Despertar


 


Algo pasó esta mañana diferente a mis otros rutinarios días. Desde el derrame cerebral que me dejó tetrapléjico llevo meses contemplando lo que pasa en el edificio de enfrente. Mis padres acercaron la cama al ventanal de mi dormitorio para que me llegara el sol y poder mirar (según los escuché conversando; ya que no tenemos mucha comunicación por mi incapacidad de hablar) Lo que ellos no saben es que de un tiempo acá, logro escucharlos, y a veces, aunque susurran dándome la espalda me entero de lo que piensan o sufren. Por momentos me pesa que mi estado, afecte su vida, y por más esfuerzos que hago por comunicarme me es imposible. No logro entender la injusticia de la vida, los médicos tampoco dan explicación a lo que me pasó. Tengo tan solo veintisiete años, era deportista, estaba por recibirme de abogado, y sin más, en la fiesta de Alejandro, comencé con un insoportable dolor de cabeza, todos reían con mis gritos y espasmos, cuando me tomaba la cabeza y me revolcaba encima de la alfombra (pensando en mi curadera o drogadicción) no les diré que no bebía, o de vez en cuando fumaba marihuana, pero no más allá que mis amigos. Esa noche me dieron a probar una pastilla amarilla, un alucinógeno que venía llegando de Colombia. No recuerdo bien lo que pasó, tan pronto la ingerí, el dolor de mi cabeza empezó a invadirme, creo que me dieron algo de beber, la habitación empezó a dar vueltas, perdí la estabilidad, caí al suelo, entonces las punzadas empezaron, me llevé ambas manos a la cabeza, me encogí en posición fetal, los sonidos de voces y música fueron pasando de fuertes agudos a estridentes, mi corazón se aceleró a mil por horas, transpiraba helado, las piernas respondían con letargo, el dolor de mi cerebro me asustaba, y comencé a gritar, trataba de pedir auxilio, más, apenas emitía unos sonidos guturales que ni yo podía entender. El pánico se apoderó de mí, sin poder levantarme, trataba de arrastrarme en busca de Lucia, pero mis movimientos parecían grotescas convulsiones de un epiléptico, que descargaba carcajadas de los presentes, quienes no tenían otra intención que seguir disfrutando del espectáculo que estaba dando. De no ser por la llegada de ella, quizás otro hubiese sido mi destino. A gritos les pedía ayuda, el escenario había cambiado intempestivamente, de las carcajadas, pasaron a susurros y caras asustadas, todos querían que me sacara de la fiesta, pero no hacían nada para ayudarle. Sin saber manejar, pidió un Uber, al menos el conductor, aceptó a regañadientes a llevarme, con reparos en que no fuera a vomitar en los asientos. Llegamos al servicio de urgencias del hospital cercano y un hombre de color corpulento, me tomó en sus brazos como un estropajo, mientras interrogaba a Lucia, con preguntas de ¿qué bebió? o ¿qué droga había ingerido? desesperada y angustiada, sólo atinaba a decir, ¡no lo sé señor, lo encontré así en el piso! Eso es lo último que recuerdo. Según he logrado saber, en ese momento perdí el conocimiento, debieron incluso hacerme reanimación y otras cosas que yo no recuerdo. No sé cuánto tiempo estuve hospitalizado ni los exámenes e intervenciones, sólo sé que afectaron en demasía la vida de mis padres. De vivir en una casona en un barrio cómodo, tuvimos que trasladarnos a un pequeño departamento en la periferia. Se que hay un lapso, aún no logro descifrar cuanto, que mi cerebro estuvo totalmente desconectado, perdí aparte de la capacidad de caminar y moverme, el hablar y hasta escuchar. Creo que me mantuvieron en coma, a veces recuerdo el blanco techo del Hospital, la constante visita de enfermeras que venían a controlarme, algunos médicos y a mis padres. Hasta el día de hoy, la única amistad que me queda es Lucia (la pobre siempre se hace un tiempo para venir a verme) y me cuenta cosas que suceden en la U, hasta me trae apuntes y me los lee, para que no me atrase en mis materias dice-ella. Es la única que tiene la convicción de que oigo (lo cual es cierto) Quisiera decirle que no venga más, que disfrute su vida, que no pierda el tiempo conmigo, ya tengo suficiente sufrimiento con lo que veo en mis padres. Mamá ha encanecido en demasía, también me habla (al parecer es cierto eso de que las mujeres tienen ese sexto destino) mi padre guarda silencio, puedo ver en su rostro la decepción y amargura por mí. También ha encanecido, pero a él se le nota menos ya que venía agarrando canas desde hace algún tiempo. Lo veo cansado, agobiado y siento que no es justo que tenga que pasar por esto, debería estar disfrutando sus últimos días, junto a mi madre. Por estar postrado me enteré un día de que discutían que no podrían cumplir el viaje de sus sueños a Paris, mi madre entre sollozos, le reclamó por pensar en eso. Desde mi perspectiva entiendo a mi padre, su frustración, su disgusto con Dios (si es que existe alguno, créanme que el estar así, te lleva mucho a tener este tipo de pensamientos) Mi madre siempre se ha postergado, por los dos, somos su mundo, por eso, le ha afectado tanto mi proceso. Vive leyendo sobre casos similares y a veces le escucho hablarle a mi padre por casos en que otros jóvenes se han curado, con tanta emoción que me ofusca, porque no se da cuenta que eso no ocurrirá conmigo. Sé que estarás pensando en que soy un ser negativo, pero no estás en mi posición, créeme que lo peor es poder tener aún la capacidad de darme cuenta de las cosas, de poder ver, escuchar, el lamento de tus seres queridos, sin poder evitarles el sufrimiento.

