Dignidad

Cuando se pierde la dignidad, se pierde todo. Es como dejar caer un jarro de porcelana y ver como se quiebra en mil pedazos, así me sentí, cuando mi madre me echó de la casa por drogadicta. En ese tiempo no lo aceptaba, la odié con toda mi alma y juré vengarme. Una semana después quemé su casa, pero lejos de satisfacer mí odio, fue el inicio de mi fin. No dudó en denunciarme. Me encerraron por cinco años, gracias a que mi abogado apeló a que estaba drogada y no sabía lo que hacía. Desde el estrado vi el odio de mi madre y de mis hermanitos. Escuché la sentencia, mientras en mi mente pedía perdón. La cárcel terminó de cerrar la coraza que cubría mi ser.
Llevaba poco más de un año, cuando en la ducha fui abordaba por “la diabla” como la llamaban, me apretó fuerte con sus brazos por detrás, hasta que agoté mis fuerzas intentando soltarme de su cuerpo. Me besó y me recorrió con sus gruesas manos, me sentí aún más sucia. Acepté ser su protegida, sabía que no podía sola a pesar de lo dura que me creía. Logré salir antes, por buena conducta.
El día de mi libertad, se abrió la puerta y entró el bullicio de la calle junto con el sol abrazante. Nadie me esperaba. Caminé sin rumbo, me sentía aterrada. Creía llevar un cártel sobre mi espalda, que me delataba como presidaria. Con la llegada de la noche, reaparecieron mis miedos. Logré encontrar refugio en una camioneta abandonada. No sabía que hacer, mi cabeza trabajaba a mil revoluciones, preguntas, dudas, temores, se paseaban aturdiéndome, por fin, pasada la medianoche logré conciliar el sueño. Al amanecer, me encontró un seminarista. Parecía bueno y acepté acompañarlo hasta un convento, no muy lejos de donde me encontró. Las monjas no preguntaron nada, me acogieron sin preguntas. Me sentí protegida. Llevaba tres meses, mi vida había encontrado un sentido. Vivía relajada en ese ambiente, me trataban con cariño y me hacían sentir digna. Creí encontrar el camino de salvación. Entonces, vi a la hermana Angelinna por primera vez. Para entonces, no sabía que se llamaba así. Su rostro pálido, y sus ojos lastimosos me atrajeron de inmediato. Tenía que ser su amiga.
Primero fue en la cocina, donde compartíamos los jueves, luego el jardín, fin de semana por medio, el tiempo que pasábamos juntas. Una tarde, me colé en su habitación, y vi su cuerpo desnudo. Me sentí confundida, me gustaba una mujer. Me desnudé y me metí entre las sábanas. Puse mi mano sobre su boca, con la misma presión que la diabla lo hizo conmigo, entonces me puse sobre ella, y apegue mi pelvis, sentí su resistencia, la misma que puse en mi primer encuentro con la diabla, Ahora era yo la que buscaba poseer,  vi en los ojos de Angelinna el mismo terror que debieron tener los míos, entonces saqué mi mano de su boca, y antes de que intentara gritar la besé con una pasión desenfrenada, pasé de la fuerza a la ternura, recorrí su cuerpo delgado, hasta  lograr que no opusiera más resistencia. Antes del alba, me retiré de su dormitorio sin ser vista. Las dos semanas siguientes no me dirigió palabra, la mayor parte Angelinna se lo pasaba rezando, con el rosario entre sus blancas manos.
Sentí que mi vida, tal como mi alma estaban condenadas. Hui del convento, pues no fui capaz de despedirme. La hermana Angelinna, enfermó y la madre superiora ordenó que fueran a buscarme.
La encontraron vagando borracha. Le encomendaron el cuidado de Angelinna. Fue su enfermera incondicional durante tres noches seguidas. Cuando despertó Angelinna, sonrió y la atrajo hasta su pecho. Esa noche se amaron sin temor. Planearon huir, dejaría los hábitos y se irían a vivir juntas. Reían y se abrazaban cuando fueron sorprendidas por sor Matilde. Otra vez fue echada a la calle. Sintió que lo último que le quedaba de dignidad, se terminó de quebrar.
Pasó de la calle, a la prostitución rápidamente, y se hacía llamar “La Diabla”, tal como aquella que la iniciara. Era la única que comenzó a atender clientas, aparte de los caballeros engominados que la buscaban. Eso la colocó en una categoría que atemorizaba a sus pares y atraía a la clientela. Sus tarifas superaban con creces al resto. Producto de su odio enquistado, se convirtió en una experta sodomita, y su apodo de “La Diabla” trascendió las fronteras a tal punto que decidió poner su propio local nocturno. El que apodó “El rey Satanás”. Las mujeres del pueblo, iniciaron una persecución en su contra, publicando todo tipo de barbaridades en el diario oficial del pueblo, pero lejos de causarle daño a su imagen, la hicieron aún más poderosa. Todo el mundo quería estar con ella, fueron los más ricos, quienes la pusieron en el lugar de diosa, al tratar de hacer exclusivos sus servicios, cada cual ofrecía pagar honorarios elevadísimos. Creía que ese era su destino. A veces durante los servicios, se sentía totalmente poseída y se dejaba llevar, como la vez que descargó su ira, y maltrató a latigazos al juez Durán, quien estuvo dos semanas internado por la gravedad de las heridas provocadas. El propio juez, en su estado de delirio la hizo aún más famosa, y los servicios de sadomasoquismo, eran cada vez más solicitados. A veces, cuando azotaba a uno de sus clientes descargaba su furia contenida, por estar lejos de Angelinna, o por haber sido iniciada en la cárcel por aquella que llevaba ahora su apodo, por no poder dejar de drogarse, de no tener un hogar...
