Hace días que la idea
rondaba en su mollera como una polilla hostigosa, que no se cansa de dar
vueltas y vueltas. Lo que nació como una descabellada tontería, se le fue
quedando en la memoria como si fuese una de esas babosas, que abundaban en el
lavadero de la vieja casona que le vio nacer. Ni siquiera era capaz de recordar
cómo nació tal estupidez, lo cierto es que llevaba varios días despertándose a
medianoche. Cansada del sueño alterado,
tomó la decisión que esta noche lo haría, a como diera lugar. Por eso se
encontraba levantada; cuando la costumbre la encontraba en su mejor dormir. Se
asomó a la terraza de su departamento para contemplar el escenario. No sabía si
era el hecho de que nunca se había asomado a esa hora de la noche, pero le
pareció que los trece pisos que le separaban del suelo se le hacían más
distantes. El vehículo del doctor del quinto piso, no se encontraba en su
estacionamiento que quedaba justo bajo su balcón, lo que le alivió, así no
caería sobre el automóvil. Miró la caseta del conserje y la luz estaba
prendida, lo que significaba que él estaba dentro. La torre de enfrente se
hallaba mayormente con las luces apagadas, lo que le dio satisfacción; no
quería testigos, no para la atrocidad que estaba dispuesta a hacer. De seguro
su hijo le hubiese dicho- pero vieja estás demente, cómo se te puede ocurrir
una barbaridad así, realmente tendremos que internarte… o su vieja amiga Dolores, que los miércoles venía a
tomar té – amiga esas no son cosas que haga una mujer de tus años, está bien
para los chicos y aun así es reprochable… en fin, por eso no lo había comentado
con nadie. Estaba inquieta, sus manos sudaban, decidió que no podía seguir
postergando la decisión, abrió el ventanal y miró la hora en el reloj mural del
comedor, volvió a mirar el estacionamiento despejado, no había testigos… no
sabía si los nervios le traicionaban, pero su boca salivaba de manera
estrepitosa, eso lejos de apesadumbrarle, le dio más ánimo. Se arrimó al
respaldo del sofá, pues si bien no iba a correr, necesitaba impulsarse para
llegar lo más lejos posible, tomó aire, estiró los brazos y se encaminó a paso raudo al balcón, antes de aferrarse
con ambas manos de la baranda cerró los ojos y finalmente lo hizo… con los ojos
aun cerrados, fue imaginando la sensación de la caída, se limpió la saliva de
la comisura de sus labios y pensó que mañana vería donde cayó el enorme escupo
que había lanzado.
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