El túnel



Dicen que cuando uno se topa con alguien y se quedan mirando es porque se conocen de otras vidas. Lo que quisiera contarle, no tiene que ver con eso exactamente, pero algo extraño me sucedió esa mañana al tomar el tren subterráneo como de costumbre. Los humanos somos dados a la rutina, incluso en esos pequeños detalles de tomar siempre el mismo vagón y sentarnos en los mismos asientos. De hecho, yo me ubicaba siempre en el andén a la altura del último carro, y me sentaba al lado de la ventana (me gustaba ver pasar los trenes en sentido contrario).
Ese día se sentó a mi lado un hombre mayor (de esos conversadores) yo hacía como que lo escuchaba, pero seguía pendientes del paso de los trenes (a veces vagabundeaba mentalmente viéndome sacar mi cabeza por la ventanilla y terminar decapitado, me fascinaba esa sensación) en tanto, yo me perdía en mis extrañas cavilaciones, el hombre seguía su monólogo, digo monólogo, pues ya les comenté que no le prestaba atención. Todo hubiera continuado así hasta mi estación, de no ser por la fotografía de su mujer cuando joven (fallecida hacía veinte años según agregó después) Por alguna extraña razón que no logré entender en ese momento, quedé prendado de ella. No podía soltar la fotografía y el hombre insistía en que se la devolviera. La retenía entre mis dedos como una obsesión. De pronto, el tren subterráneo se detuvo en mi estación. Aproveché la distracción de una abuelita a quien cedí mi asiento, y me escurrí entre la muchedumbre con la intención de quedármela. No sé si alcanzó a darse cuenta. Sin pensarlo, corrí a las escaleras en busca de la calle.
Afuera un día otoñal, me saludó con su aliento gélido. Una joven se me quedó mirando con ojos intrigantes. Sentía que todo el mundo me observaba. La culpa la tenía esa fotografía que aún conservaba en mi mano izquierda. Tenía tiempo para llegar al estudio, así que pensé que un café expreso ayudaría. Conocía un local ubicado en un subterráneo (de algún modo quería permanecer escondido) Las luces del lugar eran tan tenues en ese antro, que una vez dentro no sabías si era de día o de noche. Una muchacha de color salió a atenderme con una sonrisa que parecía exagerar aún más el grosor de sus labios carnosos, y sus dientes blancos resaltaban como perlas en la oscuridad. Supongo que debía emanar algo de mí, porque sin mediar palabras, me ofreció un privado de un modo intrigante. Acepté con un ligero asentimiento de cabeza. Me indicó siguiera por el pasillo a la izquierda. A medida que avanzaba, la estrechez de este corredor comenzó a incomodarme, cada vez era peor, hasta el punto que no pude ya girar para devolverme. Ahogado y aterrado me apresuré a empujar la única puerta que existía. Lo que vi en las paredes de ese pequeño cubículo, me helo la sangre. Intenté devolverme, pero, la muchacha de color estaba detrás de mí sosteniendo una pequeña bandeja con el café. Yo quería preguntarle por las fotografías, pero mi boca parecía abrochada. La muchacha dispuso la taza en la mesa y se sentó frente a mí. Entonces, comencé a transpirar helado y a tragar saliva. Señorita yo… Ella sonrió. Tranquilo, no es lo que te imaginas, sé que viniste por ella – contestó - haciendo una mueca a las fotos pegadas en la muralla. Bueno … sólo fui capaz de mostrarle la fotografía que sostenía aún en mi mano. Apenas la vio se incorporó de un sobresalto de su asiento, y exclamó con un tono de preocupación ¿De donde la sacaste? El jefe se va a enojar…no alcanzó a decir más. Su figura se perdió raudamente por el pasillo, salió gritando y repitiendo “el jefe se va a enojar”. Dos enormes hombres de color la interceptaron y luego de escucharla, vinieron por mí con cara de pocos amigos. El miedo se apoderó de mí, pero no tenía como huir. Sólo cerré los ojos y me cubrí con mis brazos en un acto de desesperación, esperando lo peor.
