Lo que parecía una reunión
ordinaria, tomó un giro curioso cuando el dueño de casa parsimoniosamente
preguntó ¿Creen en los milagros? dirigiéndose a sus amigos Ángelo y Francesca,
así como su esposa.
A que viene esa pregunta tan de
repente –respondió Ángelo… ¿A título de qué? ¡Ah! no me digas nada, tu viaje a la India te
develó un secreto tibetano, o algo parecido, y lanzó una risotada, que encontró
coro en Francesca. Sí, es cierto, algo así me pasó, algo maravilloso que hizo
replantearme mi vida - repuso cadenciosamente – al tiempo que posaba su mirada
en Renata en son de refugio, algo incómoda con la confesión. Anda Max déjate de
rodeos, cuenta ya, nos estás poniendo nerviosos a todos, agregó Francesca intentando
distender la situación al darse cuenta de la incomodidad de su amiga.
Ustedes saben que estos últimos
años mi empresa ha crecido más del doble, y que en este viaje pensaba abrir
sucursales en Dubái y Calcuta, pues bien, fue en esta última ciudad donde el
milagro ocurrió ¿milagro? preguntó su esposa extrañada al enterarse en ese
momento lo que estaba revelando… sí mi amor –continuó él, incorporándose para
quedar de espalda a todos, que miraban asombrados. Sucedió el domingo antes de
tomar el avión de regreso - aspiró largamente el cigarrillo que sostenía y
continuó- caminaba por una de las calles del sector Oriente de Calcuta en
dirección al mercado, pensaba traerte un arreglo de flores secas que venden
allá –agregó -mirando a su mujer, al tiempo que levantaba la copa en su
dirección. Quizás cometí el error de acudir al mediodía, cuando el sol se
empina y calienta de sobremanera en esa ciudad. No puedo precisarles que fue
realmente lo que me pasó, de pronto comencé a sentirme mal, transpiraba helado
y las pulsaciones de mi corazón eran arrítmicas, en ese instante, creí que era producto
del sol reinante e intenté buscar refugio al creer que me desmayaba, por eso
intenté apoyarme en la puerta de una de las casas del sector. Cual sería mí sorpresa,
cuando al posar mi hombro sobre esta, cedió haciéndome caer de bruces al interior.
Una vez adentro me dio la sensación de haber caído en una casa medio abandonada.
Les juro que desde ese momento algo me decía que las cosas se iban a poner
feas. El barrio principalmente de comercio, está lleno de negocios, locales o
restaurantes, etc., es demasiado costoso, como para que existiera una casa
abandonada. No tenía fuerzas para ponerme de pie, sentí que perdía el
conocimiento, desvariaba, nunca me imaginé que pudiese estar sufriendo un
infarto, que fue lo que realmente me sucedió. La casa estaba totalmente a
oscuras a pesar de ser de día, era fría, tenía las paredes en su mayoría
destruidas, como si en el pasado la hubiesen bombardeado. El silencio era penetrante,
se apoderaba de toda la construcción. No podía entender mi mala suerte, me
sentí desgraciado por estar ahí, sufriendo mi agonía, de algún modo presentía
que me estaba muriendo en un día hermoso de verano, en medio del bullicio
reinante de la ciudad, pasando totalmente desapercibido. Miré en dirección a la
puerta que había cedido al apoyarme, y paradójicamente se hallaba totalmente
tapiada. Era imposible que yo la hubiera atravesado, con el sólo peso de mi
cuerpo. Créanme, sentí terror de morir ahí, me encomendé por primera vez a dios
como un niño asustado. Mi falta de creencia todos estos años, no me hacia un
buen cristiano. Desesperado, quise gritar pidiendo auxilio, pero se me apretó
la garganta y no pude pronunciar palabras. Créanme amigos, en ese momento toda
mi vida pasó frente a mí, develada en una breve película. Se me escapaba entre
mis manos y no podía retenerla. Todo lo que había logrado en años, se diluía frente
a mí, en segundos.
