Calor de hogar en un día de invierno

                                                     
                                                                  

 

Este día de inverno, la televisión ha reiterado una y otra vez, la tragedia que han dejado las últimas lluvias, que se desbordó el rio aquel o el canal de allá, de la escasez del agua por posible corte del suministro y no puedo dejar de recordar los inviernos de mi niñez, esos donde las lluvias tenían otro sentido para mí. Puedo verme con la capa con que me mandaban al colegio y las botas de agua (sí, porque antaño a uno lo mandaban igual al colegio los días de lluvia) y el mío quedaba a unas 5 cuadras de mi casa, y me iba y volvía caminando (no existía el furgón escolar) y pese a que a la hora que regresaba estaba oscuro (no tenía miedo de venirme solo ni mis padres la preocupación de que fuera a pasarme algo)

Quizás estás pensando en que estoy hablando de una ciudad especial, nada de eso, era Santiago, y el barrio estación central. Puedo verme chapoteando en la calzada mientras hacía correr barquitos de papel por el torrente de agua, a veces saboreando una galleta que había guardado de las que nos daban en la escuela (esas con letra y número) donde tu profesora jefa, era la misma de matemáticas, castellano, ciencias naturales, religión, etc. Los bancos de madera individuales, las pizarras verdes donde se escribía con tiza, la cotona café, los cuadernos de caligrafía, dibujo, matemáticas, el lápiz con la goma amarrada. La colación con suerte era una fruta, o un pan solo para engañar las tripas. En esos años los niños se resfriaban e iban al colegio con los mocos colgando y nadie se espantaba. Los profesores te tiraban de las patillas cuando te portabas mal, y el bülling no se conocía (cómo ahora), claro, estaba el apodo gordo, flaco, feo y esas cosas, pero nada tan traumático.

Bueno, volvamos a mi chapoteo por la calle, el agua corriendo dónde a veces por obstáculos los barquitos quedaban atrapados y ahí terminaba la carrera o cuando no los alcanzaba y se los tragaba el desagüe. Siempre llevaba reservas, para una nueva carrera. Las calles por lo general a esa hora estaban vacías, la gente se guardaba temprano, y llovía a cantaros, ahí si que llovía por los años setenta, no como ahora que a un aguacero fuerte lo llamamos tormenta. La vida era simple a esa edad, luego de las carreras de los barquitos de papel, llegaba la casa, de esas antiguas que tenían puerta de calle y mampara (la que bastaba empujar para abrirla) Mi casa era de abobe, con dos patios interiores y un jardín al fondo de la casa, ¡podías ver y sentir la lluvia dentro de la casa!, a veces veía a mi abuelita cruzando con su paraguas de la cocina a su pieza. La cocina, ese lugar sagrado donde llegábamos todos a deleitarnos con las cosas que mamá nos preparaba, la puedo ver aún con su delantal, y las mejillas rosadas, friendo sopaipillas, las que iba dejando en una fuente enorme, donde todos nos acercábamos. ¿Se lavó las manos? era lo primero que decía, antes que las fuéramos a tomar algo, luego cada uno cogía su taza y la tetera de dos litros que tenía agua caliente para hacernos un té y nos sentábamos a la mesa a esperar que llegara mi padre. Lo veo llegar cansado, pero siempre alegre de vernos juntos. ¡Esos inviernos en la cocina de Sazié fueron los más hermosos de mi vida! Todos riendo, disfrutando sopaipillas, o donuts, daba lo mismo, lo importante era el momento en familia, mis hermanos (tres mujeres y un varón) juntos a mis viejos, los padres más maravillosos, mientras afuera llovía a cántaros y las goteras cantaban por el resto de la casa en los tarros y ollas que habíamos colocado.

