En un abrir y cerrar de ojos, apareció
en un vagón de ferrocarril lleno de personas mayores, entonces la mujer a quien
estaba increpando hacía unos momentos, comenzó a vociferar ¡él es un judío! ¡es
un judío! señalándole. Rápidamente, aparecieron soldados alemanes entre los
presentes. ¡Papeles! – le exigió - uno de ellos. Se llevó las manos a sus ropas
y en ese momento, se dio cuenta que tenía otra vestimenta. Un abrigo sucio y
gastado, una camisa y un pantalón negro que se le caía, eran su atuendo, se
trajinó los bolsillos y no traía documento alguno. Con ojos aterrados, miró a
la que lo había denunciado, quien, sólo dibujó una expresión de satisfacción
cuando los soldados se lo llevaban. Lo apartaron a otro vagón donde había cientos
de jóvenes como él ¿Dónde estamos? - preguntó a uno de ellos, quien no contestó
verbalmente, más con un leve movimiento de cabeza le comunicó que no sabía.
Afuera el paisaje montañoso, y la nieve denotaba que era pleno invierno. Sus
pilchas apenas le servían para capear el frío. La noche no demoró en caer, las
piernas le empezaron a flaquear, lo hacinados que iban en el vagón, no le
permitía ni siquiera agacharse. Con el aliento de su boca, trataba de darse
calor en sus manos, que por aquellos instantes comenzaban a amoratarse por el
frío reinante. A medianoche, el tren pareció bajar su velocidad y el vaivén se
hizo más parsimonioso, junto con el crujir de los vagones de madera. Sus
conocimientos de historia, rápidamente le dieron a entender que por alguna
extraña razón que no lograba descifrar, sufría una especie de regresión al
periodo de la segunda guerra mundial. No puedo estar soñando, son, o mejor
dicho eran cerca de las 8 de la mañana y se dirigía en el tren subterráneo a la
universidad. Tampoco se había drogado, por lo tanto, tampoco podía ser una
alucinación. Ya sé, la vieja maldita, era un bruja y me tiene hipnotizado
-pensó- .En todo caso, debo reconocer que es buena, todo esto me parece tan
real, siento el frío, el cansancio, la angustia y el miedo que pudieron haber
sufrido los jóvenes judíos, cuando eran llevados a campos de concentración. En
un extremo del vagón, uno de ellos comenzó a implorar que no daba más, que
desfallecía, que necesitaba ayuda, un par de soldados se acercaron a verlo,
luego de exigirle que debía aguantar y ante la poca resistencia del muchacho,
decidieron lanzarlo del tren, cuando este estaba en movimiento. El grito
desgarrador del muchacho, al saber que moriría repercutió a todos, quienes
presas del terror, tiritaban más de miedo que por el frío existente. Joaquín,
podía ver los ojos de muchachos aún menores que él, cuyas pupilas dilatadas estallaban
de pánico. No podía estar ajeno a ese pavor a la muerte a tan temprana edad, el
aire asfixiante empapado de angustia fue contagiándolo paulatinamente, a ratos
cerraba los ojos, y rogaba que eso terminara, su corazón latía acelerado, pensó
en sus compañeros de universidad ¿estarán viviendo lo mismo que yo? se decía- o
sólo yo estoy sumergido en esta pesadilla. Todo es causa de esa vieja maldita,
la muy intrusa se metió en nuestra conversación, debe ser la que me tiene
inmerso en esta especie de alucinación. Ya señora, si quería hacerme sufrir, lo
logró, le pido perdón de rodillas si quiere, pero devuélvame a mi realidad, no
quiero seguir pasando por esto – se decía para sí. Un muchacho gordo se
desmayaba y su enorme contextura se apoyaba en su espalda. Le pegó un codazo,
luego otro, al darse vuelta para enfrentarlo, observó con espanto que era su
hermano menor, que había crecido varios años. ¡No puede ser! ¡Matías, Matías,
aguanta, no debes darte por vencido! Trataba de sujetarle, pero era en vano,
cómo has crecido hermanito, nunca pensé que te ibas a convertir en tamaña mole,
casi diría que deberías ser un luchador de zumo, quiso bromear, pero Matías
estaba desfalleciente ¿Qué está pasando ahí? Preguntó uno de los soldados a la
distancia ¿Hay otro marica, que debamos lanzar del tren? -exclamó lanzando una
risotada que contagió solo a sus camaradas. No pasa nada, todo está bien –contestó
Joaquín, quien hacia esfuerzos sobrehumanos por sostener a su hermano. Matías, pon
de tu parte, no voy a poder soportarte mucho rato más, entonces otro joven más
alto que Joaquín, tomó un brazo de Matías y lo pasó por detrás de su cuello,
aliviándole la carga. Gracias, dijo con absoluta sinceridad. No me des las
gracias, si lo tiran del tren no ganamos nada, en cambio si muere en el campo,
podremos quedarnos con los zapatos y su abrigo, el mío está demasiado
malogrado. No supo que decir, se dio cuenta que no bromeaba.