Estaba a menos de un metro de la
puerta que me separaba con el gentío y no era capaz de moverme, la agonía era
tremenda. Pensaba en ti amor, te veía lejana, ausente, anhelaba que estuvieras a
mi lado, de que me servía todo mi éxito financiero. En ese momento, todo mi
dinero no me salvaría de la muerte. No puedo precisarles cuanto tiempo estuve
viviendo esta tortura, el tiempo me pareció una eternidad. Justo en el instante
que creía desfallecer, que finalmente la muerte me tomaba en sus brazos,
ocurrió el milagro. Entre las penumbras, divisé una figura, pensé que venía la
muerte a buscarme, aunque ustedes no lo crean, un niño apareció. Mi miró sereno
y se llevó un dedo a los labios como invitándome a guardar silencio. Del resto
no recuerdo nada. Desperté en el hospital… esa fue la verdadera razón por la
que perdí el vuelo…
Dos días después fui dado de
alta. Sentí una necesidad de volver al lugar, necesitaba visitar la casa
abandonada, más no la encontré. Por más que recorrí el sector, no pude dar con
ella, menos con el niño. Recuerdo que cuando pregunté en el hospital por el pequeño
que me había salvado, me respondieron que no hubo tal, que me desmayé en medio
de la calle, producto de sufrir un pre-infarto y que fueron los comerciantes
del sector, los que llamaron la ambulancia.
Ángelo se levantó aún perplejo y
le tomó por los hombros, perdona no sabía -exclamó – aún confundido… no sé qué
decir y le abrazó. El ambiente se puso tenso, Renata y Francesca se miraban,
mientras ambos permanecían abrazados.
Era impresionante ver a Max, un
hombre corpulento empequeñecerse entre los brazos de Ángelo bastante más delgado
y de menor estatura. Sin embargo, en esos momentos parecía enorme frente a los
ojos de las mujeres que los observaban emocionadas. Renata quiso cortar el
hielo haciendo un brindis por su esposo, invitándole con un gesto cariñoso a
sentarse a su lado.
La tensión acumulada un instante
atrás se disipó cómo un vaho. Risas, bromas, risotadas, distendieron la
reunión. Hubiese continuado de no ser por Max, que, levantándose nuevamente con
su copa de vino en la mano, y en actitud grave, dirigiéndose a sus amigos
hiciera la propuesta.
A solas en la habitación, cuando las visitas se
habían retirado, Renata aún consternada por la situación, exclamó indignada ¿Cómo
te atreviste?… ¿Viste la cara de Francesca, cuando le preguntaste si estaba de
acuerdo? La pobre no hallaba que contestar… ¡qué vergüenza! ¿Acaso no pensaste
en mí? En el papel ridículo que me pusiste… ¿Qué crees que estarán pensando
ahora? Lo peor es que somos más que vecinos, somos amigas de los quince años,
no tendré cara para hablarle si me la topo en el ascensor o en la entrada al
edificio. ¡Haber mujer no seas alharaca! yo sé que se hicieron los ofendidos,
pero créeme que en estos momentos le estarán dando vuelta al asunto. Yo sé de
negocios, y la suma que les ofrecí es más que tentadora para cualquiera, sé que
nunca tendrán una oportunidad mejor, saldrán de todas sus deudas e incluso les
alcanzaría para el taller de fotografías que Ángelo siempre soñó montar ¿Tú
crees que todo se puede comprar? Pues, te aclaro que no es así –repuso ella,
aún molesta. Y ¿Cómo crees que he amasado nuestra fortuna? ¿Nuestra? ¡Todo es
tuyo! hasta yo me siento una de tus posesiones… ¡Ah! ¡no vas a empezar con tus
latas! ¡Ya sé! ¿Estás en tus días?... ¿Es eso ¿verdad?... ¿O me vas a decir
ahora que tú no lo deseabas también? Si, claro que si, pero deberías haberme
consultado antes. Además ¿No podías elegir a otro que el esposo de mi mejor
amiga para ello? ¿Te imaginas cómo va a verme Ángelo ahora? ¡Cómo siempre te ha
visto, cómo mi mujer! nada tiene que cambiar entre nosotros ¿Cómo que nada va a
cambiar? Eso que propusiste, sin duda va a cambiar la vida de todos, tarde o
temprano, traerá consecuencias, créeme, no creo poder soportarlo. Bueno, si te
preocupa tanto eso, nos vamos de acá ¿Y si se arrepiente? Preguntó angustiada. Eso
ya lo preví, el contrato en su punto N°6, lo deja establecido antes recibir la
suma pactada, es condición, que renuncie a todos sus derechos y a ejercer
cualquier acción legal contra nosotros. Lo consulté con mi abogado. ¡Ah no! ¿También
el abogado está enterado? que vergüenza, ya no podré salir más a la calle… ¿Hay
alguien a quien no se lo hayas contado amorcito? – exclamó – ahora más indignada,
levantándose furiosa los brazos mientras acudía al baño para refrescarse,
estaba exhausta con la tensión vivida.
