Una lágrima rodó por su mejilla, en el momento que su madre abandonaba la casa. Su padre mantenía con firmeza su mano, aunque en el fondo quería soltar el llanto. Que la niña no sufra era la consigna, era lo que más había recalcado, en su dormitorio. La escuchaba y la observaba con tal desconcierto que no podía retener las palabras frías que salían como dagas de su boca. Seis años atrás esa misma mujer, lo maravillaba por su belleza, su coquetería y su contagiosa alegría...si bien seguía manteniendo su atractivo de mujer, había perdido la magia de su coquetería innata y ni hablar de su alegría. Por eso, guardaba silencio y aceptaba estoicamente las duras palabras, a veces insultos, que vomitaba con ese rencor de los años. ¿Qué les había pasado? ¿Era acaso su culpa, la infelicidad de su mujer? Las escenas de su vida conyugal, se paseaban por su mente, sin encontrar un atisbo de claridad. Su hija apretando su mano, consultó con su vocecita inocente ¿Dónde va mamá? ¿Volverá luego? ...no supo que contestar, el nudo en la garganta estaba tan apretado que le costaba tragar saliva.
Sólo cuando su esposo agachó la cabeza abatido sentado en la cabecera de la cama conyugal, cesó su lacerante discurso. Ese hombre de enorme envergadura se veía tan débil, tan indefenso que no pudo continuar. La pequeña llamita de amor que aún blandía en el fondo de su corazón, la sobrecogió a tal punto, que pensó en el error de su decisión, más su orgullo, le dio el último empujón hacia la calle, una calle desierta, sin nadie que la esperaba, cómo cuando partió de su ciudad natal, siendo aún una adolescente. Sus tacos tambaleaban tal si la calle estuviera llena de ripio, pero su pena, su frustración, su amargura, su desilusión, y la extinción del amor, era lo que le impedía caminar bien. Un perro le salió a su paso, moviendo su cola, en son de compañía.
La figura de la mujer y el perro fueron tragadas por la boca de la noche.
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