- ¿Y si te vieses obligada? Fue la pregunta de su hija, que
le miraba desde los pies de su cama (donde llevaba recostada tres días a raíz
del desmayo que sufriera en su trabajo) No lo sé, no es algo que siquiera haya
pensado, contestó la madre, incómoda con la pregunta. Pero sólo es un supuesto,
tú que siempre das cátedra de moral, crees que en una situación aún mantendrías
esa postura incólume. Tu ejemplo es extremo, hija. Estamos viviendo tiempos
difíciles, pero de ahí a que debamos pasar por eso, me parece por decirlo de
algún modo poco probable. ¿Poco probable? ¡Claro me olvidaba que estaba
conversando con la Jefa de la Unidad de proyectos de la universidad!… ¿Podrías
por un momento dejar tu postura de docente acostumbrada? y escucharme sólo como
mi mamá. ¡¿Tanto te cuesta?! ¡Claro que no hija! Pero no es fácil ponerse a
pensar en una situación tan extrema cómo la que tú señalas, menos tratándose de
ti, la que está en riesgo. Mamá estoy en riesgo todos los días, tengo
diecinueve años, que crees, que mis compañeros no me hacen propuestas
deshonestas, o mis profesores… ¿en qué mundo vives?… ¡en el mismo que tú! bien
sabes que he estado sola todo este tiempo precisamente por eso, por no
exponerte a una situación así. ¡Ah resulta que ahora tengo la culpa yo! –
contestó airada la hija, al tiempo que se incorporaba extendiendo los brazos al
cielo, como si quisiera asirse de algo en las alturas. No me malinterpretes
Lorena, pero desde que quedé embarazada me he tenido que preocupar de ti, no te
lo estoy sacando en cara, pero todos estos años, tuve que luchar por las dos, ¡no
te imaginas las veces que sentía terror porque algo te fuera a pasar! entiende
que eres lo único que tengo, sólo tú representas mi familia. Mis padres me
dieron la espalda cuando me embaracé, Miguel nunca me apoyo en nada. Cómo ves,
he vivido por ti y para ti, y no me arrepiento de ello, pero de ahí a ponerme a
pensar que mi hija deba ser objeto sexual para salvar mi vida, no es algo que
desee siquiera poner en la balanza de probabilidades. ¡Ya mamá, no te pongas
así! sólo lo decía, en el supuesto que te quedaras sin trabajo y no pudieses
costear el tratamiento de tu terapia en ésta clínica que es, y tú lo sabes
bien, carísima. Si pero nada lo justifica… ¡ya! no quiero seguir hablando del
tema. Mejor es que tomes tus cosas y te vayas a la universidad, ya has perdido
mucho tiempo, estaré bien, sólo fue una recaída, saldré adelante como siempre.
Madre e hija se besaron en las mejillas y se juraron amor
eterno. Con la mochila a la espalda la hija abandonó la habitación.
Era pasado el mediodía, el sol apenas entibiaba y el día
entraba en esas horas en que los minutos latigudos se dejan caer con desgano, y
el tiempo comenzaba a bostezar en el letargo de las horas.
La sola idea planteada por su hija, la descomponía de
sobremanera y no lograba explicárselo. Era su niña, su sol, la razón principal
de su existencia ¿Cómo podía siquiera imaginarlo? Se había privado de tener
pareja estable por ella, nunca por lo mismo llevó hombre alguno a su departamento;
no confiaba en nadie, escuchaba tantas cosas en la facultad, tales como que algunos
hombres se terminaban enamorando de las hijas de sus parejas, por lo que
siempre estuvo a la defensiva, más aún cuando veía crecer a su pequeña, que a
todas luces se convertía en una mujercita. Incluso después de muchos malos
ratos con su hija había accedido a la idea de que iniciara su vida sexual, con el
joven que llevaba saliendo por más de
seis meses (Tenía que acompañarla al ginecólogo una vez que saliera de aquí –se
dijo) Aquello era algo que la venía atormentando hace ya un tiempo, a pesar de haber
tratado el tema con Clarisa su sicóloga y amiga “para estas cosas no existe una receta…es cómo querer estar preparado
para la muerte” le decía, finalmente es “algo que logras superar cuando lo vives” con ese tono grave y
maternal que tenía.