Pensé que éramos sus amigos, pero
después de lo que nos ha propuesto, creo que nunca más pisaré ese departamento,
exclamaba Renata, dos pisos más arriba. No seas exagerada, lo seguimos siendo –
le contestó Ángelo– intentando calmarla. Lo serán para ti, lo que es para mí,
Max murió como amigo después de lo que nos ha dicho. Te juro no puedo creer lo
que nos propuso, más encima después de su discurso del milagro y todo eso. Quiso
embaucarnos con la transformación de su vida. Te prometo que por un momento le
creí, argumentaba ella, mientras se cepillaba el pelo, y después salirnos con
algo tan indecente… ¿Te das cuenta? Ese tipo es un carajo, ni siquiera el
infarto le hizo cambiar. Estoy segura que lo tenía todo planeado mucho antes de
su viaje. A mí no me viene ahora con esa parafernalia que montó del famoso
milagro del niño… ¡Ay! Tengo tanta rabia – se decía- mientras se paseaba, dando
tirones con su cepillo a su crespa cabellera. Pobre amiga, nunca pensé que su
esposo, fuese capaz de proponernos tamaña locura. Pero amor trata de
entenderlo… a su manera él sigue pensando que todo se puede comprar, está
acostumbrado a transar, ese nos guste o no, es el mundo que conoce, no tiene
otra forma de ver las cosas… ahora sin duda, que el suceso de Calcuta lo
afectó, sino no nos hubiese propuesto eso… de algún modo lo entiendo, no lo
justifico, pero en el fondo creo entenderlo – repuso serenamente Ángelo. ¿Qué
se creerá ese mal nacido? -reclamaba ella - de seguro, consiguió con sus amigos
bancarios todo nuestro historial económico, por eso nos ofreció tanto dinero
–para que no pudiésemos decirle que no… Pues claro mujer, imagínate, es nada
menos que un millón de euros. Sanearíamos nuestras deudas, y después podríamos
viajar, comprar propiedades e inclusive si gustas nos podríamos ir de aquí… y
nunca más saber de ellos. Ángelo no es un juego lo que él pretende… ni siquiera
midió las consecuencias. Podrá ser muy bueno negociando, pero una cosa así, no
tiene precio, definitivamente no tiene precio.
Estaba molesta, se sentía
manoseada por la situación, vulgarmente Max le había puesto valor a su honorabilidad. Aún en el caso de que se fueran, la sola idea
no la dejaría en paz nunca más. Cómo al enfermo de cáncer, de pronto la
propuesta le provocaba una metástasis mental que se ramificaba desde su
inconsciente por todo su ser, dejándola totalmente descompuesta.
Las dudas que en algún momento
tuvo por su marido volvieron con mayor intensidad, siempre creyó que Renata le
atraía. No podía desconocer lo atractiva que era, y recordó que siendo
adolescentes los jóvenes la preferían siempre a ella. Por eso al escuchar la
propuesta de Max, miró de inmediato a su esposo a los ojos, para ver su reacción,
pues pensó que la buscaría con su mirada. Sin embargo, notó que lejos de
molestarse sonrió nervioso. De no haberse levantado furiosa, de seguro él habría
cerrado el trato.
Pese a haberlo negado una y otra
vez, su mujer tenía razón, siempre se sintió atraído por Renata. Sobretodo
después de lo vivido en su depto. Celebraban el octavo aniversario de matrimonio
con Max. La acompañó a buscar hielo a la cocina, sin tener en ese instante ni
la más mínima intención en coquetearle. Culpó al calor de la noche veraniega, su
polera escotada y el licor consumido, lo que le llevaron a besarla. El miedo a
ser descubiertos, fue el motivo porque se apartó. Nunca más volvieron a tocar
el tema, y desde entonces solían evitarse. Aunque debía reconocer que más de
una noche se vio soñando fantasías con ella.
