Mamá ¿me va a doler?
No, mi amor –contestó ella, no pudiendo evitar que la pregunta de su nenita, le desgarrara el alma. A pesar que estaba con ayuda de su sicóloga preparándose para la partida de Sofía, no se resignaba a lo inminente. Tenía su manito tomada, acariciaba sus deditos, y apretaba su palma, como queriendo evitar que la temperatura bajara. El doctor, le había informado muy temprano, en su visita diaria, que partiría en cualquier momento, de hecho había ordenado, retirarle el respirador artificial.
Era una tibia mañana, el sol espiaba por la ventana tímidamente y sólo la luz se hacía presente. Guirnaldas de frío se colaban por la ventana entreabierta y despeinaban las rosas dispuestas frente a la cama. La televisión mostraba un programa para niños. Sofía miraba despreocupada.
¿Cuando sea de noche, voy a partir?
No lo sé, mi amor.
Yo prefiero que sea así, por que seguro que estando dormida, no voy a sentir nada. Ayer, cuando estabas en la cafetería, vino un angelito a mi habitación y me dijo que pronto jugaría con él, que no me preocupara, que había muchos otros niños como yo felices en el cielo. Ah!, me dijo que te lo contara, para que no siguieras teniendo penita.
La madre, no soportó el comentario de su hija, y se incorporó hacia la ventana. En el jardín del hospital, niños sanos jugaban. ¿Por qué su niña debía partir? ¿Por qué Dios era tan injusto? Se decía mientras apretaba sus manos empuñadas.
Mamá, salúdalo.
¿A quién?
A mi amigo, el angelito.
No lo veo mi amor.
Te está saludando, mueve la manito mamá.
La madre estiró su brazo y la movió en son de saludo, en la dirección que su hija le decía. Su hija también comenzaba a despedirse con una sonrisa. Se fue quedando adormilada, y su carita recostada en la almohada se veía angelical.
Le acomodó su pelo, le besó la frente, y se derrumbó en la silla a su lado. El llanto se le escapó del alma, despedazándola, el último hálito de fuerza, se iba con su hija, estaba deshecha, desconsolada, la pena le invadía el alma, y su piel despedazaba a jirones iba quedando esparcida en el suelo. Con pasos involuntarios abandonó la pieza. En el pasillo, escuchó niños, creyó reconocer la melodía de la risa de Sofía, giró la vista, y vio a su niña corriendo con su camisón rosado mientras el angelito trataba de alcanzarla.
***
No, mi amor –contestó ella, no pudiendo evitar que la pregunta de su nenita, le desgarrara el alma. A pesar que estaba con ayuda de su sicóloga preparándose para la partida de Sofía, no se resignaba a lo inminente. Tenía su manito tomada, acariciaba sus deditos, y apretaba su palma, como queriendo evitar que la temperatura bajara. El doctor, le había informado muy temprano, en su visita diaria, que partiría en cualquier momento, de hecho había ordenado, retirarle el respirador artificial.
Era una tibia mañana, el sol espiaba por la ventana tímidamente y sólo la luz se hacía presente. Guirnaldas de frío se colaban por la ventana entreabierta y despeinaban las rosas dispuestas frente a la cama. La televisión mostraba un programa para niños. Sofía miraba despreocupada.
¿Cuando sea de noche, voy a partir?
No lo sé, mi amor.
Yo prefiero que sea así, por que seguro que estando dormida, no voy a sentir nada. Ayer, cuando estabas en la cafetería, vino un angelito a mi habitación y me dijo que pronto jugaría con él, que no me preocupara, que había muchos otros niños como yo felices en el cielo. Ah!, me dijo que te lo contara, para que no siguieras teniendo penita.
La madre, no soportó el comentario de su hija, y se incorporó hacia la ventana. En el jardín del hospital, niños sanos jugaban. ¿Por qué su niña debía partir? ¿Por qué Dios era tan injusto? Se decía mientras apretaba sus manos empuñadas.
Mamá, salúdalo.
¿A quién?
A mi amigo, el angelito.
No lo veo mi amor.
Te está saludando, mueve la manito mamá.
La madre estiró su brazo y la movió en son de saludo, en la dirección que su hija le decía. Su hija también comenzaba a despedirse con una sonrisa. Se fue quedando adormilada, y su carita recostada en la almohada se veía angelical.
Le acomodó su pelo, le besó la frente, y se derrumbó en la silla a su lado. El llanto se le escapó del alma, despedazándola, el último hálito de fuerza, se iba con su hija, estaba deshecha, desconsolada, la pena le invadía el alma, y su piel despedazaba a jirones iba quedando esparcida en el suelo. Con pasos involuntarios abandonó la pieza. En el pasillo, escuchó niños, creyó reconocer la melodía de la risa de Sofía, giró la vista, y vio a su niña corriendo con su camisón rosado mientras el angelito trataba de alcanzarla.
***
Me has dejado sin aire Esteban.
ResponderEliminarQué bello lenguaje
Qué dulce despedida
Felicitaciones
Paty