Antes de que los matones me alcanzaran, una mano me asió del brazo. No podía entender lo que pasaba, estaba corriendo en la oscuridad a través de unos túneles. Hacía unos minutos estaba en una pequeña habitación y ahora era arrastrado por alguien que me conducía por unas galerías subterráneas. Al final del corredor se veía una salida, pero se encontraba cerrada por una reja de fierro enmohecido. Al otro lado de la verja, podía contemplar la silueta de un hombre encendiendo un cigarrillo. Iluminado su rostro, quedé pasmado y me frené aterrado; podía verle claramente, sabía quién era, estaba tan claro como saber que yacía muerto desde que yo era un niño… ¡No puede ser él! - fue lo último que alcancé a pensar antes de desvanecerme.
Aparecí en una amplia sala, recostado en una banca dispuesta en el centro. En otra se hallaban sentado el hombre (o mejor dicho mi abuelo) y la mujer de la fotografía. Ambos sonrieron al verme despertar… ¿Dónde estoy? ¿Abuelo, que significa todo esto? – pregunté inquieto y antes de querer incorporarme, su mano me estaba deteniendo. Cálmate hijo, las cosas se han complicado últimamente, por eso te he mandado a llamar ¿A que te refieres con que las cosas se han complicado últimamente abuelo? ¡¡¡Tiempo hijo!!! ¡Se nos acaba el tiempo…! levantó la voz y los brazos como si estuviera molesto con el mundo…En éstos últimos 50 años, el hombre ha destruido la tierra mucho más que en un siglo y medio…Sí eso es sabido abuelo- contesté, pero ¿qué tiene que ver con el tiempo…? ¡El hombre, hijo!, no ha crecido a la misma dinámica que la destrucción de la tierra. Eso, nos llevó a tomar medidas correctivas como tener que dividir el alma del ser humano… ¿Qué? ¿Qué estás diciendo abuelo? ¿Qué estupidez es esa? ¿Cómo es eso de dividir el alma? ¿Sí apenas sabemos que es? ¿Cómo podríamos entonces pensar en intervenirla?...
Te explicaré hijos, a los Neptunianos hace ya millones de años, se les propuso lo mismo que te estoy comentando, pero ellos se negaron, decían que el alma era única de un ser, y que Dios, no lo permitiría…entonces el caos de Neptuno, terminó con los seres que la habitaban… ¿Dices que en Neptuno hubo vida, seres humanos…? Dije -vida - los Neptunianos se parecían mucho al hombre de hoy, sólo que ellos median tres metros como estatura media…
Me incorporé mirando a la mujer, buscando en ella algo de comprensión, pero no dijo nada ¿Abuelo quién es esta mujer? – pregunté ofuscado. Me quedó mirando, aunque te cueste creerlo esa mujer que señalas - Eres tú - quiero decir la mitad de tu alma… ¿Qué? -exclamé cada vez más desorientado. Lo que oyes, hace 15 años seccioné tu alma, desde entonces, hemos intervenido las almas de más de 1.500 millones de humanos… Abuelo ¿Quieres que crea, lo que me estas diciendo?
Mi abuelo tomó una naranja y me la enseñó ¿Qué es esto? …Una naranja, por supuesto – contesté algo molesto. Entonces la cortó por la mitad, ¿y ahora? – volvió a preguntar mostrándome la fruta partida… ¿acaso no sigue siendo una naranja? – repuso, antes de que yo pudiese decir algo. Lo quedé mirando desorientado y nuevamente me dirigí a la mujer intrigado. Mirándola a los ojos, le pregunté si entendía lo que estaba diciendo mi abuelo. Perfectamente – contestó ella esbozando una sonrisa. De hecho, este cuerpo que ocupo es de una mujer que falleció hace más de 20 años. Tú abuelo lo utilizó para incorporar nuestra alma… ¿Nuestra alma? -exclamé ¿Es de es mi alma, de que estamos hablando? – contesté cada vez más ofuscado. Miré a mi abuelo, y éste dijo - Damián estás respirando ¿no es así? Si, si, asentí como un estúpido…De hecho, estamos respirando los tres en esta habitación -continuó ¿podrías decirme si el aire que estamos respirando es sólo tuyo, o me pertenece sólo a mí, o le pertenece quizás a Iris?