                                 

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La Entrevista


                                                     

Cuando entró en la oficina para la entrevista, sintió algo extraño que no supo explicar, más, cuando vio el retrato pegado en la pared. Se dejó llevar y antes de presentarse preguntó- perdón- ¿quién es él? Su interlocutor que tenía extendida su mano en son de saludo se sorprendió y contestó (sin darse vuelta)- mi padre- Es el fundador de este estudio, en el año 1932, murió en un extraño accidente en la montaña. La avioneta que piloteaba capotó y nunca se encontró su cadáver. Después de eso, la entrevista se realizó mucho más distendida, Javier Campodónico el mayor de cinco hermanos también abogado, era quien estaba a cargo ahora del estudio. No ha sido fácil mantener este despacho Germán – agregó – luego de la muerte de mi padre hace ya 35 años, varios de sus clientes nos dieron la espalda. Estuvo cerrado durante cinco años, mi madre nunca quiso arrendarlo. Se mantendrá así, hasta que te hagas cargo, me dijo cuando aún no terminaba mis estudios. Ha sido un gran peso trabajar acá, es cómo tratar de vivir la vida de mi padre, y es algo que ya no quiero hacer. Mi idea es que te hagas cargo y yo irme desligando, quiero poder viajar con mi mujer y mi hijo a alguna isla por un tiempo, necesito empezar a intentar vivir mi propia vida. Créeme, Germán, cada vez que veo entrar por esa puerta algún pariente cercano de las antiguas amistades de mi padre, me dan ganas de cerrarles la puerta en las narices, cómo lo hicieron con mi madre. No disfruto estar resolviendo casos, y a pesar de que cada vez elevo mis honorarios, me siguen llegando más, es algo que no logro entender. Rebeca mi secretaria, es la única en quien confío, su madre trabajó con mi padre y es una mujer fiel y digna de toda mi onfianza. Te puedes apoyar en ella. Perdón don Javier, pero yo sólo hace un año que me recibí, cómo pretende que me haga cargo del estudio, si nunca he llevado un caso. Sé que lo harás bien, una corazonada me lo dice. Es más ya tengo comprados los pasajes a Bali para irme dentro de un mes, tiempo suficiente para ponerte al día con los detalles de las causas pendientes, Rebeca te ayudará. Así que puedes ocupar desde ya este sillón, ayer saqué todas mis cosas personales. Referente a tus ingresos, me ocuparé de que sean los más altos del mercado, necesito que estes tranquilo en ese aspecto. Bien, un placer, bienvenido, el puesto es tuyo. Se levantó tomó su chaqueta, que colocó sobre el hombro y con una sonrisa de satisfacción, gritó mientras levantaba los brazos ¡Bali allá vamos! y salió sin cerrar la puerta. Antes le indicó a Rebeca ayudara a Germán. La mujer de inmediato con una libreta en sus manos entró y luego de presentarse, se ofreció para ayudar en lo que necesitara. Germán aún perplejo, no sabía que decir. La verdad señora Rebeca no tengo la más mínima idea por dónde comenzar. Sí me permite, tengo ordenadas las carpetas en el archivador de su izquierda, le prepararé un café y le ayudaré con los detalles. Muchas gracias, se lo voy a agradecer. En el momento que la puerta se cerró tras él, y mientras no dejaba de mirar la fotografía. escuchó de pronto un comentario a su espalda - Me veo bien ¿verdad?