Una tarde que llovía torrencialmente, se disponía a cerrar las cortinas de su habitación, cuando vio a un muchacho empapado, intentando guarecerse dentro de un auto. Como un flash se vio retratada en aquel muchacho, cuando salió de la cárcel. Pidió a uno de sus guardias, lo trajese. Era delgado, pequeño y tenía una cara de ángel. Le quitó la ropa mojada con la habilidad acostumbraba. Cuando le observó desnudo, le sobrevinieron ganas de entretenerse con él. Tiritaba, no sabía si era de frío o de nervios. Poco a poco le fue seduciendo. Lo metió en la cama y dejó que experimentara con su cuerpo. Por primera vez, en su vida durmió con un hombre toda la noche. Al amanecer le pidió se fuera. Su ropa estaba aún húmeda, pero eso no le importó. Le pasó plata para que tomara un buen desayuno. Desde entonces, el joven volvía por las noches, y se paraba frente a su ventana, esperando que le invitara a pasar. Al principio fue como un juego. Sin embargo, el joven cada vez se iba poniendo más diestro y fue de a poco despertando a la mujer que llevaba dentro. Se dejó llevar sin saber que estaba cayendo en su propia trampa. El joven ganó fama de galán, era el amante de “La Diabla” y las mujeres le buscaban. Ya no se le veía por las calles. Es más, era común verlo subir y bajar de elegantes autos. Vestía bien, y dormía en elegantes hoteles fuera del pueblo. Dejó de visitarla.
“La Diabla” se sintió traicionada, era su juguete y lo quería de vuelta. Pidió a sus guardias buscaran la joven más bonita y sensual de los alrededores y se la trajeran, costara lo que costara. Una semana más tarde, se presentaron con una joven de cabellos rojos que la encandiló con su belleza. Le ofreció una suma considerable, para que aceptara ser su doncella. La vistió con los vestidos más finos de la época, le dejaba darse baños de espuma, le fue enseñando todos los trucos necesarios con los hombres. Fue apodada la “diablilla”, pero no atendía a nadie. “La Diabla” puso precio a su virginidad, y llegaron hasta príncipes, reyes, y condes a ofrecer sus tributos. Todos eran elegantemente rechazados. La fama de la diabilla, llegó incluso hasta los oídos del Zar Emilio, un don Juan de tomo y lomo quien llegó al punto de pedir su mano, con tal de poseerla.
Una tarde, en los jardines de la mansión de “La Diabla”, se presentó su antiguo amante, pero no veía a verla, fue atraído por la fama de su protegida, a quien abordó, usando sus mejores trucos. La diablilla, que estaba estratégicamente entrenada, le rechazó y le dio la espalda.
Noche tras noche, durante dos meses, se vieron en los jardines, siendo observados a la distancia por “La Diabla”. Entonces, le encargó dejarse seducir hasta el punto de ofrecerle llevarlo a su habitación. El joven se sentía triunfador, más cuando acostado vio que a la escena se incorporaba la mismísima Diabla. No cabía en sus anchas, se dejó acariciar por ambas mujeres.
Pletórico, abrió sus brazos para apoyarlos detrás de su cabeza, dispuesto a contemplar la culminación de su fama. La diabilla era hábil con sus manos, y lo gozaba, vio a “La Diabla” desnuda acercarse ocultando algo tras su espalda. Sus ojos pasaron de la expresión de máximo goce al más profundo terror cuando la mano hábil, dejó ver el azadón con que cortó su miembro, el que saltó lejos. Sangraba, y se retorcía de dolor, mientras las mujeres reían satisfechas. La diabilla, lamía los dedos de “La Diabla” bañados en sangre. El dolor se hacía cada vez más intenso, la sangre fluía a raudales, y un golpe eléctrico se apoderaba de sus brazos, quería gritar, pero prefirió mantenerse digno. La habitación se fue oscureciendo y sus ojos se cerraban entre tinieblas, lo último que alcanzó a escuchar antes de perder el conocimiento fue la risa de ambas.
Despertó en el hospital, adolorido, con las pocas fuerzas, levantó las sábanas y vio que al menos los médicos le habían devuelto su dignidad.


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