La conoció en el parque de la universidad al año de dar a luz
a Lorena, una tarde que la desazón provocó que soltara el llanto contenido.
Ambas estaban en quinto año de sus respectivas carreras. Clarisa se acercó y
sin decir nada, la abrazó para contenerla. Desde ese día, fueron inseparables, tanto
que llegaron incluso a vivir juntas un tiempo. Los lazos entre ambas eran tan
fuertes, que dieron celos a la pareja de Clarisa, quien la obligó a dejar el
departamento que compartían (a causa de sus celos enfermizos) al enterarse que
en más de una oportunidad dormían juntas. Se querían como hermanas, por lo que no
se guardaban nada, y a veces su intimidad era extrema, como la vez que se
bañaron juntas las tres. Ambas se desvivían por darle lo mejor a Lorena, que se
dejaba querer por su madre biológica y la otra postiza. Se intercambiaban ropa,
se hacían préstamos de dinero y siempre se estaban ayudando. Clarisa, marcaba
el orden, la cordura, Marcia, la impulsividad y la alegría a veces infantil. Sin
duda, la presencia de su amiga, siempre fue más que una amistad, era su
consejera, su analista, su pequeña madre a veces, dado por ese carácter más
racional, que la hacía suponer mayor a pesar que ambas gozaban de sus hermosos
veintitrés años.
Fue un domingo de otoño, en que Clarisa abandonó el departamento,
siendo tan doloroso cómo una ruptura matrimonial, se sentía tan protegida con
ella, que no pudo contener el llanto cuando ambas se abrazaron en el umbral de
la puerta en son de despedida. Tras ese episodio se siguieron viendo, pero no
fue lo mismo. Se sentían incomodas ante la posibilidad que la pareja de Clarisa
las sorprendiera, por lo que evitaban juntarse en demasía en el campus. Sus
carreras terminaron por separarlas un largo periodo, hasta un par de años
atrás, en que se reencontraron en el metro. Clarisa había terminado su relación
con el célopata, y no tenía hijos. Era una destacada profesional, que había
sacado un magister y doctorado en España y Francia respectivamente. Gozaba de
muy buena situación, y llevaba dos meses de estar saliendo con un médico. Desde
entonces se visitaban los jueves, cuando acudía al departamento de Marcia y se quedaban
conversando cómo en los tiempos de jóvenes estudiantes.
La enfermera regordeta de labios sensuales, y ojos
redondeados que siempre lucían perfectamente delineados le avisó que tenía
visita. Era Clarisa.
Apareció con un arreglo floral, de vivos colores. Te traje
estas flores para animarte amiga, y se abalanzó dándole un abrazo fraternal. La
conversación fluyó entre ambas con pasos ligeros. Fueron interrumpidos por la
auxiliar que traía la cena.
Estoy angustiada amiga, Lorena me ha planteado un supuesto
que por una extraña razón me ha tenido en ascuas toda la tarde. Tal vez tú
puedas encontrarle sentido.
- Cuéntame – dijo Clarisa, mientras se acomodaba en el sillón
de compañía, frunciendo el ceño, cosa que acostumbraba hacer cuando prestaba
atención.
A medida que le iba relatando los hechos, la sangre se le iba
helando, las imágenes se iban apoderando de ella, no podía entender por qué
extraña razón la idea no la abandonó durante toda la tarde, y a cada momento se
le aparecía como una especie de maleficio. Los hechos manifestados por su hija,
iban tomando vida pausadamente, se sintió en trance mientras los narraba. De
pronto, la imagen de una habitación en penumbras se apoderó de su mente, en
ella un hombre mayor cuyo rostro no podía distinguir sujetaba entre sus manos
un maletín abierto con grandes fajos de billetes y se lo mostraba a su hija,
que sentada en el borde de la cama miraba en un sentido distinto (parecía buscar
su mirada) Aún cuando ella no podía verse en la escena, se sentía presente. El
horror de lo que representaba, hizo que se incorporara de un salto en la cama,
volteando la bandeja de comida. Rápidamente llegó la auxiliar a limpiar el desastre, mientras
Clarisa intentaba contenerla… ¡Ya amiga, ya pasó!...
