Cuando el padre llegó del viaje,
les trajo a sus hijas dos lindas plantas. Antes de entregárselas le dijo a la mayor
Anisa que eligiera una de sus manos ocultas tras su espalda. Anisa eligió la
izquierda y el padre le extendió una maceta con un jazmín de arabia florecido.
Luego extendió la maceta que tenía en la derecha, y se la pasó a su hija menor Habiba,
quien, al ver un simple cactus, y compararlo con el jazmín de su hermana, soltó
el llanto y salió corriendo.
Aban, sosteniendo el cactus,
siguió a su hija, hasta el patio. ¿Por qué lloras Habiba? – le preguntó
suavemente. Me diste la planta más fea, contestó la hija. Te equivocas hijas,
te has quedado con la más bella. Eso lo dices para que me quede con ese feo
cactus. Hija tu padre no miente -dijo- y le dejó a su lado la maceta con el
cactus, mientras volvía al interior de la casa.
El jazmín de Anisa, cada día
florecía más y más, y sus blancas flores se veían luminosas en el comedor de la
casa. Habiba, seguía molesta y no se preocupaba del cactus, que había quedado
en el mismo lugar que lo dejara su padre. Un día su hermana mayor, al verla tan
triste le ofreció cambiársela por el cactus. Habiba estaba feliz. Su hermana
ahora tendría el feo cactus.
Lo primero que hizo Anisa, fue
ponerlo al sol y regarlo con agua. Pasaba las tardes conversando con el cactus
y lo llevaba donde iba. Aban la observaba orgulloso.
Tuvo que emprender un largo
viaje. Antes de partir, pidió a sus hijas que cuidaran de las plantas que les
había regalado. Ambas hicieron la promesa de hacerlo.
Pero con el correr de los días,
Habiba fue perdiendo el interés por el hermoso jazmín.
Al regreso de Aban, lo primero
que preguntó a sus hijas fue por las plantas. Ambas contestaron que habían
cumplido su promesa. Le bastó al padre echar una oteada al jazmín, para saber
que Habiba mentía. Pese a que el cactus permanecía igual a cuando había
partido, estaba seguro que Anisa cumplió su promesa.
A las dos semanas del regreso del
padre, el cactus dio una hermosa flor amarilla con pequeñas manchas rojas.
Todos admiraban lo hermosa que era. Nuevamente Habiba, salió corriendo al patio
a llorar.
¿Por qué lloras Habiba? – le
preguntó suavemente. Le diste la planta más linda a mi hermana, contestó la
hija. Esa había sido tuya al principio,
tú decidiste cambiarla. Pero tú sabías que era la más hermosa y aun así dejaste
que la cambiara. Lo que pasa hijita, es que tú siempre viste su exterior, nunca
viste su interior, en cambio tu hermana sí. Tienes razón papá – contestó la
pequeña. La próxima vez, lo haré, y lo abrazó mientras se secaba las lágrimas.
Aban, la tomó en brazo y contento
regresó al interior de la casa.
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