- refiriéndose al retrato. Rápidamente giró, encontrándose con el hombre de la fotografía, dio un salto hacia atrás sin aliento. El hombre sonrió, sacó un cigarrillo lo encendió y lanzó una bocanada de humo- hummm- exclamó el placer del cigarrillo ¿sabes? Ya no lo hacen cómo antes ¿fumas? – repuso- mientras le extendía una vieja cajetilla de Marlboro. Germán, negó con la cabeza. Fui yo quien te eligió desde el momento en que te presentaste, sentí que eras el correcto y le susurré al oído a mi hijo para que te contrata sin más. ¿Por qué? - sino no nos conocemos. Además, se supone que usted está… ¿muerto? - repuso el padre de Javier- bueno, técnicamente sí, a pesar de que nunca encontraron mi cadáver. Digamos que vengo de un mundo paralelo y que preferí quedarme en él. Mi hijo tiene razón, fue injusto dejarle el peso de mi vida, lo abandoné como a todos, mi mujer y mis hijos, me dejé llevar por el amor. Sabes, a los doce días de mi desaparición, vine por la madre de Rebeca, ella y yo nos amábamos a pesar de que nunca le fui infiel a mi mujer. Pero no era feliz, de hecho, mi avioneta no capotó yo mismo quise quitarme la vida, tenía contratado un seguro de vida que les permitiría a mi mujer e hijos continuar con una vida estable al menos. No quise tomar un gran monto, para que no se pusiera en duda mi muerte y el seguro no intentara no pagar mi póliza. Lo curioso, es que, al momento de la colisión, sentí que mi cuerpo se desvanecía en mil partículas, sí lo que escuchas, era sólo un montón de partículas flotando, no tenía cuerpo, ni sangre, ni piel, ni huesos, nada, absolutamente nada. Un viento suave comenzó a arrastrarme como un soplido mágico hasta una gran cueva. Mis partículas doradas iluminaban la caverna, recorrimos un gran tramo hasta llegar a una inmensa poza color esmeralda, caí como un puñado de arena, me sumergí lentamente en las profundidades y las partículas de mi ser se fueron disolviendo. No existía nada de mi cuerpo y sin embargo en esas aguas, me sentía vivo, aún hasta ahora no puedo explicarlo. Siete días después, aparecí en un mundo paralelo, con el mismo cuerpo que ves. Ahí me explicaron que algunos de nosotros, cuando cortamos el ciclo que veníamos a cumplir en la tierra, nos mandan a un mundo paralelo, mientras llegue la ocasión de volver, es decir, volver a nacer. Y ¿Qué papel juego yo en todo esto? -preguntó Germán, justo cuando Rebeca entraba con el café. ¿Siente olor a cigarrillo? –arguyó- arrugando la expresión de su rostro. Odio el tabaco. Usted no fuma ¿Verdad? – No claro que no. Rebeca no había notado la presencia del padre de Javier (quien había apagado el cigarrillo y hacía morisquetas ridiculizando a Rebeca) Pasaron toda la tarde revisando las carpetas, bajo la atenta supervisión de Javier padre. Germán miraba cada una de sus expresiones y hacía los cambios que él le indicaba, ante el asombro de Rebeca. Ella quizás unos seis o siete años mayor que él, tenía una expresión y risa juvenil, por lo que el tiempo pasaba corriendo en su compañía. De pronto, el padre le puso su mano en el pelo, y quedó dormida en el acto. En eso apareció en la sala, la madre de Rebeca. El parecido era impresionante, la mujer se inclinó para acariciar la cabellera de su hija, mi niña, ha crecido, dijo y una lágrima se deslizó por su mejilla. Germán se apartó para dejarles solas. Javier padre se lo agradeció. Se sentó en el sillón dandoles la espalda, cerró por un instante los ojos y al abrirlos, se encontró de vuelta a la hora de almuerzo. El padre de Javier  y la mujer ya no estaban. Rebeca anotaba y separaba las carpetas, cómo si el tiempo no hubiese pasado. Hemos avanzado bastante, me siento algo cansada -repuso- llevándose la mano a la espalda. Si claro, dejémoslo hasta aquí. Pero aún es temprano. Vaya no más Rebeca, yo seguiré un rato más. Miró el retrato de nuevo, mientras las preguntas saltaban en su cabeza como langostas atrapadas.

