedo creer. Pero ¿que tenía de malo ser viuda? – repuso, al tiempo que se abotonaba la blusa…no sé…traté de contestar, me sentí ridículo. 
Bueno querido, la viuda se va, tengo que regresar a Londres dijo con una sonrisa en el rostro (no recuerdo otro momento en que la viera sonreír de esa manera) Al poco tiempo, me enteré por Serge, que tenía una relación estable con un diplomático Polaco quien había conocido justamente en esa ocasión. Pensé que al fin la vida, le estaba dando un poco de alegría. Cuando nos volvimos a ver en Bruselas, me confesó que su amante polaco la golpeaba, y que la tenía amenazada de muerte si pretendía dejarlo. Se refugió en el trabajo tanto como pudo, asistía a todas las convenciones y eventos posibles, a pesar que en todos lados era vigilada por agentes polacos. Finalmente el maldito amante, encontró con quien sustituirla y la abandonó después de eternos tres años. Para entonces Serge nuestro noble amigo gay (con quien para entonces compartía su apartamento) buscaba como juntarnos, decía que éramos dos almas solitarias que merecíamos estar juntos. Annabell, no era la misma, el polaco había dejado marcas en su vida, y no me refiero a las físicas, aun cuando existían, de hecho en una oportunidad la lanzó escaleras abajo en su mansión y se fracturó la cadera. Aquí tengo el tornillo me decía mostrándome la cicatriz en la cadera. La forma de entregarse también cambió, ya no reaccionaba a las caricias de mis manos como las primeras citas. Decidí dejarla, no me sentía ni me hacía feliz. El trabajo siempre ha sido nuestro aliado, para las almas solitarias. En estos últimos veinte años, no pude mantener una relación estable, en parte por mi trabajo como por un deseo oculto, que no logré entender hasta encontrarme nuevamente con Annabell, a solicitud de Serge. Está muy enferma, sería bueno que vinieras a verla. Cancelé un evento y volé a Paris. En el camino, la voz de Serge, me dio a entender que la cosa era más grave de lo que imaginaba. Cuando entre a su habitación, la encontré demacrada, su pelo antes voluminoso, caía sobre sus hombros sin gracia, y los huesos de las clavículas asomaban cual percha de colgar en el escote de su camisón blanco. Las ojeras y los labios secos, le daban un aspecto tenebroso. Serge nos trajo un té, y nos dejó a solas. Me dio la sensación que anhelaba ese instante con ansias, para su desahogo. Habló de su niñez, de lo que la marcó el apodo de viuda, del rencor contra sus padres, el primero por morir y dejarla sola con la estúpida de su madre, y la segunda por haberla obligado a cargar con sus malas decisiones. La temprana viudez de su madre, le llevó a negarse la oportunidad de ser esposa y luego madre, huyó de todo compromiso, por eso le gustaba lo que teníamos, era una relación ideal, sin ataduras, sin obligaciones, pero cuando la abandoné sintió que verdaderamente había enviudado. Su relación con el polaco, le provocó adicción por los somníferos, era la única forma que encontraba para dormir, luego necesito de fármacos más fuertes. Por eso, el cáncer encontró un nido fácil donde encubarse, debido a sus bajas defensas, que avanzó como un reptil a su antojo. No quisiera culparte de nada –repuso en su lecho- sólo contigo logré ser yo. La noche parisina, asomó por la ventana, y el cansancio de la velada, la obligó a dormir. Me quedé dos días a su cuidado, la mayor parte del día me acostaba a su lado y le contaba de algunos viajes, o recordábamos los nuestros. A ratos me parecía verle sonreír, pero no estaba seguro sino era más bien, una mueca de dolor. De la agencia, insistían en que volviera al trabajo, era urgente que viajara a Buenos Aires. Cuando me despedí, de algún modo presentí que sería la última vez, quise soltar el llanto, pero me contuve. Antes de que la dejara me tomó la mano y me pidió le hiciera una promesa… si claro, lo que tú quieras- contesté - prométeme que siempre seré tu viuda preferida. Lo prometo Annabell –respondí - y logre ver en sus ojos una brizna de luz, antes de que los cerrara.

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La Tigresa y el hombre

  Se internó en la caverna del cerro buscando refugio, sin sospechar lo que le traería el destino. Llevaba dos días sin comer, el agua de la...