Hacía una semana que la noticia
ocupaba las portadas de los principales matutinos de la ciudad. “Horrenda
masacre causada por dos inmigrantes haitianos” “No tuvieron piedad con la mujer
embarazada ni los adultos mayores que ocupaban los primeros asientos del bus”.
Los matinales y los programas faranduleros se deleitaban mostrando las imágenes
de los cuerpos ensangrentados de quienes viajaban en el bus aquella fatídica
mañana. El hecho aconteció a eso del mediodía. La gente en la calle al
consultárseles opinaba que debían matarlos como una forma de escarmiento y
ejemplo para el resto de los inmigrantes. Se generalizó la opinión de catalogarlos
de delincuentes, todos debían ser exiliados de vuelta a su país de origen.
Aquella mañana, la dueña de la
pensión, había amenazado a Leroi con echarlo a la calle por el no pago de la
habitación que compartía con su primo Renaud. Este último pasaba la mayor parte
del día drogado y no tenía trabajo. Se mantenían con los dulces que vendía
Leroi en el transporte público. Esa mañana Renaud desesperado por consumir y
falto de dinero fue en busca de su primo. Primero empezó a rogarle que sería
sólo un préstamo. Leroi sabiendo que no trabajaba, se negó. Había comenzado
bien el día, ya tenía casi un tercio del dinero que necesitaba para pagar el
cuarto. Trato de explicárselo, pero no entendía de razones. Renaud en un acto
desesperado sacó el arma que acostumbraba portar y le amenazó.
Leroi salió
corriendo entre el gentío y se subió a un bus pensando que lo había perdido. Mientras
ofertaba su mercadería miraba de soslayo hacía la puerta trasera esperando que
asomara Renaud. Nadie le prestaba atención, estaban inmersos en sus mundos
virtuales atrapados por sus celulares o la música que escuchaban con audífonos.
Exactamente una cuadra después por la puerta delantera del bus asomó la figura
de Renaud. Leroi seguía ofreciendo su mercadería. La angustia y la
desesperación ante la indiferencia de los pasajeros llevó en un acto delirante a
Renaud a sacar el arma, y descargó la primera carga a esas cabezas gachas e
indiferentes a la presencia de Leroi que rogaba compraran sus dulces para poder
pagar la habitación… ¡Malditos insensibles! gritó lleno de furia y la primera
que levantó la cabeza fue la mujer embarazada quien vio volar los sesos de los
ancianos que la antecedían. Los ojos desorbitados y llenos de odios del hombre
que disparaba, se toparon con los suyos y fue lo último que vio antes de caer
muerta. Renaud no se detuvo ante el pavor y las súplicas del resto de los
pasajeros. Recargó su arma, había logrado la atención de aquellos seres
plásticos, pero ahora era demasiado tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario