¡Ahí venían otra vez! ¿Por qué se
le aparecían esas figuras? Al principio le pareció una distorsión de su mente,
pero el niño, la mujer y el hombre de barba, seguían surgiendo entre las
penumbras, como figuras sacadas de fotografías muy antiguas en blanco y negro.
La primera vez fue a través del reflejo en un espejo, en uno de los restaurantes
de la ciudad. Lo atribuyó a su
imaginación. Luego, se le aparecían como sombras, cruzando la calle, como
pasajeros en algún vehículo, la mayor de las veces cercano a su casa. Kayser su
perro dóberman, al parecer también los veía o presagiaba su presencia, pues a
veces lo veía ladrándole a la nada. Se había comprado una casa en las afueras
de la ciudad, huyendo del bullicio y del gentío. Esa casona antigua, rodeada de
jardines y árboles, eran el refugio perfecto después de su separación. Los casi
veintitrés años casados con Norma, y la docencia universitaria terminaron pasándole
la cuenta al parecer a ambos. La conversación para abordar la separación fue
tan insípida como la pregunta ¿qué quieres cenar este viernes? Norma, era de
esas mujeres que necesitan de una odiosa rutina para levantarse cada día, las
veces que buscaba sorprenderla con un panorama distinto, venía siempre la
recriminación, debiste avisarme con tiempo, o simplemente esos comentarios que
tanto le molestaba por sus muecas y caras de desagrado ¿Ahora? ¿Hoy? ¿No puede
ser mañana? ¿y si lo dejamos para…? siempre encontraba un pero, finalmente
terminó por dejar de intentarlo y se fue ajustando a su forma, es decir, salir
a comer cuando ella tenía ganas, ir a visitar a sus padres los últimos domingos
del mes, y acudir de compras a los mismos lugares. La vida de pareja fue
quedando en el cajón del olvido como una foto antigua. Buscó refugio en los
estudios, vivía tomando proyectos nuevos que lo mantuvieran ocupado, mientras
Norma, se quedaba en casa, mimetizándose con el mobiliario de la casa. Por más
que le instaba a buscar que hacer, se inscribiera en cursos, saliera con sus
amigas u otras cosas, siempre la respuesta era como una receta que no la sacaba
de su sitio de confort (junto a sus peludos gatos) las respuestas evasivas
siempre eran las mismas, el próximo mes, la próxima semana, cómo si
salir de la casa fuera el máximo peligro. Ella era feliz, limpiando la casa,
ordenando, cambiando las cosas de lugar y trayendo continuamente maestros ya
sea para que instalaran una nueva luz, en algún sector, o bien para que
cambiaran la llave del lavaplatos por una más moderna, o una nueva instalación
para la lavavajilla que pretendía instalar. La cocina era su mayor refugio, los
artefactos relucientes parecían recién comprados, algunos inclusos estaban en
sus cajas originales. No lograba recordar cuantas veces renovó los cerámicos o
cambio esto o aquello. Cada vez que salía algo nuevo en la televisión, lo
quería. El accedía los primeros años a todo, pensando que eso la sacaría de la
crisis en la que cayó cuando el doctor le confirmó que no podía ser madre.
Pensó que su apego a la casa era un modo de no ver a otras mujeres embarazadas
o con hijos, cómo él solía apreciar los primeros años, cada vez que salían.
Algunas veces trataba de
sorprenderla y llegaba temprano, pero más que alegrarla, le daban la sensación
de importunar, solía decirle ¿y tú, tan temprano por casa? ¿Pasó algo? Mientras
sacaba de su delantal el control remoto de la televisión, para apagar una de
sus tantas comedias. Para no incomodarla, se encerraba en su estudio fingiendo
que trabajaría en casa, al tiempo que ella volvía al sillón de la sala a ver su
comedia. Más de una oportunidad salía al pasillo, para contemplarla, Norma era
una mujer atractiva, con sus rasgos germanos, sus enormes ojos azules, su
cabellera rubia, y su porte que la hacían envidiable. Sin embargo, vivía con un
pañuelo en el pelo, y con los malditos delantales (que ella misma
confeccionaba). Comía sano, hacia yoga todas las mañanas a mediodía (juntos a
sus gatos angoras) los tres machos blancos que costaban una fortuna en sus
cuidados (fueron los hijos que no pudo concebir). A pesar de su cautiverio,
siempre se le veía con una sonrisa y los años parecían resbalar por su figura.
Era muy intuitiva, pasaba horas y horas jardineando, siempre la casa estaba
limpia, casi parecía una casa piloto (como dijo una vez una de sus colegas, con
un tono sarcástico en alguna oportunidad). Norma no era celosa, y cuando
teníamos invitados, se mantenía con su pañuelo y el delantal, feliz cumpliendo
su papel de anfitriona. La vida íntima aún más reducida los últimos años, no
estaba exenta de limitaciones, la luna llena, su periodo, la alineación de los
astros, y lo que más odiaba, era que pedía apagar la luz. Después del acto,
solía bañarse, debido a su exacerbado placer de la pulcritud. La noche que
decidió poner fin a su relación, fue una conversación fría y plana, donde se
limitó a solicitar una pensión y quedarse con la casa, a lo que él accedió. Un
mes después se estaba cambiando. Le había embalado todas sus cosas en cajas
perfectamente rotuladas. Un beso en la mejilla, como cuando se despedía cada
mañana y Norma cerró la puerta, quedándose en su eterno refugio.