No pudieron conversar mayormente, la hora de visita había
terminado. Clarisa, aconsejó a la enfermera de turno, le dieran algún sedante
para hacerla dormir, ya que su amiga, estaba algo alterada. Se despidió
prometiendo visita. Marcia, se recostó y pidió que no le apagaran la luz.
Recordó que Lorena de pequeña, tampoco le gustaba dormir con la luz apagada. Es
sólo un supuesto, se repetía, cómo intentando dejar de pensar en ello y restarle
importancia.
La noche asomada a la ventana le guiñó un ojo deseándole buen
dormir, y las luces de la ciudad se fueron diluyendo ante sus ojos quedando
atrapada en un profundo sueño. Nuevamente se transportó a la misma habitación
de la tarde, pero esta vez, se veía amarrada a una silla, y amordazada. Buscaba
algún objeto que le hiciera entender que hacía en esa habitación. Una cama, un
velador, un retrato que no alcanzaba a distinguir, una lámpara pequeña cubierta
de una pantalla oscura, dejaba escapar un pequeño haz de luz, dándole a la
habitación un aspecto tétrico. Estaba asustada, cuando vio a su hija entrar
seguida del hombre mayor que se quedó parado a un costado de la puerta. Venía
con los libros de la universidad y la mochila, que tiró sobre la cama. Se
dirigió presurosa hacia ella y tomando su rostro con ambas manos, le pedía que
estuviera tranquila, que todo saldría bien, era la única salida que tenían
–repetía- con los ojos llenos de súplica, mientras ella luchaba por soltarse y
gritarle que no era así, tenía ahorros, un trabajo… Lorena le hacía un gesto de
negación con la cabeza, ¡mamá lo perdiste todo! el cáncer se llevó tus ahorros
y tu trabajo, no tenemos nada…nada mamá, repetía esto como una sentencia y si
no te operas, morirás mamá, y tú eres lo único que tengo. Déjame hacer esto por
ti, él ha prometido tratarme bien, y si soy buena chica, nos dará el doble de
la suma. Entonces dirigiéndose al hombre, le pidió abriera el maletín. Ves
mamá, con eso podrás operarte y tendremos para vivir, mientras te recuperas. La
besó en la frente y se dirigió hacia la cama, haciéndole un gesto al hombre
para indicarle que estaba lista. Éste, de contextura gruesa, cerró la puerta,
dejó caer el maletín sobre la silla, y se quitó prontamente la chaqueta, al
tiempo que soltaba su corbata. Sacó una botellita de licor del bolsillo de su
vestón ofreciéndole a la joven, la que no aceptó. La bebió completa de un gran sorbo,
y se acercó con otra obligándola a beber, diciéndole que eso la relajaría. Accedió,
haciendo un gesto de asco al sentir el licor en su garganta. Se la fue dando de
pequeños sorbos, con toda paciencia, como un cazador que acecha a
su presa. Por alguna razón, Marcia no podía gritar y las fuerzas se le iban sin
poder controlarlas.
