La cotidianidad de su vida se vio alterada luego de recibir esa llamada. La mujer no quiso identificarse, ni siquiera dar una mínima pista del porqué de su extraño mensaje, se limitó a decir que era solamente vocera de lo que acaba de comunicar y colgó. Intentó llamarla, pero el número desconocido, no figuraba entre sus contactos y no contestó pese a sus innumerables intentos. ¿Quién podría ser? y ¿cuáles podrían ser sus motivos para efectuar el llamado a medianoche? Su voz denotaba angustia, no sabía si era lo correcto, casi parecía obligada. Además ¿de dónde conocería a su padre?
Varias cuadras del departamento de Alberto, Susanne la camarera respiraba agitada luego de la experiencia que acababa de vivir. Soltó el llanto, su compañera la abrazaba Tú la vistes ¿verdad? – le preguntaba entre sollozos, no estoy loca. Estaba sentada justo aquí. Si amiga, todos la vimos. No sé que decir… estoy tan choqueada como tú. ¡Ya menos lloriqueo y terminemos de ordenar para cerrar, es tarde y quiero irme a casa! – dijo el dueño del local, quien a pesar de haber presenciado lo sucedido, prefirió hacerse el desentendido. La pareja de Susanne la notó algo distante aquella noche mientras conducía a casa, pero lo atribuyó al cansancio. Él también había tenido un mal día, lo mejor era guardar silencio -pensó. Ya acostada Susanne miraba el techo de la habitación sin lograr entender lo sucedido, en sus largos diez años de camarera, nunca había vivido una situación parecida. Una y otra vez, repetía en su mente las imágenes de aquella fatídica noche. A eso de las once, la mujer entró al local, ahora que lo pensaba, no era normal ver a una mujer de sus años tan tarde, por lo general era clientes jóvenes u hombres adultos que pasaban a matar la noche con alcohol y algo de comer. Pidió una taza de té con tostadas. Llevaba un pañuelo de seda que cubría su cabellera cenicienta, un abrigo antiguo, una cartera pequeña que, hacia juego con su vestimenta y un par de guantes negros, que dejó ordenados sobre la mesa a la espera del té. Comió y bebió con sobriedad y su mirada triste se perdía en el infinito, Fue esa mirada nostálgica, precisamente la que llamó su atención, que le hizo añorar a su madre, que había partido hacía solo un par de años. Se acercó a su mesa y antes de que pudiera preguntarle, la mujer posó su mano sobre la de ella, al tiempo que preguntaba ¿tienes un minuto? La consulta la descolocó, y sin decir palabra se sentó en la silla de enfrente. La mujer de mirada pérdida, esbozó una leve sonrisa. Hija vengo de muy lejos, tan lejos que ni siquiera lo imaginas, sólo para darle un mensaje a mi hijo, pero no puedo hacerlo ¿Por qué? ¿Está enojado con usted? ¿No le habla? No nada de eso, sólo que en ya hace años que no estamos en contacto, es difícil de explicar ¿Tú podrías darle ese mensaje por mí? -dijo- al tiempo que le acercaba una servilleta con un número de celular anotado ¿Quién yo? Pero si ni siquiera le conozco. Eso no importa. Lo importante es lo que tienes que decirle. Miró a su jefe, que le observaba desde la caja con mala cara. Deme unos minutos, aún hay mesas que atender- arguyó- y se paró a atender las mesas de los escasos comensales a esa hora. Su compañera curiosa, se acercó para preguntarle ¿Qué hablabas con la vieja? No le digas vieja, la pobre tiene tanta pena en sus ojos, Bueno, la señora entonces -exclamó su compañera- anda cuenta. Me pidió que llame a su hijo, con quien está incomunicada hace años. Y ¿qué le tienes que decir? No sé, no alcanzó a decirme. Me tuve que parar por la cara de don Alfredo. Anda yo te cubro, la pobre señora seguro se quiere ir a su casa. Es tarde para que ande sola por la calle a estas horas. Ya voy, deja que don Alfredo empiece a hacer la caja y voy. Vamos a empezar a limpiar y ordenar las mesas. La mujer las observaba con resignación, mientras escribía algo en la servilleta. Tras unos minutos, Susanne se acercó. Ya señora ¿qué quiere le diga a su hijo? ¿Me debo presentar? No hija, sólo dile esto y volvió a extenderle la servilleta. ¿Sólo eso? preguntó nerviosa. Sus manos le sudaban, tanto misterio, le puso inquieta. La mujer sacó de la cartera un viejo celular y se lo pasó. Si quiere puedo usar el mío, tengo minutos -exclamó - cada vez más inquieta. No hace falta, ocupa ese no más. Miró a su compañera quien hizo un gesto de aprobación, mientras distraía a su jefe, y marcó el número. Estaba a punto de cortar, cuando la voz de un hombre joven contestó. La voz no le salía, la mirada suplicante de la mujer le impulsó a transmitir el mensaje, justo en el momento en que colgaba, y buscando su complacencia, fue el instante que el miedo se apoderó de ella. ¿Dónde estaba? Miró a todos lados y no estaba por ninguna parte. Sólo el viejo celular en su mano era el único vestigio de lo ocurrido, Buscó a su compañera y le preguntó alterada - ¿Dónde se fue? ¿La viste salir? Tan perpleja como ella, la miraba confundida sin decir palabras, sólo hacia gestos de no entender nada, fue entonces que la desesperación le hiciera soltar el llanto. El recuerdo de lo vivido devolvió el estado de angustia. Se paró al baño para mojarse la cara y cuando se miró al espejó quiso gritar despavorida pero no le salió la voz, detrás de ella, apareció la mujer. Acercó su dedo y lo posó en sus labios, al tiempo que le deba las gracias y la abrazo. Sintió la gratitud de la madre que venía del más allá y le transmitió su gran paz. Al volver a la cama, su pareja le preguntó - ¿estás bien? -parece que hubieras visto un fantasma. Algo así -contestó- y se metió en la cama. Apagó la luz, con la sensación de plenitud.
En otra parte de la ciudad, Alberto se debatía en la incertidumbre tras el mensaje recibido, mientras su padre agonizante en la sala del hospital anhelaba su visita para partir.
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