 

El sol entra en mi habitación y la ilumina. Cierro los ojos por la resolana y entonces veo la playa donde solíamos vacacionar y veo a mi madre untarse crema por su cara y cuerpo bajo una sombrilla, mi padre con su gorro y sus lentes oscuros leyendo el periódico y yo corriendo por la arena en dirección al mar espantando gaviotas y otras aves lugareñas. Me veo de trece años, mi vida transcurría sin preocupaciones, quien iba a pensar que tendría un cambio tan drástico. Me sumerjo en el mar y no tengo miedo, mi padre me enseñó a nadar cuando era un infante. El mismo se internaba a nadar y ahora verlo cada vez más acabado, es algo que me rompe el corazón.

Estaba ensimismado en estos pensamientos cuando un avecilla extraña se posó en el borde del ventanal, sus colores brillantes eran hermosos. Aunque estaba cerrado pudo atravesarlo, luego se posó en mis piernas y empezó a hablarme. En unos minutos repasó toda mi vida, comencé a pensar que era un mensajero de la muerte y me dije al fin, llegó la hora tan anhelada, entonces el ave al darse cuenta de mis pensamientos aleteo para que le pusiera atención. Estás en un proceso de evolución, pero estas atrapado porque no has comprendido lo realmente importante ¿Cómo así? ¿Qué tipo de vida llevabas antes del incidente? - preguntó el avecilla algo golpeado. Pues la de cualquier joven contesté- es decir- estudiar, sacar un título, divertirme, esas cosas que hacen los jóvenes. Y ¿realmente eras feliz? – preguntó el ave ¿Feliz? – bueno yo creo que sí – repuse sin mayor convencimiento.  Ese es el problema, que no has vivido, ahora que te viste privado de movimiento, estás deseando vivir. Pero ¿qué estás diciendo? Ahora que no puedo hacer nada ¿crees que puedo vivir? Así es, quiero que pienses que tú eres un ave como yo. Cerré los ojos y me mentalicé en el pajarito aquel, primero en su plumaje, sentí como si mis brazos fueran alas, poco a poco sentí que todo mi ser se transformaba, antes de que lo intentara, el avecilla me gritó ¡no abras los ojos! ahora emprende el vuelo conmigo. Me dejé llevar y me pareció atravesar el ventanal, sin abrir mis ojos, sentí la libertad de volar, quería comerme el cielo, agité mis alas tras la avecilla hasta perdernos en la inmensidad del cielo.

 

Cuando desperté, mi madre lloraba, y le decía eufórica a mi padre ¡¡¡es un milagro!!!; ¡¡¡Es un milagro!!!

