El Aguila Blanca y la flor que se sentía sola


 


Una mañana en que el sol se abría paso por las montañas, el águila blanca sintió ganas de bajar al valle. Quería disfrutar del vuelo, abrió sus enormes alas y se dejó llevar por el viento, jugueteó por los aires disfrutando planear solo por el placer de sentirse dueña del mundo en las alturas. Estaba de buen ánimo y se concebía más majestuosa que nunca. Desde las alturas miró hacia un sector desértico, aquella mañana algo le instó a dirigirse a ese lugar. Mientras se dejaba caer con sus alas apegadas a su cuerpo, pensó - ¿Qué me atrae ir hasta allá?, en ese lugar hay muy poca vida, no encontraré nada interesante que cazar. A pesar de estos pensamientos, una fuerza extraordinaria le atraía hacia el llano.

El águila posó sus garras en la tierra ardiente sin entender realmente hacía allí. Cómo si estuviera hipnotizada, se dirigió detrás de un roquerio. Estaba por llegar, cuando el susurro de un llanto lastimero llegó a sus oídos. Frunció el ceño, agudizó sus sentidos y con un aletear controlado se posó en la roca más alta para tener mejor visión del sector. Entonces asombrada pudo comprobar que el llanto provenía de una hermosa flor ¿Por qué lloras? – le preguntó parsimoniosamente. ¿No te das cuenta de mi desdicha? – respondió la flor sin mirarle. De que desdichas me hablas, volvió a preguntar el águila sin entender. Acaso no ves, lo sola que estoy en este lugar, no sé por que Dios, me castiga de esa manera. Pero flor, el ser única, te hace especial, además eres hermosa, te lo digo yo, que desde los aires he visto muchas otras flores, pero ninguna como tú. Y ¿de qué me sirve? Si aquí nadie me ve. Además, tú nunca habías venido por acá. Ni siquiera sabías que existía. Pero yo sí, contestó una de las rocas, y yo también contestó otra, también yo, dijo a la distancia un viejo cactus. ¡Ustedes no cuentan! dijo molesta la flor, no saben apreciar mi belleza. Y ¿Por qué necesitas que aprecien tu belleza? Le preguntó el águila. Tú mismo lo dijiste, recién, dijiste que soy especial, que soy única y hermosa, se supone que nací, para agradar a los hombres, para que se deleiten con mi belleza. ¿Estás segura? preguntó el águila. Si el hombre supiera que eres tan especial y única, ya hubiese venido por ti, para arrancarte y lucirte como un trofeo, o te tendría en un laboratorio estudiándote y tratando de buscar el modo de hacer miles como tú para venderlas como flores exóticas. La flor guardo silencio, se secó las lágrimas. Dios no deja nada al azar, no estás acá como castigo, estás aquí porque pensó en protegerte. Te puso en el lugar donde pudieras crecer tranquila, y protegida por todo este roquerío. La flor miró avergonzada al águila y no respondió. Fue un agrado conocerte amiga flor, dijo el águila y emprendió el vuelo. La vio perderse en el cielo azulado. Luego miró a su alrededor y agradeció que no hubiese depredadores de plantas, sólo estaban sus protectoras las rocas. En silencio les pidió perdón y recogió sus pétalos.

Antes de que la noche cayera, el águila le habló a Dios, por la flor que se sentía sola. Confundido Dios, quedó en encontrar una solución.

A la mañana siguiente, cuando la flor despertó, se llevó la sorpresa de estar rodeada por flores similares a ella, por doquier. Entonces la flor, al ver que ya no era única y especial, soltó el llanto, aún más doloroso que la primera vez. La Roca más antigua, le preguntó y ahora ¿Por qué lloras? No lo entenderías contestó la flor.


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