Luchar por la desigualdad



Marchaban por la alameda cantando consignas en contra del gobierno y del Presidente, se sentían felices entre la multitud. Ella cobijaba entre sus brazos a su pequeño con cierto temor, pero estaba dispuesta a acompañar a su esposo en ésta lucha tan desigual...hacía menos de un mes, que él se encontraba cesante, justamente por luchar por los derechos de los trabajadores...tenía la convicción de su juventud de vencer al empresario omnipotente. Abrazando a su compañera, vitoreaba a todo pulmón las consignas y ondeaba la bandera de su país orgulloso de estar haciendo lo correcto. Era una bella tarde de octubre, la gente emanaba una energía positiva, de alegría, de por fin sacarse la opresión de tantos años. El estallido de las manifestaciones del pueblo golpeaban en los ventanales de los edificios céntricos, donde oficinistas aplaudían a los manifestantes y los alentaban a continuar marchando.

De pronto el paisaje quedó enrarecido por el humo de las lagrimógenas, la estampida de la muchedumbre lo empujó y no pudo evitar la caída, siendo pisoteado al caer. Alcanzó a escuchar los gritos de su mujer pidiendo auxilio, mientras era apresada por las fuerzas policiales, intentó incorporarse pero un certero lumazo terminó con él en el suelo nuevamente. Fue tomado de sus ropas, por otros manifestantes para ponerlo a resguardo. El carro policial, seguía arrojando los gases lagrimógenos y la fuerza policial avanzaba. Parapetado bajo un auto, espero el momento para ir en ayuda de su mujer, pero cuando corría en su dirección, el bus policial partió, arrebátandole su mujer y su hijo, entremedio de la bruma espesa de los gases los vio perderse.

Acudió a los medios locales e internacionales, para poder recuperar a su amada y a su pequeño. Golpeó tantas puertas como pudo, en ninguna encontró apoyo. Una tarde cuando una lata de cerveza era su único alimento, la vio bajarse de un carro policial. Desgreñada, sucia, maltratada y con el rostro marcado de dolor sosteniendo entre sus brazos a su pequeño. Corrió a abrazarla, mientras el policía mantenía su arma en la mano. La besó desesperadamente, y no recibió palabras, sus ojos llenos de miedo, impotencia y desazón fueron suficientes. La abrazó con ternura, sabiendo que sus sueños juveniles habían sido castrados, bajó la cabeza ante la mirada de pesar de los vecinos.

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Habitación 136

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