Es tiempo de contemplación, desde la meseta de mis años observo la llanura de mi pasado y el pasto es verde, frondoso. Entonces abro las alas de mi espíritu y planeo de vez en cuando, y me elevo a cada instante buscando la plenitud de mi vida.
El otoño en su mirada
He visto el otoño en su mirada, pero no es lo que imaginas o estás acostumbrado a escuchar, quizás es la primera vez que lo veo así, como un acto de amor inconmensurable del que tal vez no tengas noción. En otoño, las hojas se ven privadas de sol, y eso se traduce en una menor fotosíntesis y por eso lentamente van despojándose de su color verde para vestirse de tonos amarillentos, terracota a veces, para terminar en tonos cafés cuando definitivamente la muerte les abraza. Tal vez no te suene lógico reconocer en éste simple hecho el más noble gesto de amor, pues el árbol al saber que estará privado de sol y escaseando el agua, se ve obligado a reservar el máximo de glucosa para sobrevivir. Por eso llora en silencio cada noche, mientras va sintiendo como sus hijas van aceptando su fatal destino, y aquí viene lo mágico, es que las hojas lo hacen felices, reciben gustosas la muerte, porque ello le permitirá a su padre árbol, sobrevivir, aquel que les dio la vida, debe continuar, debe soportar el duro invierno para renovarse en primavera, cuando producto del sol, comiencen a crecer nuevas hojas de colores verdes, hermosas y preciosas en sus robustas ramas. Cada tarde aparece el viento con su mejor traje cantando y les ofrece sus brazos a ellas que se dejan llevar en una danza alegre donde aceptan sus besos y caricias para terminar extasiadas en el suelo. Aquellas que viven en ciudades y parques guardan para el final una sonrisa, ya sea para aquel distraído transeúnte o los piececitos de niños, o esos amantes que gozan pisarlas para sentir ese dulce crujir, ese canto de las hojas de otoño. Si tú no has sentido la dicha de pisar las hojas una tarde fría, recorriendo un parque o en una caminata sin destino, créeme que te has pérdido un momento mágico que sólo nos regalan aquellas que dieron su vida por uno cómo él. Un árbol que observo y a quien le ofrezco mi más sincero y humilde gratitud, por permitirme un momento de dicha tan especial, como es ahora recordar ese crujido al pisarlas en una tarde otoñal cuando la vida recién me enseñaba a disfrutar de lo simple. Hoy llega a mi memoria ese crujido como una balada romántica, y entonces pienso en los otoños que me quedan, de las hojas que debo desprenderme para que otros las pisen y sientan esa enorme felicidad, que se siente sólo en otoño, cuando el amor se viste de amarillo.
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