Seis meses, dos semanas y
tres días de aquella fatídica tarde, seis meses, dos semanas y tres días en que
mi alma perece hora tras hora, noche tras noche y tú te has encargado que ello
ocurra sin darme un minuto de descanso, como si fueras el centinela que complaciente,
vigila se cumpla mi condena.
Sin más, desde lo más
recóndito
de la noche te asomas con esa sonrisa hiriente para
gritarme a la cara una y otra vez cómo ocurrieron los hechos, y no cesas en tu
afán de destruirme y, hablas, hablas, hablas preocupada de mantener abierta la
herida y nada te detiene a pesar de mis constantes súplicas, y que en más de
una oportunidad me has escuchado gritarte ¡Que te calles! ¡Qué dejes por un
instante de mortificarme!
Lo he intentado todo, desde
esperar el silencio nocturno de la noche, para pedirte perdón, para reconocerte
mi culpa, pero te mantienes distante. Desde el funeral, mi hijo mayor no me
dirige la palabra, cómo quisiera que tú también hicieras lo mismo, para que al menos
por una noche pudiera conciliar el sueño. Al principio cuando el insomnio me
hacía compañía, llegué a justificarlo y entender que lo merecía, pero luego mi
desfalleciente cuerpo pedía misericordia, y cuando veías que la fatiga me
abrazaba y me abandonaba en ella, susurrabas a mi oído palabras horribles para
que despertara inquieto, y entonces empezabas nuevamente tu calvario nocturno.
En más de una oportunidad, mi desesperación me llevó a golpear las murallas de
la habitación, haciendo que la sangre brotara de mis nudillos y caer rendido al
suelo, concentrándome sólo en el dolor de mis manos con tal de no escucharte,
pero, a pesar de todo, no dejabas de cumplir tu cuota de tortura, y me
atormentabas con tus palabras, enrostrándome mi culpabilidad. Dominique la menor de mis hijas, suele decirme al momento
de despedirse en sus visitas de los domingos- No te atormentes más papá, fue un accidente,
no fue tu culpa ¡Pero no es así! ¡Fue mi culpa! ¡No debí, no debí! Contestar
esa llamada…quizás tu madre estaría viva. ¡Maldita sea! ¡No debí, no debí!
Hoy, he ido con Luis el
policía, en busca de la solución para terminar con esto. Es pequeña, liviana,
pero sobretodo efectiva a poca distancia- me ha dicho- antes de pasármela.
Luego me ha indicado, cargas, sacas el seguro y apuntas al blanco antes de
jalar el gatillo, no puedes fallar, es infalible. Esta noche, he cargado sólo
una bala, será suficiente, he sacado el seguro y te apunto ¿Estás lista para tu
partida? Yo también, sólo me queda apretar el gatillo, ahí voy… la sangre ha
bañado el espejo donde me contemplaba y he sentido como estalló mi sien, y
entonces sonrío, sonrío en el momento que todo a quedado a oscuras, pues por
fin he logrado que te calles para siempre, maldita conciencia.
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