Lo primero que hizo junto con
comprar la casa, fue hacerse de un perro dóberman que tanto anhelaba. Kayser
fue su acompañante desde el primer día, ocupaba un lado en su cama, así como en
el sillón del living. Hasta gustaba de tomar cerveza como él, con el pasar de
los años. La idea de una compañera era lo más lejano que estaba en su mente,
pese a la insistencia de sus colegas y familiares. Una secretaria del
departamento de Ciencias y una colega cumplían de vez en cuanto el papel de una
cita de sólo sexo. Ese era el trato que ambas habían aceptado. Su vida se
estaba convirtiendo muy a su pesar tan rutinaria como la que llevaba con Norma.
En más de una ocasión pensó que los años de matrimonio, fueron apagando poco a
poco la chispa de su alma. Cristina, a pesar de ser casi quince años menor que
él, no lograba despertar en él, algo más. Lo que le gustaba, era que siempre
estaba dispuesta, a salir al cine, a comer, o simplemente a tener sexo. Pero,
luego del acto, deseaba que desapareciera. Su cuerpo lozano, le recordaba que
ya no era joven, que había perdido sus años en la monotonía y abría la desazón
de su alma como una daga. Pese a que siempre era un viernes que llevaba a casa
a Cristina, nunca pasaron un fin de semana juntos. Decidió alejarse de ella
también. Andrea su colega, vino en su reemplazo, vinieron las conversaciones
más profundas, los cuestionamientos de la vida, se sentía bien en su compañía. Estaban
almorzando en un restaurante italiano, el día que vio por primera vez las
figuras.
Después de esa aparición, fue
Andrea la que empezó a alejarse de él, aparentemente sin ningún motivo.
Ese sábado parecía uno más que
agregar al calendario, pero Norma dejó un mensaje, diciendo que quería verle.
Acudió a su casa muy temprano, preocupado. Se quedó perplejo, cuando le abrió
la puerta. Su rostro se veía demacrado ¿Te sientes bien? -preguntó alarmado.
No, la verdad es que no. Por eso te llamé. Estoy asustada… ¿Por qué? ¿Qué pasó?
Hace días que estoy sintiendo en la casa, una presencia extraña, a veces he
creído verlos… son una mujer con un niño que parecen venir del pasado… sus
formas son muy borrosas y el rostro de la mujer es de una mirada aterradora, y
el niño parece pedirme auxilio…con sus ojos llenos de espanto pareciera
suplicarme…es aterrador, duermo con la luz encendida, se pasean por la casa, no
me dejan tranquila, creo intuir hay alguien más con ellos, supongo que es un
hombre, pero no lo he visto. Estoy tan asustada, no logro comer, los gatos
maúllan con sonidos sórdidos, y tienen reacciones espantosas, se retuercen, se
engrifan y ya no me dejan tocarlos, parecen poseídos. Te llamé porque no confió
en nadie más. ¿Puedes quedarte a dormir esta noche? te lo suplico. No sabía que
decir, las figuras que describía Norma eran las mismas que a él se le
aparecían. No quiso comentárselo, para no alarmarla más. La abrazó y sintió esa
sensación de agrado, como cuando recién comenzaron a salir. Ya casi, lo había
olvidado. Norma era hija única y era la mejor amiga de su hermana menor. Fue
ella quien los presentó. Se venía la fiesta de graduación y Norma no tenía
pareja. Él cursaba cuarto año de universidad, y sería mal visto andar en
fiestas escolares, pero al verla, se enamoró a primera vista. En la fiesta,
tocaron un lento y Norma que se sentía muy atraída, se dejó llevar y apoyó el
rostro en su pecho, tal como estaba ocurriendo en ese momento.
Estuvieron todo el día juntos
como en los primeros años, primero en el jardín, luego en la cocina, hacían
años que no cocinaban, en más de una ocasión se abrazaron de modo tan natural, que
ninguno de los dos, lo cuestionó. Cuando fueron a dormir, Norma le pidió la
abrazara. El perfume de su mujer despertó el deseo y todo sucedió en forma
armónica y natural. Desnudos se quedaron dormidos. Norma no se bañó como
antaño.
Dormían plácidamente, cuando las
ventanas se abrieron de par en par y comenzaron a golpearse con el marco, Norma
encendió la luz y ambos se quedaron aterrados, las figuras entraron por la
ventana. La del niño estaba extrañamente algo luminosa y el rostro de la mujer
lucía con más calma, sólo el rostro del hombre de barba estaba lleno de ira,
emitía unos sonidos guturales de espanto, pero se fue desvaneciendo hasta
desaparecer. La mujer juntó sus manos en son de súplica y su rostro fue
llenándose de plenitud, hasta desvanecerse. Sólo quedó el niño, este sonrió y
extendió sus brazos hacia ellos y desapareció. Las ventanas se
cerraron nuevamente y volvió la oscuridad a la habitación.
Cuando despertaron, Norma se
levantó al baño y no se reconoció en la mujer que se reflejaba en el espejo.
Entonces asustada se dirigió a despertarle y se quedó pasmada al ver que él
también no era con quien había dormido. Dio un gritó que lo despertó y cuando
ambos se miraron al espejo, sonrieron, el destino les estaba regalando otros
veinte años a ambos. Norma le besó con pasión, segura que en su vientre se
producía el milagro.
*********