Un joven y un anciano descansaban
bajo la sombra de un longevo árbol. El viejo adoptaba una posición de relajo y
miraba al cielo con los ojos cerrados, en tanto el joven se mostraba inquieto y
cambiaba continuamente de posición.
Unas horas más tarde, el sol les
daba de lleno, pero el anciano seguía en la misma quietud, en tanto
el joven rumiaba al no encontrar sombra y lamentaba su destino. Tengo una vida
miserable - míreme acá botado ¡solo como un perro! El viejo, no contestaba. Si
al menos tuviera una mujer, que me cuidara y me amara - continuaba lamentándose
a viva voz.
Estaba en eso, cuando un camión
pasó levantando una polvareda que terminó por cubrir a ambos. El muchacho se
incorporó molesto maldiciendo al conductor, pero éste ya iba demasiado lejos.
Entonces el viejo, observó que, del camión habían caído unas rosas. Lo invitó a
recogerlas. Lo hizo a regañadientes -murmurando- ¿de qué le iban a servir esas
rosas si no tenía una mujer a quien regalárselas? El viejo sonriendo, le dijo-
al menos ya tienes las rosas, estás mejor que hace un rato – le animó. ¡Míre como estoy! (refiriéndose a la polvareda que levantó el camión) - alegaba
mientras intentaba quitarse el polvo de sus ropas.
No pasó mucho rato, cuando el
viejo divisó a la distancia una mujer que venía en dirección de ellos. De
inmediato, lo instó le obsequiara las flores, pero el joven ni se inmutó. La
mujer, al pasar por delante del anciano, le ofreció una hermosa sonrisa, que
correspondió con una aún más amplia. Al enfrentar al joven, lo encontró molesto,
con unas rosas tiradas a su lado. ¡Que lindas rosas! - exclamó ¿por qué las
tienes tiradas…? no alcanzó a terminar la frase, cuando el joven farfulló –
para que las quiero, si no tengo mujer ¿Me las regalarías a mí? – preguntó - Lléveselas si quiere… La joven recogió las rosas, las acomodó en un ramo, y
exclamó – muchas gracias, mi madre estará feliz y su rostro se
iluminó, lo que el muchacho no apreció, pues se encontraba ensimismado en su
tristeza.
Antes del anochecer cuando el sol
comenzaba a esconderse en el horizonte, el anciano llamó al joven. He escuchado
lamentarte todo el día empezó diciendo…más fue interrumpido de inmediato - ¿y qué
quiere que haga, acaso tengo algo para estar contento? Muchas cosas - pronunció
el anciano. ¡¡Muchas cosas!!! Usted es un viejo loco, que quiere tomarme el
pelo – vociferó- ¿Acaso no ve? Pues claro, veo claramente ¿Entonces? ¡No se da
cuenta que no tengo nada, nada! decía esto levantando los brazos en son de
clemencia.
El viejo lo contempló con paciencia
y dijo…Te quejabas de estar sólo, y no has disfrutado ni un solo instante de
las bondades de la soledad, de tener lo más preciado por estos días que es “tiempo
sólo para ti”, un placer que muy pocos tienen. No te imaginas la cantidad
de personas que envidiarían tu suerte ¡has tenido todo el día para ti! sin
importar nada más, sin un jefe que te de órdenes, sin tener la obligación de
trabajar como todo el mundo. No te has detenido a escuchar el silencio, otro gran
privilegio, no has gozado de la tibieza del sol, la brisa, ni siquiera has
contemplado por un minuto éste bello paisaje. Y todo eso, por estar tan
pendiente de tu supuesta desgracia, tampoco te detuviste a apreciar la belleza
de las rosas, ni fuiste gentil con la joven que te trajo el destino, por estar
cegado, te perdiste de apreciar la inocencia de sus ojos o su maravilloso
color avellana. No contemplaste su preciosa sonrisa, tampoco fuiste lo suficiente
galán, como para regalárselas, tuvo que recogerlas ella misma. Ves ahora muchacho,
todo lo que te dio este día.
El joven cabeza gacha no
contestó, guardo silencio unos minutos y comenzó a llorar desconsoladamente.
Y ahora ¿por qué lloras?
-preguntó el anciano.
¿Acaso no se da cuenta? - decía
entre sollozos, lo tuve todo en un día, y en el mismo día ¡¡¡ lo perdí!!!
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