De pronto, cómo si se tratara de una imagen proyectada, la
escena comenzaba a alejarse, junto con ella. El hombre se sentó junto a su hija
y le soltó el cabello jugando con él entre sus dedos, luego comenzó a besar su
rostro, beso sus ojos, su nariz, su barbilla, sus pómulos pequeños y se detuvo
en su boca, mordiendo primero suavemente el labio inferior, para luego atrapar
su boca entera, con movimientos lentos y ejerciendo una leve presión. Su gruesa
mano se posó como una garra en su cuello haciéndola presa, para luego deslizarla
con suavidad hasta sus frescos pechos, los que atrapó sobre la polera que los
cubría. A Marcia, le revolvía la impotencia, necesitaba impedir a como diera
lugar que los hechos se consumaran, se dejó caer de la silla, y empezó a
arrastrarse, maldecía con todas sus fuerzas al hombre que tocaba a su hija,
estaba dispuesta a matarle, luchaba por zafarse de la silla, bregaba con ahínco,
jadeaba, la presión le ahogaba, se sintió desmayar. El asco se hizo mayor,
cuando el hombre comenzó a retirar la polera dejándola a torso desnudo. Cuando su
boca se posó en el pequeño pezón rosado, la joven emitió un quejido de placer,
entonces ambas mujeres se contemplaron. Pudo ver la mueca de goce en los labios
de su hija, cerró los ojos para no seguir viendo, mientras el llanto afloraba
desgarradoramente de su pecho, sentía los bramidos del hombre excitado que
provocaron que vomitara asqueada. Atormentada y atrapada en ésta pesadilla, golpeaba
su cabeza contra el piso de la habitación, buscando aturdirse. Fue entonces, que
sus ojos se detuvieron en los zapatos del hombre. El brillo excesivo y la
hebilla plateada, despertaron aquellos recuerdos amargos de su infancia que
creía enterrados, una sensación desagradable le recorrió, desesperada, la
imagen del hombre tocando a su hija, le trajo las escenas de los abusos cuando
pequeña, buscó su rostro, y entonces le vio, el horror se apoderó de su ser, le
quemaban los ojos, ¡no podía ser! ¡no esta vez! no con su hija, ahí estaba el
desgraciado, ahora aprovechándose de su nena. En ese momento entendió que le
mataría, era la única forma de terminar con aquel espantoso recuerdo. Su pecho
se incendió de odio, los ojos llameaban ira, y una espuma pestilente brotó de
su garganta. Un grito desgarrador que inundó la pieza brotó de su boca
iracunda, al tiempo que toda ella luchaba por zafarse. Era tal el odio, la
rabia contenida, por el despertar de los horrores de su niñez que la invadió
una fuerza sobrenatural que terminó por aflojar las amarras, y una de las
patas, cedió. Presa del odio, logró primero liberarse de las piernas, y comenzó
a patearle para que la soltara. El hombre lejos de demostrar dolor, reía al
verla, entonces se le abalanzó buscando su boca, ¿estás celosa mi pequeña ?– le
preguntó en forma burlesca- despidiendo el mismo mal aliento que le atormentó
durante su niñez (cuando le dejaban a su cuidado) ¿me echabas de menos? – Decía-
con esa risa socarrona, y esos ojos vidriosos que la traumaron por años,
mientras intentaba desabrocharle la blusa en busca de sus senos, para besarlos
con su espeso bigote. Sí, el recuerdo de su abuelo volvió del pasado como un
horrendo fantasma, “esto es para que la
mamá tenga platita” – solía decirle- cuando le llevaba a su cuarto a la
hora de la siesta, mientras la abuela lavaba los platos. Le obligaba a bajarse
sus calzones y dejar que le tocara allí, mientras él jugaba con su miembro
entremedio de sus pantalones. En la tarde, cuando su madre llegaba a buscarla,
abría su billetera y sacaba unos billetes diciéndole que era para que le
comprara cosas a su pequeña nieta, que se portaba muy bien.
Ahora entendía por qué lo planteado por su hija en la mañana
le produjo tanto escozor, los recuerdos habían sido desenterrados, despertando
en ella ese tormento desgarrador, que la marcó por años.
En un movimiento desesperado, logró empujarle con una de sus
piernas, parándose atléticamente, pasó ambas manos entre sus piernas, para
quedar con las mismas delante, entonces tomó con sus manos aún amarradas la
pata rota de la silla, y con todo el odio contenido, se dejó caer enterrándola en el estómago a su agresor, quien vomitó
sangre por la boca antes de su último aliento. Acto seguido a causa del
esfuerzo, perdió el conocimiento.
Cuando Lorena, llegó en la mañana, le comunicaron que su
madre había sufrido un episodio durante la noche y que se encontraba con
calmantes, en observación, con instrucción de no recibir visitas. Por la tarde,
se reunió con Clarisa para comunicarle el estado de su madre. Ambas hicieron vigilia
durante los dos días siguientes.
El mismo día que la dieron de alta, recibieron la noticia, de
la extraña muerte que sufrió su abuelo en la habitación de su hogar.
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