La propuesta de Max, había
despertado el deseo reprimido por Renata, se sentía alterado desde entonces. Se
sentía desnudo frente a la mirada inquisidora de Francesca, por eso se había refugiado
en la cocina. No quería que lo siguiera presionando, no se hallaba preparado
para ocultarlo más, su matrimonio se quebraría en mil pedazos. Su mujer, noble
a su condición napolitana no lo perdonaría nunca. No podía darse el lujo de
perder a sus hijos.
Una sonrisa se dibujó en el
rostro de Renata mientras se bañaba, su instinto de mujer también le hizo notar
el nerviosismo de Ángelo. El beso en la cocina, vino tal avecilla a posarse en
su memoria. Nunca se atrevió a entender esa situación, pero sin lugar a dudas el
beso de Ángelo, le movió el piso. En la habitación Max, como tantas otras veces
dormía. A veces, sentía que cuidaba en vano su cuerpo. Siempre estaba cansado,
demasiado ocupado por sus negocios, que lejos se hallaba del amante apasionado
con el que se había casado hacía ya doce años. Las noches de pasión de los
primeros años se diluyeron con la esperanza de los hijos que nunca llegaron y
ahora pese a vivir como reina se sentía tremendamente sola. De alguna forma
tenía envidia de su amiga, ella y Ángelo formaban una bonita familia, junto a
las gemelas. Esa noche se sintió turbada, sus sueños no la dejaron dormir
tranquila.
Entonces ocurrió. Una tarde al
regreso del trabajo se encontró a solas con Ángelo en el ascensor. Se saludaron
nerviosos, y quedaron silentes, mientras el lenguaje de sus cuerpos bailaba en
derredor. Lucía un vestido de seda que delineaba su delicada figura, quiso
asirla, pero se contuvo, sin sospechar que ella también en el fondo lo deseaba.
Se despidieron sin cruzar miradas, ambos sabían que huían el uno del otro.
Francesca tenía ganas de llorar,
su sexto sentido le decía que Renata estaba de algún modo metida en la cama,
junto a ellos. No sólo estaban distantes por la discusión, sabía que su esposo
estaría pensando en ella. Y lo estaba. Por más que cavilaba que no era lo
correcto, su mente le incitaba al pecado con la mejor amiga de su esposa. Nunca
imaginó que el beso aquel, hacía ya tanto tiempo podría volver con tanta fuerza
y deseo a su memoria. En el fondo deseaba volver a besarla, tenerla entre sus
brazos, poseerla. Se durmió abrigando ese deseo.
Los días volvieron a su normalidad,
Max volvió a salir de viaje. Pese a quedarse en casa las últimas dos semanas, e
intentar hacerle el amor como antaño, tuvo que aceptar que ya no eran los
mismos, no tenían la fuerza ni las ganas, hasta las caricias se fueron
desgastando con el tiempo. Al final, Renata añoraba su partida.
Francesca lo recibió distante. A
pesar que no habían vuelto a conversar de la propuesta, e intentaban volver a
la cotidianeidad no lo lograban. Ella pensaba que lo mejor era separarse.
Ángelo se sentía culpable y buscaba refugio en sus hijas. La relación de pareja
se estaba deteriorando. Dejó a su esposo con las niñas y salió.
Renata no supo que decir, cuando
la vio en la puerta de entrada, pero antes de que pudiera excusarse, Francesca
ya había entrado en el departamento y con un tono tirante exclamó – tenemos que
hablar. Ambas amigas se sinceraron compartiendo una botella de vino, fumaron,
rieron, lloraron juntas cómo en la adolescencia. Antes del amanecer se
despidieron. Ángelo le había dejado una nota en la mesa del comedor antes de
partir al trabajo, que ni siquiera leyó. Se desplomó en el sofá, agotada. Sus
hijas le despertaron al amanecer. ¡Niñas nos vamos de viaje! Les dijo – y las pequeñas
saltaron de alegría.
A su regreso Ángelo encontró una
carta al lado de su nota sin leer.
Dos semanas más tarde, entregaba
las llaves del departamento al agente.
Max volvía de viaje, con papeles
de adopción en su maletín firmados por una pareja en Dubai. No celebraron la
noticia como esperaba. Desde la ventana, Renata vio el auto de Ángelo perderse,
y una lágrima rodó por su mejilla.
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