¡Vamos a volar nena!


Señores pasajeros favor abrocharse los cinturones, nos preparamos para despegar … se escuchó al capitán desde la cabina, mientras el Boeing 727 esa fría mañana otoñal se lanzaba en su loca carrera por la pista del aeropuerto. En el asiento F32 una mujer aterrada, apretaba con fuerza los pasamanos, al tiempo que cerraba los ojos y la mascada, esperando que terminase luego ese ruido infernal de las turbinas, mientras el avión parecía remecerse por completo con el rozar de los neumáticos en el pavimento. Odiaba ese momento, los escasos metros que habitualmente tenían los aeropuertos para el despegue era algo que la atormentaba desde niña, cada vez que se producía ese instante en que el avión debía tomar velocidad, venía a su memoria el accidente de su padre, no podía sacarlo de su mente, a pesar de las múltiples terapias a la que se había sometido. Cuando el avión se disponía a iniciar la marcha, el recuerdo de su padre bebido se posaba en un rincón de su memoria, lo veía acelerando el motor del Ford Mustang 80 (con el freno accionado) para que las llantas traseras patinaran ¡Mira cómo ruge ese motor nena decía orgulloso de su auto! ¡Es una bestia! ¡159 caballos de fuerza, V8, culata rebaja! ¿Lo sientes? ¿Quieres que vuele? ¡Vamos a volar! - decía, y salía quemando llantas como un adolescente. El terror de lo que aquello le provocaba, hizo que en una ocasión mojara el asiento, desencadenando la ira de su padre. ¡Niña meona! ¡Cómo se te ocurre hacerte en mi auto! ¡No te das cuenta de lo que has hecho! - exclamaba airado - estaba tan furioso que intentó golpearla, sino hubiese sido por una mujer que se puso a gritar en favor de la niña, de seguro su padre la hubiese golpeado. Esa tarde, terminó preso, y mamá le quitó las visitas. Pese a ello, se presentaba los fines de semana que le correspondía a pedirle que me entregara, que era su derecho y ante la negativa, se ponía furioso y se subía al auto gritando groserías, mi madre me protegía en el umbral de la casa, mientras a la distancia se sentía el rugir del motor del Mustang de mi padre perdiéndose en las calles del vecindario. La fecha del accidente, mi madre me dejó sola un momento (sin saber que mi padre vigilaba la casa) Tan pronto salió, apareció en la puerta con una muñeca, diciendo que era para mí, cuando traté de tomarla, me sujetó fuerte del brazo y me levantó en vilo, llevándome a la fuerza hasta el auto, pese a mis gritos y pataletas. La señora Antonia se dio cuenta de la situación y entró a su casa para llamar a la policía. Unos minutos más tarde, mientras mi padre conducía como un loco por la carretera, se sintió la sirena de una moto policial, que le pedía su detención. Recuerdo verle, beber un sorbo de la botella de whisky y lanzar una fuerte risotada, y gritar ¡Atrápame si puedes imbécil! Y acto seguido aceleró aún más. Desde mi posición, sólo podía ver los árboles pasar como manchas por el parabrisas (Con el pasar de los años, y las terapias, hay pasajes de ese día que se han borrado, cómo si mi mente hubiera rasgado esos momentos como quien saca una hoja de un libro viejo) lo cierto era que mi padre cada vez iba más en éxtasis, cambiando de pista en pista una y otra vez, frenaba de golpe, aceleraba brusco, tocaba la bocina, gritaba a los otros conductores se quitaran, a la moto se le habían unido algunos autos policiales. Papá parecía disfrutar de la situación, yo le miraba aterrada, me miró con los ojos desorbitados y me dijo ¡Vamos a volar nena! yo no entendí a lo que se refería, sólo le vi gritar, beber un gran sorbo de la botella que luego lanzó al camino, levantar los brazos al cielo, y dijo el nombre de mi madre con rabia y exclamó, Lo siento, pero la niña se va conmigo y pisó aún más el acelerador. El auto comenzó a vibrar entero (cómo lo hacían algunos aviones), cerré los ojos, justo como ahora, cuando el avión estaba a punto de alcanzar la velocidad de despegue, y de pronto el auto se levantó de la punta totalmente fuera de control y comenzamos a girar en el cielo, todo me daba vueltas, de pronto el auto golpeó el pavimento de punta, el sonido fue como si se hubiera destrozado en mil pedazos, no quería mirar, sentí como estallaban los vidrios, mientras seguíamos dando tumbos en el pavimento, para terminar en una zanja al costado del camino (creo que por unos instantes perdí el conocimiento) Cuando desperté estaba en una ambulancia, y escuchaba los gritos desesperados de mi madre, mientras un hombre de blanco forcejeaba intentando calmarla (No podría decir las veces que he tenido que revivir estos momentos, hay momentos en que incluso mientras estoy bajo la hipnosis) que he logrado integrarme como una testigo más, y me veo pequeña y siento una necesidad enorme de tomarme en brazos. Papá sobrevivió al accidente, pero lo condenaron a varios años de prisión por conducir en estado de ebriedad, desacato a la autoridad y daños a la propiedad. Mi madre evitó llevarme a visitarle. Creo que el hecho de no haberme acercado a él, no me ha permitido cerrar el círculo de ese nefasto día. Mi madre no podía hacerse cargo de mi cuidado después de ese día, por lo que me dejó con mis abuelos que terminaron de criarme. Nunca más supe de ella, la abuela dice que no pudo superar la culpa de haberme dejado sola ese día. Uno de mis terapeutas planteaba que ambos procesos inconclusos con mis padres eran parte importante de mis crisis existenciales y que se manifestaban a través de la fobia a volar. Lo cierto que los abuelos me pusieron en una burbuja el resto de mi infancia y adolescencia, obligándome a centrarme en los estudios y la religión. Ambos fervientes católicos, me leían la biblia todas las noches y me llevaban a misa los domingos. Cada vez que me subo a un avión más allá del miedo que me produce, me voy acercando de algún modo, a tratar de entender más a mi padre. Ahora al cerrar mis ojos, vuelvo al pasado, pero no para ver a mi padre, ahora puedo distinguir al hombre desesperado, perdido, rechazado que, en su desesperanza, buscaba liberarse, a su manera me veía como su tabla de salvación, era lo único importante que tenía en la vida, me lo decía cuando estaba lúcido (en ese momento no lo veía de ese modo) mi madre por su parte me hacía verlo como un ser sin corazón, que incluso trató de matarme. Por años estuve convencida de ello, pero fue mi abuelo con su paciencia, la suavidad de sus palabras al hablarme, quien me enseñó a convertir ese odio en perdón. Debes perdonar a tu padre, él era una oveja descarriada que no supo encontrar el camino de vuelta, pero que estoy seguro de que vio en ti, la oportunidad para reivindicarse, pero no supo nunca cómo hacerlo.

 

Fue mi abuelo, quien me ayudó a ubicar a mi padre. Este viaje es para reencontrarme con él, estoy nerviosa han pasado muchos años. Logro rehabilitarse y tiene un pequeño taller de muebles de madera. A veces me veo soñando despierta, de nuevo en el auto con papá, y le veo sonreír de alegría, y escucho el rugir de su Mustang como un león poderoso, y yo le digo entonces, acelera papá, vamos a volar y entonces veo entrar el sol por el parabrisas y nos perdemos en una gran luz.

 

 

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