                   

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Samuel


Salí como todas las mañanas a mi trabajo y en el momento que enfrenté el semáforo, no sólo quise detener mi coche, quise detener mi vida por un instante, quería sumergirme en la nada, desaparecer, perderme, desintegrarme, dejar de existir, ser espíritu, pero la bocina del impaciente que venía detrás  me trajo de nuevo al mundanal ruido. Un par de cuadras más allá, detuve el auto, sintonicé la radio, apagué el celular y decidí morir momentáneamente. A medida que pasaban los minutos, comencé a  intranquilizarme, aún tenía tiempo para llegar sin atraso a la fábrica, podía volver a la rutina sin más. El saxo de Kenny G, me invitaba a cerrar los ojos y dejarme llevar. Si tan sólo pudiera desdoblarme por un instante, para que uno de mis yo, encendiera el motor y tomase el rumbo al trabajo, a la rutina diaria, a cumplir con mi obligación de padre de familia, de trabajador, de ciudadano ejemplar, y mi otro yo, se quedase parado en la calle, teniendo la libertad de hacer lo que quisiera. Entonces, bajé del auto, lo  cerré con el celular dentro y me encaminé a vivir un día para mi. Caminé sintiendo el frío de la mañana y entonces el deseo de una taza de café me embargó. Llevaba un par de cuadras andando sin destino, cuando un anciano que barría la solera me saludó con una sonrisa natural. Buen día señor, que más quisiera yo poder caminar con la soltura que usted lo esta haciendo, e hizo un gesto para mostrarme el bastón apoyado en la reja de la casa. No recuerdo bien, cómo fue, pero de pronto me encontré compartiendo en el patio de su casa una deliciosa taza de café. Samuel se llamaba el anciano, me conversó de toda su vida, como si me conociera de años, abrió su corazón con una confianza increíble, de alguna forma sabía (que a pesar de lo complicado que están estos tiempos) podía confiar en mi. Su jardín era muy acogedor, herencia de su mujer que había partido sólo meses atrás. Le encantaban sus plantas, yo me siento cansado para cuidarlas me platicaba, mientras con una regadera rociaba las hojas de unas hortensias, rosas rojas, amarillas y blancas estaban por doquier, y una jaula con loros en un rincón adornaban ese rincón especial de la casa. El sol, apenas se colaba entre dos enormes edificios, fue cuando me contó la presión que tuvo de parte de las inmobiliarias para que vendiéramos la casa - me decía- Sara se mantuvo siempre firme y no aceptó, inclusive llegaron a ofrecernos el triple del valor, pero siempre dio la misma respuesta "la casa no está en venta". Le pregunté si no tuvieron hijos y me contestó que por alguna razón no llegaron, pese a desearlos con ahínco. Un perro lanudo se acercó a la mesa, haciéndose presente. Este viejo compañero es nuestro único heredero- dijo sonriendo. Me preguntó si fumaba, al tiempo que sacaba su pipa, es mi único vicio, bueno y de vez en cuando me gusta tomarme una copa de vodka, pero nada más. A mis ochenta y nueve años, algún vicio debo tener ¿o no? exclamó sonriendo con esos dientes manchados por el tabaco y la barba risuta que también mostraba huellas del tabaco quemado. Me ofreció un vaso de vodka, el que acepté, y me agradó sentir el ardor del alcohol en la garganta. Samuel estaba contento, disfrutaba cada minuto. Usted es un buen acompañante me dijo- apuntándome con la pipa, debería venir más seguido. No quise contestar nada. Lo invito a almorzar- dijo de pronto y antes de que pudiera excusarme estaba sacando una fuente del refrigerador. La cocina estaba al lado del patio interior. La fuente contenía una lasaña que tenía muy buen aspecto, en ese momento me volvió la intranquilidad, seguramente ya debieron llamarme varias veces al celular, quizás hasta hubieran preguntado a Adriana, la pobre se va a preocupar, sabe que no acostumbro a ausentarme del trabajo a menos que esté enfermo. Será mejor que me vaya - pensé. Apenas, entré en la cocina para excusarme con don Samuel, éste levantaba una botella de vino, al tiempo que exclamaba- ¡un Merlot, es el mejor acompañante para una deliciosa Lasaña! ¿sería tan amable de destaparla? quise decir que no, pero se la recibí junto con el sacacorchos. Me dije apenas termine de almorzar con éste anciano, me iré. Llamaré a Adriana, la calmaré, diré en el trabajo que fui victima de un intento de robo o algo parecido y todo volverá a la normalidad. Disfruté la comida, el vino, de alguna extraña manera me sentía en casa, Samuel, me envolvía con sus historias, su vida era fascinante, la mayor parte de su vida la dedicó a la venta, vendió autos, maquinarias, tractores, insumos médicos, o de oficina, así fue cómo conoció a su mujer. Sara era modelo de un artista, la primera vez que la vio estaba desnuda posando para él, se sintió tan incomodo que se le cayeron las materiales que cargaba. Ella lejos de sonrojarse se cubrió la boca para que su carcajada no fuera tan estrepitosa. Dos meses más tarde, la abordó a la salida del estudio, estaba nervioso, tiritaba como un adolescente, tenía las mejillas encendidas cuando le habló. Sara le reconoció de inmediato y se mostró amable, eso ayudó para que aceptara un café, fue el inicio de su romance. Una semana más tarde, sus cuerpos se reconocían en la pequeña habitación que ella arrendaba, fue un momento inolvidable decía Samuel, mientras alzaba la copa de vino y su mirada se perdía en el cielo de la habitación rememorando tan dulce momento. Un mes después encontraron un departamento en el centro de la cuidad. Sara trabajó como secretaria en una consulta médica de uno de  sus clientes. Se pusieron como meta ahorrar para la casa. Se privaron de muchas cosas, hasta que un día, llegó fascinada con la noticia. El padre de uno de los médicos de la consulta había fallecido y la casa estaba en venta. Teníamos más de la tres cuartas partes del costo del inmueble, y le darían facilidades para completar el resto. Cuando nos mudamos - prosiguió, apenas lo hicimos con el colchón donde pasamos la noche. Cada pieza fue pintada y arreglada por nosotros, compramos los muebles con la ilusión de una gran familia, pero los niños no llegaron, nos acostumbramos a estar sólo los dos. La casa se llevó nuestros mejores años, cuando la terminamos de pagar y tenerla lista, estábamos demasiado viejos para hacer algo más en la vida. Ella se desvivía en el jardín con sus plantas, yo andaba buscando que reparar. Una tarde encontramos a éste peludo, era un cachorro flaco y sucio cuando lo hallamos. El pasó a ser parte de la familia. No me quejo, fuimos inmensamente felices con mi mujer, pero ya no tengo motivos para continuar. La casa se me hace enorme y en todos los rincones me encuentro con el pasado de Sara. Por eso, le pido a Dios que me lleve con ella ¿Y la casa? -pregunté. Pues la casa te la voy a regalar a ti, para que la sigas cuidando. Pero ¿cómo me la va a regalar a mi, sino me conoce? soy un absoluto desconocido. Te equivocas, de hecho te estaba esperando. ¿Qué dice? ¿Cómo que me estaba esperando? Que yo haya venido caminando es mera coincidencia, yo acostumbro a estar en el trabajo. No es así, estimado amigo, de hecho con Sara te elegimos hace ya varios días¿Cómo que me eligieron? ¿No me dijo que había fallecido? Si, claro. Pero me dijo que vendrías hoy. ¿Acaso no amaneciste con la idea de desdoblarte? Pues, eso sucedió, te has desdoblado -exclamó abriendo sus delgados brazos ¿Cómo que me he desdoblado? Mire señor, mi auto se encuentra a sólo un par de cuadras de acá, y hoy no me he presentado en el trabajo. Es más, me va a disculpar, usted ha sido muy amable, pero me voy a retirar, fue un agrado conocerle, pero debo volver a mi vida y eso incluye mi trabajo. Se despidió estrechando la mano de don Samuel, quien le observaba con la misma sonrisa que le recibió. 

