Otra vez ese silencio entre
ambos, en medio de una conversación, aún la luz prendida incluso la televisión,
sin embargo ninguna bulla podía callar ese silencio, tenía en mi mano el
control pero no me atrevía a cambiar de canal, la vista de Lucia perdida más
allá de todo plano visual, odiaba cuando adoptaba esa actitud de ausentismo, y se
enmascaraba con ese mutismo infernal sin poder entenderla ¿por qué debía entenderla?
era siempre lo mismo, primero ese tonito dramático de tenemos que conversar poco
antes de llegar a casa, la conversación no podía sostenerse al cenar, no, una y
mil veces no, la comida me sabía a pasto seco, aun cuando se hubiese esmerado,
ni la copa de vino podía quitar ese amargo sabor, luego venía el recoger la
mesa como un ritual de comercial de televisión (eso sí de cine mudo) ¿Te ayudo
a secar? Mi estúpida pregunta traía consigo el levantamiento de sus hombros, la
mirada pérdida en el infinito y esa mueca de desidia que le encantaba en estas
escenitas; ni siquiera soñar que la loza quedara bien secada, antes de que osase
guardarla, venía la inspección ocular de sus ojos pérfidos y la consagrada
pasada de uno de sus dedos por el borde de algún plato o vaso, la cosa era
demostrar que una vez más hacía las cosas mal. El baño que siempre
compartíamos, se volvía esta vez por turnos y por supuesto esperaba que yo
entrara para instalarse en la puerta a dar resoplidos para que me apurara, cosa
que debía hacer sin siquiera chistar, al salir me topaba con sus brazos cruzados
a la altura de sus pechos, extrañamente esa postura me excitaba, no me
pregunten porque pero así era; en estas situaciones debía doblar la ropa y dejarla
bien dispuesta en la silla que me correspondía, todo era así, tu lado, mi lado,
no sé en que momento esta mujer se transformó en un ser tan abominable, suerte
que los hijos no han llegado, trece años, trágico número si se piensa, pero ya
había pasado la picazón del séptimo año, bueno siempre he sido lento para todo
quizás me llegó más tarde, pero que cosas digo, si yo no ando buscando a nadie,
soy del tipo de hombre que casi paso desapercibido para las mujeres, mediana
estatura, algo regordete, bueno está bien, soy más bien gordo, quizás por pasar
muchas horas sentado en el banco, donde llevo casi dieciocho años, en ese lugar
la conocí. Recuerdo muy bien la primera vez que la vi, esos labios pintados rojo
fuego me encandilaron de inmediato, Sergio mi compañero me hizo todo tipo de
morisquetas cuando la estaba atendiendo, enrojecí y ella se dio cuenta. Por
esas cosas del destino, me quedé con su cédula de identidad y cómo aquel día no
volvió, estuve toda la hora del almuerzo aprendiéndome de memoria su nombre y número
de carnet, como si se tratara de una diosa o actriz hollywoodense. Al día siguiente
volvió por él, cerca de la hora del cierre, almuerzas en el banco o sales a algún
lado – preguntó, y dije a veces, pero justo hoy no traje, ah, yo tampoco – sonrió-
voy por mi chaqueta, Sergio préstame plata, invité a la labios rojos a
almorzar, antes de que dudara, le arrebaté un billete de los grandes de su
billetera y salí tras ella, caminamos buscando, mientras el billete se retorcía
entre mis dedos por los nervios, pidió comida vegetariana, yo me incliné por una
pizza mediana, sin bebida (tuve que retractarme de pedir una Coca-Cola al ver
los precios de la carta) para que me alcanzara, es que me gusta disfrutar del
sabor de la masa, le comenté mientras iba con la bandeja buscando asiento en el
restaurante, Clara la gorda de contabilidad me lanzó una mirada furiosa cuando
me vio con ella, al parecer la gorda me tenía ganas, no importa, ahora solo tenía
ojos para labios rojos , labios rojos, ese fue el anzuelo de esta serpiente que
ahora es mi mujer, cuando entré al banco, Sergio y los muchachos me llevaron al
baño para que les contara los detalles sabrosos, debí exagerar un poco -supongo
- porque desde ese momento, me llamaron matador y esas cosas que nos decimos los
hombres, “se las traía el gordo “escuché a uno de ellos, mientras me contemplaba
en el espejo creyéndome todo un don Juan, las noches siguientes me las pasé
fantaseando con labios rojos, todos en el banco la conocían por aquel apodo, la
veía de gatubela entrando en mi habitación de soltero, nueve semanas y media
era una alpargata al lado de mis fantasías, lo cierto es que mientras más la
soñaba, menos la veía. Sergio inició las bromas de Pablo Abraira (por lo de pólvora
mojada) Hasta que llegó ese espantoso lunes, cuando labios rojos llegó
acompañada de un musculin de dos metros, fui el hazmerreír por esa semana,
Sergio era el que más gozaba, el cabrón me tenía envidia, cómo iba yo a saber
que era su primo, me lo contó después cuando tomábamos un helado en la plaza,
no se merecía nada más después de lo que me hizo, labios rojos -pensé - y me
quedé meditabundo, que nos pasó, observé mi barriga, y dije no puedo decir que
empeoré, pues siempre he sido el gordo, quizás un poco de calvicie, más no
justifica esa distancia, en que momentos de la vida comenzamos a ser extraños a
desinteresarnos el uno por el otro, quizás sea culpa de la odiosa rutina de la
vida de casados, dejamos las sorpresas de los primeros años, por el
supermercado, los programas de televisión o los infaltables domingos de “
pidamos unas pizzas para no cocinar” las siestas empiezan a ser separadas, es
que me acaloro, o me duele la cabeza, porque a todas las mujeres les dolerá
tanto la cabeza, siempre recuerdo a mamá quejándose de lo mismo, o a mi padre diciéndome
tu madre está otra vez con esa jaqueca, lo cierto es que por más que uno les
recomienda que vayan al médico, dicen ya pasará y eso tarda años, luego de un
momento a otro te lo atribuyen a ti, y resulta que antes de conocerte según
ellas gozaban de una salud formidable, maldita mierda, justo le toca a uno el periodo
que se vuelven achacosas, ¡no es justo ! eso mismo decía mi padre los domingos
por la mañana cuando salía enojado del dormitorio en bata, y se vestía luego
para salir a trotar; más de una vez le acompañé y me enteraba de cosas que no
quería sobre él y mi madre, pobre viejo ahora lo entiendo…salió del baño, camina
parsimoniosamente hacia la cama, respiro, miro al techo y veo a mi madre diciéndome
te lo advertí, esa mujer nunca me gustó…la observo de reojo y me pregunto ¿qué
le veía yo? Estoy siendo injusto, igual no todo fue siempre así, recuerdo esas
noches en que labios rojos me extasió de pasión, la foto sobre la cómoda muestra
una linda pareja, ya no sonreímos, el trabajo, las deudas, el cansancio diario,
el estrés cada vez, mayor; la conversación se inicia con un comentario insulso
de una imagen de la televisión, ahí otra vez ese maldito silencio, entonces me
entrega un sobre, lo abro tímidamente, veo unos pasajes en avión al Caribe y le
pregunto que significa, me los gané en la empresa -replica, entonces sonríe, y
aunque no tiene los labios pintados, la veo con sus labios rojos, esos labios
rojos de la mujer que me enamoré, suelto el sobre y la abrazo, la beso, ¡Amor esto
es lo que necesitábamos! -exclamo de dicha y apago la luz.
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