Miraba
el celular, mientras esperaba su turno para abordar el avión, cuando el extraño
anciano, se acercó a él, y masculló entre dientes si podía dejarle esa caja a
su cuidado mientras iba al baño. Accedió sin darle mayor importancia, y siguió
viendo su celular. No recordaba cuanto tiempo había pasado, y sintió por
parlantes la información de su vuelo. Por una serie que había visto en Netflix,
había decidido viajar a Estambul. Al principio pensó en hacerse el desentendido
y dejar la caja en el asiento, seguramente nadie la tomaría. Faltando diez
personas, miró hacia atrás y vio que la caja se mantenía ahí y el anciano no
aparecía. Sintió angustia, corrió hacia la caja, la tomó y fue al baño. Al
entrar gritó – “señor, se va nuestro vuelo, le voy a dejar la caja en el
lavamanos, trate de apurarse. Pero cuando quiso soltarla, esta parecía pegada a
sus manos. Pidió ayuda a los presentes, pero sorprendidos por lo que pedía,
nadie se le acercó a ayudarle, a pesar de que suplicaba “Por favor, me
pueden ayudar a soltarme de esta caja”. Con ella entre sus manos, buscó en
todo el baño, pero el anciano no se encontraba. Quizás no lo vi salir -pensó- y
se fue corriendo a abordar el avión. Se sentó por suerte para él, al lado de la
ventana. Cuando llegó el momento de abrocharse el cinturón, no sabe si fue la
vergüenza o el exceso de sudor de la caja, pero pudo soltarla. Armándose de
valor, le preguntó a la azafata si había abordado el avión, un anciano que
vestía un abrigo negro y un sombrero gris. Ella sonrió, con esa descripción era
poco probable que lo recordara. Le comentó que quería devolverle la caja. La
joven la tomó y fue preguntando a los pasajeros si a alguien le pertenecía,
pero nadie la reclamó. Volvió al asiento de Raúl y se la devolvió. Lo siento,
al parecer el anciano que dices, no tomó este vuelo. Cuando lleguemos a
destino, puedes entregarlo a nuestra aerolínea, ellos se encargarán de ubicar a
su dueño. Apenas le sirvieron el desayuno, apartó unas servilletas para tomar
la caja y evitar de ese modo, se le quedara pegada a sus manos. Era invierno,
sin embargo, sus manos le sudaban exageradamente. A su lado una mujer mayor le
observaba con ternura, y tan pronto se dio la ocasión, inició la conversación,
hasta que vio la posibilidad de consultarle, que llevaba en esa caja. No lo sé
-contestó abrumado y la metió bajo el asiento y se hizo el dormido. Más tarde
se levantó al baño. Y le pidió a la anciana, le cuidara la caja.
Al
salir del baño, se sorprendió del alboroto que había en el avión. En el pasillo
había un hombre con un arma amenazando a todo el mundo y tenía de rehén a una
azafata. Al percatarse de la presencia de Raúl, le gritó enfurecido ¡dónde te
habías metido compañero! (¿Compañero?) ¿Quién era ese tipo que lo llamaba
compañero, que además llevaba puesta una máscara del Guasón? ¡Vamos muévete! Le
dijo de modo prepotente, y le extendió la caja. ¡Ábrela de una vez! Lo seguía
increpando, al ver que Raúl no atinaba a nada. Al levantar la tapa, encontró un
arma. Sorprendido y asustado quiso arrojarla lejos pero nuevamente la caja
estaba pegada a sus manos. Anda ve a la cabina y dile al piloto que cambie de
rumbo a la Isla de Madagascar ¿Madagascar? -argullo Raúl. Sí hombre Madagascar,
anda ve, no puedo hacer todo yo. Las aeromozas que estaban en el sector de la
cabina le miraban aterradas, mientras Raúl caminaba en esa dirección con el
arma empuñada. Mil cosas pasaban por su mente, no podía mirar al resto de los
pasajeros, sólo podía sentir como exudaban temor. Abrió la puerta de la cabina
y sin esperar que ambos pilotos se dieran vuelta, gritó ¡Tengo un arma, hagan
lo que les digo y no les pasará nada! ¡Cambien de rumbo, iremos a Madagascar! ¿A
Madagascar? Preguntó el capitán ¡Sí, a Madagascar! Pero no tenemos combustible
para llegar allá -quiso alegar el piloto ¡Obedezca! Volvió a gritar Raúl. Así
se habla compañero- decía el hombre que había iniciado todo esto a su espalda.
Se sintió como el avión realizaba un viraje, inclinándose de sobremanera,
provocando múltiples alaridos de los pasajeros, quienes argullaban
todo tipo de
sonidos y palabras entrecortadas, producto del espanto que estaban viviendo.
Por más que trataba de entender que estaba ocurriendo, no podía concebir por
qué ese hombre le llamaba compañero, que era lo que quería conseguir, la
muchacha que tenía de rehén le miraba aterrada, su expresión demacrada le
consternaba. Y ¿si lo amenazaba y hacía que todo volviera a la normalidad? Sí,
eso haría. Quiso moverse por el pasillo en dirección del tipo, pero éste le
instó a que no se moviera. Buscaba entre los pasajeros, alguien que pudiese
detener a ese lunático. Necesito ir en busca de mi medicina que está en mi
mochila, debajo del asiento – mintió. El hombre apuntó a la mujer mayor y le
dijo que sacara la mochila. Nerviosa, trató de buscarla, pero no había nada.
Cuando comentó que no estaba. Raúl, empezó a apuntar a todos los pasajeros ¿Quién
tomó mi mochila? Necesito tomar mis medicinas¡Quiero mi mochila ahora! Todo el
mundo estaba afligido, miraban en todas direcciones, una mujer al fondo del
avión (que al parecer entendió lo que Raúl quería hacer) levantó una mochila y
preguntó es esta. Sii, es esa, pásenmela, ya pásenmela gritaba Raúl eufórico.
Cuando el hombre se dio vuelta, le hizo una seña a la azafata rehén y esta se
agachó, Raúl con dos pasos ligeros, se abalanzó sobre él, ante el griterío
histérico del resto de los pasajeros. El hombre se golpeó con uno de los
asientos, lo que aprovechó Raúl para quitarle el arma. Enseguida, levantó ambas
armas y se dirigió a los pasajeros, para explicarles que no era un terrorista y
que soltaría las armas, para que todo volviera a la normalidad. Estaba tratando
de bajar los revólveres cuando un tipo gritó -a él- instando que atraparan a
Raúl. Ante este escenario, nuevamente tuvo que apuntarle y pedirle que se alejara.
Por alguna extraña razón, la gente no creía en él. No sabía qué hacer. Le pidió
a la azafata que había usado de rehén que le avisara al Capitán que volviera a
su rumbo inicial, tratando de darle una señal a los pasajeros de buenas
intenciones. La muchacha corrió a la cabina. Raúl la siguió y pidió a todo el
mundo que permaneciera en sus puestos con los cinturones abrochados, mando a las
dos aeromozas que se preocuparan que esto ocurriera. La azafata volvió y con su
carita demacrada- en voz baja exclamó- no podremos volver, estamos en mitad del
océano y no tenemos combustible para llegar a ningún destino ¡Vamos a morir!
Raúl, se tomó la cabeza ¡No puede ser! Gritó, una y otra vez, todo el mundo le empezó
a gritar para saber que pasaba, entonces la muchacha soltó el llanto y exclamó fuera
de sí ¡Vamos a morir, vamos a morir! Se desató un descontrol total de los
pasajeros, varios abandonaron sus asientos y fueron hacia la cabina, el capitán
estaba parado en la puerta y les dijo, no sacamos nada, el avión capotará en
unos 40 a 45 minutos aproximadamente. En eso, el secuestrador del avión volvió
en sí. Y comenzó a argullar palabras, Alguien le sacó la máscara y apareció la
figura del anciano (que le había entregado la caja a Raúl) Este es el momento
pecador de salvar sus almas, están a punto de conocer el camino de la
salvación, liberen sus pecados ahora. Despídanse de sus seres queridos,
aprovechen sus últimos minutos. La gente enloquecida sacaba sus celulares, y
entre llantos, gritos, trataban de comunicarse. La histeria colectiva, se
apoderó de todos los pasajeros. En eso, Raúl, gritó, siéntese todo el mundo,
apuntando a todos lados. Capitán, este avión debe contar con paracaídas,
tráigalos de inmediato. Una de las aeromozas, los sacó de un compartimento,
eran seis en total. Raúl, preguntó si había alguna mujer embarazada, y en la
fila del medio alzó la mano una mujer. Con la pistola empuñada, le indicó que
se acercara, hay adolescentes volvió a preguntar y se pararon más de una
docena. Raúl decidió por cinco y les pidió que avanzaran donde se encontraba.
Todo ocurría entre gritos, llantos e histeria. Raúl instaba a los jóvenes a
apurarse. Le pidió al capitán ayudara a que los elegidos a que se abrocharan
los paracaídas y les diera las instrucciones de uso. Acto seguido preguntó a
los pasajeros si alguien deseaba quitarse la vida, y ofreció uno de los revólveres.
Un silencio sepulcral, se apoderó de los pasajeros. Fue entonces que, desde los
asientos traseros, se levantó un anciano y lentamente con su paso cansino se
acercaba a Raúl, mientras su mujer lloraba y le gritaba entre sollozos ¡No lo
hagas Samuel, no lo hagas amor, te lo suplico!, pero el anciano no cedía en su
propósito, ante la desazón de los pasajeros que le miraban consternados por la decisión.
Una mujer quiso impedir que continuara, pero le apartó la mano y continuó. Dado
que el anciano caminaba muy lentamente, la dramática escena iba encendiendo la
angustia y el miedo danzaba como una bailarina por el estrecho pasillo. Una vez
que el anciano detuvo su peregrinaje frente a Raúl, le pasó la pistola, le
quitó el seguro y le ayudó a sostenerla adecuadamente. El anciano con mano
temblorosa llevó el arma hasta su cabeza, cerró los ojos y apretó el gatillo.
Su rostro se salpicó de sangre, pero seguía vivo, mientras del cuello de Raúl
borboteaba la sangre. No pudiendo resistir la idea que el anciano se quitara la
vida, trató de evitarlo, pero en el momento que tomó el arma, se disparó y la
bala le atravesó el cuello, sintiendo una clavada ardiente en esa zona. Se
llevó la mano y al comprobar como le salpicaba la sangre, se dio cuenta que
esta loca odisea llegaba a su fin, trató de mirar a los pasajeros que entristecidos
le miraban, lentamente se le nubló la vista, sintió que las piernas le flaqueaban
y perdió el conocimiento. Sentía que iba cayendo en un agujero eterno sin fondo.
De pronto le pareció escuchar una vocecilla suave de mujer, mientras lo
remecía. Creyó volver del más allá, cuando abrió sus ojos y se encontró con la
bella aeromoza, que amablemente, le pedía que se abrochara el cinturón, pues
estaban próximos a aterrizar.
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