Cerró el despacho cómo si lo hubiera hecho por años. Al salir a la calle; el padre de Javier y la madre de Rebeca, le esperaban (¿cómo nadie los ve?) se preguntó, al tiempo que le invitaban ir con él. Caminaron hasta un callejón, y luego se dirigieron hasta el muro y lo atravesaron. Permaneció inmóvil, petrificado, sin darse cuenta él también se hallaba dentro de ese mundo paralelo. Fue como viajar en el tiempo.Todo transcurría treinta o cuarenta años atrás, le llevaron a un café. Germán no podía entender lo que estaba viviendo. Apenas dio un sorbo al café, comenzó a sentirse mareado y creyó perder el conocimiento. Despertó en la playa de Jimbarán en Bali (se hallaba en el futuro) a unos pocos metros vio a Javier con su mujer y su pequeño hijo, aunque no los conocía, pudo reconocerlos. Se veían felices. La expresión de Javier transmitía una felicidad que contagiaba. A pasos de ellos, su padre y la madre de Rebeca le observaron un momento y luego tomados de la mano se perdieron en el horizonte. Entendió el porqué de su destino. Quiso levantarse a disfrutar del mar, pero a medida que avanzaba, todo se desvanecía. Volvió de nuevo al callejón.

La noche era sombría por lo que subió la solapa de su chaqueta por el frio reinante, hoy no sólo encontré un trabajo- se dijo para sí- reconfortado, y su silueta se fue perdiendo en la oscuridad.

 

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La camarera y el extraño mensaje


   


        


La cotidianidad de su vida se vio alterada luego de recibir esa llamada. La mujer no quiso identificarse, ni siquiera dar una mínima pista del porqué de su extraño mensaje, se limitó a decir que era solamente vocera de lo que acaba de comunicar y colgó. Intentó llamarla, pero el número desconocido, no figuraba entre sus contactos y no contestó pese a sus innumerables intentos. ¿Quién podría ser? y ¿cuáles podrían ser sus motivos para efectuar el llamado a medianoche? Su voz denotaba angustia, no sabía si era lo correcto, casi parecía obligada. Además ¿de dónde conocería a su padre?

Varias cuadras del departamento de Alberto, Susanne la camarera respiraba agitada luego de la experiencia que acababa de vivir. Soltó el llanto, su compañera la abrazaba Tú la vistes ¿verdad? – le preguntaba entre sollozos, no estoy loca. Estaba sentada justo aquí. Si amiga, todos la vimos. No sé que decir… estoy tan choqueada como tú. ¡Ya menos lloriqueo y terminemos de ordenar para cerrar, es tarde y quiero irme a casa! – dijo el dueño del local, quien a pesar de haber presenciado lo sucedido, prefirió hacerse el desentendido. La pareja de Susanne la notó algo distante aquella noche mientras conducía a casa, pero lo atribuyó al cansancio. Él también había tenido un mal día, lo mejor era guardar silencio -pensó. Ya acostada Susanne miraba el techo de la habitación sin lograr entender lo sucedido, en sus largos diez años de camarera, nunca había vivido una situación parecida. Una y otra vez, repetía en su mente las imágenes de aquella fatídica noche. A eso de las once, la mujer entró al local, ahora que lo pensaba, no era normal ver a una mujer de sus años tan tarde, por lo general era clientes jóvenes u hombres adultos que pasaban a matar la noche con alcohol y algo de comer. Pidió una taza de té con tostadas. Llevaba un pañuelo de seda que cubría su cabellera cenicienta, un abrigo antiguo, una cartera pequeña que, hacia juego con su vestimenta y un par de guantes negros, que dejó ordenados sobre la mesa a la espera del té. Comió y bebió con sobriedad y su