Re-encuentro en la habitación de motel



Después que la pasión abandonó los cuerpos de los amantes maduros, Bernardo contempló con desidia la silueta desnuda de su mujer y se detuvo en los rollos que abrazaban su cintura; sus caderas ciertamente habían engrosado y la celulitis asomaba con dureza en sus muslos y nalgas. Definitivamente los años dejaron su paso en el cuerpo de Odette- pensó para sí.
Estirándose y con un tono gomoso exclamó- “Gordita… ¿No ibas a hacer dieta?
- ¡Como se te ocurre molestarme con algo así, después de haber hecho el amor! eres tan descriteriado…
- Nada de eso mujer, lo dije por que de repente me acordé- quiso disculparse, ¡eso era todo!
- Ella con el romanticismo de antaño, rememoró los instantes cuando jóvenes se amaban en aquellas habitaciones a escondidas de sus padres. Ahora, el paso de los años la falta de ejercicio y la mala alimentación, golpeaba en ambos sus carnes flácidas.
- Ese lunar en tu vientre siempre me gustó dijo con una voz amarillenta-tratando de componer su comentario anterior.
- Bernardo ¿Aún gordita me sigues amando? – la pregunta bañó la habitación, tan desnuda como ellos. Un velador a cada lado de la cama una lámpara y la televisión adherida en la pared eran los únicos testigos de aquel reencuentro.
- Claro que sí ¿por qué lo preguntas? Dijo con ese tono lacónico tan característico en él, para quien todo se limitaba a la lógica (es decir, si aún estaba con ella, debía quererla). No concebía la razón de la pregunta de su esposa simplemente porque nunca logró entenderla como mujer. Nunca fue capaz de reconocer cuando necesitaba una caricia, un abrazo una mano amiga una invitación a caminar o simplemente un te quiero.
- Odette romántica por esencia, abrigaba en su interior la esperanza que fuese el tiempo el que provocara un cambio en él y aflorara algo de aquel hombre que conoció hace ya más de 25 años. Deslizó sus dedos con nostalgia por su vientre y pensó en el hijo que nunca había llegado ¿No quisieras intentarlo de nuevo?- (se refería al hecho de adoptar, a pesar que ya lo habían conversado miles de veces).
- ¡No, ya estamos demasiados viejos! – repuso él con un tono azul enojoso que trepó por la muralla para adherirse al espejo que los contemplaba con una indeferencia ahogante. De los ojos de Bernardo salió una estela de aflicción que se disolvió en el espacio, envuelto en un llanto asfixiado que se anidó entre sus cuerpos aún tibios. Las manos se soltaron y una sábana curtida cubrió el cuerpo de ella que buscaba refugio entre las sombras de la habitación. Parsimoniosamente se dieron la espalda y se dejaron abrazar por el silencio que cantaba pesadamente como si en el fondo brotara entre ambos un sentimiento de arrepentimiento por aquel re-encuentro.

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