No sabía que contestar, no podía entender nada de lo que estaba escuchando, mi cabeza daba vueltas, sentía que iba a estallar, era demasiada información para procesar.
El tiempo se nos escapa entre nuestras manos -repuso el abuelo- es por ello, que es preciso realizarte una nueva disección de tu alma. Te confieso que, hasta ahora no se ha hecho. Serías el primero, pero esta vez, necesito de tu aprobación – argumentó el abuelo. Y esta vez ¿por qué debes consultarme? si antes, llegaste y lo hiciste. Pues, te seré franco, existe la posibilidad de que tu alma, no lo resista y entonces perderás la vida, y por ende Iris también. Será el fin de tu alma, perecerás y no podrás acceder a la eternidad. ¿Te das cuenta lo que me estás pidiendo, abuelo? Absolutamente Damián, tu generación está perdida, están tan centrados en ustedes mismos, en lograr éxito a cualquier precio, que desperdician la vida que se les ha regalado, luchando por la obtención de cosas materiales. Se están deteriorado a tal punto que la espiritualidad del planeta podría estar en extinción. Mírate, hasta hoy has estado preocupado de escalar posiciones en tu trabajo, cada vez tus metas son mayores, tienes un auto deportivo que ocupas solo los fines de semana, y vives en un lujoso departamento, donde llegas solo a dormir. Sólo enfrentándote a esta realidad, te han vuelto las ganas de estar vivo, de estar consciente de lo que realmente importa, es por eso que, al provocar una nueva división de tu alma, podremos multiplicar tu crecimiento espiritual, recuperaremos el tiempo perdido con humanos del pasado debidamente seleccionados. Los nuevos seres vendrán con energía renovadora, sabrán transmitir a las futuras generaciones el verdadero sentido de la vida. Si esperamos que tú evoluciones como un sólo ser humano, corremos el riesgo, que el fin del mundo se produzca antes de que lo logres. En cambio, al dividir tu alma, así como la de los otros 1.500 millones que te comenté podrán vivir varias vidas a la vez, y por ende la evolución de sus almas, será mayor al momento de morir, y en sus próximas reencarnaciones serán seres mucho más evolucionados. Entiéndelo Damián buscamos salvar la humanidad.
Cerré los ojos, y vi los trenes de mi existencia pasar frente a mí, uno tras otros, entonces de pronto los trenes comenzaron a fraccionarse, podía ver los vagones de mi vida, y al mismo tiempo los vagones de Iris. Le vi crecer, reír, llorar, sufrir humillaciones como mujer y tantas otras cosas más, que nunca imaginé desde mi perspectiva de hombre. Entendí que era Damián e Iris a la vez. Una sensación de plenitud comenzó a embriagarme, fui consciente que mi verdadera alma nunca me perteneció, siempre fui sólo una gota en el mar. Entonces los vagones se difumaron y una gran luz me atrajo, y me interné en ese extenso túnel. Caminaba sereno, a medida que avanzaba fui encontrándome con mis otras vidas, y en cada abrazo con ellos, una parte de mi renacía y moría a la vez. Uno a uno se difuminaron tras mi andar. A la distancia vi a Iris llorar de alegría, el abuelo la abrazaba. A cada paso el túnel se ensanchaba, y la sensación de plenitud crecía paulatinamente, me dejé llevar.
Desperté en la sala común de un hospital. Había ingresado por un desvanecimiento en la vía pública. Cuando salí a la calle, miré al cielo, y el día me pareció más hermoso que nunca, entonces me encaminé entre el tumulto, y a mi paso iba saludando a los transeúntes, con un ¡hola yo!, ¡hola yo!, ¡hola yo! mientras la gente se abría paso mirándome como si estuviese loco.
 
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