mirada triste se perdía en el infinito, Fue esa mirada nostálgica, precisamente la que llamó su atención, que le hizo añorar a su madre, que había partido hacía solo un par de años. Se acercó a su mesa y antes de que pudiera preguntarle, la mujer posó su mano sobre la de ella, al tiempo que preguntaba ¿tienes un minuto? La consulta la descolocó, y sin decir palabra se sentó en la silla de enfrente. La mujer de mirada pérdida, esbozó una leve sonrisa. Hija vengo de muy lejos, tan lejos que ni siquiera lo imaginas, sólo para darle un mensaje a mi hijo, pero no puedo hacerlo ¿Por qué? ¿Está enojado con usted? ¿No le habla? No nada de eso, sólo que en ya hace años que no estamos en contacto, es difícil de explicar ¿Tú podrías darle ese mensaje por mí? -dijo- al tiempo que le acercaba una servilleta con un número de celular anotado ¿Quién yo? Pero si ni siquiera le conozco. Eso no importa. Lo importante es lo que tienes que decirle. Miró a su jefe, que le observaba desde la caja con mala cara. Deme unos minutos, aún hay mesas que atender- arguyó- y se paró a atender las mesas de los escasos comensales a esa hora. Su compañera curiosa, se acercó para preguntarle ¿Qué hablabas con la vieja? No le digas vieja, la pobre tiene tanta pena en sus ojos, Bueno, la señora entonces -exclamó su compañera- anda cuenta. Me pidió que llame a su hijo, con quien está incomunicada hace años. Y ¿qué le tienes que decir? No sé, no alcanzó a decirme. Me tuve que parar por la cara de don Alfredo. Anda yo te cubro, la pobre señora seguro se quiere ir a su casa. Es tarde para que ande sola por la calle a estas horas. Ya voy, deja que don Alfredo empiece a hacer la caja y voy. Vamos a empezar a limpiar y ordenar las mesas. La mujer las observaba con resignación, mientras escribía algo en la servilleta. Tras unos minutos, Susanne se acercó. Ya señora ¿qué quiere le diga a su hijo? ¿Me debo presentar? No hija, sólo dile esto y volvió a extenderle la servilleta. ¿Sólo eso? preguntó nerviosa. Sus manos le sudaban, tanto misterio, le puso inquieta. La mujer sacó de la cartera un viejo celular y se lo pasó. Si quiere puedo usar el mío, tengo minutos -exclamó - cada vez más inquieta. No hace falta, ocupa ese no más. Miró a su compañera quien hizo un gesto de aprobación, mientras distraía a su jefe, y marcó el número. Estaba a punto de cortar, cuando la voz de un hombre joven contestó. La voz no le salía, la mirada suplicante de la mujer le impulsó a transmitir el mensaje, justo en el momento en que colgaba, y buscando su complacencia, fue el instante que el miedo se apoderó de ella. ¿Dónde estaba? Miró a todos lados y no estaba por ninguna parte. Sólo el viejo celular en su mano era el único vestigio de lo ocurrido, Buscó a su compañera y le preguntó alterada - ¿Dónde se fue? ¿La viste salir? Tan perpleja como ella, la miraba confundida sin decir palabras, sólo hacia gestos de no entender nada, fue entonces que la desesperación le hiciera soltar el llanto. El recuerdo de lo vivido devolvió el estado de angustia. Se paró al baño para mojarse la cara y cuando se miró al espejó quiso gritar despavorida pero no le salió la voz, detrás de ella, apareció la mujer. Acercó su dedo y lo posó en sus labios, al tiempo que le deba las gracias y la abrazo. Sintió la gratitud de la madre que venía del más allá y le transmitió su gran paz. Al volver a la cama, su pareja le preguntó - ¿estás bien? -parece que hubieras visto un fantasma. Algo así -contestó- y se metió en la cama. Apagó la luz, con la sensación de plenitud.

En otra parte de la ciudad, Alberto se debatía en la incertidumbre tras el mensaje recibido, mientras su padre agonizante en la sala del hospital anhelaba su visita para partir.

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El señor Gutiérrez

 


¿Cómo sería abrir la ventana del avión y salir disparado? ese tipo de ideas nacían en la mente del señor Gutiérrez como destellos fulminantes, otras mientras su hija manejaba se le ocurría pensar en que chocaran a la máxima velocidad contra un muro, un cerro, o un camión que lo hiciera en sentido contrario ¿Por qué se le venían esos pensamientos de la nada? ¿acaso estaba mentalmente enfermo? ¿Debía tratarse? se preguntaba, mientras esperaba le atendieran. Lo cierto era que no importaba donde o lo que estuviera haciendo, siempre de la nada aparecían esas locuras. Podía estar en la fila del banco, y de pronto sentir ganas de sacar un arma e intentar asaltar el banco, sin motivo alguno, sólo por sentir la sensación, en otras, prefería ser acribillado por el revolver del guardia que le disparaba por la espalda. Hasta se imaginaba recibiendo los disparos y como la sangre saltaba de sus ropas. Estaba en ese trance cuando la secretaria pronunció su nombre. La quedó mirando con la apatía que se mira un mueble o una planta insulsa, El doctor le espera alcanzó a entenderle de esos labios de plástico que la mujer apenas movía, para no perder ni un gramo del tosco maquillaje. Antes de entrar miró el reloj mural, observando que eran las 3:05. Se sentó frente al idiota de blanco que con esa pasividad y voz monótona le preguntaba sin mirarle ¿Cómo hemos andado esta semana señor Gutiérrez? La pregunta monótona rebotó en su cabeza, como una pelota saltarina en una habitación vacía. Más pendiente de mirar por el gran ventanal, el señor Gutiérrez se sentó en la silla dispuesta para los pacientes y sin desviar su mirada, le contestó una estupidez (su costumbre cuando las cosas no le gustaban) deseaba jugar un poco. Detuvo su mirada en el abrecartas dispuesto sobre el escritorio y pensó en tomarlo y amenazarlo ¿gritaría? ¿se asustaría? ¿alertaría a su secretaria? Mientras las preguntas en su cabeza bailaban alegres como adolescentes, el profesional hacia un comentario plano y anotaba con rigurosidad en el historial de su paciente. Se abalanzó de un salto al ventanal como un niño hiperquinético, pese a sus sesenta y nueve años (le quedaban días para cumplir los setenta) No era de aquellos que se aumentara la edad antes de cumplir años, más bien le gustaba aparentar que era más joven (aunque su próstata y sus rodillas evidenciaran todo lo contrario) Desabróchese la camisa, y siéntese en la camilla exclamó como autómata el doctor, quien no se inmutaba en lo más mínimo con las extrañas reacciones del paciente. Lo atendía hace cinco años a petición de su única hija, que estaba obsesionada con tener un riguroso control de la salud de su padre, tras la repentina muerte de su madre, cuando regaba sus plantas en la terraza del departamento dónde vivían por más de cuarenta y cinco años. Esa tarde sintió un dolor en el pecho, y cayó de rodillas, llamó con un grito infrahumano a su marido antes de desplomarse en las baldosas, ya sin vida. Desde entonces, Daniela, exigía a don Antonio acudir una vez al mes a controlarse con el cardiólogo más connotado de la ciudad, no escatimaba en gastos para con él. De algún modo, sentíase culpable de la muerte de su madre, ya que cuatro días antes, en el almuerzo del domingo, doña Viviana, le había pedido regase las plantas, puesto que ella últimamente se cansaba demasiado. Le contestó que lo haría después de terminar de fumar el cigarrillo recién prendido y lo olvidó. Aquella tarde de domingo estaba acariciada por los brazos remolones del sol que invitaban más al sosiego, por esa razón no se movió del lugar donde estaba, sin saber que ese instante cambiaría para siempre su destino. Solterona (pero no fanática como ella siempre se describía) llevaba una vida sin sobresaltos frente a sus padres, a pesar de que, sin duda, se avergonzarían si conocieran su verdadera personalidad. Estando en el colegio, y dispuesta a vivir la vida a concho, había experimentado experiencias con dos alumnas de cursos y el profesor de química a quien casi termina matando en el acto mismo. De algún modo con el pasar de los años se había vuelto adicta al sexo (su siquiatra lo relacionaba con la falta de cariño que arrastraba de sus padres) Doña Viviana, una mujer en extremo apegada a la religión y a las costumbres machistas inculcadas por sus padres, había cumplido fielmente su papel de mujer abnegada a su marido, lo que, de algún modo, provocó el rechazo de su hija desde muy pequeña. Eso había influido para la vida rebelde que llevaba Daniela. Le gustaba jugar con los hombres, someterlos, humillarlos, como venganza de la suerte de su madre y eso atraía a los hombres, dispuestos cada vez a complacer sus caprichos de niña díscola.