Mientras caminaba a mi automóvil, pensaba en lo curioso y extraño que había sido este encuentro con el anciano, con eso del desdoblamiento igual me dejó inquieto. ¡No puede ser! ¡me robaron el auto! por estar hablando con el anciano aquel. Por suerte tengo dinero tomaré un taxi y me iré al trabajo, ahora si tendrá sentido mi ausencia, con el robo de mi automóvil. Miraba en ambas direcciones cuando veo una mujer haciéndome señas que corría hacía mi, me quedé desorientado, detrás venían dos hombres más, todos agitados y haciéndome señas. Al llegar a mi lado, la mujer me abrazó como  atrapándome, al fin lo alcanzo don Samuel, usted un día de estos me va a matar del susto ¿Samuel? Yo no me llamo Samuel señora, tenga la amabilidad de soltarme. En eso, llamó por ayuda de los hombres, gritando ¡se me va a escapar! no entendía nada, los hombres se me abalanzaron y me tomaron llevándome a la fuerza. Trataba de pedirles que me soltaran, pero no tenía fuerzas, en la ventana de un auto estacionado pude ver entonces como llevaban a don Samuel de vuelta a su casa.

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Despertar

  Algo pasó esta mañana diferente a mis otros rutinarios días. Desde el derrame cerebral que me dejó tetrapléjico llevo meses contemplando...