Planos





Mirando un punto en la pared blanca de la consulta, intenta evadirse de la realidad, su mente le lleva a una playa blanca (a pesar que disfrutaba más de la montaña) caminando descalzo, como cuando era joven y le daba por aventurar…la brisa del mar, refrescaba su rostro demacrado como los suaves besos de su amante, podía verse al mismo tiempo en la consulta sentado junto a su mujer, quien soltó el llanto tras el veredicto del hombre de la bata blanca y los lentes sin marco. Su pelo platinado, y su voz pastosa le agregaban la frialdad suficiente que se requería en estos casos. Su mujer no se resigna y apreta su mano en son de desconsuelo…consuelo es lo que necesita-dijo para sí- quería estar solo, como en esa playa blanca. Sus pies en la arena, le hacían conciente de estar vivo nuevamente, los seis últimos años sólo Amanda su amante, le había brindado ese tipo de sensación plena. No era la relación típica de un hombre mayor con una mujer más joven, Amanda le superaba por dos años sus sesenta y cuatro, pero se conservaba mejor que él, peso a su contextura gruesa.
Su piel hindú, y ese pelo castaño sin ocultar las canas, le daban un aire de mujer interesante que a él le fascinaba. Fue justamente eso lo que le atrajo, en la Convención Médica de Neurocirugía. Era la vendedora más exitosa del laboratorio que auspiciaba el evento, y de no ser por un error en las tarjetas dispuestas, no hubiera quedado justamente a su lado en la cena del cierre. En los dos días que duró la jornada, casi no se habían visto ¿Quieres beber? Fue lo primero que se le vino a la mente, accedió con su sonrisa seductora. No recordó nada de la cena, sólo el instante en que la lluvia les pilló en el puente del centro de la ciudad, y se mojaron como dos enamorados. Su risa contagiosa, le embrujó de inmediato. La dejó en su hotel, y volvió sintiéndose un adolescente con el número de su celular guardado. Pasaron nueve días, hasta que la llamó. La propuesta de un café pareció razonable, volvería a su ciudad mañana. Abrigo estampado, blusa blanca, falda corte inglés, cartera y zapatos al tono, le daban un aire de elegancia que desteñía con su apariencia de profesor universitario, blue-jeans desgastados, como su chaqueta anticuada, mochila, papeles y libros en sus manos. Sin más recibió la noticia que se estaba divorciando, que logró quemar su garganta más que el café que tragaba en ese instante, le pareció uno de esos momentos en que la vida pide decisiones. Atribulado por el significado de la noticia, una leve arritmia cardíaca lo descompuso, y antes de que pidiera la cuenta, se vio tomándole la mano y declarando su amor adolescente. Ella sonrió satisfecha, y le besó los labios, diciéndole “llámame en tres días”.
Amanda se mudó a la ciudad, arrendó un departamento pequeño y desde ese momento se conformó con esperar su llegada. Al principio sólo eran los miércoles, luego se quedaba un viernes cada diez días. Pasar la noche no se convirtió en un desahogo carnal, como pudiera pensarse. Compartir veladas a la luz de las velas, acompañados de buen vino, cenas sencillas y buena música era suficiente. Por eso la noche del viernes en que la encontró sin vida en la tina del baño, fue el comienzo de su muerte en vida. Una fuga de gas, confirmó el conserje del edificio. Presenció su funeral desde lejos, como una sombra sin vida, tal como en lo que se había convertido. Magda, no fue capaz de notar el cambio, la rutina de sus vidas, seguía su curso impajaritablemente normal. Por eso el apriete de su mano, le parecía tan falso como su llanterío dramático. La secretaria se limitó a registrar la próxima visita, mientras su mujer continuaba con los sollozos y se secaba las lágrimas con un pañuelo de seda. Salieron de la consulta, y antes de entrar en el ascensor, con los ojos entreabiertos volvió a la playa de arenas blancas, el sol reinaba implacable en las alturas. Su piel bronceada le daba un tono saludable, sonrió al pensar en ello. Le habían comunicado la presencia de un cáncer terminal, y él no hacía más que evadirse a una playa, bronceado, lejos del color amarillento que mostraba su piel en el espejo del ascensor. Por el mismo efecto de los espejos dispuestos, se vio reflejado interminablemente y la idea de vidas paralelas se le vino a la mente. Tal vez, en esos momentos vivía en la playa, mientras en ésta moría. Amanda podría estar quizás en otra playa, la imaginó con ropa playera con su pelo enarbolado por la brisa del mar, y se alegró de verla sonriente y feliz. Contempló a su mujer en el espejo del ascensor, se veía desgastada, en silencio le pidió perdón por no haberla hecho feliz y quiso conformarse que quizás le esperaba un hombre en esos momentos en un lugar paralelo que la supiera valorar como merecía. Sin lugar a dudas la vida no se trataba de lo justo y lo injusto, si nos abrimos a la idea de vidas paralelas, Magda, había sacrificado la felicidad de pareja por un pasar tranquilo y una vida plana sin sobresaltos. Amaba su cocina, el orden de la casa y la televisión era su mejor compañera. La salida de los domingos a misa y a cenar fuera, eran su dicha cada siete días, cuantas veces le contemplé preguntándome como podía conformarse con tan poco. Yo apenas la buscaba como mujer, de cierta manera siento que lo agradecía, el lado de su cama, casi no tenía mi olor, sólo las sábanas de mi lado parecían arrugarse, dormía tan rígida que más de una vez creí verla muerta. Quizás su llanto, era más por no sentirse sola que por amarme. Las personas al envejecer se aferran a la compañía. Vuelvo a mi playa, veo las recientes pisadas en la arena, y me dan ganas de correr, correr sin destino, sólo por el placer de correr y sentirme vivo, mientras la mano de Magda me transmite la angustia de mi partida, quisiera complacerla quedándome más tiempo, pero la playa me llama, suelto su mano, y la liviandad de mi cuerpo sano, me impulsa a disfrutar de éste momento, abro los brazos y levanto el rostro con los ojos firmemente cerrados sintiendo como la brisa marina me acaricia y me refresca, el mar me llama, corro como un niño y me sumerjo en sus aguas, mientras alcanzó a escuchar el grito despavorido de mi mujer que ve perderme bajo las olas, el mar revuelto me arrastra, siento una mano que me retiene y me cuerpo se entrega, abro los ojos y el rostro de Amanda me sonríe, me besa y el agua traspasa mi ser, me disuelvo en el mar, y me siento libre la vida me sonríe. En otro plano, Magda, sujeta con desconsuelo mi cabeza, mientras el ulular a lo lejos de la ambulancia tratará de llegar, a pesar que yo he partido.

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Habitación 136

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