Don Antonio abrió la ventana de la consulta del doctor para mirar el gentío dieciocho pisos más abajo. Bonita vista doctor -exclamó – casi como hablando solo. ¿Cómo sería saltar desde aquí y estrellarse en el pavimento? Inquirió para sí, sin darse cuenta de que esta vez lo verbalizaba. Cierre la ventana hombre – exclamó el doctor, algo molesto. Pero don Antonio, no hacía caso, sentíase absorto con la idea de lanzarse al vacío. Sin pensarlo, se encaramó en el borde de la ventana. Se preguntaba si alguien lo estaba viendo. De seguro del edificio de enfrente, más de alguien. El doctor lo animaba a bajarse, pero era incapaz de moverse de su asiento, por temor a asustarle, le suplicaba se bajará con voz temerosa, don Antonio no escuchaba. Abrió los brazos, cerró los ojos y elevó su rostro al cielo. El sol fijaba fuerte, al punto que sus párpados se iluminaron y pasaron de un rojo furioso a un amarillo intenso, (era la luz del túnel hacia el más allá -se dijo) Sonrió y pensó en su mujer, al final del túnel la veía llamándole. Estaba hermosa, cómo cuando se la presentaron en la facultad de derecho. Es la nueva secretaria del Decano, le dijo Marta su compañera de estudios. Sus miradas se entrecruzaron y quedó prendado de sus bellos ojos pardos. La invitó a salir más de una veintena de veces, antes de que aceptara, luego no se separaron más. Voy por ti, vieja. Se dejó caer. Mantenía los ojos cerrados, mientras el aire de esa tarde de verano se colaba por sus ropas. Se veía caminando por este túnel con pasos alegres, mientras al final le esperaba su mujer con los brazos abiertos.

De pronto todo se oscureció, seguramente he muerto pensó. Estaba extrañado de no sentir dolor. Su cara sentía el frio del piso, y un dolor intenso de cabeza le atrapaba ¿Acaso podré estar muerto sin dolor? ¿No es posible? He caído desde dieciocho pisos de altura. ¡Papá! ¡Papá! Le parecía escuchar la voz de su hija. ¿Cómo se enteró? ¿Cómo llegó tan rápido? Se preguntaba medio atontado. Abrió los ojos y la vio. El rostro de Daniela se iluminó, detrás de ella, la vieja secretaria del doctor respiraba con alivio, al tiempo que decía, menos mal que reaccionó, no alcancé a evitar que se cayera antes que se desmayara.

¿Qué pasó? – preguntó extrañado. Te desmayaste papá antes de entrar a la consulta, ya está todo bien, a lo que te repongas nos vamos a casa.

En el auto de su hija, mientras iban de vuelta, apoyó su rostro en el vidrio y pensó ¿Cómo sería abrir la puerta y lanzarme justo en la curva?

 

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¿Por qué debes despertar mañana?


 ¿Por qué debes despertar mañana? es quizás una pregunta que tal vez no te has hecho nunca y por la cual te invito a planteartela al menos una vez. Cuando nos dormimos estamos ciertos de que amanceremos al día siguiente, y la mayoría de las veces lo hacemos pensando en las preocupaciones que debemos resolver al día siguiente o en los próximos, más que en estar agradecidos de tener la posibilidad de volver a despertar. 

El otro día pude ver un corto de youtube donde salía un hombre que planteaba que cada amanecer no despiertan más de un millón de personas y que el hecho de hacerlo era razón más que suficiente para estar contento y más aún si despertaban contigo los cinco seres queridos más cercanos, y no pude másque encontrarle la razón. Pero luego quise ir más allá y preguntarme ¿Por qué debes despertar mañana? no es una pregunta tan simple, tiene que ver con el hecho de si te has encontrado tu propósito real por estar vivo, o simplemente estás conforme con tu sobrevivencia, porque temes a la muerte.

Te dejo la inquietud, a mi modo de ver, creo que pueden existir muchas razones por querer despertar, ya sea porque tienes hijos que dependen de tí, porque encontraste una persona que te da una razón para vivir, o porque encontraste tu pasión en lo que haces, ya sea enseñando, manifestando tu arte o quizás cuidando a otros, en fin, la lista puede ser eterna. Lo importante es que tú descubras cual es el motivo, por el que mañana debes despertar.

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Joaquin y la vieja maldita

  Joaquín no dejaba de lamentarse, una y otra vez, aunque sus amigos trataran de cambiar el tema, volvía con la cantaleta, cómo si la vida s...