El infame estaba pensando sacar
provecho de su hermano, y pensar que apenas un segundo atrás creyó que su gesto
era solidario. Matías, reacciona por favor ¿cómo pudo crecer tanto de un
momento a otro? por favor diosito, ya no más, sácame de esta pesadilla, no lo
soporto. Entonces, sintió a su espalda, la voz de la mujer, que le susurraba al
oído - ¡ahh conque ahora, dices no soportarlo! y sin embargo hace un momento
decías ser tan desgraciado con la vida que te había tocado. Sólo por haber
nacido pobre, creías que habías visto todo. Te das cuenta de que solo eres un
niño malcriado, esto es sólo el comienzo y volvió a desaparecer. ¿Cómo sabía
ella, lo que estaba pensando? esa vieja maldita si es una bruja, bueno entiendo
que tiene razón, pero aún así sigue siendo una maldita ¿Quién le da el derecho,
de hacerme pasar por esto? y más encima involucrar a mi hermanito, no tiene
derecho, por mucha razón que tenga, sigo pensando que es una vieja maldita.
Joaquín, no quiero que me lancen
del vagón, no doy más, salta conmigo por favor hermanito, al menos quisiera que
estuvieras a mi lado al momento de mi muerte. Calla Matías, no vamos a morir ni
tú ni yo, es sólo un mal sueño, no pasa nada. Entiende, desfallezco no doy más,
no puedo conseguir sostenerme, se me acalambraron las piernas, estoy orinado y
estoy a punto de que se me suelten los esfínteres. Por dignidad hermanito,
lánzate conmigo, anda dobla las piernas así me lanzarán contigo. Hazlo por mí,
le suplicó y apoyó su cabeza en su pecho. Lo abrazó conteniendo su pesada
figura y se rindió. Las piernas flaquearon y la gruesa figura de su hermano le cayó
encima. No quería soltarlo. Los soldados le aplicaron un par de puntapiés para
que zafara de su hermano, a quien lanzaron primero e inmediatamente fue el
turno de él. Rodó por la nieve. Cómo pudo se paró y fue en busca de Matías.
Gritaba en la oscuridad, desesperado, aterrado por no lograr llegar al lado de
su hermanito antes de que falleciera. Cada vez los gritos eran más
desgarradores, sentía en el pecho tanto dolor, tanta angustia, por no cumplir
el último deseo de Matías, lo trataba de ver, suplicando por su presencia,
mientras agonizaba, que no tomaba conciencia que era él quien estaba
desfalleciendo. Se desplomó sin fuerzas en la nieve, y con la boca abierta
sangrando por el golpe al caer, balbuceaba una y otra vez el nombre de Matías y
le pedía perdón. Sus ojos se cerraron y pensó que la muerte lo hacia presa.
Entonces tras un instante vio un camino y una luz al final. Se paró creyendo
haber muerto y se encaminó en su dirección. A medida que avanzaba se iba
haciendo cada vez más intensa. Estaba en paz, miró a su lado y entonces vio a
su hermano sonreírle, creyó en ese instante que ambos estaban muertos y sólo
atinó a hacerle un ademán como pidiendo perdón, y continuaron hacia la luz. Hacia el final del camino, no
podía soportar la potencia del destello, y se llevó la mano tapando sus ojos
mientras seguía. Entonces sintió nuevamente la voz de la mujer, que esta vez le
pedía- joven -puede soltar mi brazo. Volvió al tren subterráneo, la pesadilla
había terminado. Asombrado, la vio bajarse en la siguiente estación. Sus
amigos, le dieron golpes en su espalda y le decían, te pasaste Joaquín, como se
te ocurrió tratar así a la pobre mujer, sin contestar nada se bajó como ajeno a
todo, a pesar de las bromas de sus compañeros, que se burlaban, repitiéndole
“te dejó mal lo que te dijo la vieja”.
Pasaron varias semanas desde ese
episodio. Joaquín, no volvió a ser el mismo. Ya no se quejaba, pero su silencio
incomodaba a sus compañeros, que no sabían cómo tratarle. La extraña
experiencia, se repetía a diario en su memoria, y paulatinamente la figura de
la maldita mujer cómo le llamara inicialmente, se fue transformando a una
grandiosa mujer.
Una mañana, en los jardines del
patio universitario, se le apareció. Joaquín, la quedó mirando a la distancia y
se encaminó a su encuentro. Caminaba como un niño avergonzado con pasos
titubeantes y se detuvo a un metro de distancia. Entonces ella, con una voz
serena le preguntó – ¿aún me llamarás maldita mujer? Y dibujo una leve sonrisa.
Entonces él sin decir palabras, la abrazó, perdón, perdón, perdón, perdón
-exclamó- y soltó un llanto, que brotó de lo más profundo de su alma. Con un
solo perdón es más que suficiente, le contestó y le beso la frente como una
madre.
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